Doña Lucilia cumple 80 años…

Doña Lucilia cumple 80 años: tres fotografías, tres aspectos de alma

Doña Lucilia, su hija doña Rosée (derecha), su nieta doña Maria Alice (izquierda) y su bisnieto Francisco Eduardo

Doña Lucilia, su hija doña Rosée (derecha), su nieta doña Maria Alice (izquierda)
y su bisnieto Francisco Eduardo

A partir del momento en que completó los 80 años de edad sus virtudes se hicieron aún más notorias a los ojos de aquellos que habían tenido la gracia de observarla. Analizando de nuevo los diversos aspectos de la matizada alma de doña Lucilia podemos decir que, tal vez, los más bellos eran armónicamente opuestos: por un lado, su gran bondad, que traslucía en su trato afable, siempre dispuesta a inclinarse sobre los otros para hacerles el bien; por otro lado, su firmeza, seriedad e inquebrantable fidelidad al modo de ser católico. Todas estas cualidades las inhalaba del Divino Maestro.
Tres fotografías sacadas poco antes del 22 de abril de 1956 nos atestiguan los magníficos lados de alma de doña Lucilia. En aquella ocasión la encontramos en casa de su nieta, doña Maria Alice. En la primera podemos ver a doña Lucilia agarrando al pequeño Francisco Eduardo, su bisnieto. Es de las pocas que la retratan conversando. Es tan comunicativa que da casi la impresión de tener movimiento. Su mirada es expresiva y en su conjunto se nota el deseo de agradar a los circundantes como sólo ella sabía hacerlo. Sin embargo, la fisonomía es de quien vive un paréntesis de alegría y de distensión en una vida en la que no faltan las cruces. Aquellos 80 años, para quien pautó su existencia por la fidelidad a Nuestro Señor Jesucristo, no podían dejar de ser un largo Vía Crucis. ¡Cuántos recuerdos de todas clases habrán pasado por la mente de doña Lucilia ese día! La segunda fotografía muestra otro estado de espíritu.

cap13_007Su mirada profunda y pensativa está considerando amplios horizontes, en el fondo de los cuales se encuentra Dios. Se diría que es una contemplativa que vive en la clausura bendita de su monasterio, dirigida sólo hacia los asuntos celestiales. Pero no. Enmarcando esa mirada vemos la fisonomía de una dama tradicional que vive la vida social en pleno siglo XX.
En su porte trasluce un carácter afirmativo. La forma de cerrar los labios es de quien serenamente afirma no ceder, retroceder o transigir nada en materia de principios, para obtener una sonrisa. El camino está elegido y está decidida a seguirlo hasta el final.
La misma actitud de alma está presente en las fotografías sacadas en otras ocasiones, notablemente en las de París. Ellas forman una colección en la que está patente la gran continuidad psicológica de su vida, que ninguna vicisitud fue capaz de alterar.
Muchos años después de la muerte de doña Lucilia, su hijo evocaría con saudades su octogésimo cumpleaños al comentar los recuerdos que la segunda fotografía le traía: “Varias veces en la vida la vi perpleja, con algo de esta fisonomía. Ella mantenía el semblante inmóvil, sin fruncir el ceño, fijaba la mirada en un punto indefinido y como ausente del propio rostro, meditaba. Era señal de que alguna preocupación tomaba su espíritu, y calmamente se preguntaba cómo actuar. “Cuando juzgaba que sus recelos se confirmaban, se entregaba resignada y confiante en las manos de Dios. En esas ocasiones, lo que yo admiraba más en ella era la calma durante la preocupación.”

cap13_008La última de las fotografías constituye una interesante prueba de la bienquerencia de doña Lucilia, cualidad de alma que tanto marcó su existencia. Además de su elevada distinción, se nota una gran alegría en su fisonomía por tener en los brazos un bisnieto a quien podía envolver con toda la protección de su acogedor afecto.

Presencia dulce y suave

Todavía hoy, si cruzásemos la puerta del apartamento de la calle Alagoas, nos llamaría la atención la atmósfera de calma allí reinante. Parecería que al entrar en una de las salas encontraríamos a doña Lucilia sentada en algún sillón, entregada a profundas reflexiones, o pasando lenta y acompasadamente las cuentas del rosario a la espera de la vuelta del Dr. cap12_019Plinio. El ambiente de serenidad que ella difundía en torno de sí era de los aspectos más atrayentes y benéficos de su presencia. Cuando, en aquellos añorados tiempos, el Dr. Plinio tenía algún trabajo que exigía una mayor concentración de espíritu —como por ejemplo la preparación de una clase o la redacción de determinados artículos—, se aislaba en el escritorio de su casa. El simple hecho de saber que doña Lucilia estaba allí, aunque en otra sala, era una fuente de ininterrumpido bienestar para su alma. A veces ella se asomaba a la puerta y preguntaba con un cariñoso timbre de voz:
— ¿Se puede entrar?
— Pero, mãezinha, ¡entre!
Para no interrumpir su trabajo, se aproximaba en silencio, posaba su blanca y aterciopelada mano en el hombro del Dr. Plinio, le daba un beso y le decía simplemente:
— ¡Filhão!
En la aridez del trabajo, este simple saludo constituía un alivio para él. Doña Lucilia pasaba el tiempo junto a su hijo, sentada en la mecedora, rezando o haciendo croché. Muchas veces no intercambiaban ni una sola palabra, pero al Dr. Plinio le reconfortaba la suave, tranquila y comunicativa presencia materna. De vez en cuando el Dr. Plinio acariciaba la mano de su querida madre, o le hacía otro pequeño agrado, lo que la dejaba muy complacida.

