Convivencia amena y formativa

Lleno de saudades, el Dr. Plinio recuerda su convivencia con Doña Lucilia con  ocasión de las temporadas de reposo que pasó en Aguas da Prata, donde su madre,
sin importarle sus propios sufrimientos, distraía y formaba a su hijo con las historias de Bécassine.

Doña Lucilia comentó conmigo innumerables veces las historias de Bécassine. Como la Fräulein me enseñaba francés y yo ya había estado en Francia, sabía hablar un poco de esa lengua. Por eso, yo mismo leía la historieta, no era necesario que mi madre me la contara. Pero ella me explicaba las escenas y actuaba con mucho sentido educativo, porque a veces me incentivaba a hacer comentarios.
Y yo, siempre muy locuaz y expansivo desde mi primera infancia –a propósito, es un hábito que no perdí–, hacía muchas preguntas porque no entendía bien ciertas narraciones, y ella
me dejaba hablar a gusto, sobre todo cuando era más niño. Yo leía otras cosas por mí mismo y comentaba, mientras ella rectificaba o desarrollaba mis comentarios. Sin embargo, la raíz era mi comentario y no su explicación.

Entre más ella sufría, más se entregaba

com-guarda-chuva-all-francaiseLo que más me acuerdo con respecto a Bécassine se refiere a una temporada que pasé en Águas da Prata. En aquel tiempo era un poblado, pero después creció. Allá había aguas consideradas muy benéficas para quien padecía de enfermedades hepáticas. Como mi madre sufría mucho del hígado, íbamos allá con frecuencia para hacer estancias que, según las costumbres del tiempo y la orden médica, deberían ser de veintiún días. Generalmente viajábamos durante mis vacaciones. Iban mi padre y mi madre, mi hermana y yo; a veces también mi abuela y otros parientes. Ellos no necesitaban ir por indicación médica, sino apenas para distraerse, pues el ambiente del hotel era simple y tenía comida de buena calidad. Sobre todo, ¡me acuerdo de los excelentes cabritos, de la mantequilla muy buena, hecha con leche de cabra, y del excelente pan! Para mí, eso ya bastaba.
En esa temporada a la cual me refiero, yo tenía unos doce años, más o menos, y me enfermé. El médico me recomendó acostarme inmediatamente, y ella se quedó cuidándome. Yo no necesitaba nada más, pues tenía una confianza total en ella, y ni siquiera quise saber cuál era la enfermedad. Entonces, con paciencia, bondad y afecto muy grandes, mi madre me hacía compañía. A veces se sentaba a mi lado o en mi cabecera, apoyada sobre las almohadas y colocando delante de mí la historieta de Bécassine para que la hojeáramos juntos. Sin embargo, cuando yo estaba saludable sucedía lo contrario: Doña Lucilia se acostaba durante el día y cerraba la veneciana de su cuarto, por donde entraba una luminosidad muy agradable; nunca fui amigo de luces muy fuertes, siempre preferí la luz tamizada. En esas ocasiones, yo iba hasta su cuarto llevando a Bécassine, me recostaba a su lado y comentábamos la historieta. Yo estaba seguro de que ella tenía por eso una gran atracción, pues siempre mostraba mucho interés y complacimiento. A tal punto nunca me pasó por la mente que a ella no le estuviese gustando aquello. Solo a mis cuarenta años, más o menos, me surgió la duda a ese respecto, pero ya era tarde…

¡Me gusta que él esté aquí!

plinio_marineroCuando yo me daba cuenta de que todos los niños de la familia estaban jugando afuera, en el jardín, ¡yo huía! Pasaba por mi cuarto –contiguo al de ella–, cogía a Bécassine y me iba a sus aposentos. Ahora bien, si ella estaba con los ojos cerrados, no la despertaba, claro, pero eso sucedía de un modo relativamente raro. Generalmente, mi madre estaba rezando o descansando, viendo algo, e incluso en oración, yo entraba sin escrúpulos de interrumpir, pues me parecía que después ella tendría tiempo para rezar, y decía:
Mãezinha (1), el otro día dejamos Bécassine en tal punto, ¿podemos continuar ahora?
– ¡Claro, hijo mío, ven aquí!
A veces, para liberarla, mi padre entraba y decía:
– Plinio, ¿no ves que tu madre está descansando?
Y ella decía con mucha bondad:
– A mí me gusta que él esté aquí.
Yo miraba a mi padre y decía:
– ¿Ya vio?, ella está gustando…
Creo que ella hacía, por detrás de mí, alguna señal para que él no insistiese. Entonces mi padre hacía una cara de desolación, como diciendo: “No hay remedio…”, y salía del cuarto.

