Doblemente atendido sin mucha insistencia

¿Qué decir de una madre que, como esperamos, se encuentra junto a Dios y puede acudir a Él para las necesidades de sus hijos?

 Elizabete Fátima Talarico Astorino

 

Otras almas son atendidas por Dña. Lucilia siguiendo una didáctica distinta: su aparente silencio ante las súplicas acaba convirtiéndose en una garantía de que serán escuchadas con mayor maternidad y no, como erróneamente podríamos pensar, en un síntoma de desinterés por su parte. Una petición hecha a una buena madre nunca es en vano. ¿Qué decir de una madre que, como esperamos, se encuentra junto a Dios y puede acudir a Él para las necesidades de sus hijos?

Es lo que le sucedió al Prof. Edson Luiz Sampel, que ya nos ha enviado relatos de gracias alcanzadas en otras ocasiones, y que narra, embebido de gratitud, otro favor obtenido a través de esa bondadosa intercesora:

El Prof. Edson Sampel junto a la tumba de Dña. Lucilia, en el cementerio de la Consolación de São Paulo

«Para uno que alguna vez pensó que la devoción a la madre del Dr. Plinio era fanática, esa mujer tan generosa prodiga innumerables beneficios. Meses atrás tenía un plan para realizar determinado hito académico. No dependía de mí. Empecé a pedir, en el rezo del rosario, que Dña. Lucilia interviniera a favor de este plan.

»Procedí así durante un tiempo, hasta que pensé para conmigo: este plan mío es importante, sin embargo, no es algo que justifique la intercesión de ningún santo, quien debe ocuparse de situaciones realmente relevantes. Entonces, dejé de pedírselo a Dña. Lucilia».

Ni se imaginaba el Prof. Sampel que su petición ya estaba en vías de ser atendida, no mucho tiempo después: «Recibí la noticia de que mi plan se cumplió y doblemente, porque dos instituciones se habían interesado en el proyecto. Tuve que elegir una de ellas.

»¡Esto es algo maravilloso! Doña Lucilia atiende, incluso cuando ya no se lo pedimos, cuando no queremos molestarla con un asunto que no lo reputamos tan serio».

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, agosto 2024)

Una ayuda financiera…

Entonces empecé a rezarle a Dña. Lucilia y en eso cayó en mis manos un artículo que narraba el caso de una mujer que también se quedó sin trabajo y que le pidió ayuda y enseguida…

Elizabete Fátima Talarico Astorino

 

Esto se constata cuando leemos el testimonio enviado por Patricia Gamarra, de Paraguay, en el que narra cómo Dña. Lucilia la ayudó en un grave aprieto financiero.

Cuenta ella: «Mi madre y yo estábamos pasando por una situación económica muy difícil. Además de haberme quedado sin trabajo, no me habían pagado un servicio anterior de todo un mes. Así que todas mis cuentas estaban un mes atrasadas.

»Entonces empecé a rezarle a Dña. Lucilia y en eso cayó en mis manos un artículo que narraba el caso de una mujer que también se quedó sin trabajo y que le pidió ayuda y enseguida milagrosamente apareció depositada en su cuenta bancaria la cantidad que necesitaba. Esto me llenó de confianza y me dije: “Bueno, pues se lo voy a pedir a ella… No creo que me pase lo mismo, pero sé que me va a ayudar de alguna forma, aunque sea dándome fuerzas para trabajar y oportunidades de trabajo”».

No obstante, Dios quería de Patricia una oración persistente: a cada momento que pasaba, todo iba de mal en peor. Un día, después de hacer una lista exacta —y voluminosa…— de cuánto le faltaba por pagar, exclamó llena de confianza: «Doña Lucilia, auxilio, ¡por favor!».

Al día siguiente recibió una llamada de su hermano, que le dijo: «Mamá me ha contado por lo que estáis pasando. He recibido algo de dinero y te voy a regalar cinco millones de guaraníes».

Patricia Gamarra con una réplica del «Quadrinho» de Dña. Lucilia

Patricia se quedó asombrada, ¡pues era exactamente la cantidad que necesitaba para saldar las cuentas atrasadas! E inmediatamente percibió que se trataba de una intervención de Dña. Lucilia, que movió a su hermano a un inusual acto de generosidad: «Le pedí tanto a Dña. Lucilia que me ayudara, y me ayudó».

… y una lección de fe

Sin embargo, no se limitó a eso la intercesión de tan bondadosa madre. Patriciade casi no tener trabajo, comenzó a recibir tantas solicitudes que ahora le faltaba tiempo para atenderlas todas.

Además, necesitaba recibir el importe correspondiente a un mes de trabajo realizado por ella, que no le había sido pagado. Le escribió al deudor varias cartas de cobro, sin obtener respuesta alguna. Durante dos meses le había pedido insistentemente a Dios: «Por ​​favor, Señor, ¡que me paguen! ¡Por favor!». Pero no recibió respuesta ni de lo alto ni del deudor…

Entonces empezó a rezarle a Dña. Lucilia con más empeño, en esa intención. Pero se sintió llevada a hacer un acto de desapego y de confianza: «Señor, lo pongo en tus manos. Que se haga tu voluntad, y yo dejo esto de lado». Sólo en ese momento fue cuando recibió el pago.