Sueño profundo y reparador

La serenidad de doña Lucilia se manifestaba, de forma muy particular, en una circunstancia que pocos tuvieron el privilegio de contemplar: su reposo. Su modo distinguido y compuesto de estar acostada, con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo, la respiración discreta y acompasada, denotaba que para ella el sueño no era un momento del día en que los sentidos se desligan de la realidad para gozar intemperantemente algunas horas de inacción, sino una dádiva de Dios que suspende por algunos instantes las amarguras de la vida, permitiendo la restauración de las fuerzas.
Cuando era niño, el Dr. Plinio se despedía de doña Lucilia antes de salir para el colegio San Luis, pero algunas veces la encontraba aún durmiendo. Ante aquella inmensa calma, en la penumbra silenciosa del cuarto, pensaba consigo mismo: “¡Qué agradable debe ser dormir como ella!”
Era un sueño profundo y reparador, de quien sabía dormir en paz. Se despertaba también tranquilamente, pero ya en el primer momento abría los ojos a la realidad, sin permitir que el torpor la dominase ni siquiera un segundo.

“Mi casa eran sus ojos”

Además de la esmerada práctica diaria de sus actos de piedad, doña Lucilia —empeñada en enriquecer aún más su vida interior— se entretenía en la elevada consideración de los esplendores de la Civilización Cristiana. Su espíritu contemplativo era muy favorecido por el amor a la estabilidad, que las circunstancias de una avanzada edad tornaban ahora propicia. Una de las principales alegrías cotidianas, en esa fase final de su vida terrena, consistía en la admiración de las maravillas creadas por Dios, de modo especial de la diversidad y del valor cultural —mucho más que material— de las almas y de los pueblos.
El Dr. Plinio, que había aprendido de ella el gusto por la estabilidad, se veía en la necesidad de viajar mucho, impelido por razones de apostolado. Sin embargo, mantenía en São Paulo un punto especial de referencia: la mirada de su bondadosa madre.
Nada le producía tanta atracción. Por eso, al volver de la calle, su primera preocupación era verla y sentir su afecto, lo que le hizo afirmar en una ocasión: “Mi casa eran sus ojos y en ellos habitaba.”

“¡Mi madre es mucho mejor que la suya!”

capv086El Dr. Plinio no perdía ocasión para retribuir el afecto de su madre. Esto compensaba, de alguna forma, las ausencias impuestas por sus obligaciones, y, sobre todo, la aliviaba de su aislamiento. Muchas veces exteriorizaba este reconocimiento con dichos graciosos; una frase ocurrente le daba mayor alcance a sus filiales sentimientos. Una vez, estando doña Lucilia en el Salón Azul, sentada al lado de su filhão en una agradable conversación, éste le preguntó, refiriéndose al cuadro de doña Gabriela:
— Mamá, ¿quién es esa señora que está en aquel cuadro?
Extrañando la pregunta, respondió en un tono de voz que denotaba una cierta sorpresa:
— Hijo mío… aquella es mamá…
— Pues mire, ¡mi madre es mucho mejor que la suya!
Un poco desconcertada delante de un elogio que la colocaba por encima de su madre, a quien mucho admiraba, no teniendo qué responder, tocando con la punta de los dedos suavemente la mano del Dr. Plinio, como era su costumbre, le dijo apenas:
— Hijo mío, hijo mío…
Cuando era muy elogiada por él, doña Lucilia alegaba que sus dichos eran exagerados, pues no merecía tanto. El bromeaba entonces, y la llamaba “Madame Merece Más”, no permitiendo que ella venciese en la cariñosa disputa. Le daba a entender de ese modo cuánto se quedaban siempre cortas sus alabanzas.

“Las palabras de Cristo no pasan”

cap12_062

En Barcelona pasé días agradabilísimos.

A medida que se van los días, a pesar de las saudades, encontramos a doña Lucilia siempre en paz y señora de sí, como nos lo demuestran sus cartas. En su equilibrada actitud vemos relucir el sentimiento materno, profundo y amoroso, guiado por las virtudes de la fe y la templanza.

