Cartas laboriosamente redactadas

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Desde el escritorio de Plinio, lugar que más le recordaba a doña Lucilia la presencia de su querido hijo…

Desde el escritorio de Plinio, lugar que más le recordaba a doña Lucilia la presencia de
su querido hijo, establecía con él su contacto epistolar. Con la vista debilitada, pasaba tardes enteras, pacientemente inclinada sobre las hojas de papel, en las cuales la pluma iba trazando con lentitud y esmero cada letra, para formar palabras cargadas de afecto y dulzura que aún hoy encantan a quien las lee.
Doña Lucilia le envía, con fecha del 1 de noviembre, algunas líneas más, en las cuales se nota cómo estaba preocupada con los acontecimientos mundiales. Siempre en primer lugar, al estar en causa la Iglesia, su atención se dirigía hacia el Concilio. Por otra parte, también le preocupaba el avance del comunismo.
Dejemos que las propias palabras de doña Lucilia nos digan lo que llevaba en el alma:

São Paulo, 1 de Noviembre de 1962
¡Plinio tan querido de mi corazón!
¡Me parece estar tan, tan lejos el día de tu vuelta a mis brazos! (…) El Cardenal Carmello ha vuelto ya para celebrar su primera Misa en Aparecida, y Tristán de Athayde está en Río…
¡Nadie habla de los sacerdotes y obispos, etc.! ¡Y a vosotros, por lo que he visto en la carta que le has escrito a Rosée, se os han ocurrido tantas cosas para darle tanto trabajo! Recibí una carta de Teté (Tía y madrina del Dr. Plinio y cuñada de doña Lucilia) quien, desolada, me dice que el comunismo está controlando cada vez más Pernambuco.
En la “Orden del Rosario” hicieron grandes novenas… y todo sigue igual… entonces los de la Orden del Carmen dijeron: ¡ahora es la nuestra! Cuando el Carmen hace sus novenas con toda fe, no hay lo que se resista… y, sin embargo, ¡¡todo sigue en el mismo estado!!
Cuando veo todo eso tengo tanto miedo, tanto pavor… ¡Pero la Madre de Dios es grande y piadosa y no nos abandonará!
Esta es la tercera carta que te escribo. Mandé la segunda junto con la de Rosée y ésta también va con otra de Rosée. Espero que ya estés más descansado, con buen apetito y ¡¡cuidado con los problemas de estómago!! No repares en mi letra, pues estoy con reumatismo en las muñecas.
¿Qué me dices del barullo de Kruchef (Así escrito en el original), de Kennedy y de Fidel Castro? ¡¿Todo esto viene por causa del puente de Berlín?! (Seguramente se refiere al hecho, ya un poco remoto en 1962, del puente aéreo establecido en Alemania Occidental por los norteamericanos para abastecer a Berlín Occidental, que los soviéticos habían tratado de aislar completamente) ¿No te parece? Con muchas saudades, te besa y te abraza mucho, tu vieja Manguinha.

“Si es la voluntad de Dios… ¡que se haga!”

3p109Aquel 10 de noviembre de 1962 en São Paulo, con la mente puesta en Roma, doña Lucilia comenzó una nueva carta en la que dejó hablar a su corazón desbordante de desvelo materno y de saudades, cuyas intuiciones sobre el regreso de su hijo no serían desmentidas:

¡Filhão querido de mi corazón! (…)
¿No estarás comiendo demasiado en esos excelentes hoteles? —No puedo quitarme de la cabeza la idea de que te quedarás por ahí hasta el final del Concilio, y así pasaréis en Roma el gran día 13 de diciembre— ¡¡¡nuestro gran día!!! ¿Será posible? Estoy escribiéndote a toda prisa, por eso te dejo ¡sin decirte la falta enorme que me haces…! Vuelve muy fuerte, siempre bueno para tu manguinha y ¡¡hasta la próxima carta!! Que Dios y Nuestra Señora te bendigan — Con todo el afecto te hace lo mismo la madre que te tiene en el corazón,
Lucilia

