Las conmemoraciones de Navidad, en que el Divino Infante toca particularmente con sus gracias a los limpios de corazón, era objeto de un especial empeño de Doña Lucilia.
En una sala donde los niños tenían vedada la entrada, un pino, cuyo tamaño los impresionaba porque llegaba hasta el techo, era hábilmente transformado en árbol de Navidad por doña Lucilia. Colgaba en sus ramas diferentes adornos, como figuras de angelitos de papel, además de caramelos de licor, de colores variados, rosquillas de pan de miel y otras golosinas. En las cuatro esquinas de la sala había muchos tipos de dulces, comprados y arreglados por ella.
Los niños esperaban junto a las institutrices en una sala del piso superior. Al sonar las campanadas de medianoche, bajaban en fila hasta el jardín por una escalera externa, dándose las manos unos a otros y cantando músicas alemanas de Navidad. Cuando la puerta de la sala se abría, entraban todavía agarrados de las manos y contemplaban el árbol que, con innumerables velitas encendidas, traía cada año una sorpresa. A dos pasos de él, doña Lucilia —encantada con la inocencia infantil— sonreía a los niños que iban llegando. Era como si tuviera en el corazón un árbol de Navidad para cada uno. Era ella quien dirigía la fiesta, realzando su carácter fundamentalmente religioso. Tras haber entrado todos los niños, doña Lucilia mandaba que guardaran silencio y se arrodillaba, seguida de los demás, delante del pesebre que había montado junto al árbol de Navidad. Rezaba una oración al Niño Jesús, que todos repetían. Concluida ésta, los niños se levantaban y, nuevamente dándose las manos, daban vueltas dos o tres veces alrededor del árbol, cantando Noche de Paz. Después, iban corriendo hacia las mesas cargadas de delicias y recibían los regalos traídos por San Nicolás… Doña Lucilia opinaba que era demasiado laico hablar de Papá Noel.
Toda aquella atmósfera navideña de entonces, a la cual ella le daba un toque propio, ayudaba a hacer notar una gracia que envolvía el ambiente, venida de lo más alto de los Cielos, induciendo a los asistentes a dos disposiciones de espíritu: el maravillamiento recogido y humilde ante lo sublime; y la gratitud llena de dulzura de quien recibe una misericordia sin límites.
La reversibilidad en el espíritu de doña Lucilia era una de sus más notables cualidades. En medio del inocente júbilo de la Navidad existía siempre en ella un fondo de tristeza, pues veía despuntar a lo lejos el drama de la Pasión. En sentido opuesto, al considerar la Muerte de Nuestro Señor, algo en su alma denotaba ya las alegrías triunfales de la Resurrección.
Verdaderamente la Señora Doña Lucilia conocía muy bien como crear ambientes agradables que elevan el alma hacia Dios.
SM!!
Doña lucilia era muy virtuosa .