Un paseo por las tiendas de juguetes

Al visitar las tiendas de juguetes con ocasión de la Navidad, sin distinguir con claridad desde el primer instante, dos tendencias se le presentaban al niño Plinio: una, la de gozar la vida; otra, la de cargar la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Con el paso del tiempo, los hechos se impusieron, comenzó a batallar y pasó a desarrollar una lucha raciocinada contra la Revolución.

En las proximidades de la Navidad, Doña Lucilia nos llevaba a mi hermana y a mí, junto con la Fräulein (1) Matilde, a merendar en la Casa Mappin (2).

Un misterio de la Navidad…
plinio_pequeñoEra un té en el sistema inglés, con tortas, helado –a los niños les gusta el helado superlativamente– y sándwiches con jamón importado. También había una cosa bastante simple que me gusta mucho y era preparada con esmero en el Mappin: pan tosta do con mantequilla, hecho de tal manera que el pan todavía estaba suave, la mantequilla se derritiese toda y penetrase en él, dando un sabor especial al conjunto; y música tocando.
Nosotros nos sentábamos, generalmente, en un lugar desde donde podíamos contemplar la vista al fondo, con las ventanas grandes abiertas, por las cuales entraba un viento fuerte. ¡Y yo era un entusiasta de los ventarrones! Días después de ese té, dábamos una vuelta por las tiendas de juguetes, para que mi hermana y yo escogiésemos los regalos. Ya estábamos grandecitos, sabíamos que no existía Papá Noel. Entonces escogíamos nuestros regalos, pero a pesar de todo, no sé por qué no nos eran dados en ese momento. Doña Lucilia mandaba a comprar los regalos y quedaba acordado que serían entregados en nuestra casa. Hacía parte de los misterios de la Navidad.
Es posible que mi madre los llevase, sin que yo me diera cuenta. Toda la vida fui muy distraído, sobre todo con las personas en quien confío. ¡Y con ella yo tenía océanos de confianza!

Desarrollo de una veta militarista

4ad73155-fe30-4183-b3c6-2d57720b9490Entre las tiendas de juguetes, había una de alemanes llamada “Casa Fuchs” –Fuchs es una palabra alemana que quiere decir zorro–, donde exponían regalos que me dejaban entusiasmado. Como ya iba desarrollándose mucho en mí una veta militarista, los soldaditos de plomo me encantaban.
Pero ellos tenían también cajas con ciertos materiales para “construir casas”. Creo que eran juguetes norteamericanos. Se trataba de una masa con varios colores, con la cual un niño podía imaginar y construir una casa. El olor de esa masa y de las ramas de los pinos, con las cuales los de Fuchs adornaban por dentro la
tienda, me quedaron como dos aromas característicos de Navidad. Esas cosas despertaron en mí un deseo desmedido de gozo de la vida, de llevar una existencia placentera, con dinero, haciendo lo que yo quería, sin ningún sacrificio, sin pecado, pero deliciosa en todo. Y como justamente no entraba allí ningún consentimiento en el pecado, yo creía que todo eso era muy bueno y podía entregarme a aquellos placeres como quisiese. De donde resultaba un deseo de vida lujosa, pero no de un lujo cualquiera; ¡el lujo de un Gran Duque! Bien entendido, en mis proyectos entraban viajes a Europa. Tenía también la idea de viajar a Estados Unidos, pero debo confesar que la Estatua de la Libertad me causaba un horror poco descriptible. Además, yo me hacía una idea de Estados Unidos en cuanto nación protestante, no tenía noción de la existencia de tantos católicos ya en aquel tiempo, por causa de la inmigración  italiana, irlandesa y otra serie de factores.
Ahora bien, cerca de mi casa había una iglesia protestante, y yo soñaba con dar un tiro de cañón y derrumbar la torre de aquel templo herético. Se puede imaginar que nada de eso aumentaba en mí el deseo de ir a Estados Unidos. Excepto dos cosas que siempre me fascinaron: las Cataratas del Niágara y los Grandes Lagos. El resto, mucho menos. ¡De los rascacielos yo sentía una fobia que no hay palabras!

