Inauguración de la Constituyente

Palacio Tiradentes

Palacio Tiradentes

El 13 de noviembre de 1933, doña Lucilia, don João Pablo y doña Rosée acompañaron al Dr. Plinio a Río de Janeiro para asistir a la apertura de la Constituyente. Aunque el viaje estuviese marcado por el carácter festivo del acontecimiento, una leve sombra de tristeza se proyectaba desde el fondo del alma de aquella madre extremosa, pues a las alegrías del triunfo seguiría el dolor de la separación.
Al llegar a la Capital Federal se hospedaron en el Hotel Gloria, ya entonces uno de los mejores de la ciudad, situado en las inmediaciones de la Playa del Flamengo, y con vistas hacia la zona más bella de la bahía de Guanabara, panorama exuberante que siempre había extasiado a doña Lucilia. Dada la importancia de la Asamblea Constituyente en aquel período histórico, su inauguración, el 15 de noviembre, se revistió de gran solemnidad. Las tropas del Ejército, formadas delante del Palacio Tiradentes, donde se realizaría la ceremonia, prestaban honras militares a cada autoridad que llegaba.
Después de haber acomodado a los suyos en una tribuna, el Dr. Plinio se dirigió a su lugar en el plenario. No obstante, antes de tomar asiento volvió los ojos hacia donde había dejado a doña Lucilia, a fin de cerciorarse de que estaba bien instalada.
Al no poder localizarla en un primer golpe de vista se adelantó un poco más, corredor central adentro, buscándola detenidamente. Desde lo alto de la tribuna, notando la intención y la dificultad de su hijo, doña Lucilia le hizo señas discretamente con un pañuelo. Al verla, entonces, el Dr. Plinio le devolvió con énfasis el saludo y, tranquilizado, volvió a su lugar.
Una vez entonado el Himno Nacional, cada una de las personalidades ocupó el lugar indicado por el ceremonial y se dio inicio a la sesión. Desde el punto de vista político, el aspecto imponente de la asamblea no ocultaba la profunda división reinante. Una decidida mayoría de los constituyentes estaba formada por “getulistas” declarados. Los diputados de la Lista Única por São Paulo Unido, a la cual pertenecía el Dr. Plinio, no adoptaban esa posición, porque sus electores eran los paulistas que habían apoyado la Revolución del 32. Rechazaban el sistema “getulista” y estaban decididos a votar contra él en la Constituyente.

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Hotel Gloria

Hotel Gloria

Terminada la sesión, de vuelta al hotel, doña Lucilia, fatigada por la extensa duración de la solemnidad, prefirió recogerse y no tomar parte en la cena con la familia. Así que ésta terminó, el Dr. Plinio subió a sus aposentos a fin de saber cómo estaba y, claro está, entablar una pequeña conversación. Al entrar en el cuarto, encontró a doña Lucilia sola, sentada en una poltrona, contemplando el bello panorama que se divisaba desde el Hotel Gloria. Aquella noche estaba particularmente soberbia: un cielo límpido, en el cual se levantaba una espléndida luna casi dorada cuyos reflejos brillaban sobre las olas que, con
placidez, se deshacían en blanca espuma sobre las piedras, junto al muro de la Avenida Beira-Mar. A lo largo de ésta, balanceándose al soplo de una suave brisa, altas y elegantes palmeras reverenciaban la imponente silueta del Pão de Açúcar que se yergue a la entrada de la bahía de Guanabara. Al no encontrar ningún asiento al alcance de la mano, el Dr. Plinio se arrodilló junto a su madre y le preguntó cómo estaba.
Doña Lucilia, que se había quedado profundamente conmovida con la actitud de su hijo aquella tarde, le dirigió estas palabras, de las cuales él jamás se olvidaría: — ¡Hijo mío, quiero decirte que estoy mirando el panorama, pero de hecho estoy pensando en la alegría que le diste hoy a tu madre!
— Pero, ¿cómo, mi bien?
— Es uno de los mayores placeres que me has dado en la vida — repitió ella con énfasis.
— ¿De qué manera?
— Todavía conservo en la retina tu fisonomía, allá en el Palacio Tiradentes, buscándome en medio de aquella multitud y saludándome, alegre y tranquilizado por verme bien acomodada.
plinioEl Dr. Plinio, que juzgaba haber tomado una actitud común al desear el bienestar de su madre, se sorprendió con esta declaración y le dijo:
— Pero, mi bien, ¿qué tiene eso de extraordinario?
— El hecho de preocuparte así por tu madre, en el momento en que comenzaban a pesar sobre ti tantas responsabilidades nuevas, significa mucho. Y hasta ahora estoy conmovida por esta manifestación tuya de afecto filial.
Entre sorprendido y contento con la reacción de doña Lucilia, el Dr. Plinio la besó varias veces, le hizo algunas bromas amables, y se retiró. Verdaderamente él tampoco se olvidaría nunca de la enternecida figura de su madre, mirándolo desde lo alto de la tribuna mientras lo saludaba.
Pasados algunos días, doña Lucilia volvió a São Paulo, dejando en Río la mitad de su alma… Su hijo se quedaba allí para batallar a favor de la inserción de las enmiendas católicas en la nueva Constitución.