Estábamos desesperados, pero poco después volvió en sí.
Elizabete Fátima Talarico Astorino
La bisnieta de Izabel Bispo con una foto Dña. Lucilia
Izabel Bispo de Oliveira Moura, de Rondonópolis (Brasil), narra también cómo Dña. Lucilia atendió su oración. Su bisnieta, con tan sólo ocho meses de edad, tuvo una incontrolable crisis de tos. Fue llevada enseguida al médico y tomó la medicación prescrita, pero sin resultado. Su situación se agravaba cada vez más, llegando al punto de perder el aliento y desmayarse.
Así relata Izabel el desenlace del caso: «Estábamos desesperados, pero poco después volvió en sí. Había leído un texto que contaba algunos milagros de Dña. Lucilia. Entonces me apegué a ella y le pedí que hiciera que la tos de la niña parase, ya que el médico no había acertado con el tratamiento. ¡Pedí con fe! Y a partir de ese momento ya no tosía como antes».
Resuelta esta primera aflicción, se pudo obtener el diagnóstico de ese malestar por parte de otro especialista, quien le recetó algunos medicamentos. En pocos días la pequeña se recuperó por completo.
(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, enero 2023)
Se propusieron, entonces, rezar un rosario diario de jaculatorias, pidiendo la intercesión de Dña. Lucilia.
Elizabete Fátima Talarico Astorino
En enero de 2020 se cumplía el sexto mes de la gestación de Cecilia Nomura Bertoni, transcurrida hasta ese momento con normalidad. Sin embargo, un examen obstétrico con flujometría Doppler reveló la existencia de dos seudoquistes en la región cerebral de la bebé.
Nilson Bertoni Júnior con su familia
Inquietante noticia para sus padres —Nilson Bertoni Júnior y Maysa Harumi Nomura Bertoni, residentes en São Paulo—, sobre todo teniendo en cuenta que la pareja no obtuvo éxito en el anterior embarazo. Se propusieron, entonces, rezar un rosario diario de jaculatorias, pidiendo la intercesión de Dña. Lucilia para que la librara de los seudoquistes, siempre que esto fuera conforme a los designios de la Divina Providencia.
El obstetra responsable del caso solicitó que se repitiera quincenalmente el mismo examen, a fin de monitorear la evolución de los seudoquistes. En todos los exámenes se constataba su presencia; no obstante, el médico optó por no tomar ninguna medida hasta que naciera la niña. Con el transcurso del tiempo, la aflicción de los padres aumentaba, pero seguían rezando con fervor los rosarios de jaculatorias diarios, pidiendo la intervención de su buenísima madre.
Cecilia nació el 6 de abril. Debido al historial de su gestación, el obstetra pidió una nueva ecografía, para comprobar el estado de los seudoquistes. «El diagnóstico se mantenía, ahora como quiste de plexo coroideo e indicación de derivación a neurocirugía», narra Nilson. Esta mala noticia no sacudió para nada la confianza de la familia, que se mantuvo firme en el rezo de los rosarios de jaculatorias. Tres meses después, cuando ya era posible realizar la intervención quirúrgica prevista, la neuróloga solicitó otra ecografía del encéfalo, para tener una valoración exacta.
Nilson relata: «El 31 de julio, después de un examen insistente, detallado y minucioso, el médico presentó el siguiente resultado: “Estudio ultrasonográfico del encéfalo sin evidencia de anomalías”. Por intercesión de la bondadosísima Dña. Lucilia, se había alcanzado la gracia».
(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, noviembre 2022)
Apenas fue cruzado el umbral de la eternidad, desaparecieron ciertas barreras establecidas por la práctica eximia de la humildad en la convivencia entre madre e hijo, haciendo que el Dr. Plinio comprendiera nuevos aspectos de la acción de Doña Lucilia sobre las almas.
