Equilibrio por excelencia

Comentando una de las últimas fotografías de Doña Lucilia, a pedido de sus jóvenes discípulos, el Dr. Plinio analiza un trazo significativo y fundamental de la personalidad de su madre: el equilibrio.

 

La mezcla de seriedad, gravedad, bondad y hasta suavidad que se expresan en su fisionomía son cualidades que existen en ella de un modo tan excelente, y se combinan para formar un todo tan agradable de ver en su conjunto, que uno queda con el deseo de mirar indefinidamente.

Diferencia profunda entre Doña Lucilia…

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Ahí se combinan algunas cualidades difíciles de enlazar, porque hay algo de antitético. No de contradictorio, aunque podría parecer a primera vista. Algo que, por otro lado, el espíritu moderno rechaza profundamente, y por esa misma razón también agrada a nuestros espíritus profundamente. Vemos en ella una especie de correctivo para el espíritu moderno; hay algo de equilibrado, de tal manera que no se sabría decir qué podría ser más grande en ella.

Esa fisionomía es la del equilibrio por excelencia. No hay – por la gracia de Dios, porque esas no son cualidades meramente humanas – ningún riesgo de que salga una palabra desequilibrada delante de un hecho que la choque mucho.

Digamos, por ejemplo, algo que a cualquier madre le chocaría hasta el extremo: imaginen que, estando ella en una sala de su casa, entrase una persona y le dijese:

– Doña Lucilia, el Dr. Plinio acaba de ser asesinado aquí en la sala del lado.

Sería un choque inmenso, ella sería capaz de morir. Y que el individuo agregase:

– Yo fui quien lo mató.

Ella podría tener cualquier reacción, menos la de insultar al asesino. ¿Cuál sería su reacción? Podría quedar algún tiempo desmayada, llorar con un llanto muy prolongado y dolorido, e incluso gemir alto.

– ¡Ay, mi hijo!

Podría decirle al hombre:

– Pero, ¿Ud. por qué hizo eso con mi hijo?

Y como las madres tienen la tendencia a engañarse con sus hijos, ella además podría decirle:

– Él era tan bueno. ¿Por qué lo mató?

…y muchas madres contagiadas de la mentalidad moderna

No obstante, decirle a él: “¡Bellaco! ¡Bandido! ¡Salga de aquí!”, eso no le saldría. No habría posibilidad de que cogiese un objeto y se lo tirase; la reacción sería equilibrada.

Pero digamos que el asesino quisiese, tomando una actitud desequilibrada de facineroso, acercarse a ella para agradarla y consolarla. Ella lo evitaría, profundamente desagradada y afirmaría:

– ¡No me toque!

Infelizmente hay muchas madres, contagiadas de la mentalidad moderna, que actuarían con desequilibrio en esa ocasión. Una primera actitud desequilibrada podría ser la de sentir poco la muerte del hijo.

– ¿Lo mataron? ¿Y dónde está su cuerpo? Hay que avisarle a la policía. Arreglemos esto, entonces vistamos el cadáver…

Por ahí iría la cuestión. Podría suceder – si fuese una señora con una forma de ser más tradicional, pero dentro del desequilibrio moderno – que cogiera un objeto y se lo lanzara a ese sujeto. Infelizmente, no estaría excluida la hipótesis de que dijese una mala palabra.

Doña Lucilia podría decirle al individuo:

– ¡Salga ya de mi casa! No la contamine con su presencia. Yo me las arreglo con el peor dolor de mi vida. ¡Salga! No obstante, si el asesino dijese contrito:

– Señora, yo no soy digno de estar en su casa, pero tenga en cuenta que tuve una madre que me quiso mucho como Ud. amó a su hijo, y tenga compasión de mí. Ella era capaz de no llamar a la policía. Si alguien quisiese hacerlo no se opondría, pero podría no llamarla.

