Recuerdos evocativos

 doña_luciliaHemos visto cómo doña Lucilia guardaba celosamente, en sus archivos caseros, diversas cartas de sus hijos. ¿Por qué motivo no llegaron todas hasta nosotros? ¿Escogería apenas algunas? No lo sabemos. Tal vez reservase las más cariñosas o las que más saudades le trajesen; quizás haya prestado algunas a otros familiares y se extraviaron. Curiosamente, se encuentran a veces entre sus papeles simples notas sin mayor significado aparente, pero ilustrativas de la elevada bienquerencia que le profesaba el Dr. Plinio.
En medio de las graves reflexiones de un retiro espiritual, por ejemplo, él le escribe estas breves palabras:

Mãezinha querida,
Gracias a Dios el retiro transcurre bien, con un excelente predicador, óptima comida y un panorama maravilloso. Lamento mucho que usted no haya ido a Prata.
¿Cómo está Katucha? ¿Y Papá? Espero estar ahí el lunes temprano para matar las saudades, que no son pocas.
Con mil besos para usted y un abrazo para Papá le pide la bendición el hijo muy afectuoso y respetuoso.
Plinio

La siguiente nota fue enviada por doña Lucilia a su hijo, nuevamente en retiro. Realizábase éste en el Seminario del Verbo Divino, en Santo Amaro.

Hijo querido,
Mándame decir con el portador si necesitas más azúcar o alguna otra cosa.
Te envío un pan, y pretendo mandarte mañana un pastel, pero, para eso, deseo saber si esos buenos y excelentes padres no se resentirán al notar que estás recibiendo
golosinas de fuera. En cuanto al azúcar, es justo que lo hagas debido a la escasez del mismo. En ese caso ¿quieres que te mande una lata con azúcar en polvo?
Saudosa, te envía muchos besos y abrazos tu madre extremosa,
Lucilia

Hasta en una sencilla tarjeta doña Lucilia deja trasparecer su maternal afecto:

¡Hijo querido!
Ayer me llamaron por teléfono, del Colegio San Agustín, pidiéndome tu artículo, y yo les dije que te habías ido a Santos, de donde vendrías el lunes. Mira a ver si consigues hacerlo desde ahí. No encontré los libros perdidos, pero estoy casi segura de que están en tu maleta.
Que Dios te bendiga y permita que aproveches bien tu estadía allí. Saudades y mil besos de tu madre extremosa,
Lucilia

El Dr. Plinio frente al Gran Hotel de Guarujá

El Dr. Plinio frente al Gran Hotel de Guarujá

Durante el verano de 1941 el Dr. Plinio fue a Río de Janeiro, donde aprovechó la oportunidad para descansar un poco. Como siempre, prometió a su madre escribirle contando con detalles el viaje. De esa estadía en la Ciudad Maravillosa son las líneas que siguen:

Río, 2-II-41
Mãezinha de mi corazón, Con muchísimas saudades de usted vengo a cumplir mis promesas enviándole mi primera carta.
El calor está muy fuerte, pero el paseo tiene sus ventajas. Ya cené en el Brahma, ya fui a Nicteroy y al Jardín Botánico, donde recogí para usted éstas plantitas llamadas “saca-corchos” y conocí la victoria regia.
Estuve con el Pe. Franca que me festejo mucho, con Mons. Aquino Corrêa (Fue Obispo de Cuiabá, Gobernador de Mato Grosso, orador sacro, escritor y miembrode la Academia Brasileña de Letras), con el P. Félix (P. Félix Pereira de Almeida, antiguo compañero del Dr. Plinio en el Colegio San Luis). El Sr. Cardenal y el Sr. Nuncio están en Petrópolis.
Cuento con visitar hoy San Francisco y San Benito.
Le pido que me mande con urgencia las tarjetas de visita.
¿Cómo está usted? ¿Y Rosée? ¿Y Katucha? Muchos besos a ella.
Mil y mil besos para usted del hijo que mucho y mucho la quiere del fondo del corazón y le pide respetuosamente la bendición.
Plinio

A doña Lucilia no le pasaba desapercibido que los contactos realizados por el Dr. Plinio con personalidades eclesiásticas de influencia no se limitaban a simples visitas de cortesía. Tal vez ella no discernía con entera claridad el alcance de la guerra de bastidores que ya se trababa en los medios católicos, pero por las palabras de su hijo y por la intensa actividad desarrollada por él, notaba que algo importante se preparaba. Sería sólo dos años después que saldría a relucir esa pugna.
Mientras tanto, veamos otra tarjeta enviada por el Dr. Plinio, esta vez desde Santos, el 5 de julio de 1941. Durante esta estadía, por sus muchas ocupaciones, no le sobró tiempo sino para escribirle unas breves líneas a su madre:

Como ya hablé ayer dos veces con usted, hoy sólo va una tarjeta para decirle que estoy muy bien, pero con mil saudades de usted y de Papá.
Bendiga al hijo que la quiere muchísimo.

