Trasponiendo el umbral de los 50 años

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                           Doña Lucilia a los 50 años

Alegrías, dolores y aprensiones
Veintidós de abril de 1926. Doña Lucilia cumple cincuenta años. Nunca esperó alcanzar esa edad pues, debido a su frágil salud, tenía continuamente la sensación de que, en cualquier momento, podría fallecer. En realidad, todavía viviría 42 largos años más.
Para conmemorar la feliz fecha, se reunieron en el palacete Ribeiro dos Santos sus familiares más allegados; pero, en contraste con la atmósfera de alegría general, ¡cuán diferentes eran las reflexiones de su corazón! La vida le había dado ya bastantes decepciones, y hacía mucho que ella no conservaba ninguna ilusión.
Estaban inmersos en el pasado los añorados y tranquilos días de su infancia en la apacible Pirassununga de antaño; la radiante juventud en la “São Paulinho” de la Belle Epoque; la fundación de su hogar, en medio de las incertidumbres del inicio del siglo XX; el nacimiento de sus hijos; la operación en Alemania; los agradables días en París y la educación de Rosée y Plinio… En fin, cuántas alegrías, pero también ¡cuántos dolores y tristezas! Con la mirada serena y la conciencia tranquila, doña Lucilia podía decir con San Pablo al final de cada etapa de su existencia: “Bonum certamen certavi”, “he combatido el buen combate”. Pero faltaba mucho aún para poder afirmar: “Cursum consummavi, fidem servavi”, “he terminado mi carrera, he guardado la Fe” (II Tim. 4, 7.) pues lo más difícil estaba todavía por ser recorrido.
El mundo que la había visto nacer, impregnado de las últimas fragancias de la Civilización Cristiana, había dejado de existir. Y ella, fiel al ideal que había abrazado —el reinado del Sagrado Corazón de Jesús— se encontraba casi completamente aislada en una sociedad cada vez más distante de los divinos preceptos y entregada desenfrenadamente al goce de la vida.
¿Qué desagradables sorpresas le reservaría aún el futuro?
Le preocupaba sobremanera el rumbo que tomarían sus hijos. A medida que iban madurando, los peligros necesariamente aumentaban y, con ellos, las aprensiones maternas.

El matrimonio de su hija

Reosée en el día de su matrimonio

           Reosée en el día de su matrimonio

¡Cuántas circunstancias hay, en la vida de todos, en las cuales se mezclan el dolor y la alegría! Fue lo que sucedió con doña Lucilia al aproximarse el día del matrimonio de su hija con Antonio de Castro Magalhães, activo hombre de negocios, hijo de unos acomodados agricultores de Minas Gerais. Para darle esplendor a la fiesta de bodas, doña Lucilia no ahorró ningún esfuerzo.
Sin embargo, en medio del júbilo de aquella fecha (23 de febrero de 1927), la tristeza de la separación ya oprimía su maternal y solicito corazón, pues para ella nada era mejor que estar en compañía de los seres amados: “¿Qué será de mí cuando Rosée se vaya lejos y, si yo vivo un poco más, tú también hagas tu nido?” Expresivas palabras escritas por doña Lucilia en una carta a Plinio, al año del matrimonio de su hija.
Algún tiempo después, Plinio y su cuñado compran la hacienda Santa Alice, en Cambará, al norte del Estado de Paraná, terreno muy fértil y con un futuro prometedor, que Antonio pasó a dirigir debido a su experiencia en las cosas del campo, pasando allí largas temporadas con su esposa. A pesar de que la hacienda distaba 500 Km. de São Paulo, le fue posible a doña Lucilia visitarla, pues una vía férrea unía Cambará con la capital paulista.

En el oratorio, una carta

Cuando Plinio ingresó en la Facultad de Derecho, una de las preocupaciones que más pesaban en el espíritu de doña Lucilia era la de su fidelidad a la Iglesia Católica. Muchos jóvenes de los medios sociales que ella conocía no habían tenido el valor de enfrentar la presión de los compañeros y del ambiente, y terminaron por abandonar la práctica de la religión hasta llegar a perder la fe.
En el transcurso de los meses, sin embargo, constató con gran alegría que su hijo permanecía firme en su adhesión a los buenos principios. Pero aún temía: ¿cómo enfrentaría Plinio la ardua lucha de la vida? Talento y madurez no le faltaban; pero de ahí a saber si alcanzaría éxito en sus realizaciones, siguiendo la estela de sus ilustres antepasados, era otra cuestión. Por eso procuraba aconsejarlo y guiarlo, sin entrometerse no obstante en su vida particular. Poco después de entrar en la Universidad, Plinio consiguió un empleo en el Patronato Agrícola a través de su tío, don Gabriel, entonces Secretario de Agricultura de São Paulo. Doña Lucilia, considerando que esos eran los primeros pasos de su hijo hacia un brillante porvenir, empezó a pedir con fervor al Sagrado Corazón de Jesús que lo protegiese y le proporcionase éxito en el empleo.
Testimonio de que sus oraciones estaban siendo atendidas fue una carta enviada a don Gabriel por el distinguido hombre de letras don Eugenio Egas, director del Departamento Agrícola en donde Plinio trabajaba, y en la que pedía que el joven no fuese transferido a otro sector, pues le haría mucha falta. La carta era tan elogiosa que don Gabriel se la entregó a doña Lucilia, seguro de darle una alegría, y ella, en señal de gratitud, la guardó en su oratorio junto a la imagen del Sagrado Corazón, donde la conservó durante largos años.
He aquí el texto:

Don Gabriel, tío del Dr. Plinio

     Don Gabriel, tío del Dr. Plinio

Patronato Agrícola, 20-VI-27
Apreciado don Gabriel, llegó a mi conocimiento que su sobrino Plinio va para las Carreteras. Para el Patronato es un desastre. El joven es excelente, puntual, correcto y como sabe lenguas nos presta un gran servicio, cuando somos buscados por alemanes, austríacos y semejantes.
No le traslade, se lo pido encarecidamente. La cuestión del sueldo, una vez que usted, amigo mío, traslade al Sr. Renato Abate (que de poco sirve, por ser estudiante de medicina y no tener horario aprovechable) no tiene importancia, pues el presupuesto en
vigor tiene dinero para pagarle, en la base de los 525 mil reis. Sea como sea, tengo que decirle que Plinio representa las bellas cualidades de dos familias de Tradición: Corrêa de Oliveira y Ribeiro dos Santos.
Mi despacho va a sufrir con la salida de un funcionario tan fino, correcto, educado y celoso. Por lo demás, él es estudiante de derecho, por lo que el ambiente del Patronato le es propicio. ¿Qué va a hacer entre ingenieros? Esperando, amigo, que no nos prive del trabajo de ese distinguido joven, me suscribo como sabe,
Su viejo amigo
Eugenio Egas

“Yo también rezo tanto por ti…”

Imagen del Sagrado Corazón perteneciente a Doña Lucilia

Imagen del Sagrado Corazón perteneciente a                          Doña Lucilia

No era sólo por razones naturales que doña Lucilia les dedicaba a sus hijos tan intenso afecto. La raíz más profunda de éste era su elevada devoción al Sagrado Corazón de Jesús, a quien tanto rezaba, como relataría años más tarde, en una carta a Plinio, con palabras llenas de unción:

¡Me agradó inmensamente saber que cuando me
echas de menos, rezas delante de mi oratorio! Yo también
rezo tanto por ti; ¡el Sagrado Corazón de Jesús,
nuestro amor, será tu salvaguarda y protector!, hijo
querido de mi corazón.

Tal devoción unida a la atmósfera de recogimiento que doña Lucilia mantenía en el hogar, lo hacía propicio a la oración y a la contemplación. El Dr. Plinio recuerda que, muchas veces, al volver de algún paseo o fiesta infantil, encontraba la casa inmersa en un ambiente que le hacía evocar el sonido grave, noble y suave del carillón de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Eso contrastaba con la superficialidad y disipación que, ya en los remotos años veinte, iban marcando cada día más a la sociedad de nuestro siglo, haciéndole entender mejor el modo de ser, invariable y profundo, de doña Lucilia. “Fue por ese motivo que tomé una resolución: por mi parte, ¡también voy a vivir así!” concluyó el Dr. Plinio.
En el fondo, iba enseñando a sus hijos a vivir de manera virtuosa, pues era su más ardiente deseo. De ahí su gran empeño en darles una esmerada formación religiosa. A una excelente observadora como ella no le fue necesario mucho tiempo para notar que la fräulein Matilde, a pesar de ser una eximia educadora, no tenía la atención tan volcada hacia lo sobrenatural como sería de desear. Tanto mejor para sus hijos, pues su propia madre asumirá esta tarea tan alta.
Doña Lucilia también estimulaba en Rosée y Plinio la piedad en relación a las imágenes colocadas por ella en sus cuartos, y a veces las besaba cuando entraba allí.
Dr._plinioEl Dr. Plinio, ya octogenario, se acordaba de aquellos tiempos en que tenía seis, tal vez siete años de edad, época en que profundizó sus consideraciones sobre Nuestro Señor Jesucristo, al contemplar sus imágenes en casa y en la iglesia, o leyendo libritos para niños:
“Ya en mis primeros años, tenía la convicción de que Él era el Hombre-Dios, porque mamá lo dejaba clarísimo en las narraciones de Historia Sagrada”.
Tan rica y penetrante fue la influencia que tenía sobre sus hijos que Plinio, con tan sólo cuatro años, de pie sobre una mesa, llegó a dar clases de catecismo a los La educación de sus hijos  criados de la casa, transmitiéndoles lo que había oído de los piadosos labios maternos.
Por otra parte, a los niños les impresionaba vivamente ver el completo rechazo de doña Lucilia al demonio, el adversario del género humano. Tenía repugnancia hasta de su nombre, que no pronunciaba sino cuando era indispensable, y así mismo con expresión discretamente desagradada. Opinaba con toda razón que el simple hecho de mencionar a tan abyecto ente, sin absoluta necesidad, podía ser interpretado como si se le invocara.