“Su bichillo ha desaparecido”

Afectada por un cáncer de garganta, Aurora Tinoco, de Braga (Portugal), empezó a rezarle a Dña. Lucilia con el fin de obtener su curación y, tras varias operaciones, su tumor desapareció:

“A mediados de 2018 los médicos me diagnosticaron un granuloma piógeno en la laringe. Fui operada el 27 de agosto de ese año. Las biopsias no fueron concluyentes y me dijeron que tenía que ser operada de nuevo. Entré en pánico. Tomé antidepresivos durante un mes. Entonces aparece una amiga que empieza a hacer conmigo una caminada de oración.

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Aurora Tinoco consagrándose a la Virgen María en el santuario de Sameiro

“Fui operada por segunda vez, el 15 de octubre de 2018, día de Santa Teresa. Me aconsejaron que pidiera la intercesión de Dña. Lucilia. Por coincidencia, dormía con una revista debajo de la almohada que tenía su fotografía. A partir de ese día comencé a pedir la intercesión de Dña. Lucilia.
“En enero de este año [2019] volví a ser operada, pues el granuloma apareció otra vez. Al finalizar la intervención quirúrgica pedí mi curación. Meses después el médico comprobó que el granuloma estaba disminuyendo. Durante esos meses mi oración a Dña. Lucilia permanecía constante.

“Pasado un año de la primera intervención, el 27 de agosto de 2019, mis oraciones habían sido escuchadas, pues el médico me dijo: ‘Su bichillo ha desaparecido’. Él mismo afirmó que siempre demostré ser una mujer de fe. ¡La prueba de ello está ahí!”

FUENTE: REVISTA HERALDOS DEL EVANGELIO, ENERO 2019, PP. 36-39.

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«Bienaventurados los mansos»

Su mirada refleja un pensamiento constantemente dirigido hacia consideraciones elevadas. Demuestra poseer en sí el bienestar de la virtud, de la aceptación del sufrimiento vivido en paz

Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP

La fotografía de Dña. Lucilia reproducida en esta página la presenta, en su vigor juvenil, en sus últimos años de soltera. Está en una terraza, probablemente de la casa de la hacienda Jaguary, en São João da Boa Vista, perteneciente a su padre, el Dr. Antonio Ribeiro dos Santos.

Dulzura, suavidad y bondad

Dona Lucilia - Foto: Reprodução

Su mirada refleja un pensamiento constantemente dirigido hacia consideraciones elevadas. Su fisonomía denota la precoz seriedad de quien, en la lozanía de su existencia, ya comprendió a fondo esta vida, que la Salve denomina, con gran belleza expresiva, «valle de lágrimas». Sin embargo, no se aprecia en ella la mínima señal de desánimo, acidez o amargura. Al contrario, por encima de todo aparecen dulzura, suavidad y bondad. Lucilia demuestra poseer en sí el bienestar de la virtud, de la aceptación del sufrimiento vivido en paz. Paz que, sin darse cuenta, irradia de forma discreta a su alrededor.

Una bienaventuranza, entre otras, viene a la mente de quien analiza a Lucilia en esa circunstancia: «Bienaventurados los mansos de corazón, porque ellos poseerán la tierra» (Mt 5, 4).

Nadie mantiene una vida virtuosa duraderamente sin el auxilio de la gracia divina. Se observa en esta fotografía, dentro de la secuencia de las que la anteceden, cómo va siendo bien conducida la vida interior de Lucilia, impregnada cada vez más por una tierna devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a su Madre Santísima.

El Sagrado Corazón de Jesús, devoción de toda una vida

Fue en su cándida juventud cuando Lucilia recibió de su padre esa espléndida y piadosa imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que desempeñará un enorme papel en su vida interior, acompañándola hasta su última señal de la cruz. La conservará siempre en su propio cuarto, en un sencillo oratorio de madera. La imagen, de origen francés, fue comprada por el Dr. Antonio en la Casa Garraux, la mayor librería de São Paulo de aquel entonces, que también vendía ciertos artículos europeos, como vinos e imágenes.

La intención de estimular la piedad de Lucilia motivó el gesto de su padre. En efecto, le causaba admiración verla rezar todas las tardes su rosario, apoyada en la barandilla de una ventana que daba al jardín trasero del palacete en el que residía.

A través de esa imagen, reconocía, admiraba y adoraba al propio Sagrado Corazón de Jesús, siempre bondadoso en extremo, misericordioso, dispuesto a perdonar, ¡aunque profundamente serio! Rebosante de afecto, pero sin sonreír nunca; manifestando siempre una cierta tristeza, de quien mide hasta el fondo la maldad de los hombres y por ello sufre mucho. De ahí que el Corazón Sagrado esté rodeado por una corona de espinas y atravesado por la lanza de Longinos.