São Paulo, 22-7-52.
¡Hijo querido de mi corazón saudoso! Esperaba recibir una carta… ¡y nada! Probablemente tendré una mañana, ¿no es verdad? Me llegan a las manos de ordinario, los martes o miércoles. Ya te envié una la semana pasada para Madrid, ¿fue recibida? Recelo que sean muy largas y fastidiosas, pero ¿sabes querido? éste es todavía el único medio de hacerme la ilusión de que, de algún modo, estoy un poco contigo. No sé por qué, pero siento con frecuencia una fuerte preocupación de corazón o espíritu, como si no te sintieras bien de salud, ni de espíritu. No abuses de los platos deliciosos, pero excesivamente elaborados, de los restaurantes. Cuidado con el hígado, que es nuestro mal de familia.
Por lo demás, “tengamos fe”, los Sagrados Corazones de Jesús y de María, han de velarte y protegerte de todas las formas. ¡Rezo y pido tanto al “Canal de las Gracias”! Y las palabras de Cristo no pasan. Has de ser muy feliz y bendito por Dios. Con tu padre, Rosée y Antonio, cené ayer en casa de Maria Alice.
Maria Alice es un encanto en su casa. Está coleccionando unas recetas para que yo te las prepare, hizo una crema deliciosa —de coco— para su abuelo, y mandó que trajeran una bonita película cinematográfica inglesa, en tamaño natural, para ponerla en la maquina de Eduardo. Maria Alice y Rosée acaban de salir y te envían muchos besos.
¿Has mandado ya decir la Misa que te pedí, en el altar de Nuestra Señora de Begoña? Insisto mucho en ese sentido. A ver si me haces esto, ¿sí?
Nuestra casa sigue siempre deliciosa, esperando a su querido dueño y señor. ¿Has visto ya a todos tus amigos españoles? ¿Cuándo, y adónde vas ahora?
¡Escríbeme enseguida! (Doña Lucilia subraya cuatro veces la palabra “enseguida”)
Con todo mi cariño te bendigo, te beso y te abrazo hasta el fondo del corazón.
De tu madre extremosa,
Lucilia
Recuerdos a tus cuatro buenos amigos.

En el mismo sobre iba otra carta de don João Paulo, informando al Dr. Plinio que doña Lucilia se encuentra con buena salud, satisfecha. Sólo una cosa le duele, la saudade del hijo ausente, que no le sale nunca de la memoria. Pocos días después, algunas novedades de Roma alegrarían el corazón de doña Lucilia.

Roma, 18-7-52
Luzinha, mi amor
Recibí su carta ayer, que me dejó indignado con el correo. He escrito varias veces, ¡y mi Lú me dice que sólo ha recibido una carta mía! Es un escándalo, pura y simplemente.
Pero espero que usted en este ínterin ya haya recibido por lo menos la última que le envié desde Roma. El viaje, como provecho, supera en mucho mi expectativa. Cuento salir de Roma para Barcelona el domingo temprano, lleno de alegría.
¿Rosée tampoco habrá recibido mis cartas? Escriban a Madrid contando noticias muy detalladas, principalmente de la Finca Sta. Alice que me preocupa por el frío. Mi amor querido, millones de besos para usted del hijo que la quiere inexpresablemente, y le pide la bendición.
Plinio
Querido Papá
Gracias por sus informaciones siempre exactas e interesantes. Mil abrazos. Pide sus oraciones.
Plinio

Estas serían las últimas líneas que doña Lucilia recibiría venidas de la bella Italia, pues a esta altura su hijo ya se había dirigido a la gallarda España, tierra que le recordaba algunos remotos antepasados.

La sangre de los Rodríguez Camargo y de los Ortiz

“De tanto pensar en Itaicí, tengo la impresión de ya conocerla”, escribió doña Lucilia cierta vez a su hijo, cuando este pasaba unos días en aquella localidad del interior paulista. Lo mismo se podría decir a propósito de cada lugar recorrido por él en sus viajes. De este modo, tanto durante sus fervorosas y tranquilas oraciones de la mañana como durante las comidas, en las horas de contemplación, al recibir visitas, en los quehaceres domésticos o en la hora de la conversación nocturna, por así decir, ella “volaba” con su hijo de Italia a España, “paseaba” por las calles de Barcelona y, quizás, haya “asistido” a una corrida de toros en Madrid…
El día 30 de julio, doña Lucilia recibió la siguiente misiva del Dr. Plinio:

cap12_061

“Los Caracoles” uno de los mejores restaurantes del mundo.

