Una lección de Confianza

Al considerar los ejemplos de antepasados ilustres, Doña Lucilia deducía los principios que e servían de fundamento para la práctica de la virtud de la confianza.

Para comprender el papel de la confianza en mi vida, es necesario considerar esa virtud en la historia de Doña Lucilia.

Ejemplos ancestrales de confianza

3p171Mi madre pertenecía a una de las antiguas familias de São Paulo, a las cuales se acostumbra llamar de “paulistas de cuatrocientos años”, y estaba habituada a la idea de que le podría ocurrir a ella lo mismo que se había dado con algunos de sus antepasados, los cuales, aunque eran personas de mucha proyección e importancia, capaces de realizar grandes esfuerzos y de hacerse célebres por practicar acciones insignes para cumplir su deber y la voluntad de Dios, estuvieron sujetos a veces al riesgo de sufrir terribles fracasos. Fue lo que se dio con su abuelo, a quien no llegué a conocer, el Dr. Gabriel José Rodrigues dos Santos.
Él era un hombre alto, con porte muy noble, dotado de una capacidad oratoria digna de nota. Al mismo tiempo, un político eximio y capaz de imponerse con firmeza. Sin embargo, comprendía los “azares”, las dificultades de la política, y por esa causa, también las derrotas que ella imponía no raras veces. La narración de un episodio de su historia nos puede dar una idea de cómo era su mentalidad y cuál fue el papel de la confianza en su vida.

Pasando del pantano al horno, de Secretario de Estado a arriero

Dr. Gabriel José Rodrigues dos Santos.

Dr. Gabriel José Rodrigues dos Santos.

Siendo muy buen político y orador, ese bisabuelo mío pronto se convirtió en Secretario de Estado –una especie de ministro– del Gobernador de São Paulo de aquel tiempo, Rafael Tobias de Aguiar (1).
Hubo en São Paulo una revolución contra el Emperador, a la cual adhirió Tobias de Aguiar, y el Dr. Gabriel se acabó “embarcando en esa canoa”. Las tropas comandadas por el Duque de Caxias (2) invadieron São Paulo y mi bisabuelo tuvo que huir, escondiéndose en el actual Parque Don Pedro II, que era entonces un pantano enorme donde había mucha vegetación. Allí pasó la noche entera, metido en un charco, el gran político y orador que había danzado con la Emperatriz, causando sensación en la Corte.
Después, con el auxilio de correligionarios, consiguió partir para Sorocaba, una de las ciudades más próximas a São Paulo. No obstante, no pasó mucho tiempo para que los soldados del Duque de Caxias llegasen a aquel lugar. Al oír la noticia de la entrada de las tropas en la entonces pequeña Sorocaba y viendo que lo encontrarían fácilmente, buscó refugio en la casa de un panadero conocido y simpatizante suyo. Este le dijo:
– Mi casa es pequeña y cualquier persona se puede dar cuenta de que Ud. está aquí. Solo veo una solución: mi horno está apagado y es enorme; entre en él y quédese ahí hasta que
la tropa continúe. Así, el Secretario de Estado pasó del pantano al horno. Pero viendo que si continuase en aquella ciudad por más tiempo sería capturado,  se disfrazó de arriero y, con la intención de refugiarse en Argentina, se enroló en un grupo de arrieros que conducía ganado rumbo al sur de Brasil.