Los rasgos de su fisonomía simbolizaban la dolorosa queja contenida en aquella famosa frase, dirigida por Nuestro Señor a los hombres por medio de Santa Margarita María Alacoque: «Hija mía, he aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y por ellos tan abandonado».

Con la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, Lucilia desarrolló aún más en su alma el deseo de hacer solamente el bien.

Extraído, con adaptaciones, de: Doña Lucilia. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2013, pp. 90-95.

El Ángel de la Guarda de Doña Lucilia

Un ángel lleno de misericordia, de pronto atendimiento, suave en todos los pedidos, sabiendo tener pena hasta el fondo. Pero también un ángel de gran discernimiento: lo que es verdad, es verdad, lo que es error es error, lo que es bien es bien, lo que es mal es mal.

Para ver a Doña Lucilia con los ojos con los cuales yo la veía, tengo la impresión de que es necesario tomar mucho en consideración cierto punto fundamental de equilibrio que da propiamente la “fisionomía” del alma como esta es vista por Dios. Porque Él no ve el alma apenas en esa o en aquella actitud, sino en la propia fuente de todas las actitudes, en aquello que hay en el hombre de estable y que dicta la pluralidad de sus actitudes.

Firme en la dulzura y dulce en la firmeza

IMG_0172_20171001_LuciocraAlguien dirá: “Pero el hombre nunca es así, tan coherente. ¿Qué tienen de estable los hombres incoherentes? Parece que ellos no son estables.” Es lo contrario; ellos tienen una estabilidad intencionalmente quebrada, de donde todo el resto sale errado. Pero esta estabilidad, aun cuando sea en lo quebrado, en lo errado, existe.

Así, para formarse una hipótesis de cómo es el Ángel de la Guarda correlato a cada persona, es necesario procurar a cada una en esa estabilidad. Más aún, cómo sería esa estabilidad si la persona fuese como debería ser. Ahí se tienen los elementos para una hipótesis de cómo es el Ángel de la Guarda de alguien.

En esta perspectiva, me da la impresión de que el Ángel de la Guarda de ella debería ser visto como un Ángel con una especie de serenidad sobrenatural, que importa en una convicción formada: es la fe; en una actitud tomada: es el estilo de vida de ella; y en un pasado coherente con esa actitud hasta el último momento. Firme en la dulzura y dulce en la firmeza hasta el fin.

Ahí se puede tener una idea de cómo sería ese ángel: lleno de misericordia, de pronto atendimiento, suave en todos los pedidos, sabiendo tener pena hasta el fondo. Pero también, un ángel de gran discernimiento: lo que es verdad es verdad, lo que es error es error, lo que es bien es bien, lo que es mal es mal, y de ahí no se sale.

Creo que, sabiendo compensar esas cosas y ponerlas bien en línea, se tiene una noción de cómo sería el Ángel de la Guarda de Doña Lucilia.

Todo el mundo habla, y con mucha razón, de la misión protectora que tiene cada ángel. Pero está muy realzada – porque es más fácil de imaginar y es auténtica, existe – la protección del ángel en lo que dice respecto al cuerpo. Sin embargo, no está debidamente resaltada la protección del ángel en lo referente al alma. Ahora bien, ese es el elemento principal. Nosotros estamos aquí en la Tierra para dar gloria a Dios, servirlo y amarlo, pero también para salvar nuestras almas, que es el medio de dar gloria a Él.

En esas condiciones, es bien evidente que el ángel desea para nosotros, más que todo, la perseverancia y la santificación. Y nosotros debemos ver, sobre todo, cómo el ángel habrá actuado con relación al alma de Doña Lucilia.

Un mero corusco transformado en luz

Conozco de un modo no satisfactorio el pasado remoto de su familia. Sé que un bisabuelo suyo era un portugués que luchó contra el ejército de Junot, general de Napoleón que invadió Portugal. Como Junot tomó Portugal, la casa del bisabuelo de mi madre en Porto fue destruida y mataron a su familia, y él se vino a Brasil, donde se casó con una señora de familia tradicional, que vino a ser mi tatarabuela.

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Doña Jesuína Ribero dos Santos, abuela paterna de Doña Lucilia

Sin embargo, tengo una idea muy vaga sobre el pasado de la familia en Portugal, no sé cuál es la mentalidad, el estado de espíritu y, sobre todo, lo que más importa: cuál era la posición religiosa de esos antepasados portugueses. Pero, a través de algunas cosas que ella contó, juzgo vislumbrar que había en su abuela paterna, y también en su padre, algo que le preparaba el camino a ella, haciendo presentir ese estilo de alma del cual acabo de hablar.

