Doña Lucilia, a pesar de, en su delicadeza, no comprender ciertos métodos o argumentos más enérgicos utilizados por su hijo, no era ajena en modo alguno a la batalla que él trababa diariamente para mantenerse fiel a los principios de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, enseñados por ella a lo largo de los años. Por ciertos comentarios suyos a respecto de sus propios compañeros, por su relación con ellos, así como por otros pequeños detalles, doña Lucilia notaba que lo que Plinio necesitaba era sobre todo el auxilio de lo alto. Tal vez por eso, después de la Misa dominical en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, ella se detenía a rezar largamente ante un bello conjunto de imágenes de un altar lateral, que representan el encuentro de la Virgen con el Niño Jesús, discutiendo en el templo con los Doctores de la Ley Su hijo nunca le preguntó el motivo de aquellas oraciones, y ella tampoco se lo reveló. Pero seguramente rezaba para que el Divino Infante, vencedor de la soberbia y de la incredulidad de los orgullosos escribas, le concediera también a aquel niño, que estaba allí a sus pies, la victoria en las polémicas mantenidas con sus compañeros de colegio.
¿Por qué tienes que ser así de malo?
Aunque doña Lucilia tuviera una perfecta noción de cómo el mundo iba empeorando cada vez más y de las dificultades que, en consecuencia, habrían de enfrentar sus hijos, jamás les permitía una falta de objetividad al apreciar a las personas. En cierta ocasión, estando ella conversando con Plinio, hizo éste un comentario despectivo a respecto de un conocido, cargando demasiado las tintas sobre algunos defectos de la persona en cuestión. Doña Lucilia, siempre dispuesta a tomar la defensa de los otros, en seguida atajó:
— ¿Por qué tienes que ser así de malo, hijo mío? ¿No ves que no se debe ser así? ¡Ten pena, a fin de cuentas!…
Su agradable tono de voz era el de quien quería decir: “De ese pobre miserable di sólo lo que es justo. ¿No ves cómo soy benévola con él? Es hijo de Fulanita, persona que tiene lados muy buenos y a quien, por eso, yo quiero mucho.” A ese respecto, el Dr. Plinio comentará más tarde: “Era tal la bondad con la cual mamá corregía a sus hijos, que yo me sentía enteramente envuelto por su benevolencia. Ésta contribuía más para apartarme del peligro de reincidir en la falta, que el propio temor de una repetición de la censura”.