cap12_059

Parque del Retiro, Madrid

Luzinha, mi amor querido.
Poco antes de dejar —muy satisfecho— Italia, recibí una carta suya, quejándose de que yo sólo le había enviado una carta. Respondí en seguida con otra carta, y también en el telegrama a Adolphinho, diciéndole que he escrito varias veces.
Hoy, día de mi llegada a Madrid, es la fiesta de Santiago, patrono de España, día de precepto nacional. Nuestra embajada y nuestro consulado están cerrados. Mañana, cuento con ir a recoger cartas allí, pues, no sin sorpresa, este hotel no tenía correspondencia para mí. En Barcelona pasé días agradabilísimos. La comida regional catalana es un sueño y “Los Caracoles” uno de los mejores restaurantes del mundo. Papá, allá, estaría en su elemento: langostas, langostinos, camarones, mariscos, ostras, calamares, frutos del mar en cantidad, de una variedad y sabor increíbles.
Aquí, llegué temprano, dormí antes del almuerzo, dormí después del almuerzo, fui a una corrida de toros, y paseé por un parque bonito, el Retiro.
Me gustó la corrida, y mucho. Me recordó analógicamente mucha estrategia que he usado en mi vida, haciendo a veces el papel de toro, otras de torero. Durante la corrida hasta tuve una sorpresa: cuando caí en mí, estaba aplaudiendo sinceramente a un torero que realmente había engañado al toro de modo eximio. Pocas veces en mi vida me ha ocurrido aplaudir espontáneamente y con calor. Una de las cosas que me gustó fue el estilo de los toreros: ropas bonitas, valentía hecha de fuerza y de salud sin duda, pero sobre todo de vida, agilidad, inteligencia.
Debo pasar unos días aquí, yendo después a Sevilla. De esta ciudad me vuelvo a Madrid, rumbo a San Sebastián y Lourdes. Después, París. Y, en París, comenzará a ponerse la perspectiva de la vuelta como muy próxima.
Mañana espero tener noticias suyas. Siga mandándolas al Ritz, hasta que yo le dé otra dirección, y comunique esto a todos.
Bien, mi flor, mi corazón, mi bien: con millones y millones de saudades de usted, pide su bendición, y le envía los besos más afectuosos del mundo, su filhão,
Plinio

cap12_060

Siga mandándolas al Ritz…

Al apreciar la corrida de toros a través de las narraciones de su hijo, doña Lucilia una vez más tuvo ocasión de admirar algunos predicados del alma española, en especial la fuerza graciosamente amenizada por lo que ellos llaman “salero” y ennoblecida por el garbo.
Doña Lucilia decidió responder aquel mismo día. En la carta, cada noticia o comentario —sea una palabra de cariño o una pequeña ironía, una expresión de preocupación o incluso de temor— traía la inequívoca nota de serenidad y de elevación de su modo de ser.

São Paulo, 30-VII-1952.
¡Hijo querido de mi corazón!
Con inmenso placer he recibido hoy tu carta de Madrid, fechada el …?, y me entristeció tu decepción, al no encontrar cartas mías ni de Rosée ya enviadas para ahí. No imaginaba que, en el fondo, tuvieses ese “penchant” (Gusto, inclinación) por las corridas de toros; ¡es la sangre de los Rodríguez Camargo, y de los Ortiz, que aún habla!
Te pido una vez más, como lo he hecho en todas las cartas, que mandes decir una Misa en el altar de Nuestra Señora de Begoña, y enciendas una vela por la intención de tu hermana que ha sido buenísima conmigo. Ciertamente, me causa gran placer la anticipación de tu vuelta para acá, pero, al mismo tiempo, evaluando el pesar muy natural, por cierto, con que lo haces, parece increíble, pero insensiblemente me entristezco de que no puedas quedarte… “un poquito más”.
En cuanto al frío en Paraná, por el momento no ha traído helada, y yo más que nunca he atormentado al buen San Judas Tadeo.
Nuestra casa tan bonita y “cosy”  (Acogedora), está suspirando por ti.
Presta atención (Doña Lucilia subraya tres veces las palabras “presta atención”): Cuando busquéis pasajes de avión, los de ahí, y los de regreso, que no sean junto a la puerta de entrada. En vista del terrible desastre del President —Estados Unidos vía Italia, en que se abrió la puerta y por ella se cayó una señora— me quedé más nerviosa. ¡Cuidado!
Es una pena que Dora y Telémaco ya no te encuentren ahí. Maria Alice y Eduardo pretenden pasar unos días en Guarujá, y Rosée en la finca, en Paraná, donde ya la espera su marido.
Fui dos veces a visitar a las “Paula Leite”. No las encontré cuando fui la primera vez, estaban en la finca y ahora en Santos. Dejé convites hechos a Antoni, que no ha aparecido ni poco ni mucho, ni si quiera por el escritorio. ¡Mi “torero” me está haciendo falta! Los platillos voladores al final ya están alarmando en los E.U., y ahí,… nada, ¿no? Ellos me aterran.
Debes estar cansado de leer tantas… niaiseries (Tonterías), pero es un medio de engañar a las saudades, escribiendo. Reza en Lourdes por mí, que rezo, comulgo, y hago promesas por ti, ¡hijo mío querido! Con muchas bendiciones, te envío los más afectuosos
besos y abrazos. De tu madre extremosa,
Lucilia
Saluda a tus amigos de mi parte.