Con eso no estoy diciendo que su padre y su abuela correspondieron enteramente. Apenas digo que parecen haber recibido gracias en la misma dirección. Y eso tiene un alcance para considerar cómo su Ángel de la Guarda actuó en su alma, porque se ve que mi madre nació en un ambiente donde esa luz estaba presente, y ella participó de esa luz más que sus antecesores. Lo que era un corusco antes de ella, con ella tomó mucho más porte y dimensión. Dentro de ese ambiente familiar, ella estaba encantadísima con esa luz, haciendo de eso un camino hacia Dios.

En el Sagrado Corazón de Jesús, ella veía la plenitud inimaginable e indiscernible de todas las virtudes, entre las cuales esta que ella conocía por coruscos humanos, por fulguraciones así.

Creo que la gran prueba de su vida se desarrolló de la siguiente manera: tengo la impresión de que ella formaba una idea un tanto ingenua de que todas las personas eran, pensaban, sentían y se querían así, y que todas las familias, en sus casas, vivían de esa forma: los señores eran del estilo de su padre y las señoras como ella veía a su madre. Con eso, ella concebía el mundo como una especie de antesala del Cielo.

Sinsabores permitidos por la Providencia

Dña. Gabriela y Dr. Antonio, padres de Doña Lucilia

Con el paso del tiempo, naturalmente vinieron decepciones: este y aquel no eran así, ingratitudes hacia ella, en fin, toda especie de sinsabores.

Ella me contaba este caso característico: una señora rica, de buena familia, clienta de mi abuelo, estaba aislada en el mundo, no tenía quién la apoyase y de repente se enfermó. Mi abuelo necesitó tratar con ella sobre un negocio cualquiera, supo que ella estaba enferma y mandó que sus hijas la visitasen. Vieron, entonces, el abandono en que ella se encontraba, en una casa grande, rica, pero en medio de criadas que no tenían celo por ella. Mi abuelo, desde el principio decretó: “Ella va a vivir en nuestra casa durante el tiempo que quiera y mis hijas van a cuidarla.”

Mi madre estaba joven y esa señora, por lo tanto, era mucho mayor que ella. E inmediatamente se dispuso a ayudarla. Incluso quehaceres que podrían ser confiados a una criada, ella los hacía, por amabilidad. No obstante, comenzó a notar que cuando prestaba a esa señora toda clase de servicios, ella los recibía como si mi madre estuviese apenas cumpliendo la más elemental de las obligaciones. Por otro lado, al aparecer otra persona de la familia que casi no iba allá – porque pensaba en su propia vida y no quería tener esa paciencia –, la huésped sonreía muy complacida y decía: “Fulana, cómo has sido de buena conmigo. ¡Muchas gracias!”

La persona de la familia objeto de esa gratitud, miraba a mi madre y decía:

– No seas boba, Lucilia. Tú debes hacer como yo: manda a las criadas de la casa que la sirvan, y una vez cada dos o tres días apareces para hacer una corta visita y ella queda encantada.

Mi madre respondía:

– No, pobrecita, ella está enferma, sufriendo, y yo quiero prestarle todos los auxilios, pues papá así nos mandó.

– Mira, vas a ver como el día en que esa señora se sane y salga de casa, me va a agradecer el servicio que tú hiciste.

Dicho y hecho. En el momento de la despedida, la huésped agradeció efusivamente a la otra, y a mi madre apenas le dijo: “Lucilia, hasta luego.”

La criatura humana tiene torpezas de esas, pero en ese caso Nuestra Señora lo permitió para ir abriendo los ojos de mi madre con respecto a las cosas.

Le fue pedido desapegarse de todo

3p197bYo mismo presencié varias situaciones semejantes, por donde ella iba comprendiendo que, frente a su bondad, las personas, en su gran mayoría, quedarían indiferentes. Sin embargo, ella mantenía su posición por amor a algo infinitamente más alto, es decir, a Dios Nuestro Señor.

A lo largo de la vida, ella fue constatando que esa actitud de las personas no era solo una falla, sino, casi se podría decir lo contrario: que dentro del hombre la bondad constituye un lapso, o sea, de vez en cuando le sucede ser bueno. Pero si no fuere fiel a la gracia y por razones religiosas, el ser humano es estable y continuamente ruin. Por lo tanto, en esta vida, esas criaturas humanas terrenas que ella se preparaba para querer tanto no eran sino lo contrario de lo que ella esperaba, de las cuales apenas recibía decepción e ingratitud; y eso entre los más próximos…

Bien se comprende cómo eso iba madurando su alma para hacer el siguiente balance: “O mi vida fue vivida toda para Dios – y entonces la vida encuentra una explicación –, o si no hubiese sido vivida para Él, habría sido el error más grande que se pueda imaginar, porque pasé mi existencia dándome, dándome, dándome y recibiendo de los hombres esa retribución…”

Pequeñas circunstancias fortuitas llevaron a que, en determinado momento, incluso a mi respecto, ella tuviese algunas pruebas. Por ejemplo, yo percibía que ella tenía cierta dificultad en comprender la razón por la cual yo dedicaba tanto tiempo a nuestro Movimiento, dejándola sola. Lo que yo, en medio de mil cariños que siempre tuve con ella, hacía inexorablemente, por saber que era mi obligación.

