Reversibilidades deleitables

Las franjas de luz coloridas del arcoíris pueden ser comparadas al alma que practica, con autenticidad y hasta de modo insigne, virtudes a veces diametralmente opuestas. El Dr. Plinio pudo contemplar muchas veces reversibilidades así en Doña Lucilia.

Para atender a un pedido de tratar respecto a la reversibilidad de las virtudes en el alma de Doña Lucilia, comienzo por explicar en qué sentido empleo ese término. El ejemplo más cómodo para expresar eso son los colores del arcoíris.

Reversibilidades de alma, como la luz blanca y los colores del arcoíris

Comedor del departamento de Doña Lucilia

Nadie puede describir el fenómeno que se da en el arcoíris diciendo lo siguiente: “Las pobres gotas de agua, que fluctuaban en el aire, fueron traspasadas por una luz; esa luz sufrió un castigo, se reventó, se deshizo en colores diversos; ¡de ahí surgió el arcoíris!” Sería una tontería.

Es propio de la luz, que es una, abrirse en varias luces. No hay una ruptura, una dilaceración, y sí una abertura noble.

Imaginen que hubiese una persona dotada de una lupa de gran potencia. No estoy pensando en ningún telescopio del tipo de Cabo Cañaveral1 ni nada de gran porte, sino una lupa pequeña, pero potentísima. Supongamos que la lupa, por reglas científicas aún no explicadas, tuviese el don de atraer, de hacer converger las luces del arcoíris, de manera que entrasen en ella y salieran, de un lado a otro, blancas como es la luz del sol.

Entre la luz antes y después de constituido el arcoíris, hubo una reversibilidad. Es en este sentido que empleo la palabra cuando hablo de las reversibilidades de las virtudes en el alma de mi madre. ¿Cómo se puede notar esa reversibilidad en un alma? Cuando ella practica una virtud o mucho después, de modo auténtico, real, a veces insigne, practica una virtud opuesta a aquella, pero simétrica –las virtudes nunca son enemigas unas de las otras; ellas pueden decirse adiós de lejos, pero son aliadas y amigas–, entonces, en ese caso se dice que hay una reversibilidad.

Y nuestro espíritu, ávido de unum, exclama: “¡Oh, unum! ¡Cómo es bello que la misma alma tenga virtudes opuestas, no contradictorias, como las franjas de luz del arcoíris!

Una especie de fondo común de todos los actos de virtud

Durante toda la vida yo vi en el alma de mi madre dos aspectos. Uno era la virtud lanzando un dardo hacia lo alto, pero al llegar arriba, se piensa en otra línea que podría haber ido del punto de partida hacia otro lado. El alma realiza aquello y vuelve al punto inicial.

Con la profundización del análisis psicológico de mi parte, tal vez con el progreso de su alma también –ella no se quedó viviendo el tiempo entero parada, ella profundizó– o con el propio curso del tiempo, yo pasé a notar en ella otra cosa: cuando ella practicaba ciertos actos de virtud, no iba a practicar después otro acto para poder hacer la reversibilidad. Sino que el acto de virtud opuesto estaba como durmiendo en la raíz de aquel que fue practicado. Y había una especie de fondo común de todos los actos de virtud en una reversibilidad interna, continua y suave, que formaba el unum de ella; algo propio al espíritu humano, aunque no hay palabras para expresarlo.

En esta perspectiva, podemos decir que yo pasé a considerarla apreciando eso, incluso en las acciones más triviales de la vida. Yo observaba ese modo de ser en ella, por ejemplo, hasta en las preocupaciones o cuando ella pasaba de los grandes pensamientos a las pequeñas cosas.

Nada es niñería para quien sabe admirar

Detalle del cuarto de Doña Lucilia

En la calle donde yo vivo hay árboles que forman una ojiva frondosa, pero dejan ver el sol. A mi madre le gustaba mucho ver los rayos del sol entrando por la ventana del comedor.