(Extraído de conferencia del 9/6/1984)

NOTA
1) En portugués, diminutivo afectuoso de madre.

El ‘tonus’ de la personalidad de Doña Lucilia

Junto a una afectividad toda brasileña, Doña Lucilia tenía el charme (1) francés. Al sentirse envuelto por ese afecto vivo, el Dr. Plinio reconocía la connaturalidad del ambiente de su infancia con el ambiente descrito en el libro de Bécassine.

plinio_doc3b1aluciliaLa formación en la juventud de Doña Lucilia fue hecha en función de Francia como la tierra de la luz, donde las cosas son como deben ser, y de donde emanaba el patrón de pensamiento, elegancia, distinción y de maintien (2) para toda la Tierra. Por esa razón, ella tenía esa noción muy viva a través de libros, de periódicos, de revistas y de la visita hecha a ese país. Mi madre tenía una idea tan exacta de todo aquello, que para ella las historias de Bécassine eran un encanto de pequeñas descripciones de un mundo conocido por ella, en el cual había estado y había sido la luz un poco lejana, pero continua, de toda su formación intelectual y psicológica.

Una señora afrancesada

Podemos tener un poco esa idea viendo la fotografía tomada en París, en la cual ella aparece de pie. Es un tipo físico brasileño, pero el tonus (3) es francés. ¡No solo porque le tomaron la foto en Francia, porque si le tomaran la foto en la Cochinchina, ella sería exactamente así!
Si prestamos atención en un cuadro de Doña Gabriela, mi abuela, notamos que ella no era una marquesa, ¡pero tiene cualquier cosa que hace recordar a Madame de Grand-Air! Doña Lucilia sabía muy bien que su madre no era marquesa, pero miraba a Madame de Grand-Air como una especie de variante parisina de Doña Gabriela.
¡Todo el mundo en el tiempo de ella era así!

Un afecto delicadísimo

becassineComo mi madre tenía ese afrancesamiento del modo de ser, junto a una afectividad toda brasileña, su afecto era delicadísimo, educadísimo, noble y de salón, ¡incluso en la mayor intimidad! Y yo me sentía envuelto por ese afecto vivo, en el cual yo reconocía la connaturalidad con el ambiente del libro de Bécassine.
Digamos, por ejemplo, Madame de Grand-Air llegando al bautismo de Bécassine. ¡Ella tenía para con los Labornez una acogida, que yo sentía multiplicada por mil en la forma de afecto de mi madre hacia mí de niño!
No me puedo olvidar de que ella, cuando habitualmente hablaba conmigo, decía “filhão”(4), aunque yo fuese mucho menor que ella. ¡No sé por qué! Y yo la llamaba “mãezinha”(5).
Pero incluso el “filhão” –que es un modo más íntimo de llamar– era tan ceremonioso y en el tono de voz había inflexiones tan nobles y, al mismo tiempo, tan afectuosas, y entra ban en el corazón de modo tan directo, que yo pensaba: “¡Esto, desde el punto de vista afectivo, es una quintaesencia de lo que está narrado en esa historieta, porque la de Grand Air no quería a esa gente suya como mi madre me quiere!”
Digamos, por ejemplo, regresando de Águas da Prata en tren. Era natural que una gran parte del viaje yo volviera sentado a su lado. ¡Aunque conversando raramente, porque los asuntos se agotan, pero solo para sentirnos juntos! Si en algún momento Doña Lucilia quisiese que yo cogiese una maletica arriba, nunca diría: “Plinio, ¡coge la maleta ahí arriba!”.
Ella diría: “Hijo mío –o entonces, filhão–, ¿quieres coger para tu madre la maleta ahí arriba?”
Yo no estoy logrando expresarme, pero son cosas más o menos inefables, no se narran por entero. Sin embargo, era afrancesado. Mi madre era para mí una versión de la vida del mundo de Madame de Grand-Air, como, a propósito, lo era también, a su modo, mi abuela.