Al cabo de un año, digamos, después de ese episodio, mi madre todavía estaría “sangrando” por lo que había sucedido ese día. Y al contar el hecho y referirse al asesino, podría decir “infeliz” o “miserable”. Pero ella no lo llamaría de bellaco, monstruo, etc. Había un equilibrio, un límite para cada cosa.

Pérdida del patrimonio debido a la omisión de un pariente

Por otro lado, en ella se nota un fondo de tristeza. Pero no es una tristeza que arranque expresiones de rebeldía ni de inconformidad con los causantes de esa tristeza. Ella está viendo hacia el pasado, midiendo una vez más lo que fue hecho, y está llorando en el interior de su alma. Pero en el fondo, tiene la calma de una persona que almorzó y está descansando un poco después de comer. ¡Es el equilibrio! El equilibrio en el bien, en la verdad, en el deber, pero siempre el equilibrio. Este era el trazado continuo de la vida de Doña Lucilia: en todo y por todo, en todos los aspectos de su vida, pasara lo que pasara, su actitud era de equilibrio.

A mi madre le sucedió el siguiente hecho: durante un viaje que mi padre tuvo que hacer a Pernambuco, él le aconsejó, y ella aceptó dar un poder a un pariente suyo para que se encargase de sus bienes. Ese pariente, entre otras “maravillas”, hizo lo siguiente: tenía que renovar el seguro del edificio contra incendios, pero dejó que se agotase el plazo y, resultado, al día siguiente del vencimiento del seguro el edificio se incendió y ella perdió su patrimonio.

¿No es verdad que Uds. conocen señoras que tendrían una actitud de desequilibrio en ese caso?

Comenzando por darle un consejo al pariente: “¡No aparezca por aquí!” Y podía ser en términos mucho más fuertes que esos…

Doña Lucilia, en la misma noche del día en que eso sucedió, mientras digería la pésima noticia, él aparece y la saluda. Ella le dijo buenas noches, con calma, con normalidad, lo hizo entrar y le pidió:

– Fulano, explíqueme un poco cómo fue eso, porque no entendí bien.

Él dio la explicación y ella después me contó: – Pobre de ese pariente nuestro, pasó por un gran disgusto.
Otra persona diría: – ¿Qué me importa su disgusto? Fue un relajado. Si hay algo que un hombre que tiene un poder no puede hacer, es dejar pasar el plazo de vigencia de un seguro contra incendio. Él es gravemente responsable por eso, y ahora debe poner de su dinero para resarcir el mal que me
causó.
Pero la respuesta de mi madre sería: – ¡Oh!, pobrecito, él tiene muchos hijos. Nosotros podemos vivir bien sin eso. No destruyamos su vida.

Sufrir en la Tierra para llegar al Cielo

Es un equilibrio con bondad, donde entra mucho el corazón, no un equilibrio metálico, que no lleva la bondad a dominar la justicia. Si ese apoderado hubiese perjudicado a terceros en beneficio de ella, ella le habría exigido a ese hombre que le restituyese a la persona perjudicada centavo por centavo, inclusive con los intereses debidos. Sin duda alguna.

Así yo podría contar cien episodios, si hubiese tiempo y si no se tratase de personas a las cuales alguien que tome conocimiento de esos hechos pueda llegar a identificar, pues no quiero estar difamando a nadie.

Tengo la certeza de que, en el Cielo, donde se encuentra mi madre, está aprobando mi conducta. En esta fotografía se ve que es una señora que llegó a una edad extrema. Tenía noventa y dos años, una edad en la cual fallecen los que mueren tarde. Fue una persona que no ejerció ninguna profesión. No obstante, se percibe que carga consigo un gran cansancio. ¿Cansancio de qué? En parte de lo que podríamos llamar el cansancio del equilibrio.

Cansa estar procurando el equilibrio en todo, y cumpliendo la justicia en todo. Llevar una vida enteramente dentro de los Mandamientos es prepararse para el Cielo, pero todavía no es el Cielo. Por el contrario, es sufrir en la Tierra para llegar hasta allá.

