“No hay mal que por bien no venga”

 cap13_004Al haberse prolongado tanto la ausencia del Dr. Plinio, se pudo comprobar una vez más de qué manera ese bendito trato que había entre madre e hijo estaba movido por razones sobrenaturales. Es lo que se nota en la carta siguiente, la última que aquella alba y venerada mano le escribió a fin de exteriorizar los cariñosos sentimientos contenidos en el corazón materno.
Es admirable en la misma el acto de virtud por el cual doña Lucilia renueva su renuncia a la compañía del Dr. Plinio el 13 de diciembre, en aras de lo que ella juzga más ventajoso para él. No solamente expresa su resignación por su ausencia, sino que también le aconseja quedarse más en Europa.

São Paulo, 26-11-962
¡Plinión querido!
Estaba con tantas saudades de una carta tuya que, aunque sea en estilo relámpago como la última que me enviaste, ¡valía la pena recibir otras! Con tanto trabajo, ¡veo que no te será posible regresar nada más acabar el Concilio! Algunos paseos bonitos, despedidas, visitar Florencia, Milán, etc… y después ¡¡¡París!!! ¿Quién puede volver tan de prisa de París? ¿Ni siquiera para pasar el 13 de diciembre, día de tu cumpleaños con mamá? Pero, no hay problema. Has trabajado mucho y ahora debes estar… ¡agotado! Haz todo lo que puedas y vuelve muy animado y contento de volver a ver a tu manguinha y así ¡¡¡pasamos juntos la Navidad!!! ¡Qué fiesta volver a ver a tu manguinha, que te quiere tanto y tanto… ¡¡que ni siquiera tiene palabras para decirlo!! Rosée se ha portado muy bien, viniendo a verme todos los días, y Maria Alice, con su caserón, sus cenas, etc. viene en general cada dos días, y el “Bisnietito” está de exámenes en el colegio.
Cuando converso contigo, aunque sea en “estilo relámpago” no consigo parar y el tiempo pasa rápido; pongamosblos puntos sobre las “íes”.
Saludos a tus amigos Muchos besos y abrazos y la más afectuosa bendición de la madre que tanto y tanto te quiere,
Lucilia

Un salto sobre el océano

Llegando a su término la intensa actividad del Dr. Plinio en Roma, una vez que la primera sesión del Concilio estaba también por finalizar, le escribe una breve carta a doña Lucilia anunciándole su regreso a São Paulo.

cap14_042Roma, 28-XI-62
¡Manguinha querida de mi corazón!
Como debo partir de Roma el día 7, estoy atareadísimo con las ocupaciones finales de la temporada. Por eso, le escribo rápidamente. Debo ir a Asís, Florencia, Venecia y París. Allí pasaré más o menos una semana, para después dar un salto sobre el Océano y ¡caer con inmensas saudades y enorme alegría en los brazos de mi Manguinha querida!
Pienso que me encontrará con un aspecto óptimo. Espero poder decir lo mismo de usted ¡¡Cuidado con la salud!! Le adjunto esta maravilla de Asís y una estampita de una Imagen de Nuestra Señora ante la cual hemos obtenido muchas gracias.
Mil y mil besos saudosísimos, del hijo que la quiere y la respeta hasta al fondo del corazón y le pide la bendición.
Plinio

No demoraría mucho para que las alegrías del regreso del Dr. Plinio consolaran el alma de su madre. En el momento de encontrarse, doña Lucilia no debió quedarse atrás de su hijo en las manifestaciones de afecto. Su encantadora fisonomía, llena de mansedumbre y de ternura, era, por sí sola, el mejor recibimiento que ella le podía dar.

¡Ah!, ¿y mi árbol?