Rasgos de Madame de Grand-Air en Doña Gabriela

capv086Mi abuela, por ejemplo, era quien presidía la mesa. Es natural, era la dueña de la casa. En aquellas familias antiguas de mucha gente, era frecuente haber entre diez a quince personas en la mesa para almorzar y cenar. Ella presidía, y mantenía la conversación de la vida de familia, cuando no discutían temas como religión y ateísmo. En cierto momento –¡era invariable!– mi abuela se levantaba de la comida e iba a una silla mecedora. Algún tiempo después se iba a sus aposentos a hacer la siesta o algo así, la vida de una señora.
Yo todavía me acuerdo de la forma en que mi abuela se levantaba
de la silla. Nos daba la impresión del montaje de un monumento. Cuando ella estaba de pie, el monumento estaba constituido. Solo entonces comenzaba a andar. Ella tenía unos pies minúsculos, era gorda como Madame de Grand-Air y andaba exactamente con aquel paso lento de ese personaje, y desaparecía en sus aposentos dejando a todo el mundo conversando. Sin embargo, su presencia se quedaba, confiriéndole nobleza a todo. Yo miraba la figura de Madame de Grand-Air y me acordaba de mi abuela.

Completando el cuadro con una nota portuguesa

Mi madre trataba a mi abuela con mucho respeto. Por ser su madre, pero también porque veía lo que había de poco común en Doña Gabriela. Además, la trataba con mucha cortesía, con mucho afecto, y todo eso formaba un mundo “grandairoso”, que se mezclaba armónicamente con la influencia portuguesa.
Mi padre, como ya dije otras veces, era pernambucano, de una pequeña ciudad a unas tres o cuatro horas de Recife. En aquel tiempo el polo cultural de Recife no era París, sino Lisboa. Entonces mi padre sabía canciones y poesías portuguesas, había leído bastante de los autores de esa nación, su formación jurídica tenía una nota lusa muy fuerte. Él representaba la nota brasileña y portuguesa que se juntaba a la nota francesa de ellas, formando un todo. Por ejemplo, él era un hombre de carcajadas sonoras, tenía una voz fuerte y de un timbre agradable. Cuando él se reía, su risa cubría la casa. ¡Era una carcajada saludable! Pero cuando trataba a mi madre y a mi abuela era muy respetuoso, muy atento. Y a ellas se les hacían divertidas las “portuguesadas” nordestinas de él. Y ese fue el ambiente peculiar dentro del cual yo me formé, viendo en muchos aspectos la relación con Bécassine.

(Extraído de conferencia del 15/5/1980)

NOTAS
1) En francés: encanto.
2) En francés: porte, compostura.
3) Del latín: tonalidad, tono.
4) En portugués, diminutivo afectuoso de hijo.
5) En portugués, diminutivo afectuoso de mamá.

 

Libro de Doña Lucilia

El libro ‘Doña Lucilia’ representa una colaboración internacional entre la Libreria Editrice Vaticana y los Heraldos del Evangelio, publicado en cuatro idiomas. 

 

Doña Lucilia

8154xQ-jMkL._SY425_Tenemos la alegría de informales que ya está disponible en Amazon, versión español, el libro “Doña Lucilia” de autoría de Mons. Joao Clá S. Dias, EP. Esta obra, la más exhaustiva sobre la vida de Doña Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira, se erige como un paradigma de las virtudes cristianas en el ámbito de la maternidad y la vida familiar. La edición en español invita a los lectores a explorar la cultura, educación y elevadas virtudes de esta distinguida dama brasileña.

Según el prefacio del renombrado P. Antonio Royo Marín, OP, «este libro se trata de una auténtica y completísima Vida de Doña Lucilia, que puede parangonarse con las mejores «Vidas de Santos» aparecidas hasta hoy en el mundo entero.

Adquiéralo ya en: https://www.amazon.es/dp/B0CRPH72CG

02

Un paseo por las tiendas de juguetes

Al visitar las tiendas de juguetes con ocasión de la Navidad, sin distinguir con claridad desde el primer instante, dos tendencias se le presentaban al niño Plinio: una, la de gozar la vida; otra, la de cargar la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Con el paso del tiempo, los hechos se impusieron, comenzó a batallar y pasó a desarrollar una lucha raciocinada contra la Revolución.

En las proximidades de la Navidad, Doña Lucilia nos llevaba a mi hermana y a mí, junto con la Fräulein (1) Matilde, a merendar en la Casa Mappin (2).