Una vez más, debido a la escasez de la correspondencia enviada por el Dr. Plinio, se puede suponer cómo su tiempo estaba absorbido por una intensa actividad.
La siguiente carta de doña Lucilia, inacabada, es una afectuosa queja por tan “imperdonable” falta:

São Paulo, 19-11-1962
¡Plinión, corazón mío, hijo mío querido! Estaba tan afligida por falta de noticias tuyas, cuando uno de los jóvenes del segundo piso le dio a doña Carlota una carta tuya para entregármela. Radiante, abro el sobre y veo que no había sino bonitas tarjetas para Yayá, los Languendoncks (Referencia a Telémaco van Languendonck y su esposa, Dª Dora Lindenberg van Languendonck, hija de doña Yayá), a Zilí y Néstor y para mí… ni una palabra. Como sabes, vivo en este momento con el corazón preso en Roma… recibo la carta… y ni un beso, ni un abrazo para mí…
Sé que leéis todos los días el “Estado”, pero como sé que a veces pasa desapercibida alguna noticia, te envío éstas que te gustará leer.  Muchos besos y bendiciones de tu mamá.
Lucilia

La gran expectativa por la llegada de cartas de Roma fue aliviada por una fotografía publicada en la “Folha de São Paulo” en la que doña Lucilia pudo rever la fisonomía de su filhão querido, lo cual le hizo escribir otra vez. No se puede dejar de notar la modestia de su comentario. Tras referirse a la noticia del periódico, sus palabras continúan serenas, tratando de asuntos caseros, entre los cuales ocupa siempre el primer lugar el amor entrañable por su hijo. Con la mirada interior adorando a Nuestro Señor Jesucristo en los trances de la Pasión, doña Lucilia se resignaba a aceptar con paz de alma la ausencia del Dr. Plinio en el “gran día 13 de diciembre”.

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¡Cuántos sacerdotes barbudos!

São Paulo, 22-11-1962
¡¡Hijo tan y tan querido!! Por lo que veo, te verás obligado a pasar allí el 13 de diciembre, ¡día de tu cumpleaños! — Lo siento mucho, pero si es la voluntad de Dios… ¡que se haga! Lo siento mucho, pero, ¿qué hacer? — Castilho me envió ayer dos números de la “ Folha de S. Paulo” que reproducían una fotografía de un grupo de amigos del Barón de Montagnac, que les ofreció una cena de honra con tu presencia en el restaurante “Raniere de Roma”. ¡Cuántos sacerdotes barbudos! (Uno de ellos, obispo de rito católico malabar, de la India) (…) Trata de escribirme un poquito más… ¿está bien? Rosée me ha hecho excelente compañía, y Maria Alice también, pero siempre en medio de médicos, exámenes, cenas, en casa y fuera… ¡eso cansa tanto! Yayá, en los descansos del juego viene siempre, a veces para cenar. ¡Dora y las niñas han venido menos al estar el abuelo enfermo! ¿Has recibido las cartas que te envié la semana pasada? ¡No puedo dejar de escribirte, pues me parece que es tenerte un poco más lejos! Saludos a tus amigos. Con mis bendiciones, te envío muchos abrazos, muchos y muchos besos de tu manguinha que tanto te quiere,
Lucilia

“¡Si supieses cómo se hace triste la vida cuando viajas tan lejos!”

El día 20 de octubre llegan a las manos de doña Lucilia, provenientes de Roma, las primeras noticias de su hijo.

