Noticias de Roma, audiencia con el Santo Padre

Una gran alegría inundó el alma de doña Lucilia al recibir las breves pero cariñosas líneas contenidas en el exiguo espacio de aquella postal, lo que la hizo escribir en seguida a su hijo. Sabía que el punto culminante de la permanencia en Roma iba a ser una audiencia con el Santo Padre y rezaba fervorosamente por esa intención. A través de las noticias recibidas y de piadosas oraciones, seguía en espíritu paso a paso el peregrinar del Dr. Plinio. Por ello, le pide con insistencia que escriba… para no perderle de vista.

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S. Paulo, 31-5-1950
¡Hijo querido de mi corazón!
Estaba decidida a mandarte un telegrama pidiendo noticias, cuando llegó tu postal de Roma. ¡Fue un alivio! Me dijo tu padre, que [un amigo] ha recibido una carta tuya felizmente portadora de buenas noticias, por lo que doy gracias a Dios. ¡¡Pero yo también quiero una!! Como siempre, tal vez más aún, he rezado mucho por ti, querido, sobre todo para que puedas ver al Santo Papa… imagino tu placer, tu gran emoción… no está permitido verlo más de una vez, ¿no? ¿En qué hotel estás y para dónde debo mandar las
cartas ahora? Pienso que muchas de mis innumerables cartas se han perdido.
Rosée ha llegado. Vino con su marido, hija y correspondiente novio. Yo estaba con tantas saudades de ellas, que ¡ni podía creérmelo cuando las tuve en los brazos! Llegaron muy cansadas, porque tuvieron que arreglar veintidós maletas (maletas de avión) con gran parte del ajuar, encargos, etc. Llegaron ayer; fui a esperarlas en su casa a las tres, y allí estuve hasta la noche. Ayer y hoy ha llovido tanto y cayó tanto tanto la temperatura, que no me ha sido posible ir a verlas, pero espero en Dios poder hacerlo mañana.
¡Cuándo llegará tu vez, mi “grandullón” querido! Voy a quedarme ciertamente radiante, contentísima, dar mil veces gracias a Dios por tu llegada. Pero, hijo mío, regresas con tanto pesar de dejar las cosas tan bonitas ya vistas y lo que aún te queda por ver, y vas a tener tantas saudades, que no sé bien si en realidad vas a alegrarte mucho con la vuelta, aun para verme. De veras que estoy con celos de esa vieja Europa, “mucho más vieja que yo”. Ya estoy pensando en la preparación de la feijoada; y de la crema color rosa; pero si llegas tarde, retraso la feijoada para el almuerzo del día siguiente, haciendo entonces para el día de llegada, un cuz-cuz, o vatapá…(Ambos platos típicos de la gastronomía brasileña)¿qué te parece? Muy cansada, envío un afectuoso abrazo a Adolphinho y saludos a tus buenos amigos. Para ti, mi amor, mis bendiciones y mis saudosísimos besos y abrazos. De tu madre extremosa,
Lucilia

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Para tranquilizarla y disminuirle los “celos” de Europa, le escribe su hijo estas palabras cariñosas.