El Dr. Gabriel es descubierto por la esposa de su patrón

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Tobias de Aguiar

Habiendo partido de Sorocaba y estando ya de camino hacia el estado de Rio Grande do Sul, su patrón decidió vender algunas cabezas de ganado a un sujeto interesado en comprarlas. Sin embargo, en el momento del pago comenzó una discusión interminable y no había medio de entrar en un acuerdo. El Dr. Gabriel, que tenía prisa por partir de allí porque corría un gran riesgo de ser preso, notó que el problema estaba en los cálculos matemáticos errados, pues ambos no sabían hacer cuentas. Entonces intervino en la negociación y con mucha destreza les presentó la solución.
Los negociantes quedaron muy satisfechos y así pudieron continuar el viaje.
Ahora bien, la esposa del jefe de los arrieros había presenciado la escena y, estando a solas con su marido, le dijo:
– ¿No te das cuenta de que ese hombre que está trabajando para ti no es arriero?
– ¿Y por qué me dices eso?
– Ve con qué facilidad él hizo las cuentas. ¿Crees que un simple arriero es capaz de hacer eso?
– Hum, es verdad…
– Para evitarnos problemas, ve y pregúntale quién es él. De repente es un fugitivo político… El jefe de los arrieros siguió el consejo de la mujer e interrogó a mi bisabuelo, el cual acabó por revelar su identidad. Sorprendido, el patrón se quitó el sombrero y dijo:
– ¡Dr. Gabriel José Rodrigues dos Santos! Pues sepa que soy un admirador suyo. Cuente conmigo para lo que necesite.

En Argentina, recibiendo el socorro materno

Finalmente, él logró llegar hasta la frontera con Argentina e ingresar en ese país. Pero allí no pasó mucho tiempo para que le faltasen los medios de subsistencia. Cuando se encontraba en aquel apuro, viendo que el dinero se acababa, de repente oyó una voz conocida que cantaba en portugués. Prestó atención y reconoció que era de una negra, esclava de su madre. Fue corriendo a la ventana y llamó a la mujer. Al entrar donde él estaba, la primera cosa que ella hizo fue sacar un chal que la cubría y desamarrar una especie de chaleco en el cual estaban cosidas, por dentro, una gran cantidad de monedas de oro. Entonces contó su aventura.
Preocupada con la situación de su hijo, la madre de mi bisabuelo había mandado a esa esclava de confianza a viajar de São Paulo a Argentina, en busca del Dr. Gabriel José Rodrigues dos Santos, para entregarle esas monedas.
Al llegar a la frontera, ella necesitaba atravesar el puente limítrofe entre Brasil y Argentina, guarnecido por soldados brasileños, que nadie podía atravesar sin permiso. Como esa mujer no tenía autorización ni medios de obtenerla, comenzó a producir dulces que, ora vendía, ora daba de regalo a los soldados brasileños.
Cierto día ella quiso atravesar el puente, pero los guardias sospecharon de su pedido y le dijeron:
– La dejamos pasar, pero tenemos que requisarla antes.
Ella respondió:
– ¡Eso no! Nadie me toca, se los prohíbo absolutamente. Declaró eso con tal dignidad, que no osaron requisarla y la dejaron pasar. Y allá se fue ella con el chalequito repleto de oro.
Estando ya en tierra argentina, ella comenzó a preguntar por un exiliado brasileño, pero nadie sabía informarle. Entonces decidió ir andando por la ciudad, cantando una canción  que mi bisabuelo conocía, confiando que él la oiría y saldría a la ventana. Y así sucedió. Él la reconoció y se llenó de dinero.

La victoria de la confianza

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Consejero Crispiniano

El Dr. Gabriel José se quedó viviendo todavía algún tiempo en Argentina, hasta recibir el recado de que el Gobierno imperial estaba dispuesto a dar amnistía a los revoltosos en caso de que no se levantasen más en armas. Él aceptó y volvió a Brasil. Pero la amnistía no había sido concedida y al llegar a São Paulo fue hecho prisionero.
En su juicio, el abogado de la defensa fue el Consejero Crispiniano (3), muy amigo de mi bisabuelo y un famoso Consejero de Estado. El discurso de defensa hecho por el Consejero Crispiniano se hizo célebre por la ostentación del orador, cuyas primeras palabras al subir a la tribuna fueron:
– Egregios miembros del Tribunal, mi simple presencia en esta tribuna prueba la importancia de la causa que voy a defender.
Eso, en la vida pacata de la São Paulo de aquel tiempo, marcaba mucho: “¡Qué vanidoso!”
Al final, mi bisabuelo fue juzgado y absuelto.
Cuando salió del Tribunal, los alumnos de la Facultad de Derecho y las jóvenes de la sociedad de São Paulo formaron un ala ininterrumpida desde la Plaza João Mendes hasta su casa, en la Rua 15 de Novembro con la Praça da Sé. A medida que mi bisabuelo pasaba, las jóvenes iban lanzando flores. Esa fase de su carrera política estaba cerrada.
Ahí está la vida de ese antepasado de Doña Lucilia, hecha de diversas tensiones y situaciones difíciles, pero de la cual mi madre sacaba la lección de que, teniendo confianza, él vencía todo.