cap12_017En el ocaso de su vida, a doña Lucilia le gustaba rezar y pensar sentada en la antigua mecedora de doña Gabriela. Allí, reclinada serenamente, solía pasar horas y horas, mezclando sus largas oraciones con la contemplación del movedizo y suave juego de luz y sombra que se proyectaba en las paredes internas del escritorio de su apartamento. En la acera de la calle Alagoas se erguía un frondoso árbol cuyo ramaje tocaba la ventana de dicha sala, ofreciendo, sobre todo por la noche debido a la iluminación pública, aquel sencillo espectáculo. No obstante, ese árbol, tan estimado por doña Lucilia, hacía que el apartamento del Dr. Plinio (situado en el primer piso del edificio) fuese un blanco fácil para cualquier terrorista. Conseguir que la Prefectura cortase inmediatamente aquel árbol figuraba entre las diversas medidas de seguridad a tomar. Y lo hizo sin tardanza. Pero para no aumentar la preocupación de su madre, no quiso informarla del peligro a que ambos estaban expuestos, y, por eso, no le dijo nada. Cuál no fue la perplejidad de doña Lucilia cuando, una noche, al mirar las paredes del escritorio, vio que se proyectaba en ellas la banal iluminación de la calle, sin ninguna de aquellas bonitas sombras. Sorprendida, exclamó: “¡Ah! ¡¿el árbol, mi árbol, dónde fue a parar?!” A pesar de todo, se dio cuenta rápidamente, por la actitud de los presentes, que la orden de cortar el árbol había sido dada por su hijo por alguna razón que no podía revelarle. Y nunca más hizo comentario alguno sobre el hecho. Sin embargo, la gravedad de la situación le obligaría al Dr. Plinio a tomar medidas más drásticas.

“¡Si supieses cómo se hace triste la vida cuando viajas tan lejos!”

El día 20 de octubre llegan a las manos de doña Lucilia, provenientes de Roma, las primeras noticias de su hijo.

cap14_016Roma, 13-X-1962
Mãezinha, ¡amor querido de mi corazón! Le escribo con tinta roja pues mi pluma de tinta azul se ha roto y, por el momento, no dispongo más que de ésta. Es la una y media de la noche. Este es el primer momento que encuentro disponible para escribirle. Empiezo por mis noticias. El viaje fue excelente. Avión cómodo, buena comida, puntualidad satisfactoria, buena compañía, no faltó nada. O, mejor dicho, faltó todo, pues no estaba a mi lado mi Manguinha querida…
[El mismo día que llegamos fuimos] a ver los “Invalides”, los dos edificios de la “Place de la Concorde” y la “Madeleine”, que fueron limpiados de la pátina que tenían. Han mejorado enormemente. Naturalmente, fuimos también a Notre Dame, maravillosísima como siempre.
Después de una abundante merienda en el “Café de la Paix (Place de l’Opéra)”, volvimos a Orly y de allí, para Roma.
Orly es horroroso. Evidentemente, Fiumicino, el Orly italiano, es todavía más feo.
Roma, por el contrario, está muy bonita. La ciudad desborda de riqueza, la población esta fuerte, alegre, nutrida y bien vestida. El número de automóviles ha crecido prodigiosamente. Las vitrinas están lindas, incluso las que exponen comestibles. (…)
Los del grupo ya están en actividad y yo también. Por ahora, no es posible decir todavía en qué terminará todo esto. ¡Que Nuestra Señora ayude a la Santa Iglesia! En cuanto a mí, me siento bien y con un apetito muy vivo.

La parte final de esta carta tan interesante está dedicada a la expansión de su
filial afecto:

Ahora, hablemos de usted. ¿Cómo está, mi bien? ¿Y su preciosísima salud? ¿Qué ha dicho Brickman? ¿Sus medicinas han surtido efecto? ¿Y el hígado? Dígamelo todo, porque usted sabe cuánto me interesa todo lo que se refiere a usted. Mándeme, pues, todos los pormenores. Les escribo hoy a Rosée y al grupo. ¿Cómo están los tíos? ¿Y tío Néstor? ¿Dora, Telémaco, sus hijos, están todos bien? De Adolphinho y los suyos sabré por el grupo.
Mi amor, usted no se imagina cuántas veces al día me acuerdo de usted y cómo cuento los días para verla de nuevo. Cuide con el mayor esmero de su salud.
Reciba millones de besos, cada cual más cariñoso que el otro, del hijo que tanto y tanto la quiere y la respeta y que le pide oraciones y la bendición,
Plinio

El 21 de octubre, doña Rosée le enviaba al Dr. Plinio una nueva carta con algunos detalles más sobre la vida cotidiana de doña Lucilia:

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Doña Rosée

Ayer fue día de fiesta porque Mamá y yo recibimos tus cartas. No puedo decirte la alegría que sentimos. (…) Mamá está excelente. Olga y Carlota hacen “puzzle” con ella por la noche y ha tenido muchas visitas. Ya hice venir dos veces a la preciosa Sinhá.
Brickman la encontró muy bien. En casa están solamente Olga y Carlota. Como esta última tiene manía de limpieza y es muy activa, todo va bien.

La “preciosa Sinhá”  era prima de doña Lucilia. Ambas mantuvieron estrechas relaciones toda la vida, interrumpidas solamente por la muerte de la última. Era una de las pocas personas que quedaban de los antiguos tiempos, por lo que reinaba entre ambas una gran afinidad.