Delante de dos caminos

Así, yo veía abrirse delante de mí dos caminos diferentes, fuera del pecado: uno, el de gozar la vida; otro, cargando la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, sufriendo persecución, siendo detestado, odiado, ignorado, puesto de lado por los otros. Esas dos tendencias no llegué a distinguirlas enseguida. Sin embargo, los hechos se impusieron para mí, porque comenzó la batalla dentro del colegio. Entonces, pasé a desarrollar una lucha raciocinada, política, en aquel ambiente, para disputar un lugar al sol, que el silencio bellaco y el abandono me negaban. Se inició, por lo tanto, una táctica propiamente de un político, con habilidades mayores o menores –no me tengo en cuenta de gran político–, para solo voltear patas arriba la política que se hacía contra mí. Entraba hasta un tanto de guerra psicológica, la cual yo ni siquiera sabía que existía, pero que, palpando, iba percibiendo: tal cosa se hace así, tal otra de esa forma, etc. Entonces, alteré en parte la situación. Pero en esa ocasión tenía contra mí a toda la Revolución y ya había formado el ideal de la Contra-Revolución. ¡Le torcí el cuello a la bruja, no pensé en la vida de Gran Duque, y tomé la cruz de Nuestro Señor Jesucristo!

(Extraído de conferencia del 5/6/1991)

1) En alemán: señorita. Gobernanta del Dr. Plinio.
2) Situada en el centro antiguo de São Paulo

 

Modo de ser de Doña Lucilia

Con base en fotografías, el Dr. Plinio comenta algunos aspectos de Doña Lucilia: el cariño y el afecto hacia su hijo, los cuales lo acompañaron hasta el fin de la vida de ella; la disposición a la piedad y al vuelo de espíritu; la dulzura, la alegría, la vigilancia, la compostura y la suavidad en medio de la lucha y del dolor.

 

Recibí de regalo un álbum de fotografías de mi madre, que abarca las etapas sucesivas de una vida presentada mucho antes de que yo hubiera nacido, y que después se va desarrollando hasta el momento en que soy mostrado en sus brazos, donde hay una sonrisa en la cual reconozco mil otras sonrisas. Existe un cariño y un afecto, en el cual constato el mismo cariño y el mismo afecto que me acompañaron hasta el fin de su vida.

Elevación de alma, piedad, sufrimiento y lucha

sec3b1ora_doc3b1a_lucilia_024.jpgLas fotos registran también la continuación de esa vida. En la que mi madre me sostiene en sus brazos, ella está risueña, alegre. Pero en la de París se encuentra muy preocupada. En todas las fotografías anteriores, desde la primera, está presente el pensamiento; hay elevación de alma, disposición a la piedad, vuelo de espíritu. Pero se salta de repente de la época en que estoy tan pequeño y mi madre aún joven a la edad en la cual ella ya pasó por una gran prueba: la cirugía hecha en Alemania, precedida por una larga fase de enfermedad dolorosísima. En aquel tiempo, no había anestésicos como en nuestros días, de manera que ella sintió dolores lancinantes. Ella me dijo una vez que tenía el deseo de, en la cabina del navío que la llevó a Europa, quedarse de pie en la cama y agarrarse a la pared, tal era el dolor. En determinado momento los padecimientos fueron tales que el capitán del navío llegó a mandar a preparar un ataúd para ella. De repente, todo eso pasa y ella se encuentra en una de esas fases decisivas de la vida espiritual en que la persona ya no es joven, pero tiene fuerza, énfasis. Nada en ella conoce aún las suavidades del crepúsculo. Está en la punta de la vida. En la fotografía siguiente se nota algo que, sin haberse quebrado, alcanzó una zona de tranquilidad indicativa de una vejez que comenzó. Ella está más sonriente, más complaciente, prestando mucha atención a lo que pasa. Me acuerdo perfectamente de lo que se trata: la inauguración de las máquinas del Legionario en el primer piso del predio de la Legión de San Pedro, de la Congregación Mariana de Santa Cecilia. Era un acontecimiento de mucha importancia, con la presencia del Arzobispo Don Duarte, del Obispo de Sorocaba, Don José Carlos Aguirre, y de señoras de la alta sociedad de São Paulo. Doña Lucilia estaba muy complacida con lo que ocurría. Al contrario de la fotografía anterior, en que ella aún se encontraba en la batalla.