Luzinha queridísima del fondo de mi corazón. (…)
En el Colegio Pío Latino Americano encontré sus cartas, que han redoblado las inmensas saudades que tengo de usted. Cuánto y cuánto me gustaría, mi bien, poder ahora abrazarla y besarla largamente, o al menos verla un poco, por lo menos oír el timbre de su voz diciéndome “filhão queridão”. Pero aún debemos esperar un poco. En todo caso, el final de la separación se va aproximando…
En fin, es muy cierto que tengo una verdadera locura por mi Manguinha querida y que sus besos y cariños son para mí artículo de primera, primerísima necesidad. Por todo esto, considero la perspectiva del regreso con mucho gusto y ya antegozo la feijoada monumental que con certeza Lady Perfection ya está preparando.
He estado ocupadísismo, con visitas tras visitas. Las impresiones generales de Roma usted las tendrá por una carta que escribí ayer a los jóvenes del 6º piso. Aquí, todos han sido muy amables conmigo. El Padre Costa ( P. Castro y Costa, jesuita, antiguo profesor del Dr. Plinio en el Colegio San Luis. Ya vivía en Roma durante la batalla de En Defensa, período en que el Dr. Plinio mantuvo con él correspondencia.) no me deja en paz, tantas son las invitaciones, las amabilidades. He estado hoy en casa del Cardenal Massella (Cardenal Bento Aloisio Massella, ex Nuncio Apostólico en Brasil, que escribió el prefacio del libro En Defensa de la Acción Católica.), que fue cariñosísimo. (…) Contamos con salir de Roma hacia el día 10.
Rece mucho por mí, Luzinha querida y déme su bendición. Mil y mil besos y abrazos del filhão que la respeta y quiere inmensamente.

Eximia conocedora de los anhelos de su hijo y del amor que le profesaba a Europa, en una postal enviada el 4 de junio doña Lucilia procuraba infundirle ánimo y consuelo ante de la perspectiva de tener que abandonar aquellas venerables tierras:

Hijo querido!
Incluso contando los días que faltan para tu vuelta, no dejo de pensar en tu pesar por dejar esta “deliciosa” Europa, objeto de tus sueños y ambiciones. ¡Ánimo!… eres joven y ciertamente repetirás la “tournée”. Bendiciones y abrazos de tu madre extremosa,
Lucilia

Audiencia con el Santo Padre

a-pio-xii-2Doña Lucilia había rezado con confianza al Sagrado Corazón de Jesús para que su hijo lograse tener una audiencia con el Papa. Lo que por fin obtuvo. Al leer la descripción de la misma, su maternal corazón exultó y, a medida que se desarrollaba el relato del Dr. Plinio, ella lo acompañaba en espíritu, meditando las consecuencias del hecho. En acción de gracias, mandó celebrar una Santa Misa. Tal vez ese día no haya hecho caso del consejo del Dr. Plinio de aprovechar sus ausencias para dormir temprano; y permaneció en oración hasta altas horas de la noche, para expresar su reconocimiento por el favor alcanzado. He aquí la misiva de su hijo:

Roma, 13-VI
Mãezinha queridísima del corazón
Querido Papá
Les escribo a la 1,30 de la noche, después de haber tomado apuntes (diarios hablados, diríamos en jerga los del 6º piso) desde las once de la noche hasta ahora. Tengo aún que rezar todas mis oraciones. He tenido un mundo de contactos, tipo Marqués Pallavicini, Príncipe Lancelotti, Príncipe Ruffo, Príncipe Chigi, el Embajador de España ante el Vaticano, etc. Pero lo más formidable fue el Papa. Por favor entreguen esta carta para que la gente del 6º la vea en seguida. Estábamos [un prelado amigo] y yo preparando el largo informe para el Papa, e íbamos a mandar un telegrama ahí pidiendo oraciones, cuando vino —con una rapidez inusitada— la noticia de que el Papa nos recibiría en audiencia especial al día siguiente. Prisas tremendas para dejar terminado el informe, que quedó concluido a ultimísima hora, mecanografiado con el auxilio de Adolphinho. Fuimos [el prelado], yo y un sacerdote cubano, ex-compañero [del primero] que servía de secretario de éste. Atravesamos salones y salones, [el prelado] vestido de gran gala, yo con ropa azul clara (…), el cubano con una capa solemnísima. En el camino, los Suizos y los gendarmes pontificios presentaban armas. Los salones llenos de diplomáticos y de peregrinos. Al final llegamos al salón del Papa. La audiencia fue pedida en nombre [del prelado] y mío. [Él] entró primero y tuvo una conversación de unos 10 minutos, poco más o menos. En seguida entré yo y el Cubano. El Papa fue muy amable conmigo. Cuando le dije que era autor de “En Defensa”, dijo apretándome la mano con afecto: “entonces una bendición especial”.