cap14_016Roma, 13-X-1962
Mãezinha, ¡amor querido de mi corazón! Le escribo con tinta roja pues mi pluma de tinta azul se ha roto y, por el momento, no dispongo más que de ésta. Es la una y media de la noche. Este es el primer momento que encuentro disponible para escribirle. Empiezo por mis noticias. El viaje fue excelente. Avión cómodo, buena comida, puntualidad satisfactoria, buena compañía, no faltó nada. O, mejor dicho, faltó todo, pues no estaba a mi lado mi Manguinha querida…
[El mismo día que llegamos fuimos] a ver los “Invalides”, los dos edificios de la “Place de la Concorde” y la “Madeleine”, que fueron limpiados de la pátina que tenían. Han mejorado enormemente. Naturalmente, fuimos también a Notre Dame, maravillosísima como siempre.
Después de una abundante merienda en el “Café de la Paix (Place de l’Opéra)”, volvimos a Orly y de allí, para Roma.
Orly es horroroso. Evidentemente, Fiumicino, el Orly italiano, es todavía más feo.
Roma, por el contrario, está muy bonita. La ciudad desborda de riqueza, la población esta fuerte, alegre, nutrida y bien vestida. El número de automóviles ha crecido prodigiosamente. Las vitrinas están lindas, incluso las que exponen comestibles. (…)
Los del grupo ya están en actividad y yo también. Por ahora, no es posible decir todavía en qué terminará todo esto. ¡Que Nuestra Señora ayude a la Santa Iglesia! En cuanto a mí, me siento bien y con un apetito muy vivo.

La parte final de esta carta tan interesante está dedicada a la expansión de su
filial afecto:

Ahora, hablemos de usted. ¿Cómo está, mi bien? ¿Y su preciosísima salud? ¿Qué ha dicho Brickman? ¿Sus medicinas han surtido efecto? ¿Y el hígado? Dígamelo todo, porque usted sabe cuánto me interesa todo lo que se refiere a usted. Mándeme, pues, todos los pormenores. Les escribo hoy a Rosée y al grupo. ¿Cómo están los tíos? ¿Y tío Néstor? ¿Dora, Telémaco, sus hijos, están todos bien? De Adolphinho y los suyos sabré por el grupo.
Mi amor, usted no se imagina cuántas veces al día me acuerdo de usted y cómo cuento los días para verla de nuevo. Cuide con el mayor esmero de su salud.
Reciba millones de besos, cada cual más cariñoso que el otro, del hijo que tanto y tanto la quiere y la respeta y que le pide oraciones y la bendición,
Plinio

El 21 de octubre, doña Rosée le enviaba al Dr. Plinio una nueva carta con algunos detalles más sobre la vida cotidiana de doña Lucilia:

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Doña Rosée

Ayer fue día de fiesta porque Mamá y yo recibimos tus cartas. No puedo decirte la alegría que sentimos. (…) Mamá está excelente. Olga y Carlota hacen “puzzle” con ella por la noche y ha tenido muchas visitas. Ya hice venir dos veces a la preciosa Sinhá.
Brickman la encontró muy bien. En casa están solamente Olga y Carlota. Como esta última tiene manía de limpieza y es muy activa, todo va bien.

La “preciosa Sinhá”  era prima de doña Lucilia. Ambas mantuvieron estrechas relaciones toda la vida, interrumpidas solamente por la muerte de la última. Era una de las pocas personas que quedaban de los antiguos tiempos, por lo que reinaba entre ambas una gran afinidad.

“¡Si supieses cómo se hace triste la vida cuando viajas tan lejos!”

cropped-sdl-7.jpgDoña Lucilia, que mantenía su mirada puesta en Roma, el 23 de octubre escribía otra vez a su hijo:
São Paulo, 23-10-1962
¡Hijo tan querido de mi corazón! (…) ¿Ya has recibido la [carta] de Rosée? Ella y Maria Alice han venido todos los días. Rosée vino ayer, y hoy el tiempo está pésimo… ¡tan frío, tan lluvioso, que congela las muñecas, principalmente a los viejos reumáticos como yo!
¡¡¡Si supieses cómo se hace triste la vida cuando viajas tan lejos!!! Es verdad que han venido mis parientes a visitarme, menos Yayá, Dora y Gizela (hija de doña Dora)  que están en Río. Piensa bien en lo que te digo… cuidado, mucho cuidado con tu apetito… si te pones enfermo, ¿qué vas a hacer? ¡Pierdes el final del “célebre Concilio”, los bonitos paseos, etc.!
Saudosísima, le pido a Dios y a Nuestra Señora que te protejan y te bendigan y te envío mil besos y abrazos de tu… manguinha…
Lucilia