La posición de mi alma en relación con mi madre era de una consonancia enorme y completa; pero, por otro lado, siempre unido a la preocupación por evitar cualquier movimiento de amor propio o cualquier cosa que pudiera girar en torno a mí mismo. Mientras ella estaba viva, nunca me atreví a meditar y hacer grandes reflexiones sobre ella, por temor a que resultaran en grandes consideraciones sobre mí.
Incomparable dama, envuelta en misterios
Yo estaba en relación con mi madre mucho más como delante de un sol que me llenaba de que delante algo que necesitaba analizar. Desde cierto punto de vista, ella era un misterio para mí.
Recuerdo que a menudo me hacía esta pregunta: “¿Ella no será una persona completamente incomparable? ¿No hay un misterio dentro de ella que no puedo, no me atrevo y no debo desentrañar? En la medida en que exista, ¿cuál es este misterio?” Y yo mismo me detuve en el umbral de estas consideraciones… Mi admiración por ella creció cada vez más, especialmente en los últimos días de su vida, los dos o tres años que precedieron a mi crisis de diabetes en 19671. Una vez deshecha la unión entre madre e hijo, ¿qué quedará de la Contrarrevolución?
Finca en Amparo. En el centro de atención, el Dr. Plinio en el mismo lugar, en agosto de 1968
Recuerdo una reflexión que hice cuando, después de la amputación de los dedos de los pies2, ya podía ir al comedor con muletas para estar un rato con ella durante las comidas. En esa situación pensé: “Pobrecita, ella está llegando al final, como veo, y yo estoy en estas condiciones en las que me encuentro. Hay un binomio: aquí hay dos a quienes Nuestra Señora amó mucho y que, a su vez, la amaron mucho también. Ahora, sobre estos se descarga repentinamente esta serie de golpes: sobre mí, los golpes que siento; en ella, un final que se acerca. Y lo que parecía ser una conjunción de almas que Nuestra Señora había deseado y que Dios había creado para que lo amaran de una manera tan especial, su propia iniciativa parece estar inconexa. ¿A qué conducirá esto? Solamente ella tiene entera consonancia conmigo y con nadie más. Una vez deshecho este vínculo, ¿qué resultará de ahí? “Pero, Dios mío, ella, este hijo y todo el entorno creado por ella existen para Vos. Vos los levantasteis, los articulasteis, los ordenasteis y haréis lo que queráis. Pero tengo la impresión de que, si deshicierais esto, destruiréis la contrarrevolución, y si la destruís, será el fin del mundo. Ahora bien, históricamente el fin del mundo no debería llegar ahora. ¿Qué haréis, Dios mío? “Me enfrento a un misterio, que acepto, no hace falta decirlo; aceptaría incluso mi propia muerte y lo que sea intención de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Pero no entiendo lo que está pasando. ¡Voy a seguir avanzando!”
Narro esto para expresar cuánto ya la admiraba y estaba en consonancia con ella, y así no parezca inexplicable que, sin embargo, casi no me haya atrevido a analizarla y formar una teoría a su respecto.
Comienzo de unaposthistoria
Visitas del Dr. Plinio a la tumba de Doña Lucilia en el Cementerio de la Consolación.
Ahora bien, con los sucesos y su acción post-mortem, se reveló gran parte de la grandeza y el esplendor de su alma. Me di cuenta de que ella comenzó a actuar a su manera, por sí misma y casi al margen mío, actuando de una manera extraordinaria y comenzando una post historia. Fue entonces cuando comprendí la necesidad de analizarla, no para conocer algo nuevo, sino para hacer explícito lo que correspondía a mi admiración, cuyo umbral no me había atrevido a cruzar mientras ella estaba viva. Esto se debió a algunas gracias que recibí a través de ella y otras que ella, sin mi interferencia, comenzó a dispensar a otros. Porque todos son testigos de esto: nunca he promovido la devoción por ella; siempre he dado mi aquiescencia, pero nunca la incentivé.