(Extraído de conferencias del 29/6/1977 y 19/8/1995)



1) Político y militar, uno de los líderes de la Revolución Liberal de 1842 (*4/10/1794 – †7/10/1857).
2) Luís Alves de Lima e Silva (*25/8/1803 – †7/5/1880).
3) João Crispiniano Soares. Jurista y político paulista (*24/7/1809 – †15/8/1876) 

 

Acción de presencia elocuente

Discreta al expresar en palabras sus sentimientos más íntimos, Doña Lucilia poseía, no obstante, una acción de presencia comunicativa que envolvía de afecto a aquellos que se aproximaban a ella, e incluso impregnaba los objetos de su uso.

Yo noto cierta dificultad –muy explicable– de parte de los más jóvenes en darse cuenta de  cómo una persona tan rebosante de sentimientos como Doña Lucilia fuese tan reservada al expresar esos sentimientos en palabras. Entonces, yo quería dar una explicación a ese respecto.

Mudanza de la mentalidad humana: de la polémica a la espontaneidad

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Hasta mediados del siglo XX se gustaba de polemizar y, por lo tanto, las personas admiraban a quien fuera un luchador. Por esa razón, era bonito y propio al hombre tener el control de sí mismo, darse cuenta de todo lo que pensaba, vigilar lo que sucedía en su exterior. Bajo algunos aspectos, esas características estaban para el conjunto del hombre como las torres están para una fortaleza medieval. Ellas serían las torres de la mentalidad humana. Churchill (1) fue de los últimos hombres de ese género. Clemenceau (2), Hindenburg (3 )y Ludendorff (4), sin duda alguna eran así. Sin embargo, la era de la polémica cedió el lugar a la era estilo Kennedy (5). En esa transición, pasó a ser bonito algo
diferente del autocontrol: la espontaneidad. El hombre ya no se da cuenta de lo que piensa, sino que deja correr las cosas, pensando lo que se le venga a la cabeza. Tampoco le importa mucho lo que dice. En el fondo, se trata de la negación del dogma del pecado original: todos los hombres son buenos y no necesitan controlarse. No necesitan controlar sus pensamientos y, por lo tanto, no necesitan controlar sus palabras, porque los demás siempre las recibirán bien. La espontaneidad se volvió el modo de ser habitual de las personas.

Sentimientos inefables transmitidos por la acción de presencia

Eso es lo contrario de aquello a lo cual yo fui habituado. En mi juventud, y a fortiori en el tiempo de Doña Lucilia, impresionaba en un hombre el hecho de que él tuviese dominio de sí mismo, de que se notase un espacio de respeto y reverencia entre lo que él pensaba y lo que consentía en pensar, y entre eso y lo que él decía. Sus palabras salían amoldadas a cada interlocutor, para producir el efecto deseado.
De una persona así se decía: “¡Ese es un hombre!” El espontáneo, por el contrario, se desacreditaba: “¿Ese es espontáneo? ¡Entonces no es civilizado!” De ahí resulta que, muy frecuentemente, la persona era llevada a guardar sus sentimientos más íntimos y más delicados, juzgándolos inefables, superiores a cualquier expresión. Y sabía hacerlos sentir, no por medio de palabras, sino por la presencia.

 Las señoras y los señores antiguos tenían mucha presencia y, por medio de la presencia, decían una serie de cosas demasiado delicadas para ser transmitidas verbalmente. Para usar una expresión que un día oí de un francés, ciertas confidencias muy íntimas se dicen en voz baja entre dos personas, una a la otra, aun cuando estén a solas. Es decir, sentimientos muy elevados, muy internos, se expresan más por la presencia, por la actitud, por un gesto, que por la palabra.