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Pedí una bendición especial para usted y Papá y tenía intención de pedir por toda la familia, por lo que, traduciendo mal dije “mes parents”, lo que quiere decir propiamente sólo los padres. Pedí también una bendición especial para mis compañeros de trabajo. El Papa concedió todo muy afectuosamente y bendijo los objetos de piedad que le llevé. [El prelado amigo] le dijo al Papa que yo tengo una madre que me quiere locamente y pidió otra bendición para usted ¿Cómo osa [él] mentirle al Papa de esta manera? En cuanto a saber lo que pasó entre el Papa y [el prelado]… me parece que ni yo lo sé. Cuando entré en la sala [el segundo] estaba alegre: el Papa radiante, mucho más alegre aún que [él]. Otros pormenores sólo los podré contar de viva voz. Pero quiero que den esta carta a los del 6º para que la lean pronto. Dígales que sigan rezando mucho. (…) Ahora en cuanto a mi vuelta:
1 – No sé cómo pueden haber pensado que estaría de vuelta el día 10. Sólo podré salir de aquí alrededor del 15 ó 16. Quiero visitar Venecia y después ir a Suiza, donde hay gente con quien hablar. De Suiza, a Francia, donde pretendo tomar el avión para Lourdes y, si es posible, [hacer] una interrupción en Portugal para intentar hablar con la Hermana Lucía, la de Fátima. (…) Para Papá un largo y afectuoso abrazo. Para Mamá millones y millones de besos. A ambos pido la bendición,
Plinio
Mis carísimos del 6º piso
Como veis, esta carta es tanto para vosotros cuanto para Papá y Mamá. Agrego que por deferencia especial de Mons. Montini (Mons. Juan Bautista Montini, futuro Papa Pablo VI, en la época Substituto de la Secretaría de Estado de S. S. Pío XII. Un año antes había firmado la carta de alabanza de Pío XII al polémico libro En Defensa de la Acción Católica.), asistí a la canonización de San Vicente Strambi en la tribuna de los diplomáticos, ¡al lado del embajador y secretario del embajador de Egipto! Sé que os gustaría recibir más noticias sobre la audiencia. Aguardad el relato que os haré verbalmente. Continúa imposible dar pormenores. (…)

Aunque no estuviese segura de que una carta aún pudiese encontrar al Dr. Plinio en París, y a pesar de estar muy ocupada con los preparativos para el matrimonio de su nieta, doña Lucilia no quiso dejar de enviarle a su hijo algunas líneas sobre la audiencia con el Sumo Pontífice:

São Paulo 21-VI-50
¡Hijo querido de mi corazón!
Sigue esta otra, “pour un en cas” (Por si acaso), como dicen los franceses tus amigos, pues me aseguran los del sexto piso y tu padre que al llegar ésta a París ya estarás de regreso, o mejor, en casa. ¿Será posible? Estoy escribiendo con una pluma con la punta torcida y, muy tarde y ya cansada, aún voy a comenzar las oraciones, ¡por quien está tan lejos! ¡No tengo palabras para decirte cuánto me alegró tu visita al Papa! Pedí tanto a Dios para que te diese esta gracia que voy a mandar decir una Misa en acción de gracias por ello y por el buen resultado de tu viaje. ¿Hasta cuándo, querido? Las saudades crecen y son tantas, tantas,… ahora, a la hora de nuestro rosario, andando en el salón… ¡Vuelve pronto! Bendiciones, besos y abrazos de tu madre extremosa,
Lucilia
¡Reza por tu sobrina y por nosotros en Lourdes y Fátima!

En Fátima, el Dr. Plinio rezó efectivamente en el lugar donde Nuestra Señora se había aparecido a los tres pastorcitos, Lucía, Francisco y Jacinta. Una simple capillita, que la Madre del Cielo había mandado construir, recordaba el punto exacto de las apariciones en Cova de Iría.