Ella comentaba una serie de cosas con respecto a ellos, utilizando sin pretensiones palabras caseras, comunes, pero por donde yo percibía que ella veía aquello con una elevación de alma muy grande.

Mientras ella estaba contemplando eso, supongamos que entrase el té, llevado por una empleada. Como grandeza eso no puede ser más menudo: el sol y una bandeja de té constituyen los dos extremos de un arco.

Si entrara en ese momento también una pariente a visitarla, ella diría: “Fulana, ¿cómo te va? ¿Y este y aquél?” Se interesaría por la vida de la visitante. Da la impresión de que algo del sol contemplado iluminaba la niñería, y nada era niñería, porque era visto por quien sabía admirar el sol de esa forma.

Ella tenía una gaveta en su mesa de toilette, que quedaba en su habitación. Allí guardaba un mundo de pequeños objetos que las señoras acostumbran a tener. No eran de toilette, sino libros de oración, medallas, fotografías, cartas, recuerdos de toda especie. Y a ella le gustaba tener todo bien dispuesto, aunque no una disposición dura, cepillada con cepillo de acero, sino hecha con cepillo de tortuga…

Había en ella una peculiaridad minúscula: ella era rápida al andar, sin embargo, generalmente lenta en el actuar. Y de vez en cuando hacía algo con un poco de prisa y dejaba las cosas desordenadas –eso cuando aún caminaba y ejercía los quehaceres de una ama de casa–. Tenía razón, porque tendría tiempo para arreglarlas después.

Habiendo ella ido a la despensa, a la cocina, dado cualquier orden, atendido una llamada, yo la veía volver al cuarto y, digamos que yo estuviera en mi sala de trabajo, no la llamaba, sino que iba atrás para hablar con ella.

La encontraba sentada en una silla de paja que le gustaba mucho – son, de hecho, muy bonitas–, tocando los objetos. Conversaba con ella, que me prestaba atención, pero con cierto esfuerzo, principalmente en sus últimos diez o quince años de vida, cuando su audición fue bajando y la facilidad de hablar, de concatenar las ideas fueron también disminuyendo. Y yo, naturalmente apresurado al hablar… En fin, ajustábamos las velocidades.

Ella iba al mismo tiempo organizando la gaveta y yo analizando sus gestos. A veces ella dudaba un poco y me preguntaba: “¿Queda mejor así o así?” Cuando acababa, me miraba contenta y cerraba la gaveta.

Eran reversibilidades deleitables de apreciar en el alma de ella. 

(Extraído de conferencia del 21/4/1981)

  1. El Dr. Plinio hace referencia a los potentes telescopios del Centro Espacial Kennedy, localizado en Cabo Cañaveral, región costera de los Estados Unidos conocida como Space Cost (Costa Espacial), desde donde se lanzan al espacio la mayoría de las naves espaciales norteamericanas.  ↩︎

Inesperado cambio temperamental

Pero Esther ya había comprado el billete de vuelta a su ciudad precisamente en ese horario. No le quedaba más que un recurso: rezar.

 Elizabete Fátima Talarico Astorino

 

Desde la ciudad de Sullana (Perú) nos escribe Esther Seminario relatándonos dos episodios de la pronta intervención de Dña. Lucilia para sacarla de situaciones embarazosas.

Se había desplazado hasta otra localidad para realizar un procedimiento médico y cuando llegó al hospital, alrededor de las ocho de la mañana, se topó con un obstáculo inesperado: «La persona encargada [de darle cita] estaba, sin motivo alguno, extremadamente irritada y atendiendo de muy mala gana. Al esperar tanto tiempo, algunos pacientes se ofuscaron y empezaron a protestar. La primera que estaba en la cola era yo. Sin embargo, lejos de atenderme, sin explicación alguna —quizá creyendo que yo había sido la del reclamo—, de forma contundente me dijo que me esperara hasta el final, porque se demoraría dándome muchas indicaciones; que me atendería a partir de las doce y media».