1962: nueva separación…

cap14_044El año de 1962 le reservaba a doña Lucilia una nueva ausencia de su hijo tan querido. La causa fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX: el Concilio Vaticano II, que definiría los rumbos de la Iglesia Católica en las siguientes décadas.
Consciente de la importancia de aquel momento histórico, el Dr. Plinio partió hacia Roma en octubre de 1962 a fin de seguir de cerca los trabajos del Concilio Ecuménico. Conocía bien las múltiples limitaciones de sus medios individuales de acción, pero confiaba en la Providencia. Según la costumbre adoptada en ocasiones anteriores, no reveló en seguida a doña Lucilia ni el objetivo, ni la duración del viaje. Solamente cuando ya se encontraba en la Ciudad Eterna, doña Rosée le contó a su madre el verdadero destino del Dr. Plinio y le entregó la carta que éste le había dejado antes de partir.
Por sus palabras, inflamadas de amor a Dios, esa carta es otro elocuente testimonio de cómo la educación dada por doña Lucilia había producido en el alma del Dr. Plinio abundantes frutos:

¡Manguinha querida de mi corazón!
Bueno, cuando usted lea esta carta, ¡su hijo estará en Roma! Este viaje es fruto de largas reflexiones. No lo hago para divertirme. Por el contrario, en el estado de cansancio en que estoy preferiría sinceramente quedarme aquí, y no sobrecargarme con todas las ocupaciones y preocupaciones que tendré en Roma. Pero si yo no fuese a Roma ahora tendría mi conciencia más sucia que si fuese un soldado desertor. Y, colocando el deber por encima de todo —máxime, el deber hacia la Santa Iglesia—, decidí partir.
Usted comprenderá, mi Amor, cuánto me pesa dejarla, aunque sea solamente por unos quince o veinte días. Esté segura que yo jamás haría este viaje por placer. Pero, una vez más, la Religión está por encima de todo. Ahora bien, ocurre que, por un lado, nunca el cerco de los enemigos externos de la Iglesia había sido tan fuerte, y tampoco nunca tan general, tan articulada, tan audaz la acción de sus enemigos internos. Por otro lado, sé bien que puedo prestar servicios muy útiles para ayudar a sostener el edificio de la Cristiandad. Usted comprenderá bien, queridita, que yo no podría jamás, bajo ningún cap14_043pretexto, renunciar a prestar a la Iglesia, a la cual he dedicado mi vida, este servicio en un momento histórico casi tan triste como el de la Muerte de Nuestro Señor. Por eso, mi bien, por más dolorosa que sea esta separación de algunas semanas usted debe alegrarse. En efecto, debe llenarla de júbilo que Nuestra Señora se sirva de su hijo para algo. Y, si para esto soy apto, es en gran medida por la influencia que usted ejerció sobre mí, la educación que usted me dio, y el espíritu religioso que me inculcó desde tan temprana edad. Ofrezca, pues, a Nuestra Señora el sacrificio de esta separación para que el esfuerzo tenga éxito.
Algunas semanas pasan de prisa, Luzinha. Piense, así, en la alegría del regreso y cuide bien de su salud, para que yo pueda encontrar a mi Lú fuertecita, contentita, pimpona, esperándome. Usted sabe muy bien, pues la quiero inmensamente, cuánto valor le doy a su salud y toda la alegría que me dará encontrarla fuerte y bonita.
Rece mucho por mí y acepte mil y mil besos del hijo que con todo afecto y respeto le pide su bendición,
Plinio
PS: Escríbame cuánto antes diciéndome cómo esta, etc. etc, con aquella letra tan bonita que me gusta tanto leer. Quiero saber todo sobre la Luzinha de mi corazón.