Silencio lleno de cariño y atención

3p186Ahora bien, si hay una persona que en mi modo de sentir tenía presencia, esa persona era Doña Lucilia. Y una presencia que rebosa incluso en las molduras de sus cuadros. Quien trató a mi madre sabe cómo ella manifestaba consideración, gentileza, atención, estima hacia alguien, sin decir esas palabras de amabilidad que se acostumbran a usar hoy.
Un miembro de nuestro movimiento me contó en cierta ocasión las impresiones que tuvo cuando la trató en el período de mi enfermedad (6), cómo mi madre era comunicativa sin necesidad de decir, por ejemplo: “Lo aprecio mucho”, “le tengo mucha simpatía”. Ni siquiera quedaría bien que ella lo dijese, pues sería redundante. Ya estaba dicho. Es como yo la sentía.
El shake hands (apretón de manos) caluroso de nuestros días no cabía en ella. La comparación incluso suena absurda, de tal manera estaba distante de su modo de ser. Sin estrangular los dedos de nadie, al dar la mano Doña Lucilia ya decía toda una serie de cosas. Eso explica por qué, en la convivencia con ella, yo me sentía —no digo a pesar de sus silencios, sino dentro de sus silencios, en la ausencia de elogios— acariciado de punta a punta, desde el primer momento de su contacto hasta el último. E incluso cuando salía de casa me sentía acariciado, tanto cuanto cabe de una madre hacia un hijo. Pero sin que ella
tuviera que decir nada. Me da la impresión de que, el tener que decir, es algo de tiempos más recientes, corresponde a la era kennediana. Las cosas que se dicen no son las más importantes. Lo que se es, lo que se comunica así, es, de lejos, lo más importante.

Chales que guardan el perfume de una presencia

Lucilia004Los que conviven conmigo me vieron enfrentar mil dificultades. Las dificultades conllevan riesgos, y yo sé bien que los riesgos entre los cuales estoy caminando van en un crescendo. Sin embargo, gracias a Nuestra Señora, nunca me vieron retroceder. Más aún, ¡nunca me vieron dejar de ser el primero en percibir una salida arriesgada y entrar por ella! ¡Si un riesgo es necesario, el primero en percibir la necesidad del riesgo y lanzarse en él, soy yo! Pues bien, tal era la acción de presencia de mi madre, y a tal punto esa acción de presencia penetró los objetos que le pertenecieron, que hasta hoy no tuve el coraje de ver la colección de varios chales suyos que están guardados en un armario, por temor de emocionarme demasiado. Vean la fuerza de una acción de presencia. El otro día, pensando que yo no lo supiera, alguien me preguntó:
– ¿Ud. sabe que en el armario están guardados algunos chales de Doña Lucilia?
– Sí, lo sé.
– ¿No quiere que se los lleve hasta la sala de trabajo, para que Ud. los vea?
Yo pensé conmigo mismo: “Es una pregunta embarazosa y no sé si él comprenderá la respuesta. Pero tal vez yo no haga bien mis trabajos después de haber visto esos chales”.
Entonces respondí:
– ¡No!
Poco a poco me voy preparando para ver esos chales. Cuando eso suceda, quiero verlos solo, en mi sala de trabajo, junto al Quadrinho (7). Si Nuestra Señora así dispone, llegará el momento. Yo me sentiré, en esa ocasión, respetado y acariciado como solo Doña Lucilia podría hacerlo.