En cierta ocasión, cuando nos encontramos fortuitamente en un corredor de nuestro apartamento, ella me dijo: “¡Hijo mío, yo solo te tengo a ti, pero a ti te tengo enteramente!” Se ve que después la Providencia comenzó a exigirle, hasta de eso, un cierto desapego: “No piense en nada más, ni en nadie. Piense solo en Dios.” Cuando, en sus últimos instantes, ella sintió la muerte llegar, hizo una gran Señal de la Cruz, juntó las manos y murió. Ese amplio ‘En el nombre del Padre’ tiene evidentemente el carácter de una gran aceptación, una gran resolución y una gran confirmación: “¡Es lo que yo quería y en eso creo!”

(Extraído de conferencia del 16/1/1981)

Preparando a sus hijos para la Primera Comunión

Plinio en el día de su Primera Comunión

Plinio en el día de su Primera Comunión

Los años pasaban, los niños crecían, y se acercaba la hora de que hicieran la Primera Comunión. El ambiente de auténtica piedad y ardiente fe que doña Lucilia fomentaba en casa era sin duda la mejor preparación. Además, su desbordante benevolencia ayudaba a los niños a comprender que, por encima de ella, Nuestro Señor Jesucristo, habiendo derramado hasta la última gota de su Preciosísima Sangre por la salvación de las almas, les quería infinitamente más que su propia madre.
A partir del momento en que les habló de la Primera Comunión, ella les dio una alta idea de la grandeza de ese augusto acto. Consiguió también que el Vicario de la Parroquia de Santa Cecilia les impartiese a Rosée, Plinio e Ilka, un curso de catecismo.
Con el paso de los días, doña Lucilia notó que los niños estaban sacando mucho provecho de las clases. Sumamente complacida, les daba algunas explicaciones y les preguntaba sobre ciertos puntos. Narraba también trechos de la Historia Sagrada de manera tan elevada y entretenida, y con tanta unción, que les infundía
un gran respeto por los personajes bíblicos.
Se imaginaba cómo sería Palestina. Por ejemplo, describía las arenas de los desiertos de Tierra Santa, marcadas por sublimes recuerdos. El modo de pronunciar ella ciertos nombres: “Mar de Tiberiades…” daba, a quien lo oía, la impresión de estar viendo las olas del mar y, en ellas, reflejada la figura del Salvador.
Hablaba mucho de la dulzura de Nuestro Señor Jesucristo y de Nuestra Señora. Los actos de Él eran mostrados siempre como algo sereno y comedido, llenos de significado, de una sabiduría que transcendía de lejos a todo cuanto hay en el mundo; sus actitudes, como expresiones de suma majestad y superioridad absoluta. A la Santísima Virgen, doña Lucilia la presentaba como afable, bondadosa y desbordante de cariño.

“No quiero que estéis pensando en la fiesta…”

Recuerdo de la Primera Comunión de Plinio

Recuerdo de la Primera Comunión de Plinio

Llegó, por fin, el gran día para Rosée, Plinio e Ilka. En aquella época, era costumbre en las familias dar una gran fiesta para los niños que por primera vez se acercaban a la Sagrada Mesa, invitando a los hijos de parientes y amigos. Doña Lucilia, por el contrario, llamó a sus hijos y les dijo:

Hijos míos, la Sagrada Comunión es el acontecimiento más importante de la vida después del Bautismo. Por eso, no es conveniente que en este día estéis pensando, desde la mañana, principalmente en la fiesta, ya que desvía la atención de la Eucaristía.
Y transfirió las conmemoraciones sociales de esa gran fecha para el día siguiente, a fin de que los niños se compenetrasen bien de la excelencia del acto y, de esta manera, no se les perturbara en su recogimiento interior. Por el mismo motivo, los dejó hasta la noche con la ropa de la Comunión, la cual era según las costumbres de la época para el niño un Eton traje inspirado en el uniforme del famoso colegio inglés del mismo nombre y para las niñas un vestido de novia, pues Nuestro Señor Jesucristo es el Divino Esposo de las almas vírgenes.
No es de extrañar que el Dr. Plinio, al recordar aquel momento bendito entre todos en el cual recibió por primera vez al Divino Redentor, comentase: “Mamá fue la luz de la preparación para mi Primera Comunión”.