Ahí vemos el cansancio extremo de innumerables dolores, de incontables deberes cumplidos, de situaciones difíciles enfrentadas y vencidas sin la más mínima pretensión. Nadie, viéndola, diría lo siguiente: “Esa señora se considera un coloso”. Para nada, eso ni siquiera pasa por su mente. ¿Por qué? Equilibrio.

(Extraído de conferencia del 12/1/1994).

03

Cartera perdida en Sao Paulo

Antonio Zinatto Bueno Lopes, de São Paulo, se sintió especialmente protegido por Dña. Lucilia al recurrir a su intercesión y comprobar su maternal auxilio:

“Me desplazaba de casa hasta la estación de metro Santana para dejar a mi hijo y cuando me bajé del coche para sustituirlo al volante, mi cartera, con todos los documentos, se cayó del bolsillo de la cazadora sin que me diera cuenta.

“Cerca ya de casa me percaté de ello y regresé al sitio donde había parado el vehículo, pero no encontré nada. Empecé a preocuparme, por las razones y perturbaciones que conlleva.3p196a

“Aquel mismo día por la tarde comenzaba un congreso de cooperadores de los Heraldos del Evangelio. Durante la Misa pedí gracias para tranquilizarme, para poder aprovechar el evento y recurrí a la intercesión de Dña. Lucilia, a fin de que algún alma generosa localizara mis pertenencias y entrara en contacto conmigo.

“El lunes después del congreso tomé las oportunas providencias sobre el asunto y continué la vida normalmente. El jueves, encontrándome en la parroquia de Santa Ana, en la zona norte de São Paulo, ante el Santísimo Sacramento, suena mi teléfono: era una sobrina mía que me dijo que la jefa de la oficina de Correos de São Paulo había llamado a su padre —mi hermano— para preguntarle por mí, pues lo había localizado a él y no a mí en las averiguaciones que hizo, y le avisaba que estaba en posesión de mis documentos.

“Una vez que terminé mis oraciones la llamé y me contó qué era lo que le había llevado a dar tal atención al caso. Me dijo que diariamente pasan por allí alrededor de 2000 documentos perdidos y que es imposible llamar a todos. Pero en mi caso, al comprobar la documentación, vio la fotografía de una señora mayor que le llamó la atención. Al mirar la fecha de nacimiento en el reverso de la foto pensó: ‘Madre de él no es, quizá su abuela…’. Decía: ‘Lo que sentí viendo la fotografía… bondad, serenidad y acogida; esto me tocó mucho, pues además había perdido a mi madre recientemente y estaba muy abatida, triste, y la foto me consoló. De ahí que tomara esta resolución: en este caso seré yo misma la que llamaré’. “Convenimos día y hora para vernos en la oficina de Correos y hacer la debida entrega. Esa foto, claro, está muy bien guardada y me acompaña siempre en cualquier situación.”

Conversando con Dña. Lucilia

Estevilna Acosta con un cuadro de Dña. Lucilia

De la localidad argentina Ingeniero Pablo Nogués, provincia de Buenos Aires, nos escribe Estelvina Acosta para contarnos un hecho que le sucedió a un vecino suyo al recurrir a Dña. Lucilia durante su grave enfermedad:

“En noviembre de 2014 mi vecino, Pedro Bugeño, que estaba padeciendo un cáncer de hígado que lo hacía sufrir mucho, recibió la visita de dos heraldos, en la cual hablaron sobre la vida de Dña. Lucilia y le dejaron una estampa de ella para que le pidiera la paz que estaba buscando.

“Una semana antes de que Pedro falleciera fui a verlo al final de la tarde. Al entrar en la habitación vi que estaba con los ojos cerrados y pensé que estuviese durmiendo; por eso decidí mejor retirarme. Pero cuando me encontraba a punto de hacerlo me dice: ‘No te vayas, estoy despierto; sólo estaba conversando con esta señora’. En su mesilla de noche tenía la estampa de Dña. Lucilia que le habían regalado.