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¡Cuántas saudades… Dios mío!

Termina la cena en casa de los Corrêa de Oliveira, en la calle Vieira de Carvalho.
El matrimonio se levanta, reza las oraciones finales de la comida, y el marido se dirige a su cuarto a fin de rehacerse del cansancio del trabajo, mientras doña Lucilia se entrega a la oración a los pies de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
Después de rezar por todas sus intenciones, en especial por su hijo tan querido, besa las manos, las rodillas y los pies del Sagrado Corazón de Jesús. Finalmente, una última mirada amorosa a la figura de Aquel que es la Bondad en persona. Lentamente se aparta, se sienta en un sofá cercano, y con el pensamiento recorre las vías de su maternal corazón:
“Bien, mañana un portador va a encontrarse con mi Pimbinchen. ¡Ay! ¡qué pena que no sea yo! ¡Cuánto me gustaría hacer este viaje para poder verlo! La única forma de entrar en contacto con él es escribirle una carta”.
Se levanta, abre el escritorio, enciende la luz y, con delicada letra, casi dibujada, transpone a una hoja de papel la expresión de sus cariños y saudades.

¡Hijo tan querido!
cap12_001Ignoro aún si has recibido ya mi primera carta, pues las tuyas nada dicen a este respecto; en cuanto a la segunda, escrita el veintitrés, sigue con ésta, porque pensábamos que sería más rápido y seguro enviarla en manos de [un portador amigo] que ha sido obligado a retrasar el viaje. Así que van ahora dos. Recibí anteayer una del día veintiuno y estoy ansiosa de oír tus impresiones y descripciones de España y de nuestro Portugal, que no conozco, así como de todas las otras cosas que te quedan por ver. Nada me dices de tu salud. ¿No estarás, movido por la curiosidad, abusando de tus fuerzas? Por el amor a Dios, no hagas imprudencias de gourmands e gourmets (Los golosos y aquellos que saben apreciar la buena mesa), y no te muevas excesivamente, cosa que no te ha permitido hasta aquí tu género de vida. (…)
En cuanto a las noticias que me pides del sexto piso, mejor las tendrás [por el mismo portador, nuestro amigo].
Rosée y Maria Alice han escrito, preguntando siempre por ti. En cuanto a ellas, parece que nada hay de nuevo. Lo único que dicen es que, cuanto más conocen Buenos Aires, más lo aprecian. Han salido bastante con Ernestina P. Alves e hija. Antonio ha vendido bien el café y está en la finca de donde pretende volver hacia el diez y seguir viaje después a Argentina.
¿Te has acordado de mandar celebrar la Misa en Ntra. Sra. de Begoña como te pedí? La que he mandado celebrar en tu intención el día tres de éste, en el Sagrado Corazón de Jesús, será oída con mi máxima fe y amor; y también comulgaré, pidiendo a Dios que te bendiga, te haga siempre un verdadero católico, recto, bueno y justo, para su mayor gloria y, como siempre, el mejor y más querido de los hijos, por quien doy, incluso, los pocos días que me quedan. Es muy probable que cuando vayas a Versalles, te acuerdes de las estuatas blancas; En el Trianón, de los carruajes reales, y paseando “a pie” por la avenida de los Campos Elíseos, en el “Rond Point”, te acuerdes de los pequeños teatros de marionetas ¡Cuántas saudades… Dios mío!

