Una prueba más de confianza

Dr. Plinio homenajeando a Anchieta en la Constutuyente

                Dr. Plinio homenajeando a Anchieta, cuando era diputado  en la Constutuyente

Las rentas personales de doña Lucilia eran escasas. En cuanto a su hijo, sólo disponía de la remuneración de diputado, la cual, aunque bastase para todo, cesaría en breve, pues, una vez promulgada la nueva Constitución, el mandato llegaría a su fin.
Más que nunca, doña Lucilia confió sus necesidades y preocupaciones al manso y humilde Sagrado Corazón de Jesús, en el cual siempre había encontrado alivio y consuelo.
Como se había reabierto el Curso Anexo a la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo, surgió una vacante para la cátedra de Historia de la Civilización. Entre los de la generación del Dr. Plinio, nadie más apto que él para tal cargo.
El magisterio le proporcionaría evidentes ventajas para el apostolado, pues de aquella tribuna podría transmitir a sus alumnos una visión de la Historia desde el punto de vista católico. Su profundo conocimiento de la materia y su prestigio como líder católico facilitaron la designación.
Apenas se enteró del nombramiento, doña Lucilia llamó por teléfono a su hijo para darle la buena noticia. El mismo día el Dr. Plinio escribía:
Mi querida Mãezinha
Bien puede imaginarse la gran satisfacción que me dio su llamada telefónica de hoy, no solamente por la excelente noticia de que fue portadora, sino también por la oportunidad de mitigar las saudades acumuladas desde hace tantos días. Parece que, por fin, Nuestra Señora está permitiendo que nuestra vida tome un rumbo de relativa estabilidad. Mi salario como profesor del Colegio Universitario sería suficiente para continuar dándole un conto (Un “conto” equivalía a un millón de reis, moneda de la época en Brasil, anterior al cruceiro), reservando para mí quinientos mil reis mensuales, cosa que, hace ya muchos años, no estoy habituado a gastar. Gracias le sean dadas a Ella, que, de tal manera se ha mostrado Madre mía y nuestra. ¡Y es
exactamente en el Mes de María que aparece la buena noticia! Cuento con pasar el domingo ahí, embarcando el mismo día, pues las votaciones llegaron a su período crítico. En fin, aún así parece y espero ardientemente que, hasta el fin de semana como mucho, eso estará resuelto. Después vendrá la discusión de la redacción, y el punto final que espero con tanta ansiedad.
¿Cómo está el frío allí? ¿Y usted?
Bendígame, y rece mucho a Nuestra Señora por el hijo que mucho la quiere y le pide la bendición.
Plinio

Estas breves líneas fueron portadoras de dos alegrías: una era el anuncio de que el Dr. Plinio pasaría el domingo en São Paulo; otra era la perspectiva del próximo fin de los trabajos de la Constituyente y de su regreso definitivo, lo que producía a doña Lucilia un júbilo mayor que todos los sinsabores por los que atravesaba.
Era imposible que pasara desapercibido el especial afecto recíproco entre doña Lucilia y su hijo, que trasluce en esta como en tantas otras cartas. A pesar de que el espíritu de Hollywood había invadido ampliamente la sociedad, diseminando poco a poco una mentalidad egoísta y pragmática, no faltaría quien se en cantase al comprobar los océanos de ternura y bienquerencia que desbordaban de esa convivencia entre madre e hijo. Un pequeño episodio, que tiene además su lado pintoresco, nos puede dar una idea de ello.

El Sagrado Corazón de Jesús “será tu salvaguardia y protector”

Pocos días después, aún desde Cambará, doña Lucilia escribe otra misiva a su hijo, tras una fuerte crisis del hígado durante la cual doña Rosée la trató con desvelo. Plinio, además de estar estudiando en la Facultad de Derecho, había comenzado a hacer la “línea de tiro”, el servicio militar. Doña Lucilia manifiesta con afecto el deseo de verlo de uniforme, le pregunta por sus estudios y su salud, pero no toca el asunto que tanto le preocupaba en la carta anterior. Había colocado sus aflicciones a los pies del Sagrado Corazón de Jesús, confiando en que Él no dejaría de proteger al “hijo querido de su corazón”.