El cuerpo cada vez más debilitado, pero el alma volando hacia arriba

cropped-sec3b1ora_doc3b1a_lucilia_034.jpgEn otras ocasiones, se nota que el anochecer comenzó a proyectar sus primeras suavidades. Pero, en el fondo, se percibe que la lucha y el dolor continúan. En la fotografía, por ejemplo, del cierre de una Semana de Estudios, en la Escola Caetano, en la Plaza de la República, la actitud de mi madre es de un cuerpo con menos fuerza, pero la mirada está atenta, y mucho. Y ella permanece vigilante en toda su posición, su compostura, incluso encontrándose entre sus íntimos, pues estaba entre su sobrino y su señora. Probablemente el conferencista era yo. Pero ella estaba atenta, procurando analizar todas las cosas. Inclusive, si fuese para darme un consejo, después ella me lo daría. En otra fotografía, el tiempo ya caminó más y alguna cosa del alma va como distinguiéndose del cuerpo y separándose. El cuerpo está cada vez más affaissé (1), pero el alma está volando hacia arriba. La extrema vejez comporta sonrisas. En esta ocasión, Doña Lucilia estaba jugando con el bisnieto, mostrándose muy interesada en el asunto. El Quadrinho (2) nos dio el último brillo, el último lance de aquel modo de ser, de aquella mirada, de aquella dulzura, de todo aquello que parece haber sido hecho para encantar a mi João (3) y, a través de él, maravillar a todos los que siguieron sus pasos, en el camino seguido por mí. Todo eso no puede dejar de complacerme enormemente. Yo le pido a mi madre, cuya alma no tengo duda de que está en el Cielo, que rece por todos nosotros, a fin de que nos mantenga siempre más unidos, más vueltos hacia Nuestra Señora y caminando hacia aquel punto terminal, que es la bienaventuranza eterna, hacia donde ella nos precedió.

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(Extraído de conferencia del 29/6/1987)

1) Del francés: declinado, debilitado.
2) Cuadro al óleo, que mucho le agradó al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.
3) El Dr. Plinio se refiere a Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, su fiel discípulo y  secretario personal durante más de cuatro décadas.

 

La acción de Doña Lucilia desde el Cielo

Desde el Cielo, Doña Lucilia realiza la máxima: “vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien”, lanzando una mirada bondadosa sobre el necesitado que recurre a ella, estableciendo con él una relación personal, adoptándolo y resolviendo los impasses que no tendrían solución.

3p177Se acostumbra interpretar de modo equivocado la tendencia a sublimar a los muertos. A propósito, hoy en día lo más frecuente es olvidarlos.

Ciertas almas reciben permiso de la Providencia para revelar a los vivos algo que en vida no mostraron enteramente. Un ejemplo es Santa Teresita, que en el Carmelo era tenida como una persona común, pero después de su muerte se manifestó mucho.

Eso se da con Doña Lucilia también. Su luz primordial marcó de un modo sobrenatural el ambiente doméstico. La noto presente de un modo vivo en todos los ambientes de la casa, pero es en la sala de visitas donde más la siento, aunque no fuese su living. Tal vez por estar allí los muebles de la casa de mi abuela, ese era el ambiente específico de ella.

A pesar de tener una idea muy vaga de la existencia de la Revolución, y de no saber hasta qué punto ella veía el carácter uno del declive del mundo contemporáneo, mi madre era profundamente contrarrevolucionaria.

Ella no se entregaba a discusiones de Historia o de política. Ni se entendería que lo hiciese. No obstante –y aquí está lo que considero la luz primordial de mi madre–, tenía cierto núcleo de la Contra-Revolución, remontando ya hacia otro orden que consiste en estar continuamente con los ojos puestos en lo trascendental y vivir en la contingencia de él desinteresadamente. Todas sus fotos muestran eso.

