Una gran alegría inundó el alma de doña Lucilia al recibir las breves pero cariñosas líneas contenidas en el exiguo espacio de aquella postal, lo que la hizo escribir en seguida a su hijo. Sabía que el punto culminante de la permanencia en Roma iba a ser una audiencia con el Santo Padre y rezaba fervorosamente por esa intención. A través de las noticias recibidas y de piadosas oraciones, seguía en espíritu paso a paso el peregrinar del Dr. Plinio. Por ello, le pide con insistencia que escriba… para no perderle de vista.
S. Paulo, 31-5-1950
¡Hijo querido de mi corazón!
Estaba decidida a mandarte un telegrama pidiendo noticias, cuando llegó tu postal de Roma. ¡Fue un alivio! Me dijo tu padre, que [un amigo] ha recibido una carta tuya felizmente portadora de buenas noticias, por lo que doy gracias a Dios. ¡¡Pero yo también quiero una!! Como siempre, tal vez más aún, he rezado mucho por ti, querido, sobre todo para que puedas ver al Santo Papa… imagino tu placer, tu gran emoción… no está permitido verlo más de una vez, ¿no? ¿En qué hotel estás y para dónde debo mandar las
cartas ahora? Pienso que muchas de mis innumerables cartas se han perdido.
Rosée ha llegado. Vino con su marido, hija y correspondiente novio. Yo estaba con tantas saudades de ellas, que ¡ni podía creérmelo cuando las tuve en los brazos! Llegaron muy cansadas, porque tuvieron que arreglar veintidós maletas (maletas de avión) con gran parte del ajuar, encargos, etc. Llegaron ayer; fui a esperarlas en su casa a las tres, y allí estuve hasta la noche. Ayer y hoy ha llovido tanto y cayó tanto tanto la temperatura, que no me ha sido posible ir a verlas, pero espero en Dios poder hacerlo mañana.
¡Cuándo llegará tu vez, mi “grandullón” querido! Voy a quedarme ciertamente radiante, contentísima, dar mil veces gracias a Dios por tu llegada. Pero, hijo mío, regresas con tanto pesar de dejar las cosas tan bonitas ya vistas y lo que aún te queda por ver, y vas a tener tantas saudades, que no sé bien si en realidad vas a alegrarte mucho con la vuelta, aun para verme. De veras que estoy con celos de esa vieja Europa, “mucho más vieja que yo”. Ya estoy pensando en la preparación de la feijoada; y de la crema color rosa; pero si llegas tarde, retraso la feijoada para el almuerzo del día siguiente, haciendo entonces para el día de llegada, un cuz-cuz, o vatapá…(Ambos platos típicos de la gastronomía brasileña)¿qué te parece? Muy cansada, envío un afectuoso abrazo a Adolphinho y saludos a tus buenos amigos. Para ti, mi amor, mis bendiciones y mis saudosísimos besos y abrazos. De tu madre extremosa,
Lucilia
Para tranquilizarla y disminuirle los “celos” de Europa, le escribe su hijo estas palabras cariñosas.
Luzinha queridísima del fondo de mi corazón. (…)
En el Colegio Pío Latino Americano encontré sus cartas, que han redoblado las inmensas saudades que tengo de usted. Cuánto y cuánto me gustaría, mi bien, poder ahora abrazarla y besarla largamente, o al menos verla un poco, por lo menos oír el timbre de su voz diciéndome “filhão queridão”. Pero aún debemos esperar un poco. En todo caso, el final de la separación se va aproximando…
En fin, es muy cierto que tengo una verdadera locura por mi Manguinha querida y que sus besos y cariños son para mí artículo de primera, primerísima necesidad. Por todo esto, considero la perspectiva del regreso con mucho gusto y ya antegozo la feijoada monumental que con certeza Lady Perfection ya está preparando.