Un misterio de la Navidad…
plinio_pequeñoEra un té en el sistema inglés, con tortas, helado –a los niños les gusta el helado superlativamente– y sándwiches con jamón importado. También había una cosa bastante simple que me gusta mucho y era preparada con esmero en el Mappin: pan tosta do con mantequilla, hecho de tal manera que el pan todavía estaba suave, la mantequilla se derritiese toda y penetrase en él, dando un sabor especial al conjunto; y música tocando.
Nosotros nos sentábamos, generalmente, en un lugar desde donde podíamos contemplar la vista al fondo, con las ventanas grandes abiertas, por las cuales entraba un viento fuerte. ¡Y yo era un entusiasta de los ventarrones! Días después de ese té, dábamos una vuelta por las tiendas de juguetes, para que mi hermana y yo escogiésemos los regalos. Ya estábamos grandecitos, sabíamos que no existía Papá Noel. Entonces escogíamos nuestros regalos, pero a pesar de todo, no sé por qué no nos eran dados en ese momento. Doña Lucilia mandaba a comprar los regalos y quedaba acordado que serían entregados en nuestra casa. Hacía parte de los misterios de la Navidad.
Es posible que mi madre los llevase, sin que yo me diera cuenta. Toda la vida fui muy distraído, sobre todo con las personas en quien confío. ¡Y con ella yo tenía océanos de confianza!

Desarrollo de una veta militarista

4ad73155-fe30-4183-b3c6-2d57720b9490Entre las tiendas de juguetes, había una de alemanes llamada “Casa Fuchs” –Fuchs es una palabra alemana que quiere decir zorro–, donde exponían regalos que me dejaban entusiasmado. Como ya iba desarrollándose mucho en mí una veta militarista, los soldaditos de plomo me encantaban.
Pero ellos tenían también cajas con ciertos materiales para “construir casas”. Creo que eran juguetes norteamericanos. Se trataba de una masa con varios colores, con la cual un niño podía imaginar y construir una casa. El olor de esa masa y de las ramas de los pinos, con las cuales los de Fuchs adornaban por dentro la
tienda, me quedaron como dos aromas característicos de Navidad. Esas cosas despertaron en mí un deseo desmedido de gozo de la vida, de llevar una existencia placentera, con dinero, haciendo lo que yo quería, sin ningún sacrificio, sin pecado, pero deliciosa en todo. Y como justamente no entraba allí ningún consentimiento en el pecado, yo creía que todo eso era muy bueno y podía entregarme a aquellos placeres como quisiese. De donde resultaba un deseo de vida lujosa, pero no de un lujo cualquiera; ¡el lujo de un Gran Duque! Bien entendido, en mis proyectos entraban viajes a Europa. Tenía también la idea de viajar a Estados Unidos, pero debo confesar que la Estatua de la Libertad me causaba un horror poco descriptible. Además, yo me hacía una idea de Estados Unidos en cuanto nación protestante, no tenía noción de la existencia de tantos católicos ya en aquel tiempo, por causa de la inmigración  italiana, irlandesa y otra serie de factores.
Ahora bien, cerca de mi casa había una iglesia protestante, y yo soñaba con dar un tiro de cañón y derrumbar la torre de aquel templo herético. Se puede imaginar que nada de eso aumentaba en mí el deseo de ir a Estados Unidos. Excepto dos cosas que siempre me fascinaron: las Cataratas del Niágara y los Grandes Lagos. El resto, mucho menos. ¡De los rascacielos yo sentía una fobia que no hay palabras!

Delante de dos caminos

Así, yo veía abrirse delante de mí dos caminos diferentes, fuera del pecado: uno, el de gozar la vida; otro, cargando la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, sufriendo persecución, siendo detestado, odiado, ignorado, puesto de lado por los otros. Esas dos tendencias no llegué a distinguirlas enseguida. Sin embargo, los hechos se impusieron para mí, porque comenzó la batalla dentro del colegio. Entonces, pasé a desarrollar una lucha raciocinada, política, en aquel ambiente, para disputar un lugar al sol, que el silencio bellaco y el abandono me negaban. Se inició, por lo tanto, una táctica propiamente de un político, con habilidades mayores o menores –no me tengo en cuenta de gran político–, para solo voltear patas arriba la política que se hacía contra mí. Entraba hasta un tanto de guerra psicológica, la cual yo ni siquiera sabía que existía, pero que, palpando, iba percibiendo: tal cosa se hace así, tal otra de esa forma, etc. Entonces, alteré en parte la situación. Pero en esa ocasión tenía contra mí a toda la Revolución y ya había formado el ideal de la Contra-Revolución. ¡Le torcí el cuello a la bruja, no pensé en la vida de Gran Duque, y tomé la cruz de Nuestro Señor Jesucristo!

(Extraído de conferencia del 5/6/1991)

1) En alemán: señorita. Gobernanta del Dr. Plinio.
2) Situada en el centro antiguo de São Paulo