(Extraído de conferencia del 1/5/1981)

Notas
1) Winston Churchill (*1874 – †1965). Estadista británico, conocido principalmente por su actuación como Primer Ministro del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial.
2) Georges Clemenceau (*1841 – †1929). Político francés, fue Primer Ministro de su país en dos mandatos, siendo el último de ellos durante la Primera Guerra Mundial.
3) Paul von Hindenburg (*1847 – †1934). Mariscal alemán que comandó el Ejército Imperial durante la Primera Guerra Mundial y posteriormente fue presidente de la República de Weimar.
4) Erich Ludendorff (*1865 – †1937). General del Ejército Imperial Alemán, que se destacó por su actuación durante la Primera Guerra Mundial.
5) El Dr. Plinio se refiere a John Kennedy (*1917 – †1963), Presidente de Estados Unidos.
6) Se trata de la grave crisis de diabetes que acometió al Dr. Plinio en diciembre de 1967, obligándolo a permanecer en reposo en su apartamento por algunos meses.
7) Cuadro al óleo pintado por uno de los discípulos del Dr. Plinio, con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.  

Vitral de Dios

Alma profundamente recogida, Doña Lucilia transmitía a los que se acercaban a ella la luz divina, que iluminaba su interior, así como un vitral atravesado por el sol llena de colores una catedral.

3p186Parece razonable que una persona que, por fidelidad al bien, es incomprendida y no tiene con quién comunicarse durante la vida, reciba como recompensa la posibilidad de comunicarse intensamente después de la muerte; se trata de un premio proporcionado.

Para recurrir a un ejemplo divino, con Nuestro Señor sucedió así. En parte, Él fue odiado por ser incomprendido, pues los más próximos no lo entendían. Cuando Jesús dijo que su Cuerpo era verdadera comida y su Sangre verdadera bebida, algunos discípulos lo abandonaron, pues esa afirmación les pareció demasiado fuerte. Entonces Él se volvió hacia los Apóstoles y preguntó:

– Y vosotros, ¿también me queréis abandonar?

Casi como si dijese:

– Tampoco confío en vosotros.

¿Queréis abandonarme?

A propósito, San Pedro dio una respuesta que no inspiraba confianza, porque, en vez de afirmar que jamás lo abandonaría, preguntó:

– ¿A quién iremos, si solo Vos tenéis palabras de vida eterna?

Lo cual se podría interpretar como: “Si otro tuviese palabras de vida eterna, iríamos a experimentar. Pero como, por así decir, no tenemos dónde caernos muertos, nos quedamos con Vos.”

Por lo tanto, Nuestro Señor no fue comprendido. Resultado: a pesar de haber aún mucha incomprensión, nunca nadie fue tan comprendido post mortem cuanto Él. Se entiende, entonces, que Doña Lucilia, cuya influencia fue tan reprimida en vida, después de su muerte haya recibido la gracia de comunicarse enormemente a los otros.

Alma profundamente recogida, Doña Lucilia transmitía a los que se acercaban a ella la luz divina, que iluminaba su interior, así como un vitral atravesado por el sol llena de colores una catedral.

Todo en Doña Lucilia era lo contrario de la mentalidad moderna

doña LuciliaUno de los factores que establecían una dificultad en la relación de mi madre con los demás era que muchas personas ya estaban puestas en la mentalidad de la civilización moderna, por la cual solo se habla del presente y del futuro y casi nunca del pasado. Inclusive hechos pasados de una familia, por lo menos en São Paulo y en nuestro ambiente, no se comentaban. Únicamente atraían las novedades que conllevaban la efervescencia de la vida cotidiana. Por esa causa, no se hablaba tampoco respecto a los fallecidos de la familia; era como si nunca hubiesen existido.

Además, cualesquiera comentarios más elevados tendían a ser podados. Por ejemplo: críticas de orden moral: tal acción es buena o mala, tiene tal atenuante o tal agravante, haciendo un análisis de la cuestión. Análisis, no. Se toleraban comentarios muy rápidos seguidos de una exclamación elogiosa o despectiva, pero sucedida inmediatamente por otro tema, sustituyendo al anterior del modo más rápido posible. Entre más breves fuesen las narraciones, más simples las frases y menos pormenores contuviesen, entre más pasajera resultase la intervención de una persona, para dar ocasión a que todos interviniesen también, mejor era la conversación.

