“No me olvidaré de las llamadas por teléfono a su mamá…”
Durante el período que pasó en Río, el Dr. Plinio tenía por hábito hospedarse en el Hotel Regina, desde donde a menudo llamaba por teléfono a su querida madre. Terminados los trabajos de la Constituyente con su promulgación el 16 de julio de 1934, cuando se preparaba para dejar definitivamente la Capital Federal, una confidencia le reveló que esas conversaciones habían sido escuchadas por alguien.
Antes de partir, se despidió de los empleados del hotel, que lo habían servido durante un año entero. El establecimiento estaba dirigido por una señora portuguesa, categórica y autoritaria pero muy amable, doña María da Gloria, y a ella le dirigió algunas palabras más corteses para decirle que guardaría gratos recuerdos de la estadía pasada allí, donde había sido tan bien tratado.
Ella, con un candor totalmente lusitano, respondió:
— Vaya con Dios. Yo nunca me olvidaré de las llamadas por teléfono a su mamá en São Paulo.
— Pero, ¿las escuchó usted? — preguntó él asombrado.
A lo que doña María da Gloria, sonriendo, contestó:
— Vaya con Dios, doctor. ¡Eran tan bonitas que las oí todas!
Lo normal sería que el Dr. Plinio reclamase, pues era inadmisible que una gerente de hotel oyera las conversaciones telefónicas de los huéspedes. Pero doña María da Gloria confesó su falta con tal sinceridad, dejando traslucir tanta bondad de alma y tanta admiración, que él se sintió desarmado y le retribuyó esa inocente prueba de amistad con una gentileza proporcionada.
Al llegar a São Paulo le contó el hecho a su madre, a quien le pareció muy pintoresco. A partir de entonces, doña Lucilia en una actitud muy característica suya, siempre que el Dr. Plinio iba a Río y se hospedaba en el Hotel Regina, mandaba afectuosos saludos a la indiscreta y amable gerente, cuya alma aún tenía suficiente quilate para maravillarse con aquella elevada convivencia.
Las alegrías del regreso
A través de la lectura de los diarios, doña Lucilia seguía atentamente el desarrollo
de los trabajos de la Constituyente. Además de desear saber si las “Reivindicaciones
Mínimas” de la Liga Electoral Católica, por las que tanto batallaba su hijo, habían sido aprobadas, ansiaba su vuelta. Las saudades aumentaban día tras día.
Por fin, llegó la confirmación del tan esperado regreso: el equipaje, que había sido despachado con anterioridad para São Paulo, es entregado en la calle Marqués de Itú. Fue tal la alegría que esto causó a doña Lucilia que, desbordante de júbilo, llegó a besar una por una las maletas de su hijo. El día anunciado para la llegada, estando próxima la hora y tras haber preparado todo del mejor modo posible para recibirlo, se sentó junto a la entrada de la casa. Y allí se quedó a la espera, rezando, para tener la alegría de abrirle la puerta y no retrasar, ni siquiera por un instante, el momento de verlo, abrazarlo y besarlo.
Aquel día, la conversación no se quedó para la noche. El Dr. Plinio en seguida le contó cómo había sido el viaje, las indiscreciones de doña María da Gloria, la firma de la Constitución, la clausura de las actividades de la Asamblea, algunas novedades sobre los familiares y conocidos de Río…
Doña Lucilia también le relató por su parte las pequeñas nuevas domésticas, entre otras la de que una de sus tías había hecho un negocio muy bueno y, como era soltera, les había regalado a cada una de las tres sobrinas una buena suma de dinero. No obstante, en vez de disponer del mismo para los gastos de la casa, pues se habían mudado hacía poco y era necesario hacer algunas reformas, doña Lucilia prefería ponerlo a disposición de su hijo para lo que él quisiese. Le dijo entonces:
— ¿En qué quieres invertir ese dinero? Si piensas utilizarlo para amueblar nuestra casa será suficiente para ello; pero si tienes otros planes, confío enteramente en ti. Haz lo que quieras.