Estableciendo una relación personal con quien es ayudado

R235-D-LDL-Dona-Lucilia-700x537Experimentar esa presencia es una gracia. Sin embargo, intentar comprender eso antes de recibir una gracia así, de comunicación con ella, es como querer ver un color siendo ciego.

Doña Lucilia establece una relación personal como si estuviese junto a quien ella ayuda. Es la gracia presente en ella que actúa sobre nosotros, manteniendo una proporción con nosotros, y no como quien nos concede algo desde lo alto del fastigio de su gloria. Ella adopta al necesitado, resuelve el impasse y el problema, lanzando una mirada bondadosa sobre aquello que no tendría solución. La persona comprende que algo actúa, y es la mentalidad de ella. De esa manera, en el Cielo ella realiza el “vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien”.

En la auténtica devoción a María Santísima hay algo de eso, llevado casi hasta el infinito. Quien no recibió una gracia así, de modo a sentir a Nuestra Señora, no inició aún la verdadera devoción.

La gracia que recibí en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, junto a la imagen de María Auxiliadora, fue así. Desde entonces nunca más vi una imagen de Nuestra Señora sin sentir eso. Aunque fuese una puntita, ¡pero es una puntita que habla enormemente!NSra_Auxiliadora_IgrejaSCoracao_005-1-e1650497470325-700x568

La transmisión de esa gracia de Doña Lucilia es como algo que viene de afuera hacia el fondo del alma. En el discernimiento de su acción hay algo fundamentalmente semejante a discernir la acción de María Santísima. El alma de mi madre recibía esa comunicación viendo la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y de Nuestra Señora que quedaban en su cuarto. Especialmente la gracia de equilibrio temperamental, yo sentía que ella la recibía a través de las imágenes.

Lente de aumento para comprender al Sagrado Corazón de Jesús

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Imagen del Sagrado Corazón ofrecida a Doña Lucilia por su padre

La imagen del Sagrado Corazón de Jesús que estaba en el oratorio del cuarto de mi madre tenía una mezcla de severidad, de dignidad, un fondo de tristeza, mucha dulzura y afabilidad.

Muchas veces, entrando en su cuarto, incluso sin estar ella rezando, inmediatamente sentía la afinidad de ella con el Sagrado Corazón de Jesús. Ella hacía para mí el papel de lente de aumento para que yo pudiese entender enteramente al Sagrado Corazón de Jesús. Y no sé si yo habría comprendido la imagen, si no hubiese sido por mi madre.

Por eso en el Quadrinho1 se nota, a pesar de la pobre vida física, la pujante vida espiritual. En ella de joven se nota pujanza y afirmación, ¡pero con una afirmación del alma tan por encima de las virtudes físicas! Es raro ver eso: una vitalidad física que no empaña la vitalidad del alma. Sin embargo, mirando después su Quadrinho –ella ya anciana–, se puede perfectamente decir: es una persona formada en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Más aún: ¡el Quadrinho muestra a la persona inmediatamente después de haber rezado delante de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús!

«El Sagrado Corazón de Jesús, Nuestra Señora y mi madre forman un todo par mí»

La imagen de Nuestra Señora, también perteneciente a mi madre, tiene una dulzura conexa con la del Sagrado Corazón de Jesús. De ella fluye un mundo de misericordia para el alma buena. Con la Santísima Virgen es así: el pecador descalificado no se siente desanimado. Su imagen da amparo al pecador descalificado. No sucede lo mismo con el Sagrado Corazón de Jesús. Pues Él es Padre, pero también es Juez. Tenía entonces que existir la Virgen, que solo perdonase y no juzgase. Hay un tenor enorme de santidad extraordinaria que se desprende de la mirada del Sagrado Corazón de Jesús. Sin embargo, no da coraje de rezarle el Memorare2. ¡El Memorare tiene que ser para su Madre! Ella es accesible, tiene contacto personal con el pecador… Ella establece una proporción entre Nuestro Señor Jesucristo y yo. Para mí, el Sagrado Corazón de Jesús, Nuestra Señora y mi madre forman un todo.