Pero Esther ya había comprado el billete de vuelta a su ciudad precisamente en ese horario. No le quedaba más que un recurso: rezar. «En tal situación, me pregunté: ¿Qué hago? ¡Dios mío, ayúdame, ilumíname! E inmediatamente vino a mi pensamiento Dña. Lucilia. Portaba en el bolsillo de mi casaca una fotografía de ella; la saqué y me puse a rezar la novena irresistible al Sagrado Corazón de Jesús y a pedir la intercesión de Dña. Lucilia. Cuál no sería mi sorpresa que ni siquiera había terminado de rezar la novena y de pronto… se me acerca aquella misma auxiliar, muy sonriente, invitándome a pasar y me da una cita para mi intervención y procedimiento médico. Definitivamente, esta persona pasó de la irritabilidad en grado extremo a una total serenidad y amabilidad increíbles. No dudo que allí estuvo Dña. Lucilia».

Esther con la biografía de Dña. Lucilia en sus manos

Antes de salir del hospital, Esther hizo una rápida visita a la capilla, donde se encontró con un hombre llorando desconsoladamente y, arrodillado, rezando por un familiar enfermo. Condolida al ver su angustia, le regaló la estampa de Dña. Lucilia, explicándole brevemente cómo valía la pena recurrir a ella.

Continúa su relato: «Ese hombre me lo agradeció y manifestó que pediría con todas sus fuerzas la intercesión de Dña. Lucilia. Salí muy reconfortada por haberle dado la estampa de Dña. Lucilia a una persona necesitada, pero al mismo tiempo triste porque me había quedado sin ella. Pensé que no llevaba otra conmigo, pero para mi sorpresa encontré otra en mi bolso. Así que me sentí segura de portarla a mi retorno».

Una nueva dificultad, un auxilio más

Esther no se imaginaba lo mucho que iba a necesitar del auxilio de su protectora en el viaje de vuelta a casa. Narra ella:

«Ya regresando en el bus a mi ciudad, el vehículo fue interceptado por tres motocicletas, con dos personas en cada una. Portaban armas de fuego y, como el bus no se detenía, empezaron a arrojar piedras y atravesaron las motos, cerrando el paso; entonces el bus se detuvo. La desesperación y el pánico se apoderaron de los pasajeros, entre ellos, muchos niños. “¡Es un asalto! Escondan su dinero, tiren al piso sus móviles”, gritaban algunos.

»En ese momento de desesperación, recurrí nuevamente a Dña. Lucilia. Saqué la estampa y, con ella en la mano, a viva voz decía yo: “Doña Lucilia, madre nuestra, ¡ayúdanos!”. Repetía y repetía esa jaculatoria, y me serené. Llamé a mis hermanas —que circunstancialmente estaban en la ciudad y también son devotas de Dña. Lucilia— para que se comunicaran con la Policía. Varios pasajeros hicieron lo mismo.

»Finalmente, la Policía intervino y capturó a los delincuentes. Ningún pasajero sufrió daño físico, ni robo alguno. El susto fue tremendo. La poderosa intervención de Dña. Lucilia permitió que llegáramos sanos y salvos a nuestro destino.

»Quiero concluir diciendo que mi esposo, testigo de los sucesos que acabo de narrar, ahora también es devoto de Dña. Lucilia y recurre a su maternal intercesión en cada situación de necesidad». 

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, agosto2024)

Afecto luciliano en oposición a la autosuficiencia

Contrariamente al concepto liberal y comunista de bondad, Doña Lucilia ejercía sobre las almas una acción benigna e intransigente, amenizando y sanando los aislamientos y amarguras, frutos de la orfandad inherente al hábito de la autosuficiencia.

Hay ciertas formas de sinceridad y de intensidad de afecto que solo les es dado tener a los combativos.

El descrédito causado por el pacifista

Tomen el Quadrinho en él reluce la bondad

No creo en la amistad del pacifista. Él se pone como amigo de todos, pero eso es justamente lo que no es, pues quien no quiere pelear con nadie no es amigo de nadie. Porque por su modo de ser, en su presencia toda injusticia se resuelve mediante un diálogo de paz y, por lo tanto, no se necesita punir.