Ese acto de abandono a la voluntad de Dios, Patricia lo atribuye a la intervención de su celestial protectora: «Creo que ella, por así decirlo, fue actuando en mi corazón para que yo rezara de esa forma. No sólo me consiguió el dinero que necesitaba, sino que también me dio la gracia de cambiar de actitud, de dejarlo todo en las manos de Dios realmente y confiar muchísimo más. Y estoy muy agradecida».

Así, el auxilio de Dña. Lucilia le dio una valiosa lección de fe a Patricia: cuando nos desapegamos de los bienes materiales y ponemos nuestra confianza únicamente en Dios, el resto viene por añadidura (cf. Lc 12, 31).

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, mayo 2024)

De sentir antipatía a ser devoto… una intervención singular

Soy devota de Dña. Lucilia, pero mi esposo no compartía mi devoción. Al contrario, cuando la invocaba con una jaculatoria, después de cada misterio del santo rosario, me decía: “¿Quién es esta señora? ¿Por qué le rezas tanto?”. Y se burlaba de mi piedad, hacía bromas o era irónico.

Elizabete Fátima Talarico Astorino

 

Desde la ciudad de Cuenca, Ecuador, Marisol Espinoza Orellana nos envió el relato de una hermosa intervención de Dña. Lucilia en su familia, con esa suave acción que vence antipatías, derriba las barreras más obstinadas en lo más profundo de los corazones y une a las almas en torno a la llama viva de la fe. Conozcamos lo que nos cuenta:

«Desde hace unos nueve o diez años frecuento las misas y las actividades de los Heraldos del Evangelio en Cuenca, ya que mis hijos en varias ocasiones participaron en su apostolado.

»Soy devota de Dña. Lucilia, pero mi esposo no compartía mi devoción. Al contrario, cuando la invocaba con una jaculatoria, después de cada misterio del santo rosario, me decía: “¿Quién es esta señora? ¿Por qué le rezas tanto?”. Y se burlaba de mi piedad, hacía bromas o era irónico.

»Un día, estaba escuchando en mi habitación el programa de los Heraldos en YouTube, Buenas noches con María, en el que hablaban de un “milagro” obrado por intercesión de Dña. Lucilia para ayudar a una persona con sus necesidades económicas. En ese momento mi marido, que también estaba escuchando, me dice: Hagamos una novena en honor a Dña. Lucilia. Yo no daba crédito a lo que me decía, ya que siempre se burlaba de mi devoción…».

Auxilio rápido y abundante

Narra Marisol: «Empezamos entonces una novena al Sagrado Corazón de Jesús, pidiendo la intercesión de Dña. Lucilia, que era muy devota de Él. Una semana antes, mi esposo había ido al banco a pedir información sobre un préstamo con tarjeta de crédito para el primer año de universidad de nuestra hija. Pero constató que el límite máximo del préstamo era insuficiente para esos gastos. Nos quedamos un poco preocupados.

«Al día siguiente de haber empezado la novena al Sagrado Corazón a través de Dña. Lucilia, volvimos al banco a retirar el préstamo y, contrariamente a lo que nos habían informado la semana anterior, nos dieron mucho más que el mencionado límite máximo. Enseguida mi marido me dice: ¡Increíble el “‘milagro” de Dña. Lucilia!».

Marisol y su esposo sostienen en sus manos algunas de las fotografías de Dña. Lucilia sacadas un mes antes de su muerte

Y finaliza su relato manifestando una enorme gratitud a su bienhechora: «A partir de ahí mi esposo no deja de rezar novenas a Dña. Lucilia y a la Virgen. Termina una y comienza otra… cuando jamás lo había hecho antes. Para mí Dña. Lucilia ya es una santa, pero deseamos que sea reconocida como tal en todo el mundo, para que interceda por todos. Por eso, me apresuro a compartir estos favores que ella nos ha otorgado». 

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, febrero 2024)

Dios no abandona a quien en Él cree

Para Doña Lucilia y sus hermanas, su padre, el Dr. Antonio, era considerado como un verdadero patriarca. Hechos de su vida fueron narrados por ellas diversas veces, mostrando siempre que su dignidad venía de la confianza que depositaba en Dios.

El Dr. Antonio, mi abuelo, tenía tres hijas¹ muy parecidas, pero muy diferentes entre sí, como es común que suceda entre hermanos.

Cada una, a su modo, tenía una veneración única por su fallecido padre, un amor y unas saudades sin límites.

Padre y patriarca

d.antonio

Última fotografía de D. Antonio

Cuando eran jóvenes, su padre era el confidente con el cual ellas se abrían en todas las ocasiones; él comprendía bien sus almas y encontraba una salida para todas las dificultades que les apareciesen. Cuando el caso no tenía solución, él las consolaba, indicándoles la postura de alma serena, la compostura que se debería tener frente a las ocasiones difíciles de la vida.

Las tres contaban hechos sobre la vida de su padre y lo tenían como un patriarca. Cualquiera de los casos contados aisladamente no agotaba lo que ellas querían decir.