“¡Si supieses cómo se hace triste la vida cuando viajas tan lejos!”

cropped-sdl-7.jpgDoña Lucilia, que mantenía su mirada puesta en Roma, el 23 de octubre escribía otra vez a su hijo:
São Paulo, 23-10-1962
¡Hijo tan querido de mi corazón! (…) ¿Ya has recibido la [carta] de Rosée? Ella y Maria Alice han venido todos los días. Rosée vino ayer, y hoy el tiempo está pésimo… ¡tan frío, tan lluvioso, que congela las muñecas, principalmente a los viejos reumáticos como yo!
¡¡¡Si supieses cómo se hace triste la vida cuando viajas tan lejos!!! Es verdad que han venido mis parientes a visitarme, menos Yayá, Dora y Gizela (hija de doña Dora)  que están en Río. Piensa bien en lo que te digo… cuidado, mucho cuidado con tu apetito… si te pones enfermo, ¿qué vas a hacer? ¡Pierdes el final del “célebre Concilio”, los bonitos paseos, etc.!
Saudosísima, le pido a Dios y a Nuestra Señora que te protejan y te bendigan y te envío mil besos y abrazos de tu… manguinha…
Lucilia

1962: nueva separación…

cap14_044El año de 1962 le reservaba a doña Lucilia una nueva ausencia de su hijo tan querido. La causa fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX: el Concilio Vaticano II, que definiría los rumbos de la Iglesia Católica en las siguientes décadas.
Consciente de la importancia de aquel momento histórico, el Dr. Plinio partió hacia Roma en octubre de 1962 a fin de seguir de cerca los trabajos del Concilio Ecuménico. Conocía bien las múltiples limitaciones de sus medios individuales de acción, pero confiaba en la Providencia. Según la costumbre adoptada en ocasiones anteriores, no reveló en seguida a doña Lucilia ni el objetivo, ni la duración del viaje. Solamente cuando ya se encontraba en la Ciudad Eterna, doña Rosée le contó a su madre el verdadero destino del Dr. Plinio y le entregó la carta que éste le había dejado antes de partir.
Por sus palabras, inflamadas de amor a Dios, esa carta es otro elocuente testimonio de cómo la educación dada por doña Lucilia había producido en el alma del Dr. Plinio abundantes frutos:

¡Manguinha querida de mi corazón!
Bueno, cuando usted lea esta carta, ¡su hijo estará en Roma! Este viaje es fruto de largas reflexiones. No lo hago para divertirme. Por el contrario, en el estado de cansancio en que estoy preferiría sinceramente quedarme aquí, y no sobrecargarme con todas las ocupaciones y preocupaciones que tendré en Roma. Pero si yo no fuese a Roma ahora tendría mi conciencia más sucia que si fuese un soldado desertor. Y, colocando el deber por encima de todo —máxime, el deber hacia la Santa Iglesia—, decidí partir.
Usted comprenderá, mi Amor, cuánto me pesa dejarla, aunque sea solamente por unos quince o veinte días. Esté segura que yo jamás haría este viaje por placer. Pero, una vez más, la Religión está por encima de todo. Ahora bien, ocurre que, por un lado, nunca el cerco de los enemigos externos de la Iglesia había sido tan fuerte, y tampoco nunca tan general, tan articulada, tan audaz la acción de sus enemigos internos. Por otro lado, sé bien que puedo prestar servicios muy útiles para ayudar a sostener el edificio de la Cristiandad. Usted comprenderá bien, queridita, que yo no podría jamás, bajo ningún cap14_043pretexto, renunciar a prestar a la Iglesia, a la cual he dedicado mi vida, este servicio en un momento histórico casi tan triste como el de la Muerte de Nuestro Señor. Por eso, mi bien, por más dolorosa que sea esta separación de algunas semanas usted debe alegrarse. En efecto, debe llenarla de júbilo que Nuestra Señora se sirva de su hijo para algo. Y, si para esto soy apto, es en gran medida por la influencia que usted ejerció sobre mí, la educación que usted me dio, y el espíritu religioso que me inculcó desde tan temprana edad. Ofrezca, pues, a Nuestra Señora el sacrificio de esta separación para que el esfuerzo tenga éxito.
Algunas semanas pasan de prisa, Luzinha. Piense, así, en la alegría del regreso y cuide bien de su salud, para que yo pueda encontrar a mi Lú fuertecita, contentita, pimpona, esperándome. Usted sabe muy bien, pues la quiero inmensamente, cuánto valor le doy a su salud y toda la alegría que me dará encontrarla fuerte y bonita.
Rece mucho por mí y acepte mil y mil besos del hijo que con todo afecto y respeto le pide su bendición,
Plinio
PS: Escríbame cuánto antes diciéndome cómo esta, etc. etc, con aquella letra tan bonita que me gusta tanto leer. Quiero saber todo sobre la Luzinha de mi corazón.