Ahora bien, si alguien me calumnió y yo pruebo que aquello es una calumnia, no se trata de hacer un diálogo para saber si soy inocente: el otro es un calumniador. Luego, exijo que él se desdiga, y tengo dos derechos: uno es la retractación debida ami reputación; el otro es un derecho de verlo punido.

Quien fuese mi amigo debería asociarse a ambos derechos míos. El pacifista no hace eso. Entre el calumniador y el calumniado, él procura hacer un arreglo, por el cual el calumniado, en el fondo, tiene que ver la impunidad de la calumnia hecha contra sí. Además, se percibe en la conducta de ese tipo de pacifista que, si queremos forzarlo a una actitud lógica, él pelea con nosotros y no con el calumniador. Por lo tanto, no merece crédito. Esa es una de las mentiras de la Revolución.

Concepto equivocado de bondad

Otras mentiras de la Revolución dicen con respecto al concepto de bondad. Una afirma que toda persona con cierta elevación y distinción no tiene lástima de quien no posee esas mismas cualidades y hace sentir su superioridad por falta de misericordia. Luego, espíritu jerárquico y bondad son incompatibles. La bondad consiste en el igualitarismo.

Otra mentira es: intransigencia y bondad son incompatibles, porque la intransigencia hace sufrir. Ahora bien, quien es bondadoso tiene horror al sufrimiento; luego, es propio de la bondad tener horror a la intransigencia.

Yo podría presentar aún otras contradicciones de ese mismo género. Pueden estar seguros de que ellas tienen un peso enorme para hacer antipática la Causa de la Contra-Revolución. Acción materna e intransigente

El modo de ser de mi madre prueba que varias de esas pseudo-contradicciones no existen. Por ejemplo, su acción sobre las almas es la más maternal posible, pero es una acción intransigente. O sea, ella conduce al cumplimiento de los Mandamientos y a la fidelidad a la Providencia. Y si no es eso, se percibe que hay una ruptura con ella, pues a pesar de todas las bondades, ella es intransigente.

Tomen el Quadrinho1: en él reluce la bondad. Por otro lado, el modo como ella se presenta y es, es enteramente el de una señora de la élite de su tiempo y, por lo tanto, a leguas del patrón democrático hoy en día en vigor. Por otro lado, trasluce de bondad. Así, una serie de aparentes antítesis de esas que a la Revolución le gusta lanzar en oposición a la Contra-Revolución, Doña Lucilia las destruye simplemente por su ser, sin nada más, únicamente porque ella es, porque está presente, ella provoca esa destrucción.

Bajo ese punto de vista, ella ayuda a los miembros del Grupo a comprenderme mejor, porque perciben a través de ella cómo esos preconceptos que llevan a mucha gente a pensar que soy un Ferrabrás, [personaje de la ficción medieval, tendiente a lo bravucón] un tirano, no son realidad. Ahí está su papel.

Gracia que convida a la unión y a la simpatía estables

He notado el siguiente fenómeno: un gran número de personas recibe gracias por intercesión de mi madre. Mientras dura el recuerdo de esas gracias, hay una posición muy conmovida y fervorosa; después, eso se desvanece. Al desvanecerse, se manifiesta la debilidad humana que no sabe ser grata. Sabemos que la gratitud es la más frágil de las virtudes… Pero hay otra cuestión.

Generalmente, las personas en las cuales el recuerdo vivo de esas gracias se desvanece sin su culpa, revelan una especie de rechazo en volver a apelar y pedir a mamá, que va mucho más allá de la aridez, queda en el límite de lo explicable, roza en una especie de incomprensión y antipatía. No una antipatía militante, sino una actitud así aborrecida:

“¡No quiero pedir!”