A esta altura —se nota por la exposición de las ideas— doña Lucilia no resiste, abandona la pluma sobre el tintero, y se ve obligada a hacer uso del pañuelo para recoger algunas lágrimas que le corren por las mejillas. Probablemente se vuelve hacia la imagen del Sagrado Corazón de Jesús y, con los ojos fijos en esa fina y piadosa representación de nuestro Redentor, pide una vez más por el filhão querido”…
Después de haber dominado su nostalgia, continúa:

Es bueno que tengas un buen y pequeño mapa de la ciudad, fácil de ser manejado, lo que te facilitará los paseos. Por lo demás, nada te recomiendo, pues sabrás mejor que yo lo que debes hacer.
Escríbeme siempre; ¿sí? No te olvides de mí en Nuestra Señora de Lourdes; ¿sí? ¿Cómo están tus amigos? ¿También les está gustando mucho? Dales a todos saludos de mi parte.
Con muchas saudades, te bendice, te abraza y te besa mucho, tu madre extremosa,
Lucilia

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Recuerdos evocativos

 doña_luciliaHemos visto cómo doña Lucilia guardaba celosamente, en sus archivos caseros, diversas cartas de sus hijos. ¿Por qué motivo no llegaron todas hasta nosotros? ¿Escogería apenas algunas? No lo sabemos. Tal vez reservase las más cariñosas o las que más saudades le trajesen; quizás haya prestado algunas a otros familiares y se extraviaron. Curiosamente, se encuentran a veces entre sus papeles simples notas sin mayor significado aparente, pero ilustrativas de la elevada bienquerencia que le profesaba el Dr. Plinio.
En medio de las graves reflexiones de un retiro espiritual, por ejemplo, él le escribe estas breves palabras:

Mãezinha querida,
Gracias a Dios el retiro transcurre bien, con un excelente predicador, óptima comida y un panorama maravilloso. Lamento mucho que usted no haya ido a Prata.
¿Cómo está Katucha? ¿Y Papá? Espero estar ahí el lunes temprano para matar las saudades, que no son pocas.
Con mil besos para usted y un abrazo para Papá le pide la bendición el hijo muy afectuoso y respetuoso.
Plinio

La siguiente nota fue enviada por doña Lucilia a su hijo, nuevamente en retiro. Realizábase éste en el Seminario del Verbo Divino, en Santo Amaro.

Hijo querido,
Mándame decir con el portador si necesitas más azúcar o alguna otra cosa.
Te envío un pan, y pretendo mandarte mañana un pastel, pero, para eso, deseo saber si esos buenos y excelentes padres no se resentirán al notar que estás recibiendo
golosinas de fuera. En cuanto al azúcar, es justo que lo hagas debido a la escasez del mismo. En ese caso ¿quieres que te mande una lata con azúcar en polvo?
Saudosa, te envía muchos besos y abrazos tu madre extremosa,
Lucilia

Hasta en una sencilla tarjeta doña Lucilia deja trasparecer su maternal afecto:

¡Hijo querido!
Ayer me llamaron por teléfono, del Colegio San Agustín, pidiéndome tu artículo, y yo les dije que te habías ido a Santos, de donde vendrías el lunes. Mira a ver si consigues hacerlo desde ahí. No encontré los libros perdidos, pero estoy casi segura de que están en tu maleta.
Que Dios te bendiga y permita que aproveches bien tu estadía allí. Saudades y mil besos de tu madre extremosa,
Lucilia

El Dr. Plinio frente al Gran Hotel de Guarujá

El Dr. Plinio frente al Gran Hotel de Guarujá

Durante el verano de 1941 el Dr. Plinio fue a Río de Janeiro, donde aprovechó la oportunidad para descansar un poco. Como siempre, prometió a su madre escribirle contando con detalles el viaje. De esa estadía en la Ciudad Maravillosa son las líneas que siguen:

Río, 2-II-41
Mãezinha de mi corazón, Con muchísimas saudades de usted vengo a cumplir mis promesas enviándole mi primera carta.
El calor está muy fuerte, pero el paseo tiene sus ventajas. Ya cené en el Brahma, ya fui a Nicteroy y al Jardín Botánico, donde recogí para usted éstas plantitas llamadas “saca-corchos” y conocí la victoria regia.
Estuve con el Pe. Franca que me festejo mucho, con Mons. Aquino Corrêa (Fue Obispo de Cuiabá, Gobernador de Mato Grosso, orador sacro, escritor y miembrode la Academia Brasileña de Letras), con el P. Félix (P. Félix Pereira de Almeida, antiguo compañero del Dr. Plinio en el Colegio San Luis). El Sr. Cardenal y el Sr. Nuncio están en Petrópolis.
Cuento con visitar hoy San Francisco y San Benito.
Le pido que me mande con urgencia las tarjetas de visita.
¿Cómo está usted? ¿Y Rosée? ¿Y Katucha? Muchos besos a ella.
Mil y mil besos para usted del hijo que mucho y mucho la quiere del fondo del corazón y le pide respetuosamente la bendición.
Plinio

A doña Lucilia no le pasaba desapercibido que los contactos realizados por el Dr. Plinio con personalidades eclesiásticas de influencia no se limitaban a simples visitas de cortesía. Tal vez ella no discernía con entera claridad el alcance de la guerra de bastidores que ya se trababa en los medios católicos, pero por las palabras de su hijo y por la intensa actividad desarrollada por él, notaba que algo importante se preparaba. Sería sólo dos años después que saldría a relucir esa pugna.
Mientras tanto, veamos otra tarjeta enviada por el Dr. Plinio, esta vez desde Santos, el 5 de julio de 1941. Durante esta estadía, por sus muchas ocupaciones, no le sobró tiempo sino para escribirle unas breves líneas a su madre:

Como ya hablé ayer dos veces con usted, hoy sólo va una tarjeta para decirle que estoy muy bien, pero con mil saudades de usted y de Papá.
Bendiga al hijo que la quiere muchísimo.

En los cuidados de la propia salud, preocupación por sus hijos

El precario estado de salud de doña Lucilia les causaba a sus hijos una constante aprensión, y les llevaba a no ahorrar esfuerzos ni recursos a fin de aliviarla, en todo lo que estaba a su alcance, de la penosa enfermedad de hígado que la acometía. Por tal motivo, nunca dejaron de proporcionarle largas permanencias en Águas da Prata, que redundaban en sensibles mejorías para ella.
Sin embargo, en la sinceridad de su desprendimiento, y más preocupada por los otros que por sí misma, doña Lucilia no quería ser un peso en el presupuesto de sus hijos. Tenía recelo de que hicieran excesivos gastos por ella y, como se puede comprobar por la afectuosa respuesta del Dr. Plinio, llegó a exteriorizar eso en una de sus cartas, infelizmente perdida:

Lucilia_correade_oliveira_004Santos, 27 de marzo [de 1942]
Mãezinha,
Recibí su última carta de la cual le debo decir francamente que, si una parte me agradó mucho, la otra no me desagradó menos. Me agrado mucho, claro está, saber que, gracias a Dios, usted se está sintiendo mejor.
Sin embargo, la forma por la que usted se refiere al interés que Rosée y yo tomamos por su salud me desagradó categóricamente. En todo, mi bien querido, es necesario ser lógico. En primer lugar, lo que Rosée y yo estamos haciendo no pasa de trivialidades, hechas ciertamente con gran afecto, pero que ni por eso dejan de estar en la órbita de las trivialidades. ¿Qué hay de más natural en que ella le lleve a su casa, y allá le dispense todo el cariño? ¿No es, pues, su hija? ¿Qué es ser hija? Por mi parte, ¿qué hay de más normal que emplear algún dinero para el bienestar de mi madre? Si el dinero que con el auxilio de Nuestra Señora he podido ganar, no se empleara con suma satisfacción en este asunto, merecería yo el castigo de que se me escapase enteramente de las manos, puesto que, gastándolo así, no hago otra cosa sino cumplir una obligación grave cuya observancia, por mi parte, es de esos “minimuns” que se exigen de cualquier persona de sentimientos corrientemente bien formados.
Por otro lado, aunque el sacrificio fuera grande, siendo para usted estaría idealmente bien, y no podría estar mejor. Si yo necesitara de usted un sacrificio pesado se lo pediría, y lo aceptaría con tan absoluta naturalidad, con tal seguridad de la entera dedicación con que usted lo prestaría, que ni se me ocurriría lamentarme por el caso. No sé por qué usted ha de imaginarse que la reciprocidad no debe ser la misma…
Así, mi bien, nada de lloriqueo, de lamentaciones, de agradecimientos. Agradezca simplemente a Dios y a Nuestra Señora que tengamos con qué enfrentar las necesidades, y pídales que continúe siempre siendo así. Por lo demás, el asunto está definitivamente terminado, ¿ha oído mi bien?

