Por el Rin, hasta Colonia

Valle del Rin

                                                                  Valle del Rin

Ya recuperada, doña Lucilia concluyó la temporada en Wiesbaden y, con la familia, partió en una excelente embarcación por el legendario y hermoso Rin, rumbo a Colonia. Sin los males de los que fue víctima por ocasión de su travesía oceánica, pudo ahora apreciar en toda su belleza el paisaje renano.

Durante los recorridos, ora desde el interior del barco, ora al aire libre, iba comentando con sus hijos todo cuanto de interesante se veía en las orillas: castillos propios de un cuento de hadas, imponentes e inexpugnables fortalezas, venerables monasterios, pequeñas y graciosas capillas, lugares con aires pintorescamente medievales. De vez en cuando, sobre un afluente del gran río, se divisaba, todavía firme y fuerte, algún puente de piedra sobre arcos que databa del Imperio Romano…

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Por las campiñas, entrecortadas por viñedos y otras plantaciones cultivadas con esmero, se apreciaba un ganado cebado y bien cuidado.
Transcurrido algún tiempo de viaje, la familia decidió hacer una pausa y hospedarse en un agradable hotel, situado sobre una colina, cerca del río. Todos comentaban —ya con saudades, pues se aproximaba el fin de su estadía en Alemania— los deliciosos platos de la cocina del país, y, sobre todo, el mundialmente famoso vino blanco del Rin. Deseaban, allí mismo, saborear esta exquisita bebida, de la cual se hacían los mayores elogios. Eso no hizo sino aguzar la curiosidad de los niños que ya se imaginaban partícipes de la apetecible degustación. Una vez instalados en sus respectivos cuartos, bajaron al restaurante, pues era la hora de la cena. Plinio, nada más entrar, comenzó a analizar la mesa reservada  para su familia. Quedó extrañado al ver que, en uno de los lugares, había solamente una copa para agua y le preguntó a uno de sus parientes cuál era la causa de esa diferencia. La respuesta no se hizo esperar y lo dejó perplejo:
— ¡Este es tu lugar y los niños no toman vino!
Durante la cena, Plinio manifestó su deseo de probar la extraordinaria bebida. Pero las reglas eran implacables… Permaneció callado sin conformarse con la “injusta” medida.
Terminada la cena todos se levantaron y manteniendo una animada conversación pasaron a una sala contigua. Plinio se quedó un poco rezagado, junto a las mesas. Era la oportunidad de probar el generoso fruto de la vid. Sin pérdida de tiempo, bebió el vino sobrante en una copa. El efecto fue casi inmediato. Al ver a su familia en una animada conversación, arrastró una silla hasta la rueda y dijo que quería hacer un discurso… Con locuacidad y alegría inusitadas, comenzó a tejer observaciones psicológicas —consideradas no oportunas— sobre los presentes.

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Doña Lucilia no tardó en intuir lo ocurrido. Dirigiéndose a Plinio, le preguntó:
— Hijo mío, ¿no te habrás bebido el vino que ha sobrado?
Él respondió con toda inocencia:
— Me lo bebí, sí señora.
Doña Lucilia se quedó un poco preocupada, con recelo del efecto que una cantidad excesiva de alcohol pudiese producir en un niño tan pequeño, por lo que insistió:
— Pero hijo mío, ¿te lo has bebido todo?
— Sí, me lo bebí. Y estaba muy bueno — concluyó él cándidamente.
Doña Lucilia le explicó entonces, con afecto y seriedad, cuánto había de censurable en su proceder, además del peligro que podría representar para su salud. Acto seguido, tomándolo ella por una mano y don João Paulo por la otra, se lo llevaron al cuarto, donde un sueño reparador restableció la normalidad.
Plinio jamás se olvidaría de esta pintoresca aventura en la cual, como Noé, fue víctima de la celada escondida en las delicias del atrayente licor y que le valió una dulce censura de su madre.

Colonia

Por fin, Colonia se anunció a lo lejos ante los ojos de doña Lucilia con las altas y majestuosas torres de su célebre catedral. Uno de los mayores centros católicos del país, la ciudad podía ostentar una historia dos veces milenaria, pues había sido fundada por los romanos al conquistar la región. Todos estos aspectos de religiosidad y de tradición latina eran del agrado de doña Lucilia. También guardará gratos recuerdos de otro pequeño hecho sucedido con su hijo en esa ciudad.
Cuando entraron en la habitación que ocuparían en el hotel, cuál no fue su sorpresa al ver que Plinio iba inmediatamente al cuarto de baño y abría todos los grifos. Con invariable afabilidad le pregunta:
— Plinio, ¿qué estás haciendo?
— ¡Ah, mamá!, fui a buscar agua de colonia, pero estos grifos sólo tienen agua común…
Sin reírse y, menos aún, sin burlarse de la puerilidad de su hijo, ella tomó este hecho, fruto de la inocencia del niño, con toda naturalidad, dando a entender que comprendía su actitud. Sin embargo, le explicó que no era en cualquier lugar donde iba a poder encontrar la famosa agua de colonia.

Catedral de Colonia

                                             Catedral de Colonia