Hasta que, de repente, por la intercesión de ella, la persona pasa por cierto apuro y es llevada a pedirle alguna cosa. Pidiendo, la obtiene y vuelve la acción de aquella admiración, de aquella consolación. Eso se repite, hasta desaparecer en ese tipo de almas un género determinado de obstáculo interior en ser uno solo con ella y, digámoslo, simpatizar con ella vehemente y establemente. Ahora bien, es lo que Doña Lucilia parece pedir en las gracias que ella confiere. Porque, mientras la persona está bajo la acción de una gracia recibida por ella, comprende perfectamente ciertas cosas, como, por ejemplo, su insuficiencia. El mito de la autosuficiencia –muy revolucionario y difundido no sé en qué proporciones– se desarma y desaparece. Entonces la simpatía, la propensión por alguien que nos ama, que nos quiere, pero nos ve con cierta compasión un poco sonriente y nos promete su afecto, eso vuelve a flote. Cuando la persona se olvida de las gracias recibidas, el estado de espíritu de autosuficiencia reaparece y ella no quiere ser objeto de tanto cariño ni de tanta amistad, porque quiere abrir por sí misma su propio camino.

Un vicio profundamente revolucionario: la autosuficiencia

Es preciso hacer notar que la autosuficiencia es el propio presupuesto tanto de la doctrina liberal, como de la comunista. En la idea de los ciudadanos libres e iguales está subyacente el concepto de que cada uno se basta a sí mismo, porque, si hay algunos que necesitan de otros, la desigualdad desaparece en rigor de justicia, pues si alguien dio y otro recibió, quedó obligado. El modo por el cual se agradece es decir “muito obrigado2, o sea, estoy obligado a algo con relación al bienhechor. Es el sentido de la expresión francesa “remercie, remercier”: estoy a tu merced por lo que me hiciste. El vínculo, por así decir, feudal, va imponiéndose, mientras que, en la autosuficiencia, no: ciudadanos libres, iguales, todos votan, cada uno deposita su voto en la urna y vale tanto cuanto el del otro, y la suma aritmética de lo que fue contabilizado es el camino a seguir.

Una cosa curiosa es que el hábito de la autosuficiencia constituye una especie de orfandad, fuente de cuántas amarguras interiores y de cuántos aislamientos, ¡no sé qué decir! Creo que entre autosuficiencia, orfandad y neurosis hay una relación muy próxima. Muchas y muchas veces me pregunto: si sobre mí no hubiese flotado el afecto de mi madre, ¿yo sería un hombre calmado como soy y habría tenido la facilidad de comprensión y la apetencia de la devoción a Nuestra Señora, que es esa disposición del alma agradecida llevada a un grado superlativo, en fin, en el nivel de la hiperdulía?

Sin embargo, percibo que esas situaciones falsas crean una especie de apego, porque el hombre es una criatura muy rara y llena de posiciones paradójicas. Y cuando tiene una paradoja muy irracional, él adora esa paradoja. Y al mismo tiempo que sufre los tormentos de la autosuficiencia, no le gusta ser ayudado, porque “él resuelve”.

Esa posición lleva la persona a implicar con Doña Lucilia, porque ella ofrece una superabundancia de bondad, de cariño, de protección, pero en la cual la dependencia aparece y la autosuficiencia desaparece.

El individuo no puede ser el gran hombre que quería ser a sus propios ojos, el dueño de su propia vida, que resuelve porque es un gran hombre. Por el contrario, tiene que reconocer que hubo en relación con él una cosa llamada misericordia, compasión, dada por quien no tenía obligación de dar, que fue tratado como hijo, que fue enteramente gratuito y le dio en abundancia lo que él no podía esperar, acompañado de la sensación de que él no vive sin eso.

En las horas en que ese reconocimiento no está presente, la persona es llevada a esta esperanza tonta: “Yo ahora quiero ver si vivo sin la ayuda de ella”. Es un horror, pero, por eso mismo, probable.

Por ejemplo, de los diez leprosos del Evangelio, nueve no fueron a agradecer. ¿Por qué? En el fondo, autosuficiencia. Si todos fueran a hablar con Nuestro Señor, Él los recibiría rebosando de bondad, pero el mito de que ellos resolvieron su caso desaparecía.