He estado ocupadísismo, con visitas tras visitas. Las impresiones generales de Roma usted las tendrá por una carta que escribí ayer a los jóvenes del 6º piso. Aquí, todos han sido muy amables conmigo. El Padre Costa ( P. Castro y Costa, jesuita, antiguo profesor del Dr. Plinio en el Colegio San Luis. Ya vivía en Roma durante la batalla de En Defensa, período en que el Dr. Plinio mantuvo con él correspondencia.) no me deja en paz, tantas son las invitaciones, las amabilidades. He estado hoy en casa del Cardenal Massella (Cardenal Bento Aloisio Massella, ex Nuncio Apostólico en Brasil, que escribió el prefacio del libro En Defensa de la Acción Católica.), que fue cariñosísimo. (…) Contamos con salir de Roma hacia el día 10.
Rece mucho por mí, Luzinha querida y déme su bendición. Mil y mil besos y abrazos del filhão que la respeta y quiere inmensamente.
Eximia conocedora de los anhelos de su hijo y del amor que le profesaba a Europa, en una postal enviada el 4 de junio doña Lucilia procuraba infundirle ánimo y consuelo ante de la perspectiva de tener que abandonar aquellas venerables tierras:
Hijo querido!
Incluso contando los días que faltan para tu vuelta, no dejo de pensar en tu pesar por dejar esta “deliciosa” Europa, objeto de tus sueños y ambiciones. ¡Ánimo!… eres joven y ciertamente repetirás la “tournée”. Bendiciones y abrazos de tu madre extremosa,
Lucilia
Audiencia con el Santo Padre
Doña Lucilia había rezado con confianza al Sagrado Corazón de Jesús para que su hijo lograse tener una audiencia con el Papa. Lo que por fin obtuvo. Al leer la descripción de la misma, su maternal corazón exultó y, a medida que se desarrollaba el relato del Dr. Plinio, ella lo acompañaba en espíritu, meditando las consecuencias del hecho. En acción de gracias, mandó celebrar una Santa Misa. Tal vez ese día no haya hecho caso del consejo del Dr. Plinio de aprovechar sus ausencias para dormir temprano; y permaneció en oración hasta altas horas de la noche, para expresar su reconocimiento por el favor alcanzado. He aquí la misiva de su hijo:
Roma, 13-VI
Mãezinha queridísima del corazón
Querido Papá
Les escribo a la 1,30 de la noche, después de haber tomado apuntes (diarios hablados, diríamos en jerga los del 6º piso) desde las once de la noche hasta ahora. Tengo aún que rezar todas mis oraciones. He tenido un mundo de contactos, tipo Marqués Pallavicini, Príncipe Lancelotti, Príncipe Ruffo, Príncipe Chigi, el Embajador de España ante el Vaticano, etc. Pero lo más formidable fue el Papa. Por favor entreguen esta carta para que la gente del 6º la vea en seguida. Estábamos [un prelado amigo] y yo preparando el largo informe para el Papa, e íbamos a mandar un telegrama ahí pidiendo oraciones, cuando vino —con una rapidez inusitada— la noticia de que el Papa nos recibiría en audiencia especial al día siguiente. Prisas tremendas para dejar terminado el informe, que quedó concluido a ultimísima hora, mecanografiado con el auxilio de Adolphinho. Fuimos [el prelado], yo y un sacerdote cubano, ex-compañero [del primero] que servía de secretario de éste. Atravesamos salones y salones, [el prelado] vestido de gran gala, yo con ropa azul clara (…), el cubano con una capa solemnísima. En el camino, los Suizos y los gendarmes pontificios presentaban armas. Los salones llenos de diplomáticos y de peregrinos. Al final llegamos al salón del Papa. La audiencia fue pedida en nombre [del prelado] y mío. [Él] entró primero y tuvo una conversación de unos 10 minutos, poco más o menos. En seguida entré yo y el Cubano. El Papa fue muy amable conmigo. Cuando le dije que era autor de “En Defensa”, dijo apretándome la mano con afecto: “entonces una bendición especial”.