En los cuidados de la propia salud, preocupación por sus hijos

El precario estado de salud de doña Lucilia les causaba a sus hijos una constante aprensión, y les llevaba a no ahorrar esfuerzos ni recursos a fin de aliviarla, en todo lo que estaba a su alcance, de la penosa enfermedad de hígado que la acometía. Por tal motivo, nunca dejaron de proporcionarle largas permanencias en Águas da Prata, que redundaban en sensibles mejorías para ella.
Sin embargo, en la sinceridad de su desprendimiento, y más preocupada por los otros que por sí misma, doña Lucilia no quería ser un peso en el presupuesto de sus hijos. Tenía recelo de que hicieran excesivos gastos por ella y, como se puede comprobar por la afectuosa respuesta del Dr. Plinio, llegó a exteriorizar eso en una de sus cartas, infelizmente perdida:

Lucilia_correade_oliveira_004Santos, 27 de marzo [de 1942]
Mãezinha,
Recibí su última carta de la cual le debo decir francamente que, si una parte me agradó mucho, la otra no me desagradó menos. Me agrado mucho, claro está, saber que, gracias a Dios, usted se está sintiendo mejor.
Sin embargo, la forma por la que usted se refiere al interés que Rosée y yo tomamos por su salud me desagradó categóricamente. En todo, mi bien querido, es necesario ser lógico. En primer lugar, lo que Rosée y yo estamos haciendo no pasa de trivialidades, hechas ciertamente con gran afecto, pero que ni por eso dejan de estar en la órbita de las trivialidades. ¿Qué hay de más natural en que ella le lleve a su casa, y allá le dispense todo el cariño? ¿No es, pues, su hija? ¿Qué es ser hija? Por mi parte, ¿qué hay de más normal que emplear algún dinero para el bienestar de mi madre? Si el dinero que con el auxilio de Nuestra Señora he podido ganar, no se empleara con suma satisfacción en este asunto, merecería yo el castigo de que se me escapase enteramente de las manos, puesto que, gastándolo así, no hago otra cosa sino cumplir una obligación grave cuya observancia, por mi parte, es de esos “minimuns” que se exigen de cualquier persona de sentimientos corrientemente bien formados.
Por otro lado, aunque el sacrificio fuera grande, siendo para usted estaría idealmente bien, y no podría estar mejor. Si yo necesitara de usted un sacrificio pesado se lo pediría, y lo aceptaría con tan absoluta naturalidad, con tal seguridad de la entera dedicación con que usted lo prestaría, que ni se me ocurriría lamentarme por el caso. No sé por qué usted ha de imaginarse que la reciprocidad no debe ser la misma…
Así, mi bien, nada de lloriqueo, de lamentaciones, de agradecimientos. Agradezca simplemente a Dios y a Nuestra Señora que tengamos con qué enfrentar las necesidades, y pídales que continúe siempre siendo así. Por lo demás, el asunto está definitivamente terminado, ¿ha oído mi bien?

A continuación, la carta nos pone una vez más ante la perspectiva de la Segunda Guerra Mundial, en la que Brasil acababa de entrar. De hecho, tras haber mantenido, junto con el bloque macizamente católico de las naciones latinoamericanas, cierta neutralidad, nuestro país entró en la guerra cuando la opinión pública se puso contra el nazismo de modo definido. Solidario con los Estados Unidos, que acababan de sufrir el ataque de Pearl Harbour (7 de diciembre de 1941), Brasil rompió relaciones diplomáticas con los países del Eje.
A propósito de los nuevos panoramas, el Dr. Plinio comentaba en la misma carta:

[Imagino que le contaron] el excelente paseo que hicimos al fuerte Munduba (Frente a la isla de la Moela, en Santos). Era impresionante la sensación de, en pleno territorio nacional, encontrarnos en una auténtica “Maginot” excavada dentro de la propia roca, y conversar sobre la posible bajada de paracaidistas, la eventual llegada de escuadras extranjeras, la acción de la quinta columna en Santos, etc., etc. Es un nuevo capítulo que se abre, una nueva era en que entramos, en la historia nacional. En otros términos, empezamos a ser “gente”, a correr riesgos, a tratar de cosas serias, y la infancia política en que nuestra situación geográfica y nuestra debilidad nos colocaban parece haber cesado de una vez. Así se abre el capitulo: ¿Cómo terminará? ¿Cuál será el mapa del mundo cuando todo esto amaine? Es lo que sólo Dios sabe.

Debo llegar el martes, no sé bien a qué hora, pero seguramente después del almuerzo. Ahí mataremos, si Dios quiere, las saudades, que están hasta rindiendo intereses de tan grandes que son.
Papá ya debe haber llegado. Mándele un abrazo apretado. Para usted, mi bien querido, muchos y muchos besos y abrazos de su hijo saudosísimo que le pide respetuosamente la bendición.
Plinio
En la soledad de su cuarto, doña Lucilia debe haber leído y releído esas líneas innumerables veces, consolada por haber recibido de Dios un hijo tan dedicado y
generoso.