Hay un proverbio portugués, al menos en el portugués de Brasil: “El uso de la pipa tuerce la boca”. El vicio de la autosuficiencia vuelve a la persona incapaz de recibir socorro. Y, vuelvo a decir, es un vicio profundamente revolucionario.

(Extraído de conferencia del 21/8/1982)

  1. Cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia. ↩︎
  2. En portugués, literalmente: [Estoy] “muy obligado”. Es la forma habitual de agradecimiento en esta lengua ↩︎

Doña Lucilia, nos gustaría mucho tener una hija

Teníamos, por entonces, cuatro hijos; y grande era nuestro deseo de tener una niña. Cuando viajamos a São Paulo por primera vez, fuimos a rezar a la tumba de Dña. Lucilia.

Elizabete Fátima Talarico Astorino

 

Si Dña. Lucilia siempre es tan solícita a la hora de auxiliar en las dificultades materiales, con mucha más razón pondrá empeño en ayudar a sus devotos en situaciones de perplejidad y sufrimiento. Veamos el conmovedor relato enviado por Eriane Dabela Trindade de Carvalho, natural de Parintins (Brasil) y actualmente residente en Ponta Grossa.

«Nuestra devoción a Dña. Lucilia empezó en 2018, cuando, en Ponta Grossa, conocimos a los Heraldos del Evangelio. Profundizamos en la historia de sus fundadores y floreció una honda devoción por Dña. Lucilia, a través de la lectura de la obra escrita por Mons. João sobre ella. Nuestro amor crecía cada vez más y comenzamos a recurrir a ella como una segunda naturaleza, en las necesidades más corrientes; nos pusimos bajo su chal, en la certeza de que ella es nuestra portavoz ante la Virgen, y ambas están unidas al Sagrado Corazón de Jesús.

Eriane y Aurora de María junto a la tumba de Dña. Lucilia en el cementerio de la Consolación, São Paulo

»Teníamos, por entonces, cuatro hijos; y grande era nuestro deseo de tener una niña. Cuando viajamos a São Paulo por primera vez, fuimos a rezar a la tumba de Dña. Lucilia, en el cementerio de la Consolación. Estando allí, me arrodillé y sentí la inspiración de confiarle nuestro anhelo. Así que escribí una notita, en la que hice la siguiente oración: “Doña Lucilia, nos gustaría mucho tener una hija, y para eso recurro a usted. Si nos responde e intercede ante la Virgen, le prometo que la niña se llamará María Lucilia”».

Deseo cumplido en medio de reveses

A sus amados, Dios no sólo les concede lo que piden, sino que lo hace de la manera más conveniente para que alcancen cierto grado de perfección. No era en el éxito indoloro donde Eriane vería cumplido su deseo, sino en medio de reveses, que ella, auxiliada por Dña. Lucilia, superaría con ejemplar firmeza.

«Sucedió que un tiempo después quedé embarazada. Ahora bien, para mi perplejidad, perdí al bebé… ¡Nunca me había pasado! Pero un sacerdote nos orientó, haciéndonos ver la voluntad de Dios y superamos esta fase.

»Al poco volví a quedar embarazadaAl realizar un examen, la médica dio un 98 % de posibilidades de que fuera un niño. Acepté la voluntad de Dios, no sería una niña… ¡Que se haga su voluntad!

»Pasado un tiempo, fui a hacerme otro examen y el obstetra que analizaba los resultados me preguntó si ya sabíamos si era niña o niño. Le comentamos la estimación que nos habían dado de que fuera niño. Nos miró y dijo: “Anda, ¡qué va! No es un niño, ¡es una niña!”.

»¡Fue extraordinario! Una alegría inmensa para nosotros. Para cumplir la promesa hecha a Dña. Lucilia, le pusimos María Lucilia a nuestra primera hija, nacida después de cuatro varones».

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, mayo 2024)