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(Extraído de conferencia del 7/5/1977)

1Cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos, con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.

2Del latín: Acordaos. El Dr. Plinio se refiere a la oración compuesta por San Bernardo.

 

Acción de presencia elocuente

Discreta al expresar en palabras sus sentimientos más íntimos, Doña Lucilia poseía, no obstante, una acción de presencia comunicativa que envolvía de afecto a aquellos que se aproximaban a ella, e incluso impregnaba los objetos de su uso.

Yo noto cierta dificultad –muy explicable– de parte de los más jóvenes en darse cuenta de  cómo una persona tan rebosante de sentimientos como Doña Lucilia fuese tan reservada al expresar esos sentimientos en palabras. Entonces, yo quería dar una explicación a ese respecto.

Mudanza de la mentalidad humana: de la polémica a la espontaneidad

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Hasta mediados del siglo XX se gustaba de polemizar y, por lo tanto, las personas admiraban a quien fuera un luchador. Por esa razón, era bonito y propio al hombre tener el control de sí mismo, darse cuenta de todo lo que pensaba, vigilar lo que sucedía en su exterior. Bajo algunos aspectos, esas características estaban para el conjunto del hombre como las torres están para una fortaleza medieval. Ellas serían las torres de la mentalidad humana. Churchill (1) fue de los últimos hombres de ese género. Clemenceau (2), Hindenburg (3 )y Ludendorff (4), sin duda alguna eran así. Sin embargo, la era de la polémica cedió el lugar a la era estilo Kennedy (5). En esa transición, pasó a ser bonito algo
diferente del autocontrol: la espontaneidad. El hombre ya no se da cuenta de lo que piensa, sino que deja correr las cosas, pensando lo que se le venga a la cabeza. Tampoco le importa mucho lo que dice. En el fondo, se trata de la negación del dogma del pecado original: todos los hombres son buenos y no necesitan controlarse. No necesitan controlar sus pensamientos y, por lo tanto, no necesitan controlar sus palabras, porque los demás siempre las recibirán bien. La espontaneidad se volvió el modo de ser habitual de las personas.

Sentimientos inefables transmitidos por la acción de presencia

Eso es lo contrario de aquello a lo cual yo fui habituado. En mi juventud, y a fortiori en el tiempo de Doña Lucilia, impresionaba en un hombre el hecho de que él tuviese dominio de sí mismo, de que se notase un espacio de respeto y reverencia entre lo que él pensaba y lo que consentía en pensar, y entre eso y lo que él decía. Sus palabras salían amoldadas a cada interlocutor, para producir el efecto deseado.
De una persona así se decía: “¡Ese es un hombre!” El espontáneo, por el contrario, se desacreditaba: “¿Ese es espontáneo? ¡Entonces no es civilizado!” De ahí resulta que, muy frecuentemente, la persona era llevada a guardar sus sentimientos más íntimos y más delicados, juzgándolos inefables, superiores a cualquier expresión. Y sabía hacerlos sentir, no por medio de palabras, sino por la presencia.

 Las señoras y los señores antiguos tenían mucha presencia y, por medio de la presencia, decían una serie de cosas demasiado delicadas para ser transmitidas verbalmente. Para usar una expresión que un día oí de un francés, ciertas confidencias muy íntimas se dicen en voz baja entre dos personas, una a la otra, aun cuando estén a solas. Es decir, sentimientos muy elevados, muy internos, se expresan más por la presencia, por la actitud, por un gesto, que por la palabra.

