Un matrimonio de condes polacos

El pequeño Plinio con su hermana Roseé

El pequeño Plinio con su hermana Rosée

Hasta hoy nos narra con saudades alguien que allá por 1968 fue su joven interlocutor, los encuentros que mantuvo entonces con aquella pacífica y pacificadora, bondadosa y cautivante señora de noventa y dos años de edad. Siempre dispuesta a hacer el bien, doña Lucilia respondía a cualquier pregunta que le hiciesen.
— ¿Su hijo nunca le dio una preocupación en la vida? — indagaba el joven.
Tras unos instantes, durante los cuales intentaba rememorar episodios pasados,
le decía con voz serena:
¿Sabe?, una vez tuve que operarme en Alemania…
Y tras contar un poco los sinsabores del viaje, continuaba:
En Wiesbaden no podía andar con normalidad a causa de un dolor en los pies muy incómodo. Sin embargo, insistía para que mis hijos fuesen a jugar a un parque muy bonito, cerca del hotel, acompañados por la institutriz. Un día, al regresar del paseo, ella me dijo:
— Doña Lucilia, quieren llevarse a Plinio a Polonia…
— ¿Cómo es eso?, le pregunté.
Sí, se trata de un matrimonio de condes polacos. Son muy ricos, poseen castillos y cosas extraordinarias. Quieren hablar con usted para proponerle llevarse a Plinio.
— ¡Me quedé preocupadísima! ¿Qué estaría pasando?
Doña Lucilia, con gran dificultad dadas sus condiciones físicas, quiso ir al parque para ver qué era lo que ocurría. Poco después de llegar, los condes se acercaron y le dijeron:
— ¡Tiene unos niños encantadores! Durante varios días estuvimos observando cómo jugaban, y nos llamó la atención sobre todo el chico. No tenemos hijos y estamos empeñados en adoptar uno. Cuando supimos que era de familia brasileña, pensamos que no sería difícil llevárnoslo. Pero…

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Doña Lucilia contaba que habían charlado varias veces con el niño intentando convencerlo para que se fuese con ellos:
Eran verdaderamente muy finos y le preguntaban de un modo agradable :
— ¿No quieres vivir con nosotros en nuestro castillo?
Plinio, desde pequeño, tuvo un gran encanto por los castillos, por eso les interrogaba:
— Pero, ¿tiene puente levadizo?
Los condes, que se daban cuenta del tipo de castillo en el que le gustaría vivir, decían con seguridad que sí. Sin contentarse, indagaba de nuevo:
— Y, ¿hay un foso alrededor del castillo?
Evidentemente la respuesta era afirmativa. Pero él quería más detalles:
— Y, ¿hay agua en ese foso?
A cada pregunta que Plinio les hacía, los nobles respondían de modo positivo.
Al final, cuando el niño estaba ya dispuesto a acompañarlos, le dijeron:
— Pero vas a tener que abandonar a tu madre, a lo que él respondía:
— ¡Ah no! Sin mamá no voy a ningún lado.
Las palabras finales de los condes dejaron muy complacida a doña Lucilia:
— Realmente, su hijo tiene por usted un amor fuera de lo común. Hicimos lo
que pudimos, le prometimos de todo para convencerlo de que viniera con nosotros
a Polonia, pero él fue irreductible. Sin usted se niega terminantemente a
acompañarnos.