Ahora bien, con Doña Lucilia pasaba lo contrario. Los hechos más remotos eran los más interesantes, los episodios típicos que ella contaba para explicar situaciones humanas reportaban a los padres, abuelos, tíos, que no habíamos conocido; esos eran los arquetipos. Además, hacía largos comentarios con voz tranquila, muy matizada. Se mantenía, así, por fuera de la trepidación y de la tensión, en la calma y en el bienestar de quien reflexiona, eleva el alma y tiene un tonus religioso en el espíritu. El temperamento moderno se rebela contra ese modo de ser.

Relación con Dios

votralEso que parece una bagatela, de hecho no lo es. Ese recogimiento constituye una condición previa para la vida espiritual. Alma recogida es aquella que, cuando no está con los otros, no se queda sola, sino que tiene todo un mundo interior con el cual se entretiene. Posee una serie de degustaciones interiores que, cuándo nos aproximamos a ella, nos las transmite para que comencemos a degustarlas también y nos sintamos bien en ese recogimiento.

Sería casi una capacidad de insinuación, de embebernos como el aceite en un papel, por el cual las cosas que a la persona le gustan, ve y siente, ella nos las transmite y comenzamos a gustar, sentir y ver del mismo modo, cuando estamos recogidos.

El recogimiento no consiste en separarse de la convivencia para pensar, sino en convivir con Dios. El alma se encuentra embebida de Dios y, mirándose a sí misma, ve, por así decir, la luz divina que la ilumina. Eso permite un fenómeno sobrenatural llamado intercambio de voluntades, el cual no significa propiamente asumir la voluntad de otra persona, sino cierto bien extrínseco a ella que vemos; más o menos como si trajésemos a nuestro cuarto una lamparita con aceite: trajimos la lamparita, pero vino adentro el aceite.

Así sucede en el intercambio de voluntades: se trata de algo de Dios que embebe aquella alma y que, por su influencia personal, pasa a embebernos también. En último análisis, es Dios, en cuanto presente en un alma, que se comunica y se hace presente en la otra.

Sin embargo, la persona de quien Dios se sirve para comunicarse, no se queda indiferente a eso. Ella se asemeja a un vitral por el cual pasa la luz del sol, llenando de colores el interior de una catedral. La luz es del astro rey, pero el colorido es del vitral.

Don Chautard, en su libro El alma de todo apostolado, cuenta que un abogado parisiense fue a Ars a conocer a San Juan María Vianney. Cuando regresó a París, alguien le preguntó:

– ¿Y qué vio Ud. en Ars?

Él dijo:

– Vi a Dios en un hombre.

¿Cómo se ve la presencia de Dios en un hombre? Es, más o menos, como la del sol en un vitral: no vemos el sol de un lado y del otro el vitral, sino que la luz atraviesa el vidrio, lo ilumina y, con la misma mirada, contemplamos el vitral y el sol.

Entonces, las características personales, en cuanto iluminadas internamente por la santidad infinita de Dios, hacen ver a Dios a través de ellas.

Respeto y confianza en los superiores

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El»Quadrinho»

Doña Lucilia ejercía esa acción junto a las personas, preparándolas, entre otras cosas, para admirar y reverenciar a las autoridades legítimas. Una característica muy presente en ella era el respeto y la confianza en los superiores. Quien fuese superior, a cualquier título, ella lo respetaba y tendía a mitificarlo.

Por ejemplo, mi madre tenía una tía solo seis años mayor que ella, de la cual era muy amiga. Siempre que se encontraban, inclusive cuando las dos ya eran abuelas, ella se dirigía a esa tía diciendo: “Tía Fulana, Ud…”. No lo hacía de un modo forzado; conversaban como dos amigas, pero mi madre la trataba así.

Se comprende que entre dos señoras muy amigas, una con sesenta años y otra con sesenta y seis, la edad no haga ninguna diferencia. Pero, por ser tía y un poco mayor, mi madre se sentía más unida a ella tratándola de “tía” y “Ud.” que de “tú”.

