Debido a los atrasos del correo, pasaron casi tres semanas sin llegar misivas del Dr. Plinio. Por fin, el día 18 de julio, el cartero trajo el tan esperado envío. Nada más recibirlo, todas las cuerdas del alma de doña Lucilia vibraron de intensa alegría. Con su paso ágil, al que no le faltaba algo de majestad, se dirigió al escritorio y, con un abrecartas, abrió cuidadosamente el sobre. Después buscó el lugar más luminoso de la sala, y allá se sentó tranquila, a fin de leer la carta del filhão para la “querida Manguinha”:
Roma, 10 de julio de 52.
Luzinha querida.
Son las 3:30 de la mañana. He estado tan ocupado estos días que he decidido quedarme trabajando hasta ahora, para escribir informes, notas de viaje, cartas, etc. Como el trabajo aún está por la mitad, he resuelto pasar la noche en claro e ir a comulgar a las 5 de la mañana.
¡Y sería imposible que, en medio de tanto trabajo, no hubiese un poco de tiempo para escribir a mi Manguinha del corazón, para decirle que siento unas saudades inmmmmmmmmmmmmmmmensas de ella!
Debo partir para Barcelona entre el 15 y el 17. Las personas del 6º piso tienen mi dirección en España. La respuesta a esta carta deberá ser enviada allí.
Como de costumbre, querida mía, deseo saber todo a su respecto: salud, oraciones, horarios, y quiero también saber si usted ha tenido algunas saudades de mí.
En Roma hace un calor canicular. ¡Un día de estos hizo 40 a la sombra! Por la noche la temperatura mejora. Es la hora humana de Roma.
Aún hoy, terminada la cena, he hecho todas mis oraciones… en un coche de caballos, como en el tiempo en que Lú era jovencita, y que me llevó, solo, a pasear por el Pincio. Cuando se pasa el día entero con gente la soledad es una deliciosa necesidad. Me hace recordar la frase de San Bernardo: ¡oh, beata solitudo; oh, sola beatitudo! (¡Oh, bienaventurada soledad; oh, única bienaventuranza!) (…)
¿Y cómo va el maravilloso apartamento, del cual siento tantas saudades? ¿Qué fue lo que rompió Rosa? Dígamelo, porque me quedé preocupado. Querida mía, quiero aún decirle una palabra a Papá. Para usted, amor mío del fondo del corazón, todo el afecto, todo el respeto, mil millones de besos y de saudades del hijo que le pide la bendición.
Plinio
Ciertamente que le debieron apenar a doña Lucilia las diversas dificultades que su hijo tuvo que enfrentar en la capital italiana. Sin embargo, con el alma inundada de alegría por recibir tan cariñosas palabras, se quedó más aliviada al saber que estaba bien de salud. Después de una atenta lectura de la carta, doña Lucilia se puso a escribir aquel mismo día una respuesta, pero el cansancio de la noche la obligaría a dejarla para el día siguiente:
18-VII-1952
¡Hijo querido de mi corazón!
He pasado diecisiete días sin recibir cartas tuyas, habiendo tenido algunas ligeras noticias a través de los jóvenes del sexto, que tu padre o Adolphinho me traían.
Gracias a Dios, he recibido por fin, con gran alegría, tu última del día diez de este mes. Hijo mío, ¡qué saudades, cuántas saudades de ti, querido! Rosée y Zilí han procurado distraerme, llevándome a ballets, buenos conciertos, algunos cines; han venido con frecuencia, Maria Alice también, pero como sabes, “como siempre”, donde va mi corazón, vas tú dentro… Como debes saber, he comulgado y rezado mucho, para que el Divino Espíritu Santo (a quien he hecho una promesa) te guíe y te inspire, y Nuestra Señora Auxiliadora te proteja y auxilie. Fui con tu padre a la novena el día dieciséis en la Iglesia del Carmen, a rezar por ti, y allí estuve con tus amigos, lo que me trajo muchos recuerdos. Zilí recibió tu carta, y no imaginas el placer que le diste. Yayá, continua en Río, y Dora, en Campos do Jordão. Fui ayer a la Misa de séptimo día de la Baronesa de Arary, a quien estimaba mucho. Después de la Misa, en la Iglesia de San Luis, me dio la comunión el dominico que casó a Maria Alice y Eduardo. Le vi también en las iglesias de Santa Teresita y de San Antonio. ¡Qué activo es! Rosée, Antonio, Maria Alice y Eduardo cenaron ayer aquí. Fue muy sentida tu ausencia. Hice lo que pude y pienso que fue todo bien; por lo menos, fue lo que me dijeron, pero es preciso descontar las amabilidades de rigor. En cuanto a los desmanes de Rosa, no pasó felizmente más allá de la rotura de los
cordones de las persianas de las salas, desperfectos en la pulidora y el aspirador, y rotura del cristal de la parte trasera del cuadro del vestíbulo; ya está todo arreglado, felizmente.
Adolphinho y Telémaco salen mañana para Campos do Jordão.
Te pido una vez más que no te olvides de mandar decir una Misa y encender una vela por intención de Rosée, en el altar de Nuestra Señora de Begoña. (…)
Si vas a Portugal, infórmate acerca de nuestros parientes de Oporto. Tienen un título cualquiera, y viven cerca de la Iglesia de los Salesianos, por lo menos, fue lo que me dijo el Padre salesiano don Esteves dos Santos.
¿Cuánto tiempo te quedas ahí en España? ¿Vuelves aún a Roma antes de ir a París? Escríbeme pronto, y siempre que puedas. ¡Leo, leo y releo tanto tus cartas! Bien… ¡hasta la próxima carta! Que Dios te guarde, te bendiga, y te acompañe.
Muchos y muchos besos y abrazos de tu mamá tan saudosa y extremosa,
Lucilia
Un beso de tía Zilí.
“Donde va mi corazón, vas tú dentro”… esa actitud de amor, casi se diría que religioso, es una constante en doña Lucilia, pues, más que un hijo común, ella veía en el conjunto de las cualidades del Dr. Plinio, las armonías de un órgano para cuya construcción ella había contribuido con manos de artista. Pero no se satisfacía apenas con las cartas que le eran dirigidas. No perdía ocasión de leer y guardar otras enviadas por el Dr. Plinio a sus amigos del 6º piso. Veamos cómo describe don João Paulo, el día 19, la actitud de gratitud de doña Lucilia para con su sobrino Adolpho por haberle proporcionado la oportunidad de degustar una de ellas:
Fue con el mayor placer que recibimos, traída ayer por Adolpho, tu carta colectiva, dirigida a los jóvenes del 6º piso. Lucilia la leyó por la noche al acostarse, y amaneció transmitiéndome con calor todas las emociones que sintió; ella supuso que la carta había sido dejada en su mesa de noche por Adolpho, por lo que abrió a favor de éste un crédito de besos a ser satisfecho a la vista del mismo Adolpho…
En seguida, don João Paulo le comenta una cena ofrecida por doña Lucilia a algunos parientes:
Lucilia se esmeró en la presentación de su banquete; hubo bastante alegría y ella misma se manifestaba al final verdaderamente radiante. Sin embargo, notaba tu falta, lo que restringía su alegría.