El Dr. Plinio respondió:
— Mãezinha, voy a pensar un poco. Vamos a ver cómo andan las cosas…
Deseaba saber cómo se desarrollarían los acontecimientos políticos pues, si los intereses de la Iglesia lo exigiesen, volvería a presentarse como candidato para diputado, y entonces sería necesario utilizar ese dinero para su campaña electoral.
Generosa entrega a la Causa Católica
Una vez disuelta la Asamblea Constituyente, fueron convocadas unas nuevas elecciones, ahora no sólo para la Cámara Federal sino también para las Cámaras Estatales.
Si el Dr. Plinio se lanzase como candidato para diputado federal y fuese elegido —reflexionaba con cierta aprensión doña Lucilia— eso motivaría una nueva separación bastante más larga. Sin embargo estaba dispuesta a cualquier sacrificio. Pero esta vez las intenciones apostólicas del Dr. Plinio fueron favorables a los anhelos maternos. Debido al lugar de destaque que él ocupaba en las Congregaciones Marianas de São Paulo no quería apartarse de lo que era su campo de acción por excelencia, y así se lanzó como candidato para diputado estatal, con gran alivio para su madre.
El Dr. Plinio tuvo que enfrentar serias dificultades, pues las circunstancias no eran tan propicias como durante la elección anterior. El Arzobispo de São Paulo, Mons. Duarte, decidió disolver la LEC, y no hubo, por lo tanto, candidatos oficialmente indicados por la Iglesia. Gran desventaja para el Dr. Plinio, pues su electorado era católico. No faltaron vivas y cordiales presiones para que se inscribiese en las listas de los dos partidos rivales: el Partido Republicano Paulista, conservador, cuya dirección estaba integrada por antiguos barones del café, y el Partido Constitucionalista, dirigido por profesores universitarios y profesionales liberales. Ahora bien, el electorado personal del Dr. Plinio se dividía entre las filas de ambos partidos. Si optaba por ser candidato de uno de éstos, se apartaba naturalmente del otro, con lo que perdía inevitablemente la otra mitad. Además, un hermano del Arzobispo también se presentó como candidato a diputado estatal, y corrió la voz entre los católicos que sería descortés para con el ilustre prelado, y en consecuencia para con la Iglesia, que no fuese elegido.
Por ese motivo, el hermano de Mons. Duarte terminó siendo en cierto modo el candidato oficioso de la Iglesia.
A pesar de tantas adversidades, el Dr. Plinio decidió presentarse como candidato independiente en vista de su prestigio como líder católico, comprobado en la elección anterior, y de las ventajas que de allí podría sacar para el apostolado. Al hacer el presupuesto para los gastos de la campaña, vio que costaría exactamente la cantidad que doña Lucilia había recibido de su tía. Tras sopesar bien los pros y los contras, resolvió comunicar a su madre la decisión de luchar en defensa de la Iglesia como diputado estatal:
— Mãezinha, creo que, verdaderamente, lo mejor para mí sería no lanzarme como candidato, asumir mi cátedra en la Facultad de Derecho y, algún tiempo después, abrir un despacho de abogacía. Con nuestra casa razonablemente arreglada, normalizaríamos nuestra situación; pero es ventajoso para la Causa Católica que presente mi candidatura como diputado independiente. En estas condiciones, le pido permiso para poder usar el dinero que usted me ofreció para cubrir los gastos de mi campaña.
Doña Lucilia veía bien cuánto arriesgaba en ello, pero su decisión estaba tomada desde hacía mucho tiempo. Con la misma serenidad de siempre le respondió:
— ¡Lo que quieras, lo tendrás! Todo mi dinero, todo cuanto es mío. Dispón como quieras…
En la difícil situación financiera en que la familia se encontraba, doña Lucilia daba un magnífico ejemplo de desprendimiento en favor de los intereses de la Santa Iglesia, y de confianza total en la Providencia. Tras las elecciones, los hechos vinieron a dar la razón a las aprensiones de doña Lucilia, pues el Dr. Plinio no fue elegido. En efecto, los candidatos independientes eran cuatro o cinco. El más votado de ellos había sido el Dr. Plinio, pero ninguno había alcanzado el número suficiente de votos para obtener un escaño.