“Donde va mi corazón, vas tú dentro…”

Debido a los atrasos del correo, pasaron casi tres semanas sin llegar misivas del Dr. Plinio. Por fin, el día 18 de julio, el cartero trajo el tan esperado envío. Nada más recibirlo, todas las cuerdas del alma de doña Lucilia vibraron de intensa alegría. Con su paso ágil, al que no le faltaba algo de majestad, se dirigió al escritorio y, con un abrecartas, abrió cuidadosamente el sobre. Después buscó el lugar más luminoso de la sala, y allá se sentó tranquila, a fin de leer la carta del filhão para la “querida Manguinha”:

Coliseo, Roma

                                         Coliseo, Roma

Roma, 10 de julio de 52.
Luzinha querida.
Son las 3:30 de la mañana. He estado tan ocupado estos días que he decidido quedarme trabajando hasta ahora, para escribir informes, notas de viaje, cartas, etc. Como el trabajo aún está por la mitad, he resuelto pasar la noche en claro e ir a comulgar a las 5 de la mañana.
¡Y sería imposible que, en medio de tanto trabajo, no hubiese un poco de tiempo para escribir a mi Manguinha del corazón, para decirle que siento unas saudades inmmmmmmmmmmmmmmmensas de ella!
Debo partir para Barcelona entre el 15 y el 17. Las personas del 6º piso tienen mi dirección en España. La respuesta a esta carta deberá ser enviada allí.
Como de costumbre, querida mía, deseo saber todo a su respecto: salud, oraciones, horarios, y quiero también saber si usted ha tenido algunas saudades de mí.
En Roma hace un calor canicular. ¡Un día de estos hizo 40 a la sombra! Por la noche la temperatura mejora. Es la hora humana de Roma.
Aún hoy, terminada la cena, he hecho todas mis oraciones… en un coche de caballos, como en el tiempo en que Lú era jovencita, y que me llevó, solo, a pasear por el Pincio. Cuando se pasa el día entero con gente la soledad es una deliciosa necesidad. Me hace recordar la frase de San Bernardo: ¡oh, beata solitudo; oh, sola beatitudo!  (¡Oh, bienaventurada soledad; oh, única bienaventuranza!) (…)
¿Y cómo va el maravilloso apartamento, del cual siento tantas saudades? ¿Qué fue lo que rompió Rosa? Dígamelo, porque me quedé preocupado. Querida mía, quiero aún decirle una palabra a Papá. Para usted, amor mío del fondo del corazón, todo el afecto, todo el respeto, mil millones de besos y de saudades del hijo que le pide la bendición.
Plinio

Ciertamente que le debieron apenar a doña Lucilia las diversas dificultades que su hijo tuvo que enfrentar en la capital italiana. Sin embargo, con el alma inundada de alegría por recibir tan cariñosas palabras, se quedó más aliviada al saber que estaba bien de salud. Después de una atenta lectura de la carta, doña Lucilia se puso a escribir aquel mismo día una respuesta, pero el cansancio de la noche la obligaría a dejarla para el día siguiente:

18-VII-1952
doña_lucilia¡Hijo querido de mi corazón!
He pasado diecisiete días sin recibir cartas tuyas, habiendo tenido algunas ligeras noticias a través de los jóvenes del sexto, que tu padre o Adolphinho me traían.
Gracias a Dios, he recibido por fin, con gran alegría, tu última del día diez de este mes. Hijo mío, ¡qué saudades, cuántas saudades de ti, querido! Rosée y Zilí han procurado distraerme, llevándome a ballets, buenos conciertos, algunos cines; han venido con frecuencia, Maria Alice también, pero como sabes, “como siempre”, donde va mi corazón, vas tú dentro… Como debes saber, he comulgado y rezado mucho, para que el Divino Espíritu Santo (a quien he hecho una promesa) te guíe y te inspire, y Nuestra Señora Auxiliadora te proteja y auxilie. Fui con tu padre a la novena el día dieciséis en la Iglesia del Carmen, a rezar por ti, y allí estuve con tus amigos, lo que me trajo muchos recuerdos. Zilí recibió tu carta, y no imaginas el placer que le diste. Yayá, continua en Río, y Dora, en Campos do Jordão. Fui ayer a la Misa de séptimo día de la Baronesa de Arary, a quien estimaba mucho. Después de la Misa, en la Iglesia de San Luis, me dio la comunión el dominico que casó a Maria Alice y Eduardo. Le vi también en las iglesias de Santa Teresita y de San Antonio. ¡Qué activo es! Rosée, Antonio, Maria Alice y Eduardo cenaron ayer aquí. Fue muy sentida tu ausencia. Hice lo que pude y pienso que fue todo bien; por lo menos, fue lo que me dijeron, pero es preciso descontar las amabilidades de rigor. En cuanto a los desmanes de Rosa, no pasó felizmente más allá de la rotura de los
cordones de las persianas de las salas, desperfectos en la pulidora y el aspirador, y rotura del cristal de la parte trasera del cuadro del vestíbulo; ya está todo arreglado, felizmente.
Adolphinho y Telémaco salen mañana para Campos do Jordão.
Te pido una vez más que no te olvides de mandar decir una Misa y encender una vela por intención de Rosée, en el altar de Nuestra Señora de Begoña. (…)
Si vas a Portugal, infórmate acerca de nuestros parientes de Oporto. Tienen un título cualquiera, y viven cerca de la Iglesia de los Salesianos, por lo menos, fue lo que me dijo el Padre salesiano don Esteves dos Santos.
¿Cuánto tiempo te quedas ahí en España? ¿Vuelves aún a Roma antes de ir a París? Escríbeme pronto, y siempre que puedas. ¡Leo, leo y releo tanto tus cartas! Bien… ¡hasta la próxima carta! Que Dios te guarde, te bendiga, y te acompañe.
Muchos y muchos besos y abrazos de tu mamá tan saudosa y extremosa,
Lucilia
Un beso de tía Zilí.

