Firmeza en la defensa de la fe

cap8_008No obstante, el corazón de doña Lucilia recibía muchas más alegrías que preocupaciones por parte de su hijo. La consolaba mucho, por ejemplo, el hecho de ver que el Dr. Plinio, novel abogado integrado en el Movimiento Mariano, tomaba una posición militante en defensa de la Iglesia cuando participaba en las controversias que animaban las veladas en el palacete Ribeiro dos Santos. Cuando salía a relucir algún tema polémico, no perdía la oportunidad de atizar el fuego en el debate y entrar con argumentos contundentes contra algún desvío doctrinario.
Doña Lucilia jamás le permitiría una falta de respeto con los mayores —defecto, que por cierto, nunca tuvo— pero le reconocía toda su libertad en el campo de la contienda intelectual. Como el común de las señoras, normalmente ella no tomaba parte activa en esas discusiones, aunque, seguía atentamente su desarrollo. Cuando éstas se encendían, los invitados, antes incluso de pasar para los sofás al fin de la cena, continuaban ardientemente esgrimiendo sus argumentos. Los caballeros sacaban su cigarrera, mientras los más viejos enrollaban el tabaco y fabricaban su propio cigarro.
Mientras transcurría la discusión, doña Lucilia, dando su silencioso apoyo al Dr. Plinio, que no cedía terreno, aplicaba su gusto artístico sobre un palillo (palillos y palilleras eran de uso obligatorio entonces en las comidas): con el filo del cuchillo, lo trabajaba delicadamente levantándole astillas alrededor, y formando así una especie de singular florecilla campestre. Al hacerlo, su fisonomía mostraba visible alegría.
Los parientes acababan por abandonar la discusión, llegando inclusive a reconocer entre sí que los argumentos del Dr. Plinio, de una lógica sorprendente, no eran nada fáciles de rebatir. Doña Lucilia, aunque se abstuviese de elogiar a su hijo, interiormente se regocijaba, previendo que él habría de emprender grandes hazañas en defensa de la Iglesia.

Las “conversaciones de medianoche”

Plinio joven congregado mariano

Plinio joven congregado mariano

Terminada la conversación después de la cena, las personas se despedían y cada una tomaba su rumbo. El Dr. Plinio tenía la costumbre de ir a la sede de la Congregación Mariana, en donde pasaba en compañía de sus correligionarios el resto de la velada. Doña Lucilia, a su vez, se entregaba a sus largas oraciones y permanecía en ellas hasta el regreso de su filhão. Cuando éste volvía, alrededor de la medianoche, al encontrar a su madre en plena vigilia, la saludaba con afecto e inmediatamente entablaban una pequeña conversación sobre los acontecimientos del día: la polémica de la cena de aquella noche, el estado de salud de éste o de aquel pariente, algo de política internacional o —tema que interesaba mucho a doña Lucilia— a respecto de las actividades y planes de su hijo. En esos momentos, ella no perdería, ciertamente, la oportunidad de darle un buen consejo o de precaverle contra las sorpresas que la vida nunca deja de presentar. Era esa la tranquila “conversación de medianoche”: momentos de intimidad amena y distendida, de los cuales el Dr. Plinio guardó hasta los últimos días de su vida un entrañable recuerdo, y en los que él no sólo se encantaba con las palabras de su querida madre sino sobre todo se sentía atraído por la atmósfera de calma y dulzura que ella creaba.
Aunque el sentido católico de las cosas impregnase intensamente la convivencia de ambos, los temas exclusivamente religiosos no eran, sin embargo, los más frecuentes. Cuando se abordaban, se detenían más en ellos. Dondequiera que doña Lucilia llevase la conversación, lo hacía de un modo tan afectuoso y elevado, dejando trasparecer tanta suavidad de alma, que incluso los asuntos más triviales se volvían cautivantes en sus labios.
Con el paso del tiempo, la “conversación de medianoche” adquirió el carácter de una institución que atravesó las décadas y perduró hasta los últimos años de la larga existencia de doña Lucilia.

“Debes tener fe en el Sagrado Corazón de Jesús, que ciertamente no nos abandonará”

Lucilia_correade_oliveira_021De regreso a São Paulo, doña Lucilia no disfrutaría en seguida de la compañía de su querido hijo. Se encontraba Plinio en el final de los estudios secundarios, preparándose para entrar en la Facultad de Derecho. Los últimos exámenes los haría en Ribeirão Preto, junto con uno de sus primos, Procopio, a quien familiarmente llamaban Pinho (Hijo del hermano de doña Lucilia, don Gabriel. “Pinho” se pronuncia “piño”). No deja de ser notable el espíritu de fe de doña Lucilia, que trasluce en la carta escrita a su hijo en esa ocasión. A él no le faltaban ni dotes naturales de inteligencia ni la conveniente preparación para los exámenes que realizaría, pero, por encima de todo, doña Lucilia ponía su confianza en el Sagrado Corazón de Jesús. Tal vez sin saberlo, llevaba a los suyos a seguir la misma máxima de San Ignacio: En las empresas difíciles, hay que abandonarse a Dios con perfecta confianza, como si el éxito del negocio debiese venir de lo alto por una especie de milagro; no obstante, poner todo por obra para hacerlo y tener éxito como si dependiese enteramente de nuestra industria.(Máximas de San Ignacio, recopiladas por el P. Bouhours, S.I., Río de Janeiro, 1934, pp. 45-46).

¡Hijo querido!
De corazón te agradezco el “beso telegráfico” que me enviaste y, respecto a los exámenes, tengo que decirte que debes tener fe en el Sagrado Corazón de Jesús que ciertamente no nos abandonará, tanto más que por medio de dos novenas que estoy haciendo, obtendremos de Él la de Nuestra Señora de la Concepción y de San Antonio. Dile a Pinho que estas novenas son también hechas en su intención, y que espero en Dios que seáis ambos felicísimos.
Quise escribirte ayer, pero las visitas y complicaciones de toda suerte me impidieron hacerlo. La mesa de la salita estuvo ayer triste sin ti y sin Pinho. Rei y Marcos hicieron un examen escrito ayer y ya saben que tendrán buenas notas. ¡Felizmente!
El profesor de Rosée la retuvo ayer tres horas tocando el piano, y me dio pena porque estaba extenuada al final de la lección. ¿Por qué no me has escrito todavía? ¡Desde que amanece estoy esperando una carta tuya!…
Me olvidé de poner en tu maleta las tijeritas y el limpiador de uñas. Mira a ver si necesitas alguna cosa y un poco más de dinero para que te lo envíe todo junto.
Le pido a Dios que podamos pasar juntos, alegres y felices el bonito día trece (cumpleaños de Plinio).Ten cuidado con tu salud.
¿Continúas estudiando mucho? ¿Ya has hecho una visita a Sinhazinha y Joaquim? Acuérdate también de Mariano.
Con un afectuoso abrazo al querido Pinho, te bendigo y beso mucho y mucho, tu madre extremosa,
Lucilia