Jardín donde Plinio se encontraba con el matrimonio de polacos

Jardín donde Plinio se encontraba con el matrimonio de polacos

Nunca desfallecía ni se abatía

Fachada principal de la Kurhauss

                                                Fachada principal de la Kurhauss

Pasado algún tiempo, ya bastante mejorada, doña Lucilia ya no recibía las visitas en su lecho, sino sentada en una silla de ruedas en el bonito jardín del hospital. Hablaba y agradaba a sus familiares, mientras el brillante sol del verano, filtrado por el ramaje, formaba un bello dibujo de rayos y claroscuros, dando la impresión de una luz que retornaba y de una vida que resurgía…
Doña Lucilia abandonó Berlín tan pronto como le dieron de alta. Para facilitar su recuperación, la familia se dirigió inicialmente al balneario de Binz, en la bella isla de Rügen, en el Mar Báltico, con playas de arenas muy blancas.
En cada fase de la convalecencia, doña Lucilia enfrentaba nuevos tipos de dificultades. Como secuela de la cirugía le quedó un inexplicable dolor en la planta de los pies que le impedía caminar. Así, además de ser necesario que se sometiese a serios tratamientos, tuvo que usar, durante algún tiempo, zapatos con suela metálica, incómodos en extremo. Los dolores aumentaron hasta el punto de obligarla a utilizar una silla de ruedas. A pesar de todos los problemas, doña Lucilia pudo reflexionar sobre las impresiones que le producían los lugares en donde estuvo, conservándolas hasta el fin de su vida como un luminoso recuerdo de la vieja Europa.
Poco después, fue con los suyos a Wiesbaden, famosa estación de aguas situada cerca del Rin, muy apropiada para su recuperación.

En las termas de Wiesbaden

En las primeras décadas de este siglo, hacer una cura con aguas minerales era algo recomendado con cierta frecuencia, por ello, las estaciones termales se multiplicaban por todo Occidente. Wiesbaden, una de las principales de Alemania, contaba aproximadamente con cien mil habitantes. Estaba situada en una hermosa región, de clima saludable y ameno, casi a las orillas del Rin.

Salones de la Kurhaus

           Salones de la Kurhaus

Doña Lucilia pudo admirar los suntuosos edificios, las artísticas iglesias destinadas al culto católico, como la Bonifatiuskirche (iglesia de San Bonifacio, de estilo gótico de transición), y la Mariahilfekirche (iglesia de María Auxiliadora), el Palacio Ducal, el Teatro Real y el Palacio Pauline construido en el exótico estilo morisco de la Alhambra de Granada.
Hasta 1866 Wiesbaden fue la residencia de los Duques de Nassau. Anexionada en aquella fecha por los prusianos y transformada en la capital de la provincia, se convirtió en seguida en el lugar preferido de los altos oficiales alemanes retirados. Hecho éste que contribuyó al desarrollo de la ciudad, con la apertura de grandes avenidas y la construcción de nobles mansiones, llegando al ápice cuando Guillermo II y su corte la adoptaron como residencia imperial de verano. La aristocracia europea y las celebridades internacionales marcaron con su presencia la vida cultural de la ciudad hasta la Primera Guerra Mundial.

Valle del Rin

                                                           Valle del Rin

La principal actividad del lugar era la explotación de veintiséis manantiales de agua mineral que anualmente eran visitados por centenas de millares de personas. La lujosa Kurhaus (Casa de las Curas), con espléndidas salas y un pórtico sostenido por seis columnas jónicas, fue construida entre 1904 y 1907. Este último año, un visitante escribía: “Al entrar en el zaguán nos sentíamos como en una catedral, encantados por el maravilloso colorido.” Detrás del edificio se encuentra un amplio parque con un apacible lago, una fuente de treinta y seis metros de altura y varios Kuranlagen o establecimientos para la cura. Todo el conjunto ocupaba un área que se extendía hasta el balneario de Dietenmühle y las ruinas del burgo de Sonnenberg. Delante de la Kurhaus había un bonito jardín, flanqueado a ambos lados por columnatas, donde se destacan dos fuentes y la plaza del Emperador Federico, adornada con su estatua.