“Donde va mi corazón, vas tú dentro”… esa actitud de amor, casi se diría que religioso, es una constante en doña Lucilia, pues, más que un hijo común, ella veía en el conjunto de las cualidades del Dr. Plinio, las armonías de un órgano para cuya construcción ella había contribuido con manos de artista. Pero no se satisfacía apenas con las cartas que le eran dirigidas. No perdía ocasión de leer y guardar otras enviadas por el Dr. Plinio a sus amigos del 6º piso. Veamos cómo describe don João Paulo, el día 19, la actitud de gratitud de doña Lucilia para con su sobrino Adolpho por haberle proporcionado la oportunidad de degustar una de ellas:

Fue con el mayor placer que recibimos, traída ayer por Adolpho, tu carta colectiva, dirigida a los jóvenes del 6º piso. Lucilia la leyó por la noche al acostarse, y amaneció transmitiéndome con calor todas las emociones que sintió; ella supuso que la carta había sido dejada en su mesa de noche por Adolpho, por lo que abrió a favor de éste un crédito de besos a ser satisfecho a la vista del mismo Adolpho…

En seguida, don João Paulo le comenta una cena ofrecida por doña Lucilia a algunos parientes:

Lucilia se esmeró en la presentación de su banquete; hubo bastante alegría y ella misma se manifestaba al final verdaderamente radiante. Sin embargo, notaba tu falta, lo que restringía su alegría.cropped-sdl-11.jpg

Para apaciguar las saudades, conversaciones por escrito.

cap12_023São Paulo, una fría tarde de julio de 1952. Los últimos rayos de sol, tras jugar con las ramas de los árboles de la Plaza Buenos Aires, acaban por retirarse, dejando lugar a una espesa neblina que, lentamente, va ocupando las calles del barrio de Higienópolis. En su apartamento, una distinguida dama reza su rosario y piensa en su filhão querido que está del otro lado del océano. Concluidas las oraciones, toca la campanita y pide a la empleada que le traiga el chal color lila.
Después de habérselo puesto sobre los hombros, decide escribirle a su hijo. Con toda calma se dirige al Salón Azul, levanta la tapa del escritorio, toma la pluma y comienza:

S. Paulo II-VII-952
¡Hijo querido de mi corazón!
¡Cuántas saudades hijo mío! Para apaciguarlas un poco, vengo a conversar contigo por escrito. Releo con frecuencia la única carta que me has escrito, así como las de Rosée y Maria Alice las cuales he guardado para mí. He leído también la que fue recibida con gran regocijo en el 6º piso. (…)
El día de San Pedro fui a la procesión del Sagrado Corazón de Jesús, que, de tan pobre y mal organizada, comprimía el corazón. ¡Qué falta hace el padre Falcone! (Padre Caetano Falcone, Salesiano, fue durante largos años el Rector del Santuario del Sagrado Corazón de Jesús). Rosée ha sido muy dedicada y llena de atenciones. Ha venido todos los días a verme, cenando con frecuencia. Maria Alice también ha aparecido por aquí, trayéndome siempre alguna cosa de regalo. Después de tu partida, Rosée me ha llevado a dos espectáculos de ballet y a un concierto de piano para distraerme un poco.
Dean Acheson (Secretario de Estado del Presidente norteamericano Truman)  está siendo esperado en Río y de allí vendrá a São Paulo.
No sé cuándo ni dónde recibirás esta carta, si aún en Italia o si ya en España… ¡me quedo tan aprensiva con estos viajes de avión, y… con todo lo que te pueda suceder o disgustar! Mira si puedes hablarme un poco más de ti y de todo lo que te concierne. Respecto a los restaurantes es bueno que no te excedas. Si no enfermarás y perderás el placer de la mesa por harto, o por privaciones, lo que es a veces penoso, ¡que lo diga yo!
Estamos pasando por una nueva ola de frío y, con tu padre, estamos los dos abrigaditos en nuestra “casa agradable” que el hijo querido preparó para consuelo de nuestra vejez. Una vez en un autobús y otra en un coche alquilado [fulano de tal] trató, con poco éxito, de conversar con tu padre.
He rezado, comulgado y asistido a las Misas por tu intención, y creo en Dios, Nuestra Señora y el Divino Espíritu Santo, que no te dejarán un momento y te protegerán siempre, haciéndote muy feliz en todo, como tanto lo mereces.
Zilí recibió tu postal el día 30 y se mostró muy emocionada y contenta. ¡“Mille grazie”! (“Mil gracias” en italiano) ¿Te he aburrido demasiado? Cansada, termino ésta enviándote junto con mis bendiciones, muchos y muchos besos y abrazos.
De tu mamá extremosa,
Lucilia
Te pido que no olvides cumplir el pedido que te hice en la última carta de mandar celebrar una Misa y encender una vela, en el altar de Nuestra Señora de Begoña, por la intención de Rosée, ¿sí? Otro beso más y una “crucecita” de mamá.