Pedí una bendición especial para usted y Papá y tenía intención de pedir por toda la familia, por lo que, traduciendo mal dije “mes parents”, lo que quiere decir propiamente sólo los padres. Pedí también una bendición especial para mis compañeros de trabajo. El Papa concedió todo muy afectuosamente y bendijo los objetos de piedad que le llevé. [El prelado amigo] le dijo al Papa que yo tengo una madre que me quiere locamente y pidió otra bendición para usted ¿Cómo osa [él] mentirle al Papa de esta manera? En cuanto a saber lo que pasó entre el Papa y [el prelado]… me parece que ni yo lo sé. Cuando entré en la sala [el segundo] estaba alegre: el Papa radiante, mucho más alegre aún que [él]. Otros pormenores sólo los podré contar de viva voz. Pero quiero que den esta carta a los del 6º para que la lean pronto. Dígales que sigan rezando mucho. (…) Ahora en cuanto a mi vuelta:
1 – No sé cómo pueden haber pensado que estaría de vuelta el día 10. Sólo podré salir de aquí alrededor del 15 ó 16. Quiero visitar Venecia y después ir a Suiza, donde hay gente con quien hablar. De Suiza, a Francia, donde pretendo tomar el avión para Lourdes y, si es posible, [hacer] una interrupción en Portugal para intentar hablar con la Hermana Lucía, la de Fátima. (…) Para Papá un largo y afectuoso abrazo. Para Mamá millones y millones de besos. A ambos pido la bendición,
Plinio
Mis carísimos del 6º piso
Como veis, esta carta es tanto para vosotros cuanto para Papá y Mamá. Agrego que por deferencia especial de Mons. Montini (Mons. Juan Bautista Montini, futuro Papa Pablo VI, en la época Substituto de la Secretaría de Estado de S. S. Pío XII. Un año antes había firmado la carta de alabanza de Pío XII al polémico libro En Defensa de la Acción Católica.), asistí a la canonización de San Vicente Strambi en la tribuna de los diplomáticos, ¡al lado del embajador y secretario del embajador de Egipto! Sé que os gustaría recibir más noticias sobre la audiencia. Aguardad el relato que os haré verbalmente. Continúa imposible dar pormenores. (…)
Aunque no estuviese segura de que una carta aún pudiese encontrar al Dr. Plinio en París, y a pesar de estar muy ocupada con los preparativos para el matrimonio de su nieta, doña Lucilia no quiso dejar de enviarle a su hijo algunas líneas sobre la audiencia con el Sumo Pontífice:
São Paulo 21-VI-50
¡Hijo querido de mi corazón!
Sigue esta otra, “pour un en cas” (Por si acaso), como dicen los franceses tus amigos, pues me aseguran los del sexto piso y tu padre que al llegar ésta a París ya estarás de regreso, o mejor, en casa. ¿Será posible? Estoy escribiendo con una pluma con la punta torcida y, muy tarde y ya cansada, aún voy a comenzar las oraciones, ¡por quien está tan lejos! ¡No tengo palabras para decirte cuánto me alegró tu visita al Papa! Pedí tanto a Dios para que te diese esta gracia que voy a mandar decir una Misa en acción de gracias por ello y por el buen resultado de tu viaje. ¿Hasta cuándo, querido? Las saudades crecen y son tantas, tantas,… ahora, a la hora de nuestro rosario, andando en el salón… ¡Vuelve pronto! Bendiciones, besos y abrazos de tu madre extremosa,
Lucilia
¡Reza por tu sobrina y por nosotros en Lourdes y Fátima!
En Fátima, el Dr. Plinio rezó efectivamente en el lugar donde Nuestra Señora se había aparecido a los tres pastorcitos, Lucía, Francisco y Jacinta. Una simple capillita, que la Madre del Cielo había mandado construir, recordaba el punto exacto de las apariciones en Cova de Iría.