Terminada la lectura, podemos imaginar a doña Lucilia tomando un pequeño pañuelo, secarse tranquila y dulcemente las copiosas lágrimas que caen de sus ojos, doblar con cuidado tan cariñosa carta y, en un primer momento, depositarla a los pies de la imagen del Divino Redentor, iniciando por el viaje de su hijo piadosas y empeñadas oraciones.
Ofrece una vez más con generosidad al Sagrado Corazón de Jesús el sacrificio de una larga separación, más difícil de soportar ahora por la ausencia de su esposo y por su ya tan avanzada edad. La vista un tanto disminuida y el reumatismo de sus manos le exigían un esfuerzo no pequeño y bastante tiempo para, con “aquella letra tan bonita” que tanto agradaba a su hijo, redactar una respuesta. Sin embargo, esa incomodidad era compensada por el gusto de mantener, por medio de esas líneas, su relación con él.
En la anterior correspondencia de doña Lucilia traslucía sobre todo su inmensa bondad y un inigualable afecto materno. Sin que esos aspectos perdiesen en nada su intensidad, en las cartas que le escribió durante el Concilio llama especialmente la atención su profundo amor a la Santa Iglesia. Por sus palabras notamos cómo seguía con sumo interés las noticias publicadas en la prensa sobre los trabajos de la magna asamblea reunida en Roma.
Después de recibir la primera carta de su hijo, le escribe estas bonitas líneas:

São Paulo, 18-10-62
¡Filhão querido de mi corazón!
Cuando tengas otra vez necesidad de ausentarte por tantos días y tan lejos, avísame con anticipación para habituarme un poco a esa idea, antes de verte partir, “¡por más que lo sienta!” Si en esta ocasión podías prestar algún auxilio a los obispos y arzobispos etc. del clero bueno, y no lo hicieses, ¡faltarías a tu deber!
Estoy guardando el periódico “Estado de S. Paulo”, que puede que te guste leer. Si es verdad todo lo que dice sobre los primeros días, ¿qué será de nosotros? ¡Que Jesús nos proteja! ¿Qué decir de esos antipáticos y feos obispos rusos? ¿Estarán queriendo ponerse en el lugar de nuestro Papa, para hacer un Papa “a la moda rusa”? ¡Que San Pedro nos proteja! En fin… ¡¡vosotros sabéis más que yo, que tengo miedo de todo!!

Los “antipáticos y feos obispos rusos” a los que doña Lucilia se refiere en la carta, eran observadores de la iglesia cismática que habían sido invitados a asistir al Concilio. Luego continúa ella con su encantadora manera de aconsejar a su filhão querido:

cap14_042¿Has sido invitado a la cena ofrecida a los arzobispos y obispos brasileños por la embajada brasileña junto a la Santa Sede? ¡Debe ser hoy! Pensaba escribirte anteayer, pero vino tanta gente a visitarme para distraerme de tu ausencia ¡que no me fue posible hacerlo! Estuvieron aquí, el sábado Rosée, Maria Alice, Dora. El domingo Maria Alice, Rosée, Dora “nuestro niño” (El bisnieto de doña Lucilia, Francisco Eduardo), Zilí y Néstor cenaron, Sinhá almorzó y se quedó hasta las seis. El lunes, Rosée, Das Dores (María das Dores Procopio de Araújo Carvalho, hermana de Gabriela Procopio Ribeiro. Esta última era esposa de don Gabriel, hermano de doña Lucilia), Yelita, Dora (que se fue ayer a Río) y doña Viví ( Dª Olivia Torres Castilho de Andrade, madre de D. José Carlos Castilho de Andrade, amigo del Dr. Plinio), que fue muy amable y me trajo un ramo de rosas. Ayer estuvieron Rosée, Maria Alice y Eduardo.
Quiero pedirte un favor… ten cuidado con lo que comes por ahí, pues cuando el menú es bueno te pones muy goloso y, si abusas, ¡te puede hacer mal! Cuidado, ¿eh?
He rezado mucho por ti. Con mil abrazos y besos y muchas bendiciones de mamá, que tanto te quiere,
Lucilia

Para apaciguar las saudades, conversaciones por escrito.

cap12_023São Paulo, una fría tarde de julio de 1952. Los últimos rayos de sol, tras jugar con las ramas de los árboles de la Plaza Buenos Aires, acaban por retirarse, dejando lugar a una espesa neblina que, lentamente, va ocupando las calles del barrio de Higienópolis. En su apartamento, una distinguida dama reza su rosario y piensa en su filhão querido que está del otro lado del océano. Concluidas las oraciones, toca la campanita y pide a la empleada que le traiga el chal color lila.
Después de habérselo puesto sobre los hombros, decide escribirle a su hijo. Con toda calma se dirige al Salón Azul, levanta la tapa del escritorio, toma la pluma y comienza:

S. Paulo II-VII-952
¡Hijo querido de mi corazón!
¡Cuántas saudades hijo mío! Para apaciguarlas un poco, vengo a conversar contigo por escrito. Releo con frecuencia la única carta que me has escrito, así como las de Rosée y Maria Alice las cuales he guardado para mí. He leído también la que fue recibida con gran regocijo en el 6º piso. (…)
El día de San Pedro fui a la procesión del Sagrado Corazón de Jesús, que, de tan pobre y mal organizada, comprimía el corazón. ¡Qué falta hace el padre Falcone! (Padre Caetano Falcone, Salesiano, fue durante largos años el Rector del Santuario del Sagrado Corazón de Jesús). Rosée ha sido muy dedicada y llena de atenciones. Ha venido todos los días a verme, cenando con frecuencia. Maria Alice también ha aparecido por aquí, trayéndome siempre alguna cosa de regalo. Después de tu partida, Rosée me ha llevado a dos espectáculos de ballet y a un concierto de piano para distraerme un poco.
Dean Acheson (Secretario de Estado del Presidente norteamericano Truman)  está siendo esperado en Río y de allí vendrá a São Paulo.
No sé cuándo ni dónde recibirás esta carta, si aún en Italia o si ya en España… ¡me quedo tan aprensiva con estos viajes de avión, y… con todo lo que te pueda suceder o disgustar! Mira si puedes hablarme un poco más de ti y de todo lo que te concierne. Respecto a los restaurantes es bueno que no te excedas. Si no enfermarás y perderás el placer de la mesa por harto, o por privaciones, lo que es a veces penoso, ¡que lo diga yo!
Estamos pasando por una nueva ola de frío y, con tu padre, estamos los dos abrigaditos en nuestra “casa agradable” que el hijo querido preparó para consuelo de nuestra vejez. Una vez en un autobús y otra en un coche alquilado [fulano de tal] trató, con poco éxito, de conversar con tu padre.
He rezado, comulgado y asistido a las Misas por tu intención, y creo en Dios, Nuestra Señora y el Divino Espíritu Santo, que no te dejarán un momento y te protegerán siempre, haciéndote muy feliz en todo, como tanto lo mereces.
Zilí recibió tu postal el día 30 y se mostró muy emocionada y contenta. ¡“Mille grazie”! (“Mil gracias” en italiano) ¿Te he aburrido demasiado? Cansada, termino ésta enviándote junto con mis bendiciones, muchos y muchos besos y abrazos.
De tu mamá extremosa,
Lucilia
Te pido que no olvides cumplir el pedido que te hice en la última carta de mandar celebrar una Misa y encender una vela, en el altar de Nuestra Señora de Begoña, por la intención de Rosée, ¿sí? Otro beso más y una “crucecita” de mamá.

Estas últimas palabras de doña Lucilia expresan, una vez más, el desvelo incomparable de una madre católica que nunca dejaba de tener como preocupación primordial a sus propios hijos. Era especialmente por ellos que vivía, rezaba y se sacrificaba, sin descuidar el deber de incluir en sus oraciones a todos sus familiares. Pero las noticias de su hijo eran cada vez mas escasas. Una de las cartas, escrita desde Roma, se extravió, y sólo llegó a las manos de doña Lucilia mucho tiempo después de terminado el viaje. La guardó cuidadosamente, junto con las otras, para leerlas en las horas de soledad. Hela aquí:

Roma, 27 de junio de 1952.
Luzinha querida de mi corazón, Tal como le anunciaba en mi telegrama, que usted debe haber recibido ayer, llegué de París el día 26, en avión, a Roma después de dos hora y pico de viaje, durante el cual sobrevolamos Suiza, pasando sobre el Lago de Ginebra, los Alpes y, por supuesto, el imponentísimo Mont Blanc. El mismo día de nuestra llegada fuimos a la Basílica del Vaticano, donde tuvimos la ocasión de rezar ante el altar del

cap12_057Bienaventurado Pío X, ahora expuesto a la veneración de los fieles, junto al altar de San Pedro y junto al de Nuestra Señora de la Piedad, donde está expuesta la famosísima estatua de Miguel Angel que representa a Nuestra Señora con su Hijo muerto en los brazos. Después nos quedamos en la plaza de San Pedro, viendo, midiendo, examinando y comentando hasta caer la noche. Finalmente, tomamos un coche de caballos y, por las callejuelas sinuosas y pintorescas de la Roma antigua, llegamos hasta
las avenidas más modernas y, por ellas, hasta el hotel. A la mañana siguiente fuimos a recibir la Sagrada Comunión en la Basílica, y después comenzamos a trabajar. Ayer nos quedamos poniendo en orden papeles, pues los que habíamos traído de São Paulo necesitaban ser revisados.
Hoy he comenzado los primeros contactos, y estoy reservando unas horas para la correspondencia, mientras el resto del equipo termina de poner en orden los papeles. Espero quedarme en Roma hasta el 15 de julio y después continuar para España. He dejado encargado que me manden de París las cartas que eventualmente lleguen al Regina. La temperatura aquí está asfixiante, pero a los italianos les parece todo normal. Como París, también Roma está mucho más animada que en 1950. Se ve que las cicatrices de la última guerra están desapareciendo. Aún así ¡hay dos millones de desempleados!
Salí muy satisfecho de París, no sólo por la ciudad, superior a cualquier elogio, sino también por el resultado de los trabajos que allí realicé. Que Nuestra Señora me auxilie para que aquí también todo vaya bien.
Mi amor, me ha gustado mucho su carta, con la narración pormenorizada de todo lo que hace. Envíeme otra, igualmente BIEN METICULOSA, pues, como sabe, en las cosas que me interesan exijo pormenores. Hay uno sobre el cual quiero precisión absoluta: ¿cuántas horas ha dormido por las noches Mme. la Marquise?
Desde París envié postales a toda la familia. Me gustaría saber si las han recibido.
Como tengo muchísimo trabajo por delante, voy a acabar. No hace falta que le diga, querida, cuántas saudades tengo de usted… ¡Son inexpresables! En todo momento, me acuerdo de mi Manguinha del corazón. Y, siempre que me acuerdo de ella, hago la siguiente reflexión: LÚ me quiere bastante como para entender que lo que yo más quiero de ella es que cuide de su propia salud.
Rece por mí, querida, y déle su bendición a este hijo que la quiere tanto cuanto puede, y menos de lo que usted merece, y que le manda millones y millones de besos.
Plinio
Querido Papá:
Muchas gracias por su carta, informativa como todas, y que al mismo tiempo me hizo dar unas buenas carcajadas. El calor que siento por aquí me recuerda el que sentí en Recife. ¡Es algo extraordinario! Así, me acuerdo con envidia de ese frío paulistano del cual usted se queja. Así son las cosas. Cada uno de nosotros está metido en una temperatura que no le gusta.
Roma es impresionante y emocionante desde el punto de vista religioso, pero es para mí un lugar de abundante y delicado trabajo. Así, creo que será ésta la fase más árida de mi viaje. Le pido que siga poniéndome al corriente de lo que vaya pasando por ahí.
Con un abrazo muy saudoso, pide su bendición el hijo que mucho le quiere.
Plinio

cap12_054Debido a que esta carta, como antes se dijo, sólo llegó posteriormente, doña Lucilia seguía sin noticias del Dr. Plinio. De ahí haberle escrito nuevamente presentando una suave queja, a la cual no faltó algo de pintoresco relativo a la ausencia de novedades. A cierta altura de la bonita misiva nos agradará un destacado aspecto de su noble alma: la cuidadosa sensibilidad con respecto al brillo de la sociedad temporal. Ella no veía contradicción entre los esplendores de ésta y la infinita grandeza del Sagrado Corazón de Jesús. Por el contrario, para ella el Divino Maestro estaba en la raíz, era la fuente de todo cuanto de maravilloso pudiese realizar el hombre. Todas estas obras Él las amaba con infinito cariño y de manera proporcionada.