Estas últimas palabras de doña Lucilia expresan, una vez más, el desvelo incomparable de una madre católica que nunca dejaba de tener como preocupación primordial a sus propios hijos. Era especialmente por ellos que vivía, rezaba y se sacrificaba, sin descuidar el deber de incluir en sus oraciones a todos sus familiares. Pero las noticias de su hijo eran cada vez mas escasas. Una de las cartas, escrita desde Roma, se extravió, y sólo llegó a las manos de doña Lucilia mucho tiempo después de terminado el viaje. La guardó cuidadosamente, junto con las otras, para leerlas en las horas de soledad. Hela aquí:

Roma, 27 de junio de 1952.
Luzinha querida de mi corazón, Tal como le anunciaba en mi telegrama, que usted debe haber recibido ayer, llegué de París el día 26, en avión, a Roma después de dos hora y pico de viaje, durante el cual sobrevolamos Suiza, pasando sobre el Lago de Ginebra, los Alpes y, por supuesto, el imponentísimo Mont Blanc. El mismo día de nuestra llegada fuimos a la Basílica del Vaticano, donde tuvimos la ocasión de rezar ante el altar del

cap12_057Bienaventurado Pío X, ahora expuesto a la veneración de los fieles, junto al altar de San Pedro y junto al de Nuestra Señora de la Piedad, donde está expuesta la famosísima estatua de Miguel Angel que representa a Nuestra Señora con su Hijo muerto en los brazos. Después nos quedamos en la plaza de San Pedro, viendo, midiendo, examinando y comentando hasta caer la noche. Finalmente, tomamos un coche de caballos y, por las callejuelas sinuosas y pintorescas de la Roma antigua, llegamos hasta
las avenidas más modernas y, por ellas, hasta el hotel. A la mañana siguiente fuimos a recibir la Sagrada Comunión en la Basílica, y después comenzamos a trabajar. Ayer nos quedamos poniendo en orden papeles, pues los que habíamos traído de São Paulo necesitaban ser revisados.
Hoy he comenzado los primeros contactos, y estoy reservando unas horas para la correspondencia, mientras el resto del equipo termina de poner en orden los papeles. Espero quedarme en Roma hasta el 15 de julio y después continuar para España. He dejado encargado que me manden de París las cartas que eventualmente lleguen al Regina. La temperatura aquí está asfixiante, pero a los italianos les parece todo normal. Como París, también Roma está mucho más animada que en 1950. Se ve que las cicatrices de la última guerra están desapareciendo. Aún así ¡hay dos millones de desempleados!
Salí muy satisfecho de París, no sólo por la ciudad, superior a cualquier elogio, sino también por el resultado de los trabajos que allí realicé. Que Nuestra Señora me auxilie para que aquí también todo vaya bien.
Mi amor, me ha gustado mucho su carta, con la narración pormenorizada de todo lo que hace. Envíeme otra, igualmente BIEN METICULOSA, pues, como sabe, en las cosas que me interesan exijo pormenores. Hay uno sobre el cual quiero precisión absoluta: ¿cuántas horas ha dormido por las noches Mme. la Marquise?
Desde París envié postales a toda la familia. Me gustaría saber si las han recibido.
Como tengo muchísimo trabajo por delante, voy a acabar. No hace falta que le diga, querida, cuántas saudades tengo de usted… ¡Son inexpresables! En todo momento, me acuerdo de mi Manguinha del corazón. Y, siempre que me acuerdo de ella, hago la siguiente reflexión: LÚ me quiere bastante como para entender que lo que yo más quiero de ella es que cuide de su propia salud.
Rece por mí, querida, y déle su bendición a este hijo que la quiere tanto cuanto puede, y menos de lo que usted merece, y que le manda millones y millones de besos.
Plinio
Querido Papá:
Muchas gracias por su carta, informativa como todas, y que al mismo tiempo me hizo dar unas buenas carcajadas. El calor que siento por aquí me recuerda el que sentí en Recife. ¡Es algo extraordinario! Así, me acuerdo con envidia de ese frío paulistano del cual usted se queja. Así son las cosas. Cada uno de nosotros está metido en una temperatura que no le gusta.
Roma es impresionante y emocionante desde el punto de vista religioso, pero es para mí un lugar de abundante y delicado trabajo. Así, creo que será ésta la fase más árida de mi viaje. Le pido que siga poniéndome al corriente de lo que vaya pasando por ahí.
Con un abrazo muy saudoso, pide su bendición el hijo que mucho le quiere.
Plinio