Silencio lleno de cariño y atención

3p186Ahora bien, si hay una persona que en mi modo de sentir tenía presencia, esa persona era Doña Lucilia. Y una presencia que rebosa incluso en las molduras de sus cuadros. Quien trató a mi madre sabe cómo ella manifestaba consideración, gentileza, atención, estima hacia alguien, sin decir esas palabras de amabilidad que se acostumbran a usar hoy.
Un miembro de nuestro movimiento me contó en cierta ocasión las impresiones que tuvo cuando la trató en el período de mi enfermedad (6), cómo mi madre era comunicativa sin necesidad de decir, por ejemplo: “Lo aprecio mucho”, “le tengo mucha simpatía”. Ni siquiera quedaría bien que ella lo dijese, pues sería redundante. Ya estaba dicho. Es como yo la sentía.
El shake hands (apretón de manos) caluroso de nuestros días no cabía en ella. La comparación incluso suena absurda, de tal manera estaba distante de su modo de ser. Sin estrangular los dedos de nadie, al dar la mano Doña Lucilia ya decía toda una serie de cosas. Eso explica por qué, en la convivencia con ella, yo me sentía —no digo a pesar de sus silencios, sino dentro de sus silencios, en la ausencia de elogios— acariciado de punta a punta, desde el primer momento de su contacto hasta el último. E incluso cuando salía de casa me sentía acariciado, tanto cuanto cabe de una madre hacia un hijo. Pero sin que ella
tuviera que decir nada. Me da la impresión de que, el tener que decir, es algo de tiempos más recientes, corresponde a la era kennediana. Las cosas que se dicen no son las más importantes. Lo que se es, lo que se comunica así, es, de lejos, lo más importante.

Chales que guardan el perfume de una presencia

Lucilia004Los que conviven conmigo me vieron enfrentar mil dificultades. Las dificultades conllevan riesgos, y yo sé bien que los riesgos entre los cuales estoy caminando van en un crescendo. Sin embargo, gracias a Nuestra Señora, nunca me vieron retroceder. Más aún, ¡nunca me vieron dejar de ser el primero en percibir una salida arriesgada y entrar por ella! ¡Si un riesgo es necesario, el primero en percibir la necesidad del riesgo y lanzarse en él, soy yo! Pues bien, tal era la acción de presencia de mi madre, y a tal punto esa acción de presencia penetró los objetos que le pertenecieron, que hasta hoy no tuve el coraje de ver la colección de varios chales suyos que están guardados en un armario, por temor de emocionarme demasiado. Vean la fuerza de una acción de presencia. El otro día, pensando que yo no lo supiera, alguien me preguntó:
– ¿Ud. sabe que en el armario están guardados algunos chales de Doña Lucilia?
– Sí, lo sé.
– ¿No quiere que se los lleve hasta la sala de trabajo, para que Ud. los vea?
Yo pensé conmigo mismo: “Es una pregunta embarazosa y no sé si él comprenderá la respuesta. Pero tal vez yo no haga bien mis trabajos después de haber visto esos chales”.
Entonces respondí:
– ¡No!
Poco a poco me voy preparando para ver esos chales. Cuando eso suceda, quiero verlos solo, en mi sala de trabajo, junto al Quadrinho (7). Si Nuestra Señora así dispone, llegará el momento. Yo me sentiré, en esa ocasión, respetado y acariciado como solo Doña Lucilia podría hacerlo.

(Extraído de conferencia del 1/5/1981)

Notas
1) Winston Churchill (*1874 – †1965). Estadista británico, conocido principalmente por su actuación como Primer Ministro del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial.
2) Georges Clemenceau (*1841 – †1929). Político francés, fue Primer Ministro de su país en dos mandatos, siendo el último de ellos durante la Primera Guerra Mundial.
3) Paul von Hindenburg (*1847 – †1934). Mariscal alemán que comandó el Ejército Imperial durante la Primera Guerra Mundial y posteriormente fue presidente de la República de Weimar.
4) Erich Ludendorff (*1865 – †1937). General del Ejército Imperial Alemán, que se destacó por su actuación durante la Primera Guerra Mundial.
5) El Dr. Plinio se refiere a John Kennedy (*1917 – †1963), Presidente de Estados Unidos.
6) Se trata de la grave crisis de diabetes que acometió al Dr. Plinio en diciembre de 1967, obligándolo a permanecer en reposo en su apartamento por algunos meses.
7) Cuadro al óleo pintado por uno de los discípulos del Dr. Plinio, con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.