A continuación, la carta nos pone una vez más ante la perspectiva de la Segunda Guerra Mundial, en la que Brasil acababa de entrar. De hecho, tras haber mantenido, junto con el bloque macizamente católico de las naciones latinoamericanas, cierta neutralidad, nuestro país entró en la guerra cuando la opinión pública se puso contra el nazismo de modo definido. Solidario con los Estados Unidos, que acababan de sufrir el ataque de Pearl Harbour (7 de diciembre de 1941), Brasil rompió relaciones diplomáticas con los países del Eje.
A propósito de los nuevos panoramas, el Dr. Plinio comentaba en la misma carta:

[Imagino que le contaron] el excelente paseo que hicimos al fuerte Munduba (Frente a la isla de la Moela, en Santos). Era impresionante la sensación de, en pleno territorio nacional, encontrarnos en una auténtica “Maginot” excavada dentro de la propia roca, y conversar sobre la posible bajada de paracaidistas, la eventual llegada de escuadras extranjeras, la acción de la quinta columna en Santos, etc., etc. Es un nuevo capítulo que se abre, una nueva era en que entramos, en la historia nacional. En otros términos, empezamos a ser “gente”, a correr riesgos, a tratar de cosas serias, y la infancia política en que nuestra situación geográfica y nuestra debilidad nos colocaban parece haber cesado de una vez. Así se abre el capitulo: ¿Cómo terminará? ¿Cuál será el mapa del mundo cuando todo esto amaine? Es lo que sólo Dios sabe.

Debo llegar el martes, no sé bien a qué hora, pero seguramente después del almuerzo. Ahí mataremos, si Dios quiere, las saudades, que están hasta rindiendo intereses de tan grandes que son.
Papá ya debe haber llegado. Mándele un abrazo apretado. Para usted, mi bien querido, muchos y muchos besos y abrazos de su hijo saudosísimo que le pide respetuosamente la bendición.
Plinio
En la soledad de su cuarto, doña Lucilia debe haber leído y releído esas líneas innumerables veces, consolada por haber recibido de Dios un hijo tan dedicado y
generoso.

Magnanimidades de otrora

Consejero João Alfredo Corrêa de Oliveira

Consejero João Alfredo Corrêa de Oliveira

Entre las diversas anécdotas que doña Lucilia oía con gusto de los labios de su hijo, sin perder palabra, viene aquí al caso otra, también relacionada con el Consejero João Alfredo.
Un día, el Dr. Plinio, que acababa de asistir a Misa en la Catedral de São Paulo, se encontraba en la puerta de salida cuando se aproximó a él un señor de edad, aún robusto, vestido modestamente con ropas gastadas. Manifestó con amabilidad al Dr. Plinio el deseo de saludarlo y conocerlo personalmente, pues sabía que era el sobrino nieto del Consejero João Alfredo.
Le contó que éste había causado su empobrecimiento al hacer aprobar la Ley Aurea (Recibe este nombre la ley que, en 1888, abolió la esclavitud en Brasil). Explicó que en aquella ocasión era hacendado y dueño de esclavos y, con la libertad de éstos, justamente en la época de la colecta del café, perdió la mano de obra y nunca más pudo recuperarse del perjuicio sufrido.
— Vea usted cómo estoy vestido —dijo él—. A pesar de todo me gustaría saludarle y expresarle mi admiración por João Alfredo y por el bien que le hizo a los esclavos.
El Dr. Plinio le saludó efusivamente. Al volver a casa, relató lo ocurrido a una oyente que sabía valorar como nadie los gestos bellos y virtuosos… Ella, muy agradada con aquella actitud, elogió efusivamente la rara magnanimidad del hacendado empobrecido, el cual, sin duda, se benefició de sus oraciones.