“Al preguntarle a qué se refería, me contó que todas las tardes Dña. Lucilia iba a conversar con él y le daba mucha paz. Fue ella quien lo preparó para morir bien”.

Un embarazo imposible

Asimismo, Estelvina nos relata el caso de una amiga que no podía tener hijos desde hacía siete años y que habiendo conocido la historia de Dña. Lucilia empezó a rezarle ante una foto suya, recibida como obsequio, pidiéndole un milagro:

“Interiormente yo no creía mucho que eso ocurriera, pues sabía que los médicos le habían dicho a ella que era imposible que se quedase embarazada por todo lo que había pasado. Cual no fue mi sorpresa cuando, un mes después [de iniciadas sus oraciones], mi amiga Silvana estaba encinta… Desde entonces me volví muy devota de Dña. Lucilia, al ver los milagros que ha ido haciendo”.

FUENTE: REVISTA HERALDOS DEL EVANGELIO, ENERO 2019, PP. 36-39.

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El valor de la oración confiada

cap13_004Karla Maia Malveira, de Montes Claros (Brasil), nos escribe también para darnos su testimonio:

“Soy montesclarense y con mi esposo trabajamos en el ámbito de la salud. El 9 de mayo de este año [2019] sufrimos un atraco en la clínica de nuestra propiedad. Una empleada fue reducida por un maleante a punta de pistola y se llevó cinco de los más valiosos aparatos utilizados en los tratamientos que ofrecemos.

“La ausencia del material robado podría poner fin a la existencia de nuestra clínica, obtenida con años de dedicación, por el alto coste de los equipos, que proporcionaban el mayor volumen de nuestras terapias. Pasamos días muy difíciles, pues perdimos todas las ganancias, ya que las consultas tuvieron que ser interrumpidas.

“En esa gran aflicción, pedimos las oraciones a los sacerdotes heraldos y a los hermanos terciarios. En medio a todo esto nos invitaron a asistir a la ordenación sacerdotal de un diácono heraldo, a quien estimamos mucho, en São Paulo. Nuestros familiares nos aconsejaron que no fuéramos, debido a las grandes dificultades que atravesábamos. Sin embargo, mi esposo y yo decidimos hacer un acto de confianza en la Virgen y fuimos, incluso para distanciarnos un poco del problema.

“Después de las ordenaciones realizadas por Mons. Benedito Beni dos Santos, providencialmente un heraldo nos regaló El libro de la confianza.

“Al leer el prefacio me identifiqué mucho con las pruebas por las cuales pasó el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, maestro espiritual de Mons. João Clá Dias. Dificultades que habían sido prontamente sanadas en su vida por su oración confiada. ¡En ese prefacio vi una señal! El Dr. Plinio, desde el Cielo, me indicaba el camino a seguir en aquel momento de dolor: ¡la vía de la confianza! Ante esto mi marido y yo resolvimos consagrar, confiados, nuestra delicada situación al Dr. Plinio y a Dña. Lucilia.

“¡Y el milagro ocurrió! Al regresar a Montes Claros, contrariando todas las expectativas naturales, supimos que la Policía, después de las investigaciones, había localizado al ladrón aún en posesión de los objetos robados. Al final de esa tarde todos los aparatos, intactos, ya estaban de vuelta en la clínica.

“Por medio de este relato quiero compartir mi eterna gratitud al Dr. Plinio y a su madre, Dña. Lucilia, que nos obtuvieron esa inmensa gracia, la cual la veo como dos: por una parte, nos restituyeron un bien material importante, pero, por otra, nos hicieron comprender sobre todo que la oración confiada jamás es decepcionada. ¡Dr. Plinio y Dña. Lucilia, os pedimos, rogad por toda la humanidad tan perdida e incrédula en el amor del Padre!”.

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