Fueron muchos los recuerdos de Wiesbaden que, con su tan atrayente charme, narraría doña Lucilia en el futuro. No deja de ser pintoresco, por ejemplo, el episodio que acaeció a la familia Ribeiro dos Santos cuando buscaba un hotel. Encontraron pronto un buen establecimiento, pero, cuando se disponían a entrar, doña Gabriela se dio cuenta de que había un emblema con la negra figura de una cabra (Un macho cabrío negro en Brasil es símbolo del demonio). Espantada, paró de andar diciéndole a su yerno:

— ¡Ay, João Paulo, una cabra negra!… En este lugar no quiero entrar.
Se trataba del hotel llamado Zum schwartzen Bocke, “A la cabra negra”. Tuvieron que buscar otro alojamiento. No tardaron en encontrar el Hotel Nassau, de muy buena categoría y, por cierto, el preferido del Káiser. Éste era huésped tan frecuente que en el restaurante de la casa había en uno de los lados, sobre una gran tarima, una mesa siempre reservada para la familia imperial. Doña Lucilia y los suyos, sobre todo los niños, nunca se olvidarían del orden y del esplendor del establecimiento. Plinio pudo observar extasiado a la matriarca, doña Gabriela, vestida con traje de cola, entrando con paso solemne en el salón de fiestas intensamente iluminado. Tenía la impresión de que ella penetraba en la propia luz.

Hotel del Chivo Negro

                      Hotel del Chivo Negro

Gracias a una de las historias que contaba doña Lucilia ya en su ancianidad, nos fue posible saber por qué se refería a su hijo, en una u otra carta, con el apodo de Pimbinchen.
Un día sirvieron pichón en el restaurante del hotel. Plinio, tras apreciar el plato, le comentó alegremente a doña Lucilia que los pichones le habían parecido muy sabrosos. El camarero entendió la palabra “pichoncitos” (que en portugués se dice pombiños) de manera imperfecta: pimbin y añadió el sufijo chen, que en alemán es un diminutivo. A partir de ese día, comenzaron a preparar habitualmente pichoncitos en las comidas y nada más llegar a la puerta, el camarero extendía la bandeja en dirección al niño y sonriendo anunciaba:
— ¡Pimbinchen!
De tanto oírlo, Plinio pensó que pimbinchen quería decir en alemán “pichones” y empleó esta palabra innumerables veces. A doña Lucilia le parecía gracioso y no lo corregía. De ahí en adelante, y hasta edad avanzada, cuando quería recordar aquellos tiempos trataba a su hijo de Pimbinchen o Pigeon, que significa “paloma” en francés.
Sin embargo, doña Lucilia y su familia no se encontraban en aquella ciudad sólo para beneficiarse del elevado ambiente del hotel o de los sabrosos manjares ofrecidos en su restaurante, sino de las termas situadas cerca de allí. A pocos pasos estaba la entrada de una de las dos largas galerías que conducían a la Kurhaus.
Detrás de aquel magnífico edificio se podían divisar algunas de las fuentes con chorros de agua sulfurosa y caliente.
De acuerdo con el buen gusto de los antiguos tiempos, que buscaba no sólo la higiene y la eficacia, sino también la belleza de las líneas y de las maneras, en la atención prestada al público se conjugaban lo práctico y lo bello. Así, eran usados unos buenos vasos de vidrio grueso cuidadosamente lavados y colgados de unos ganchos. Cuando doña Lucilia se presentaba con el vale que había comprado a la entrada, uno de los guardas responsables por el servicio, con ayuda de una larga pinza de madera, sumergía el vaso en el agua que borbollaba y, gentilmente,se lo ofrecía con prontitud.

Kurhauss en la actualidad

                                                Kurhauss en la actualidad

Un 22 de abril, nacía para la tierra; un 21 de abril, nacía para el cielo

luciliaNacida el 22 de abril de 1876, primer sábado tras las alegrías de la Pascua, Lucilia era la segunda de los cinco hijos de un matrimonio formado por D. Antonio Ribeiro dos Santos, abogado, y Dª Gabriela Rodrigues dos Santos.

Así reza la partida de bautismo de doña Lucilia, que se encuentra en el libro parroquial de la ciudad de Pirassununga.

A los veintinueve días del mes de junio de mil ochocientos setenta y seis, en esta Parroquia, bauticé e impuse los santos óleos a Lucilia, nacida el pasado veintidós de abril, hija legítima de D. Antonio Ribeiro dos Sanctos y de Dª Gabriela dos Sanctos Ribeiro. Fueron padrinos la Virgen Señora de la Peña y D. Olympio Pinheiro de Lemos, todos ellos de esta parroquia.