La tranquilizadora presencia de doña Lucilia

cap10_019Los trabajos del despacho de abogado se sumaban a otras tareas que el Dr. Plinio ya desempeñaba. En efecto, además de ejercer el magisterio y ser director de una inmobiliaria, se había entregado en cuerpo y alma a la actividad apostólica, que lo absorbía mucho.
La justa celebridad que había alcanzado como líder católico le obligaba a comparecer a gran número de actos públicos en los medios religiosos, por lo que era frecuentemente invitado a hacer discursos y conferencias en los más variados ambientes.
A pesar de tan intensos trabajos, nunca salía de casa sin antes despedirse de doña Lucilia y decirle a dónde iba. Ella lo abrazaba, lo besaba, y después le daba la bendición. Un día, sin embargo, doña Lucilia notó que el Dr. Plinio había salido sin despedirse de ella. Tan sólo encontró, en lugar visible, una nota coronada por una pequeña cruz bajo la cual se leían las iniciales del lema de San Ignacio:

Ad Majorem Dei Gloriam. Mãezinha de mi corazón,

Hace como tres semanas marqué para hoy por la noche, a las ocho y media, una conferencia en la Escuela Paulista de Medicina en Villa Clementino. Después me olvidé de la fecha. Ayer me telefonearon recordándomela, y para allá voy con gran antecedencia (…). Por ésta, mi amorcito, le dejo mil y mil de los más cariñosos besos, pidiéndole disculpas y prometiendo volver luego que termine para matar las saudades (“Matar las saudades”: Expresión muy usada en Brasil para significar la alegría de estar de nuevo junto a un ser querido, cuya ausencia provoca una gran nostalgia).

Otro día ocurrió lo contrario. El Dr. Plinio no había aparecido por la mañana, a la hora habitual, para darle los buenos días. El tiempo pasaba y él no daba señales de vida. Doña Lucilia mandó a la empleada que viera la razón de esto, y la respuesta no tardó: la puerta del cuarto estaba cerrada y todo permanecía en silencio. Esta vez no era ninguna enfermedad lo que lo había postrado en la cama, sino el cansancio de una vida muy atareada. Le dijo entonces a la criada que golpeara la puerta y pasara por debajo una nota, escrita por ella, con el siguiente apelo:

¡Plinio, ya perdiste la clase, mira si no pierdes también el empleo! Levántate ya, te lo pido.

En realidad, la fatiga que postraba al Dr. Plinio no era sólo, ni principalmente, fruto de los muchos trabajos, sino de las innumerables batallas en defensa de la Fe. Pero, si el combate llevado a cabo con entusiasmo le pesaba en los hombros, la simple presencia de su madre lo compensaba todo, constituyendo un suave bálsamo. Lo sentía de manera especial cuando regresaba a casa desde el escritorio, ocasión en que se le hacía más patente el choque entre el frenesí de la calle y las bendiciones del hogar. Doña Lucilia pasaba buena parte del día rezando o leyendo, sentada en la mecedora que antaño había pertenecido a doña Gabriela. Alrededor de ella se creaba una atmósfera de indecible sosiego, opuesta al mundo agitado y tormentoso que se movía fuera de casa. Era como si una cúpula invisible, colocada por un ángel, protegiera aquel ambiente del conturbado torbellino de la vida. Quien penetrase en él, sentiría su alma inundada de paz. Una paz más tranquilizadora que dos o tres horas de descanso.