Terminada la lectura, podemos imaginar a doña Lucilia tomando un pequeño pañuelo, secarse tranquila y dulcemente las copiosas lágrimas que caen de sus ojos, doblar con cuidado tan cariñosa carta y, en un primer momento, depositarla a los pies de la imagen del Divino Redentor, iniciando por el viaje de su hijo piadosas y empeñadas oraciones.
Ofrece una vez más con generosidad al Sagrado Corazón de Jesús el sacrificio de una larga separación, más difícil de soportar ahora por la ausencia de su esposo y por su ya tan avanzada edad. La vista un tanto disminuida y el reumatismo de sus manos le exigían un esfuerzo no pequeño y bastante tiempo para, con “aquella letra tan bonita” que tanto agradaba a su hijo, redactar una respuesta. Sin embargo, esa incomodidad era compensada por el gusto de mantener, por medio de esas líneas, su relación con él.
En la anterior correspondencia de doña Lucilia traslucía sobre todo su inmensa bondad y un inigualable afecto materno. Sin que esos aspectos perdiesen en nada su intensidad, en las cartas que le escribió durante el Concilio llama especialmente la atención su profundo amor a la Santa Iglesia. Por sus palabras notamos cómo seguía con sumo interés las noticias publicadas en la prensa sobre los trabajos de la magna asamblea reunida en Roma.
Después de recibir la primera carta de su hijo, le escribe estas bonitas líneas:

São Paulo, 18-10-62
¡Filhão querido de mi corazón!
Cuando tengas otra vez necesidad de ausentarte por tantos días y tan lejos, avísame con anticipación para habituarme un poco a esa idea, antes de verte partir, “¡por más que lo sienta!” Si en esta ocasión podías prestar algún auxilio a los obispos y arzobispos etc. del clero bueno, y no lo hicieses, ¡faltarías a tu deber!
Estoy guardando el periódico “Estado de S. Paulo”, que puede que te guste leer. Si es verdad todo lo que dice sobre los primeros días, ¿qué será de nosotros? ¡Que Jesús nos proteja! ¿Qué decir de esos antipáticos y feos obispos rusos? ¿Estarán queriendo ponerse en el lugar de nuestro Papa, para hacer un Papa “a la moda rusa”? ¡Que San Pedro nos proteja! En fin… ¡¡vosotros sabéis más que yo, que tengo miedo de todo!!

Los “antipáticos y feos obispos rusos” a los que doña Lucilia se refiere en la carta, eran observadores de la iglesia cismática que habían sido invitados a asistir al Concilio. Luego continúa ella con su encantadora manera de aconsejar a su filhão querido:

cap14_042¿Has sido invitado a la cena ofrecida a los arzobispos y obispos brasileños por la embajada brasileña junto a la Santa Sede? ¡Debe ser hoy! Pensaba escribirte anteayer, pero vino tanta gente a visitarme para distraerme de tu ausencia ¡que no me fue posible hacerlo! Estuvieron aquí, el sábado Rosée, Maria Alice, Dora. El domingo Maria Alice, Rosée, Dora “nuestro niño” (El bisnieto de doña Lucilia, Francisco Eduardo), Zilí y Néstor cenaron, Sinhá almorzó y se quedó hasta las seis. El lunes, Rosée, Das Dores (María das Dores Procopio de Araújo Carvalho, hermana de Gabriela Procopio Ribeiro. Esta última era esposa de don Gabriel, hermano de doña Lucilia), Yelita, Dora (que se fue ayer a Río) y doña Viví ( Dª Olivia Torres Castilho de Andrade, madre de D. José Carlos Castilho de Andrade, amigo del Dr. Plinio), que fue muy amable y me trajo un ramo de rosas. Ayer estuvieron Rosée, Maria Alice y Eduardo.
Quiero pedirte un favor… ten cuidado con lo que comes por ahí, pues cuando el menú es bueno te pones muy goloso y, si abusas, ¡te puede hacer mal! Cuidado, ¿eh?
He rezado mucho por ti. Con mil abrazos y besos y muchas bendiciones de mamá, que tanto te quiere,
Lucilia