Como en la fase final del viaje el programa del Dr. Plinio estaba sobrecargado por contactos con personas de influencia, con disgusto tuvo que hacer menos frecuente su relación epistolar con doña Lucilia. En una de las cartas que su escaso tiempo le permitió escribir, narra —en vista del encanto de su “marquesita” por la Douce France— la estadía en aquel país. Esta última misiva llegada de la “Ciudad Luz” fue recibida por ella a mediados de agosto.
París, 9-8-52
Luzinha querida de mi corazón,
Hace ya algunos días que estoy en París, después de un óptimo viaje por España, pasando después por Lourdes, Toulouse, París. En la carta que hoy he enviado a los del 6º piso les doy noticias de España. Para usted van las de Francia.
Lourdes, como siempre, una maravilla…
(…) Me quedé horas en la gruta, comulgué, ayudé en la Misa, recé mucho, y, evidentemente, no me olvidé de la manguinha del corazón, de mi querido don João Paulo, de nuestras “uruguayas” y de toda la familia.
Aquí, ahora soy todo de la marina: cenaré hoy en la casa de un almirante de Pentfentenyo de Kerveguéren, y mañana debe venir de Tolón el almirante Lafont, director de producción de armas de la Marina francesa.
Antes de ayer, convidado por el Archiduque Otto (Hijo primogénito de Carlos I, Emperador de Austria-Hungría destituido por presión de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Como tal, el Archiduque Otto era entonces el pretendiente a los tronos de la Doble Monarquía), almorcé en su castillo de Clairfontaine, a una hora de aquí. Castillo muy bonito, muebles de roble encerados, colecciones de esmaltes, cuadros históricos, buena
instalación. La comida: cinco platos, incluido el postre; presentes sólo los esposos y yo; él tiene una conversación brillante, muy agradable; ella quieta, deslumbrada, viva en la mirada y en la sonrisa, pero “prudentona”, evitando decir de más o de menos; y sobretodo cauta, desconfiada. Visita demorada, muy amables, quedamos amigos. Debo regresar a la deliciosa calle Alagoas alrededor del 7 u 8. Ya siento desde aquí el olor del vatapá.
Ahora, la carta se hará colectiva, porque estoy en la recta final; me gustaría escribir a todos pero me falta el tiempo. Lamento el mucho trabajo que el despacho debe estar dándole a Papá. Le envío un abrazo afectuoso, y pido que me diga lo que pasó con la Passaláqua. (…)
Y ahora, Lú querida, vuelvo a usted: prudencia, horarios, acostarse temprano, cuidado con la salud por todos los medios y maneras. Un millón de abrazos y besos del hijo que la quiere hasta lo más hondo del corazón y que le pide la bendición.
Plinio
Contentísima al ver que el ansiado reencuentro se daría en menos de un mes, doña Lucilia respondió inmediatamente.
Dignos de nota, a lo largo de esta serie de cartas, son sus horizontes sobrenaturales y su gran desprendimiento. Para sí no pide nada, solamente para los demás, incluso sin olvidarse de la buena Olga:
São Paulo, 14-VIII-1952
Hijo querido de mi corazón.
Después de dos días de espera, recibí por fin, y con gran alegría, hoy, tu carta del día nueve, dándome la grata noticia de que, a partir de mañana en quince o dieciocho días, si Dios quiere, tendré la inmensa felicidad de volverte a ver, abrazarte, cubrirte de besos, y de verte todos los días, al fin… ¡Sólo así, nuestra casa volverá a ser buena y deliciosa!
Espero que Rosée llegue mañana, y pienso que Antonio se quedará aún algunos días para fiscalizar la cosecha. Espero en Dios tener en breve el placer de ver a mi alrededor a todos mis queridos “pollitos”, y… ¡al “ Pisi” (De esta manera hacía doña Lucilia el diminutivo del nombre “Plinio”, cuando su hijo era pequeño) de mi corazón! Hijo mío, temo ser inoportuna, pero ¿te acordaste de la Misa en el altar de Nuestra Señora de Begoña? Si
aún te fuese posible, hazlo, ¿sí?