São Paulo, 9-VII-52
¡Hijo querido de mi corazón!
Ansiosa, esperaba desde algunos días ser atendida con una de esas dádivas preciosas que es la carta de un hijo que me llena el corazón de saudades… y sin embargo, nada, ni siquiera una postal. Parece increíble mas, a veces, me pongo a pensar que tal vez mi hijo querido no esté soportando bien esta canícula inusitada en Roma. Todos se ríen cuando lo digo, pero todo es posible, ¡pues eres tan sensible al calor! “ Pour un en cas”  (Por si acaso), como dicen los franceses tan amigos tuyos, te escribo ésta, con la esperanza de que, no alcanzándote en Roma, te sea enviada a las tierras de mis bisabuelos, Portugal y España. (…)
Como un meteoro, —apenas veinticuatro horas— pasó por aquí, el matrimonio Dean cap10_028Acheson. Marjory Prado les ofreció uno de estos raros y grandes Bailes con “letra mayúscula”, con gran profusión de luces, flores y, atrás de la casa, una colosal terraza toda cubierta de tejido rojo oscuro, y recubierto de hiedras, y unos bonitos espejos antiguos, y en el techo cinco lámparas de cristal, y se bailaba por todas partes. Rosée y Maria Alice estuvieron allí con sus respectivos maridos, estaban muy chics y, como abuela, puedo decir que Maria Alice estaba un encanto… Se veían joyas y trajes de gala bellísimos, y la acumulación de gente era tal que Rosée, Maria Alice, Bebé y Nia Washington se buscaban en vano y, al final, ¡salieron sin encontrarse! Cambiaron impresiones al día siguiente. Rosée se quedó visiblemente satisfecha con tu telegrama. Cenamos allí, con mis dos hermanas — Néstor de viaje. Adolphinho, de acuerdo con Rosée, cenó con… ¡los del sexto piso! Antonio le dio a Rosée dos collares más de perlas iguales al que ya le había dado últimamente — más una linda trousse (Pequeña bolsa) de
oro, bien trabajada y toda incrustada de rubíes. Su hija y su yerno le dieron un anillo, de esos modernos, que no aprecio, incrustado de brillantes, y que fue muy elogiado.
Junto a tu padre he sufrido con el frío, que está duro de soportar. Durante el almuerzo, él abre las cortinas y el sol le baña de lleno las espaldas, quedándose contento. Y yo, con saudades, busco a alguien, y a unas manos queridas que están ausentes hace un largo mes.
¿Cómo van tus estudios, tus visitas a esos “mil y un” museos, y tus viajes? ¿Todo a tu gusto? Si fuese posible, debéis hacer una excursión en barco por el Loira a los castillos “intactos” que aún conservan sus márgenes. ¿No vas esta vez a Lourdes, o a Paray-le-Monial ? Te pido que no dejes de mandar celebrar una misa y encender una vela a Nuestra Señora de Begoña, por la intención de Rosée; — ¿De acuerdo, querido? (…)
Con mi corazón, recibe muchas bendiciones, abrazos y besos. De tu madre extremosa,
Lucilia

El 10 de julio, don João Paulo transmite de pasada, en una carta, noticias de doña Lucilia:

En casa todo transcurre normalmente. Tu madre sigue bien.
Tiene, una que otra vez, crisis de intensa saudade. Lee, entonces, tus cartas y las relee, y termina en aquellas interminables oraciones que bien conoces. Y vuelve el buen tiempo.

Por medio de su esposo, doña Lucilia enviaba un recado a su hijo:

A propósito, al escribir ésta, Lucilia me ha pedido que te diga que debes tener el mayor cuidado con los automóviles, en vista del reciente rapto del abogado de Berlín, que tanto la ha impresionado…

Evidentemente el Dr. Plinio tomaría en cuenta la observación materna, pues había comprobado, no pocas veces, el acierto de las intuiciones de doña Lucilia en todo lo que a él podía causarle daño. Sin embargo, más que la propia advertencia le agradaba aquella incesante manifestación de solicitud.