Cambará, 23-5-929

“Rosée y tú fuisteis confiados a Dios antes de nacer” Imagen del Sagrado Corazón perteneciente a Doña Lucilia

Imagen del Sagrado Corazón perteneciente a Doña Lucilia

¡Hijo querido!
Con tantas saudades de ti, tan deseosa de una conversación contigo, y sin embargo hace días que no te escribo, porque tuve una recaída fuerte de hígado que me retuvo algunos días en la cama, donde fui tratada por tu hermanita ¡con un cariño y dedicación que me hicieron bien al corazón! Estoy aún con el hígado muy inflamado y me siento abatida, incluso a consecuencia de la larga y fuerte dieta que tengo.

24-5-929
Interrumpí ayer ésta, porque Rosée tuvo tres visitas hasta la noche, y, una cosa extraordinaria que tengo que contarte, fui ayer al circo que está cerca de casa, en donde
asistí a medio espectáculo, y fui y volví en automóvil muy despacio, y allá di unas buenas carcajadas. Hoy estoy mucho mejor, pero ¡aún con miedo del regreso!
¡La Sorocabana (La compañía de trenes) salta y corcovea tanto que da la impresión de que “sin querer”, se está domando un caballo bravo!
Te envié una larga carta certificada, en respuesta a aquella en la que me hablabas de la cena en el Club Comercial y, por lo que veo, no la recibiste, lo cual me disgustó mucho. ¿En qué quedó esta última propuesta de venta del empleo? Estoy ansiosa por verte uniformado… y “entusiasmado” por las marchas y contramarchas.
¿Has estudiado mucho? Hace cuatro días que no recibo cartas de ahí, ¿será posible que estés de nuevo con alguna gripe en la garganta? ¡Dios no lo permita! Quiero encontrarte muy fuerte, y guapetón. ¡Me agradó mucho, inmensamente, saber que, cuando tienes saudades de mí, rezas delante de mi oratorio! ¡Yo también rezo tanto por ti, y el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro amor, será tu salvaguarda y protector!,
hijo querido de mi corazón. Espero ir con Toni el lunes, pero preferiría que él quisiese ir el miércoles, para que mi hígado se acomode un poco más antes de embarcar de nuevo. Mándanos con urgencia noticias de Gabriel. (…) ¿Cómo está tu abuela?
Le escribí hace tres días a ella y a Zilí, que me respondió.
Dale de mi parte un buen abrazo a nuestra Frau, y dile que vuelvo con Popadinchen.
Un abrazo a tu abuela.
Recibe con mi bendición, muchos y muchos besos de tu mamá muy “saudosa” y extremosa,
Lucilia

“Insisto en que vengas cuanto antes”

De regreso a São Paulo, permaneció poco tiempo en la capital, pues en julio fue con doña Gabriela a Santos, donde estuvo hasta el final del mes. El desprendimiento, el deseo de hacer el bien y de convivir con su hijo son una constante en las cartas escritas por ella.

Santos, 16-7-929
¡Hijo querido!
Tu tía Zilí debía haberte entregado ayer una carta mía, y se olvidó de hacerlo debido a la prisa en que anduvo por ahí y a la preocupación con el asunto de la casa.
Insisto en que vengas cuanto antes, pues debemos regresar el día treinta, si Dios quiere, y ahora es una buena oportunidad para que reposes y cambies de clima, y en
mi compañía, lo cual es más difícil. No es necesario que esperes que la tal muchacha se encargue del empleo para poder salir, pues no tienes ningún compromiso con eso, y
aunque tu presencia fuese necesaria, te llamarían por teléfono. Ven pronto. Tu padre debe llegar ahí mañana temprano y venir por la tarde.
Te besa y te bendice mucho tu mamá extremosa,
Lucilia
Recuerdos a la Frau y a todos los de casa.

doña_luciliaLos estudios de Derecho absorben mucho a su hijo, quien tarda en ponerse en camino. Como las cartas se hacen raras, ya por el poco tiempo de que él disponía, ya porque el correo no las entrega, doña Lucilia se queja de no recibir noticias. Con palabras llenas de cariño, él se defiende de la “infundada” reclamación de su madre. La misiva, en tono levemente jocoso, nos da idea de cómo el carácter tradicional y elevado del trato del Dr. Plinio con ella permitía ligeras bromas, como sabroso condimento.