Me ha agradado mucho saber que has estado en Lourdes, y te agradezco las oraciones hechas por mí. Los jóvenes del sexto piso van mañana a Serra Negra, donde pasaran unos días de vacaciones. Dora y Telémaco irán el día diecinueve de este mes directamente para Cambridge. Es una lástima que no os encontréis por ahí.
¡Escríbeme pronto!
A ver si no te olvidas de traer algún regalito para Olga y su hija. Se sintieron tan lisonjeadas la otra vez, ¿te acuerdas?
Con mucho sueño me despido, enviándote, muchos besos y abrazos, y aún más, el corazón saudoso de tu madre extremosa,
Lucilia
Perdona las faltas, pero me estoy muriendo de sueño…
Aprovechado el margen de esa misma carta, don João Paulo escribe:
Nada de nuevo, de importante, a transmitirte.Si pasas por Pernambuco, y no puedes ir a Uruaé, manda un telegrama a Totonio y a Teté (Don Antonio y doña Teresa, hermanos de don João Paulo). Ellos están pensando en ofrecerte un plato que no conozco y que por ese motivo no puedo recomendártelo.
Abrazos de tu padre y amigo,
João Paulo
Desde Francia, el Dr. Plinio viajó a Inglaterra, tan querida de doña Lucilia, donde se maravilló con la famosa Casa del Parlamento —vasto edificio de estilo neogótico, construido en el siglo XIX según el proyecto de un arquitecto católico— cuyas torres se reflejan hermosamente en el Támesis.
El Dr. Plinio dejó el Reino Unido el 29 de agosto, pasó rápidamente por París, y el día 30 desembarcaba en el Portugal de sus antepasados, no menos amado por doña Lucilia. En este último país, al visitar la histórica y célebre ciudad de Coimbra, estuvo con la Hermana Lucía, a quien Nuestra Señora se había aparecido en Fátima.
Una fotografía del Dr. Plinio sacada en el aeropuerto de Madrid, con unas expresivas palabras en el reverso, le anunciaba a doña Lucilia su breve regreso a São Paulo, dándole el antegozo de estar junto a su hijo nuevamente.
Lú querida mía
Antes de bajar en el Pernambuco tan querido de don João Paulo le envío un millón de besos, y a él muchos abrazos. Y, para consolarla a usted de estos días de atraso en mi llegada, ahí va esta fotografía que me saqué en el aeropuerto de Madrid, viniendo de Lisboa. Besos y besos a Rosée y Maria Alice, y abrazos para las tías, Antonio, Eduardo.
Espero que el banquete de mi llegada esté a la altura del viaje, que fue óptimo, y a respecto del cual tendré mucho que contarle. Pide su bendición con el cariño y respeto de siempre,
Plinio
Una mañana, a primeros de septiembre, doña Lucilia, radiante, pudo abrazar y besar a su “pigeon” querido, no sólo “espiritualmente” sino también de verdad. Ahora sí, para ella la casa tomaba vida, pues el “dueño y señor” había llegado. Qué alegría pensar en la posibilidad de que tal vez aquella misma noche fuesen restauradas las íntimas conversaciones. Tres meses de viaje de su hijo querido por Europa, en contacto con personas de origen y mentalidad tan diferentes, prometían temas para largas y entretenidas conversaciones, si bien que lo más atrayente era su presencia.
Siguiendo una recomendación de su padre, el Dr. Plinio había interrumpido su viaje bajando en Pernambuco para estar con los Corrêa de Oliveira. Por supuesto, doña Lucilia se interesó en conocer cómo estaba la familia de su esposo, a la cual había conocido tras su matrimonio, hacía más de 40 años. ¿Conservaba el Ingenio Uruaé su antigua apariencia? ¿Estaría todo como antiguamente: la capilla, la casa, los muebles, e incluso los vestigios de construcciones de épocas pasadas?