cap12_054Debido a que esta carta, como antes se dijo, sólo llegó posteriormente, doña Lucilia seguía sin noticias del Dr. Plinio. De ahí haberle escrito nuevamente presentando una suave queja, a la cual no faltó algo de pintoresco relativo a la ausencia de novedades. A cierta altura de la bonita misiva nos agradará un destacado aspecto de su noble alma: la cuidadosa sensibilidad con respecto al brillo de la sociedad temporal. Ella no veía contradicción entre los esplendores de ésta y la infinita grandeza del Sagrado Corazón de Jesús. Por el contrario, para ella el Divino Maestro estaba en la raíz, era la fuente de todo cuanto de maravilloso pudiese realizar el hombre. Todas estas obras Él las amaba con infinito cariño y de manera proporcionada.

São Paulo, 9-VII-52
¡Hijo querido de mi corazón!
Ansiosa, esperaba desde algunos días ser atendida con una de esas dádivas preciosas que es la carta de un hijo que me llena el corazón de saudades… y sin embargo, nada, ni siquiera una postal. Parece increíble mas, a veces, me pongo a pensar que tal vez mi hijo querido no esté soportando bien esta canícula inusitada en Roma. Todos se ríen cuando lo digo, pero todo es posible, ¡pues eres tan sensible al calor! “ Pour un en cas”  (Por si acaso), como dicen los franceses tan amigos tuyos, te escribo ésta, con la esperanza de que, no alcanzándote en Roma, te sea enviada a las tierras de mis bisabuelos, Portugal y España. (…)
Como un meteoro, —apenas veinticuatro horas— pasó por aquí, el matrimonio Dean cap10_028Acheson. Marjory Prado les ofreció uno de estos raros y grandes Bailes con “letra mayúscula”, con gran profusión de luces, flores y, atrás de la casa, una colosal terraza toda cubierta de tejido rojo oscuro, y recubierto de hiedras, y unos bonitos espejos antiguos, y en el techo cinco lámparas de cristal, y se bailaba por todas partes. Rosée y Maria Alice estuvieron allí con sus respectivos maridos, estaban muy chics y, como abuela, puedo decir que Maria Alice estaba un encanto… Se veían joyas y trajes de gala bellísimos, y la acumulación de gente era tal que Rosée, Maria Alice, Bebé y Nia Washington se buscaban en vano y, al final, ¡salieron sin encontrarse! Cambiaron impresiones al día siguiente. Rosée se quedó visiblemente satisfecha con tu telegrama. Cenamos allí, con mis dos hermanas — Néstor de viaje. Adolphinho, de acuerdo con Rosée, cenó con… ¡los del sexto piso! Antonio le dio a Rosée dos collares más de perlas iguales al que ya le había dado últimamente — más una linda trousse (Pequeña bolsa) de
oro, bien trabajada y toda incrustada de rubíes. Su hija y su yerno le dieron un anillo, de esos modernos, que no aprecio, incrustado de brillantes, y que fue muy elogiado.
Junto a tu padre he sufrido con el frío, que está duro de soportar. Durante el almuerzo, él abre las cortinas y el sol le baña de lleno las espaldas, quedándose contento. Y yo, con saudades, busco a alguien, y a unas manos queridas que están ausentes hace un largo mes.
¿Cómo van tus estudios, tus visitas a esos “mil y un” museos, y tus viajes? ¿Todo a tu gusto? Si fuese posible, debéis hacer una excursión en barco por el Loira a los castillos “intactos” que aún conservan sus márgenes. ¿No vas esta vez a Lourdes, o a Paray-le-Monial ? Te pido que no dejes de mandar celebrar una misa y encender una vela a Nuestra Señora de Begoña, por la intención de Rosée; — ¿De acuerdo, querido? (…)
Con mi corazón, recibe muchas bendiciones, abrazos y besos. De tu madre extremosa,
Lucilia

El 10 de julio, don João Paulo transmite de pasada, en una carta, noticias de doña Lucilia:

En casa todo transcurre normalmente. Tu madre sigue bien.
Tiene, una que otra vez, crisis de intensa saudade. Lee, entonces, tus cartas y las relee, y termina en aquellas interminables oraciones que bien conoces. Y vuelve el buen tiempo.

Por medio de su esposo, doña Lucilia enviaba un recado a su hijo:

A propósito, al escribir ésta, Lucilia me ha pedido que te diga que debes tener el mayor cuidado con los automóviles, en vista del reciente rapto del abogado de Berlín, que tanto la ha impresionado…

Evidentemente el Dr. Plinio tomaría en cuenta la observación materna, pues había comprobado, no pocas veces, el acierto de las intuiciones de doña Lucilia en todo lo que a él podía causarle daño. Sin embargo, más que la propia advertencia le agradaba aquella incesante manifestación de solicitud.