Hoy se diría: “Nosotras somos amiguísimas, ¡imagine que yo la tratase de ‘Ud.’! Eso nos distancia.” En el espíritu de Doña Lucilia, eso unía más.

Nunca noté en mi madre la más mínima señal de tristeza porque otros tuvieran más que ella. Al contrario, muchas veces se alegraba al ver a alguien que poseía más haberes adquiridos. Más aún, jamás se lamentaba de su propia situación. Siempre contenta, satisfecha, lo opuesto del igualitario inflexible a quien mandan a tributar respeto a alguien y enseguida piensa: “¡Qué verdugo!”

Cuando alguien se acercaba a Doña Lucilia, inhalaba toda esa dulzura propia de la atmósfera del alma del no envidioso, que ama a quien es más. Ella tenía mucho de esa dulzura, sabía hacer dulce lo que era venerable. Acercándose a ella, la dulzura circundaba y convidaba. Basta ver el Quadrinho1 para constatar eso. Allí está una persona que la edad hizo venerable, pero con tal intimidad que una jovencita de quince años tendría una conversación con ella, si quisiera.

Ver la arquetipia de las cosas

Dr._plinioLa Fräulein Mathilde2 acostumbraba a contar en sus memorias que, en París, fue gobernanta en una familia de unos condes polacos riquísimos, en cuya residencia había un espejo tan bonito que, en determinada hora del día, cuando los criados abrían las ventanas del salón para limpiar, había gente del lado de afuera para ver el espejo. Era una atracción turística para cierto género de curiosos.

Si Doña Lucilia estuviese del lado de afuera admirando ese espejo y, de repente, parase un camión frente a la casa y fuese desembarcado otro mueble precioso para ser colocado en el mismo salón, su reacción normal sería de alegría: “¡Qué lindo va a quedar ese salón! ¡Me imagino la satisfacción de la condesa!” Y volvería a la casa contenta, contando cómo era el mueble, imaginando cómo quedaría bonito en el salón. Ella habría ganado su mañana. Esa es la actitud católica delante de un hecho así.

A mi modo de ver, Doña Lucilia tenía la capacidad de considerar, en todo, el aspecto por el cual cada ser era imagen o semejanza de Dios; por lo tanto, de ver la arquetipia de las cosas y, por detrás de esta, lo que había en ella de divino. Mi madre veía eso más o menos en todo y constituía el unum de su alma, el cual traté de describir refiriéndome al respeto y a la admiración. Es algo de Dios que se deja ver por medio de ella.

(Extraído de conferencia del 2/8/1980)

1) Cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos con  base en las últimas fotografías de Doña Lucilia.

2) En alemán: señorita. Gobernanta del Dr. Plinio y su hermana Rosée, de nacionalidad alemana.

02

Divagando y reflexionando

Impresionantemente lógica y previdente, pero sin un tipo de raciocinio rígido, Doña Lucilia tenía también un espíritu propenso a la divagación, al pasear por temas muy altos. Ella reflexionaba mucho sobre la vida en función de Dios y los designios de la Providencia.

Si me pidieran definir el espíritu de la Iglesia del Corazón de Jesús, tan del agrado de Doña Lucilia, yo no sabría expresarlo en palabras.

Pasear del espíritu por temas muy altos

cropped-capv090.jpgAquella innegable seriedad del ambiente tiene cierto contrapeso con la afabilidad y, cosa curiosa, un nexo con el cariño, por el cual convida al recogimiento, como quien dice: “Preste atención y vea cuánto cariño hay en mí”.

Ahora bien, hay mil modalidades de cariño que no invitan al recogimiento. Existen otras que pueden instar a formas expansivas de alegría. ¿Esa iglesia es alegre? Según el sentido corriente de la palabra, no, pero hay una gran alegría serena, de paz, que toca la fina punta del alma.

Además de esa seriedad y alegría serena, hay allí una distensión a torrentes. Goethe (1) decía que el frío del Norte obligaba al individuo a prever mucho el día de mañana, y en esa previsión perdía algunas de las horas más preciosas de la existencia, porque los mejores momentos de la vida son aquellos en que la persona está despreocupada y puede divagar con el espíritu.