La más expansiva de las tres hermanas, en cierto sentido, era Doña Yayá. Una que otra vez yo la visité cuando ya se encontraba en edad avanzada –ella murió más anciana que Doña Lucilia–, estaba enteramente lúcida, pero con cierta distancia de la realidad.

Sabiendo que yo escribía –que tenía libros publicados, artículos–, en una conversación me hacía dos o tres insinuaciones de que yo debería escribir sobre la vida de su padre, porque era una vida admirable, y que, si yo quisiese, ella podía contarme todo, yo tomaba nota y después escribía ese libro.

Veo, de hecho, que es una cosa que, si la hubiese hecho, ¡habría dejado a Doña Lucilia con una alegría indecible! Necesité de razones muy serias para no hacerlo. De lo contrario, solo para dar a Doña Lucilia ese contento y atender al respeto filial de las hijas de él, etc., yo habría hecho alguna cosa.

No daba para hacer una gran biografía, pero habría hecho algo.

El fin del día en la pequeña Pirassununga

Voy a escoger un hecho que ellas no presenciaron, porque no habían nacido, pero les gustaba mucho contar. La madre de ellas, Doña Gabriela, esposa del Dr. Antonio, contaba que ellos vivían en Pirassununga cuando él era abogado recién graduado. Era costumbre en las ciudades del interior del antiguo Brasil que las casas fuesen abalconadas, o sea, tenían una especie de sótano habitable abajo, y el piso de arriba, que era mejor, constituía un balcón en relación con la calle.

Las familias cenaban muy temprano, aún a la luz del día, y después iban a las ventanas de la casa a ver pasar a la gente y saludarse. Era la gran novedad del lugar.

No piensen en una calle muy movida. Pirassununga era minúscula en aquel tiempo y uno que otro pasaba de vez en cuando. Mi madre decía que se avistaba a la persona que llegaba a lo lejos, a lo lejos, a lo lejos…

Y después de su partida, se podía aún acompañar con la mirada. Cuando el transeúnte se aproximaba, si era conocido, él se quitaba el sombrero y se saludaban. A veces paraban, intercambiaban unas palabras… Después seguían adelante.

Admiración de los familiares por la confianza en la Providencia

Dña. Gabriela y Dr. Antonio, padres de Doña Lucilia

Cierto día, el Dr. Antonio estaba conversando con mi abuela, solos, junto a la ventana. Sus hijos todavía eran poco numerosos. Él le dijo a mi abuela a cierta altura de la conversación:

Sinhara², ¿nuestra despensa está bien llena?

Ella dijo:

– ¡Sí, está!

– ¿Tiene bastantes alimentos?

– ¡Sí, los tiene! La vida era baratísima. Entonces

él dijo:

– Por lo menos eso. Porque, mira, yo solo tengo esta moneda… los clientes están muy raros, no he recibido dinero. Y necesitamos tener bien la despensa, porque si falta dinero y comida, yo no tengo. Ve haciendo multiplicar la comida como puedas.

En ese momento se ve venir arrastrándose un mendigo hacia ellos,

que dice:

– ¡Soy tuberculoso!

Y realmente tenía un aspecto muy enfermo y pobre. Con el sombrero en la mano, dijo:

– ¡Soy tuberculoso! Necesito comprar un remedio muy caro. No tengo dinero. ¡Si Uds. me quieren dar algo para comprar ese remedio, yo, de buen grado, les agradecería mucho! Mi abuelo sacó la moneda y la lanzó en el sombrero del mendigo. Mi abuela quedó pasmada, pero al mismo tiempo tomada de admiración por la confianza en Dios que él revelaba.

Cuando el mendigo partió, mi abuela dijo:

– Pero, Totó – así era su sobrenombre –, ¿qué hiciste?

Él dijo:

– Confié en Dios. Vas a ver que el dinero no tarda en llegar.

De hecho, cuando anocheció, aquel mismo día, un hombre tocó el timbre. Era un cliente, que quería confiarle una causa que sería muy rentable para mi abuelo. El Dr. Antonio, entonces, pidió una parte de los honorarios por adelantado y, por gozar de muy buena fama como abogado, el cliente le concedió el pedido. Cuando el hombre se retiró, él entró en la sala de estar de la casa, mostró el

valor a mi abuela y dijo:

Sinhara, ¡mira, para quien cree en Dios!

Y él elaboró, no en esa ocasión, sino más tarde, un versículo así… cuatro estrofas de las cuales no me acuerdo bien, tal vez en un momento me venga completo a la memoria… Era algo así:

“Quien tiene a Dios vuelto su corazón, nada debe temer. Porque Dios no abandona a la criatura que sabe en Él creer.”

Era la idea de la confianza en Dios, en quien se debería creer. Esto, que es un hecho interesante, ¡a ellas les parecía fenomenal!

(Extraído de conferencia del 11/1/1986)

1) Lucilia, Eponina (Yayá) y Brasilina (Zili).

2) En el Brasil antiguo, trato dado por los esclavos a su señora. El Dr. Antonio lo utilizaba para, de un modo afectuoso, dirigirse a su esposa, Doña Gabriela.