Mi Queridísimo amorcito.
Recibí hoy con muchas saudades su carta; sin embargo, al intenso
sentimiento de saudades se sobrepuso otro, el resentimiento. ¿Será posible,
Mãezinha, que piense que no siento saudades de usted por el simple motivo de haberle escrito una carta que no fue recibida ni respondida? ¿Será posible que piense que si no le escribí más es porque no tengo tiempo, pues me divierto continuamente? Es bueno, mi amor, que considere el hecho de que solamente he estudiado y nada más, y que a mis estudios, que ya de por sí eran muy apretados (me tengo que levantar a las 6 hasta los domingos para estudiar y sacar las buenas notas que
tanto la alegran) se añadió el de filosofía, mucho más intenso por causa del Supremo plinio_abogadoTribunal Federal (…) y la vasta Literatura Internacional. Dicho esto, que me parece más que suficiente no sólo para neutralizar su opinión respecto a mí sino para hacerle cambiar de idea, quiero tener noticias de su salud y de su “higadorio”, pues ya tratamos de su corazón injustamente lastimado.
¿Cómo está abuela? La casa sin ustedes está triste como una tumba y quien salva la situación es Rosée.
¿Cuándo vuelven?
Las relaciones que usted me consigue ya no me dejan en paz. (…)
No tengo que decir que esta carta es para abuela y para usted, pues las dos están en mi corazón de la misma manera.
Las abrazo y beso con cariño efusivo y les pido la bendición.
Plinio.

Como es fácil notar, durante las largas ausencias de doña Lucilia, Plinio trataba de atenuarle las saudades escribiéndole sobre su vida cotidiana, cada vez más tomado no sólo por los estudios, sino también por su apostolado en las Congregaciones Marianas.

Trasponiendo el umbral de los 50 años

doña_luciliaVeintidós de abril de 1926. Doña Lucilia cumple cincuenta años. Nunca esperó alcanzar esa edad pues, debido a su frágil salud, tenía continuamente la sensación de que, en cualquier momento, podría fallecer. En realidad, todavía viviría 42 largos años más.
Para conmemorar la feliz fecha, se reunieron en el palacete Ribeiro dos Santos sus familiares más allegados; pero, en contraste con la atmósfera de alegría general, ¡cuán diferentes eran las reflexiones de su corazón! La vida le había dado ya bastantes decepciones, y hacía mucho que ella no conservaba ninguna ilusión.
Estaban inmersos en el pasado los añorados y tranquilos días de su infancia en la apacible Pirassununga de antaño; la radiante juventud en la “São Paulinho” de la Belle Epoque; la fundación de su hogar, en medio de las incertidumbres del inicio del siglo XX; el nacimiento de sus hijos; la operación en Alemania; los agradables días en París y la educación de Rosée y Plinio… En fin, cuántas alegrías, pero también ¡cuántos dolores y tristezas!
Con la mirada serena y la conciencia tranquila, doña Lucilia podía decir con San Pablo al final de cada etapa de su existencia: “Bonum certamen certavi”, “he combatido el buen combate”. Pero faltaba mucho aún para poder afirmar: “Cursum consummavi, fidem servavi”, “he terminado mi carrera, he guardado la Fe” (II Tim. 4, 7) pues lo más difícil estaba todavía por ser recorrido.
El mundo que la había visto nacer, impregnado de las últimas fragancias de la Civilización Cristiana, había dejado de existir. Y ella, fiel al ideal que había abrazado —el reinado del Sagrado Corazón de Jesús— se encontraba casi completamente aislada en una sociedad cada vez más distante de los divinos preceptos y entregada desenfrenadamente al goce de la vida. ¿Qué desagradables sorpresas le reservaría aún el futuro? Le preocupaba sobremanera el rumbo que tomarían sus hijos. A medida que iban madurando, los peligros necesariamente aumentaban y, con ellos, las aprensiones maternas.