Mi madre era eminentemente “divagadora” con el espíritu. No obstante, ella era una señora muy lógica y previdente; incluso impresionantemente previdente, pero de una manera que no era la de un raciocinio rígido.

Si comparamos las dos fotos de Doña Lucilia tomadas en París, notamos, en la en que está de pie, cómo su mirada está aplicada a una cosa menos precisa, un poquito vaga. Es propiamente una divagación.

La divagación es el pasear del espíritu por temas muy altos, un poco difíciles de alcanzar, sin mucho método, de acuerdo con las apetencias del alma y la atracción o rechazo que el asunto va causando a medida que es recorrido. Propiamente, la divagación podría ser comparada con el movimiento de las nubes en el cielo.

Cuando el pensamiento camina por los temas como las nubes en el firmamento, se hace una divagación. Por lo tanto, la propia mirada de quien está haciendo una divagación no se detiene fijamente en una cosa determinada, sino que está paseando en lo indefinido.

Reflexiones sobre la vida en función de los designios de la Providencia

doña lucilia traje de galaEn la otra foto no hay nada de divagación. Es de una persona que sacó sus conclusiones y está pensando en un plan para ejecutar, con la seguridad de quien va a pasar a la acción. Por eso, ella está con la mirada fija en un punto determinado, y la actitud del cuerpo es de quien va a partir de ahí para una resolución, una deliberación y una acción. La divagación no tiene eso, ella no parte para una resolución, ni siquiera va una conclusión definida, sino que queda como una nube sujeta a que un viento la toque y se explaye. Podríamos preguntarnos: ¿Cuál de las dos posiciones es más noble, la divagación o la reflexión? En sí, la divagación dispone para la reflexión. Ella vuela sobre determinados aspectos de un tema y prepara las premisas. Después las premisas dan origen a la conclusión. De manera que el modo de ser de la divagación es más elevado y noble que el de la reflexión propiamente dicha.

Por todo cuanto conocí de Doña Lucilia, ella reflexionaba mucho sobre la vida en función de Dios, de los designios de la Providencia. Entonces, al suceder una cosa determinada, estaría en su naturaleza divagar sobre ese acontecimiento, considerando sus varios aspectos y después reflexionar y sacar las conclusiones con respecto al actuar divino y a la existencia humana. Por ejemplo, la visita que ella hizo con su madre a la Princesa Isabel, en París. Mi madre me contó esa visita con una serie de pormenores, porque ella tenía un espíritu muy minucioso. Sin embargo, todos los pormenores que ella citaba conducían a un conjunto determinado de reflexiones. Por ejemplo: cómo las condiciones de la criatura humana varían y cómo la Princesa Isabel, de una posición tan alta en Brasil, acabó siendo colocada por la Revolución republicana en una situación menos elevada en Europa. Pero, por otro lado, cómo en Europa ella recibió una herencia de una pariente del Conde d’Eu, y de repente se volvió rica, pasando a poseer en París una base y una especie de proyección mayores de las que ella tendría simplemente en cuanto Princesa Imperial de Brasil. Por lo tanto, también cómo son los altos y bajos de la vida humana y cómo Dios exige del hombre una confianza y una sumisión grandes a todo cuanto Él quiera. También, cómo la Princesa estaba tomando eso. Y al final venía una evaluación de la Princesa en cuanto persona y como católica.

Ahí estaba establecida una divagación que llegaba a algunas conclusiones. Era un proceso entero de pensamiento.

Doña Lucilia estará, con certeza, haciendo divagaciones o reflexiones de esa naturaleza en el Cielo. Porque en el Paraíso se divaga y se reflexiona también, en presencia de la perfección infinita de Dios, relacionando todo con Él.

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(Extraído de conferencias del 5/4/1988 y 17/6/1992)

1) Johann Wolfang von Goethe (*1749 -†1832). Estadista y escritor alemán.