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Veintiuno de abril de 1968. En su apartamento de la calle Alagoas, en el céntrico barrio de Higienópolis, Dª Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira se encontraba en su lecho de dolor. Estaba asistida por un amigo de su hijo, el joven médico Dr. Luis Moreira Duncan, pues en aquel momento no se encontraba en casa su médico particular, el conocido Dr. Abraham Brickman.

En aquel 21 de abril de 1968, suave crepúsculo de una larga y hermosa vida, doña Lucilia lanzó sobre su extenso pasado una mirada llena de dulzura, calma, bondad, sentido de observación y de algo de tristeza.

Ella lo enfrentó todo. Vivió, sufrió, luchó contra las adversidades de la vida sin conservar resentimientos ni acidez, sin hacer recriminaciones, pero sin transigir ni ceder. Era el fin y el ápice de una serena ascensión en línea recta.

Quien la observase en su lecho de muerte tendría la impresión de que, en un nivel propio al ama de casa que era, un poco de la gloria celestial iluminaba ya su fisonomía tan afable, tan amable y tan pacífica hasta el fin. Era la tranquilidad de quien se sentía protegida por la Providencia y sabía que sólo le restaba entregar el alma a Dios, junto al cual le estaría reservada esta triple ventura: gloria, luz y alegría.

Así, en la mañana del 21 de abril, con los ojos bien abiertos, dándose entera cuenta del solemne momento que se aproximaba, hizo una gran señal de la cruz y, con entera paz de alma y confianza en la misericordia divina, adormeció en el Señor...Beati mortui qui in Domino moriuntur (Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor, Apoc. 14, 13).

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“Salió con majestad de una vida que supo llevar con                                           honra”.

Una prueba de amor por Brasil

señoradoñalucilia_009En diversas ocasiones el Dr. Bier le comentó a doña Lucilia que el Káiser le había preguntado por “la paciente brasileña”. Un día, el ilustre médico, sin conocer mucho la psicología del pueblo al que pertenecía su paciente, cometió una imprudencia, aunque con intención de agradarla. Dirigiéndose a ella le dijo:
— Conversando con el Káiser, hemos pensado más de una vez en el desembarco de tropas alemanas en Brasil.
Doña Lucilia, aunque un tanto débil, exclamó:
— ¿Cómo? ¿Desembarco de tropas alemanas en Brasil?
— Sí, ese es nuestro proyecto. Si hay una conflagración mundial, después de tomar Francia, nos dirigiremos a Brasil, a fin de constituir allí una colonia alemana grande y bien organizada.
— Usted se equivoca, Brasil ofrece muchas dificultades…
— ¡Está todo estudiado! — respondió sonriendo el Dr. Bier. — El Káiser ya ha delimitado en el mapa la parte del territorio que será colonia alemana.
Indignada, doña Lucilia no se contuvo:

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        Guillermo II

— ¡Tenga cuidado, doctor! Nuestra selva es traicionera. Y es necesario ocuparla si se quiere dominar cualquier parte de nuestro territorio. En ella se refugiarán los brasileños, y allí no estarán solamente los civilizados, sino también los indios, con flechas envenenadas. ¡Les enseñarán cómo Brasil sabe defenderse!
Muchos años después, al narrar el hecho, aún vibraba de patriotismo.
Durante la visita del día siguiente, el médico comentó:
— Madame, vine a traerle los saludos del Káiser.
— ¿Por qué?
— El Káiser le manda saludos porque siempre fue admirador de las señoras patriotas. Le conté su reacción ante la posibilidad de que invadiéramos Brasil y se puso contento, pues no había pensado en los obstáculos que usted mencionó…
Doña Lucilia, todavía bajo la influencia de la vibración patriótica del día anterior, respondió:
— ¡No deseo sus saludos!
A pesar de este episodio, doña Lucilia continuó a lo largo de toda su vida manteniendo relaciones muy cordiales con el Dr. Bier.