El matrimonio de su hija

Reosée en el día de su matrimonio

            Reosée en el día de su matrimonio

¡Cuántas circunstancias hay, en la vida de todos, en las cuales se mezclan el dolor y la alegría! Fue lo que sucedió con doña Lucilia al aproximarse el día del matrimonio de su hija con Antonio de Castro Magalhães, activo hombre de negocios, hijo de unos acomodados agricultores de Minas Gerais. Para darle esplendor a la fiesta de bodas, doña Lucilia no ahorró ningún esfuerzo. Sin embargo, en medio del júbilo de aquella fecha la tristeza de la separación ya oprimía su maternal y solicito corazón, pues para ella nada era mejor que estar en compañía de los seres amados: “¿Qué será de mí cuando Rosée se vaya lejos y, si yo vivo un poco más, tú también hagas tu nido?” Expresivas palabras escritas por doña Lucilia en una carta a Plinio, al año del matrimonio de su hija.
Algún tiempo después, Plinio y su cuñado compran la hacienda Santa Alice, en Cambará, al norte del Estado de Paraná, terreno muy fértil y con un futuro prometedor, que Antonio pasó a dirigir debido a su experiencia en las cosas del campo, pasando allí largas temporadas con su esposa. A pesar de que la hacienda distaba 500 Km. de São Paulo, le fue posible a doña Lucilia visitarla, pues una vía férrea unía Cambará con la capital paulista.

En el oratorio, una carta

plinio_facultad_derechoCuando Plinio ingresó en la Facultad de Derecho, una de las preocupaciones que más pesaban en el espíritu de doña Lucilia era la de su fidelidad a la Iglesia Católica. Muchos jóvenes de los medios sociales que ella conocía no habían tenido el valor de enfrentar la presión de los compañeros y del ambiente, y terminaron por abandonar la práctica de la religión hasta llegar a perder la fe. En el transcurso de los meses, sin embargo, constató con gran alegría que su hijo permanecía firme en su adhesión a los buenos principios.
Pero aún temía: ¿cómo enfrentaría Plinio la ardua lucha de la vida? Talento y madurez no le faltaban; pero de ahí a saber si alcanzaría éxito en sus realizaciones, siguiendo la estela de sus ilustres antepasados, era otra cuestión. Por eso procuraba aconsejarlo y guiarlo, sin entrometerse no obstante en su vida particular.
Poco después de entrar en la Universidad, Plinio consiguió un empleo en el Patronato Agrícola a través de su tío, don Gabriel, entonces Secretario de Agricultura de São Paulo. Doña Lucilia, considerando que esos eran los primeros pasos de su hijo hacia un brillante porvenir, empezó a pedir con fervor al Sagrado Corazón de Jesús que lo protegiese y le proporcionase éxito en el empleo.
Testimonio de que sus oraciones estaban siendo atendidas fue una carta enviada a don Gabriel por el distinguido hombre de letras don Eugenio Egas, director del Departamento Agrícola en donde Plinio trabajaba, y en la que pedía que el joven no fuese transferido a otro sector, pues le haría mucha falta. La carta era tan elogiosa que don Gabriel se la entregó a doña Lucilia, seguro de darle una alegría, y ella, en señal de gratitud, la guardó en su oratorio junto a la imagen del Sagrado Corazón, donde la conservó durante largos años.
He aquí el texto:

Patronato Agrícola, 20-VI-27
Apreciado don Gabriel, llegó a mi conocimiento que su sobrino Plinio va para las Carreteras. Para el Patronato es un desastre. El joven es excelente, puntual, correcto y como sabe lenguas nos presta un gran servicio, cuando somos buscados por alemanes, austríacos y semejantes.
No le traslade, se lo pido encarecidamente. La cuestión del sueldo, una vez que usted, amigo mío, traslade al Sr. Renato Abate (que de poco sirve, por ser estudiante de medicina y no tener horario aprovechable) no tiene importancia, pues el presupuesto en
vigor tiene dinero para pagarle, en la base de los 525 mil reis. Sea como sea, tengo que decirle que Plinio representa las bellas cualidades de dos familias de Tradición: Corrêa de Oliveira y Ribeiro dos Santos.
Mi despacho va a sufrir con la salida de un funcionario tan fino, correcto, educado y celoso.
Por lo demás, él es estudiante de derecho, por lo que el ambiente del Patronato le es propicio. ¿Qué va a hacer entre ingenieros? Esperando, amigo, que no nos prive del trabajo de ese distinguido joven, me suscribo como sabe,
Su viejo amigo
Eugenio Egas