La primera de estas gracias insignes recibidas de ella después de su muerte fue de sentirla hablar a mi alma, sin saber cómo eso se daba. ¡Yo, que nunca tuve visión ni revelación! ¿Hablar con mi alma? ¿Cómo?
“Hijo mío, él volverá”
El primer evento en el que ocurrió este fenómeno fue sobre un joven que había dejado nuestro Movimiento. Recuerdo que fue en las semanas posteriores a la muerte de mamá, cuando estaba descansando en una hacienda. Estaba acostado cuando me vino a la mente el recuerdo de esta persona, y sentí como si mi madre me sonriera, con una sonrisa iluminada, generosa, llena de felicidad, y me dijera: “Hijo mío, él volverá y su caso no está perdido, él continuará su camino”. Pensé para mis adentros: “Es evidente que es una comunicación de ella y que eso sucederá. Sin embargo, debido a la moderación que debo imponerme, no le daré la más mínima importancia a lo sucedido”. Y así lo hice, tanto que no le comenté a nadie.
Pues bien, posteriormente los hechos confirmaron, y de manera maravillosa, su intervención en el caso.
A pesar de la enorme admiración, veneración, cariño, respeto que tenía por ella, mi posición fue de establecer una especie de duda metódica ante lo que había sentido. Y no solo dudar, sino relegar el hecho, ignorarlo, aunque deseando, como se puede imaginar, que esa promesa se cumpla.
Ella misma, por así decirlo, empujó afectuosamente, cariñosamente, la barrera metódica que yo había establecido, mostrándome que, de hecho, ocupaba un lugar que mi miedo, mi vigilancia, me impedían tanto afirmar como negar. Había hecho borrón y cuenta nueva al respecto.
Barreras simétricassantamente establecidas
Luego hubo otro caso, más personal, respecto a mi salud, en el que ella también habló claro y los hechos se cumplieron como ella había dicho. No sé explicar cómo, pero es un hablar sin hablar, un decir sin decir, con una gran sonrisa, y cuyo significado profundo me preparó para admitir como auténticas las gracias que ella ha otorgado junto a su sepultura y cuya autenticidad no podría negar. Porque, para quien tiene una pizca de discernimiento de los espíritus, constituyen tal evidencia, que yo no podría negar. Para decirlo todo de una vez, la barrera que puse en la consideración de su persona fue quizás la misma que ella había puesto en la consideración de mi persona. Es decir, tal vez eran barreras simétricas, establecidas por ella y por mí, que venían de la misma preocupación. No estoy seguro, pero era muy posible. Sin embargo, ella pasó por encima de la barrera que yo aprendí de ella a poner, tanto en lo que a ella respecta como en lo que a mí respecta; ella entró y la abrió.
Y esto me lleva a volver a estudiar el tema de su persona, sin algunas limitaciones que yo mismo me
creí obligado a establecer en el pasado. Al final de su vida, me transmitió algunos pensamientos, no a la manera de quien va a pronunciar dichos sublimes suponiendo que va a morir, sino que fueron cosas que se le escaparon por casualidad; y que después fui interpretando, con más profundidad, algunas ideas que tenía desde la época de mi infancia, reconstituyendo muchas impresiones que ella me dio.
Un alma esperando a otros hijos
Tumba de Doña Lucilia en el cementerio de la Consolación
Unos veinte años antes de que muriera, comencé a ponerle atención y pensé: “Mamá era una excelente hija, una óptima hermana, una esposa pacientísima y dedicadísima; pero ella, por encima de todo, es una madre, y no quiero decir que sea sobre todo mi madre”.
Con el paso del tiempo, comencé a notar en ella la actitud de alguien que tiene el alma de una madre llamada a tener una buena cantidad de hijos, que ella no tuvo, y se diría que es un alma esperando otros hijos que ella no tendría, sobre todo porque yo no me iba a casar. ¿Cómo se explicaba esto que estaba en suspenso? Más tarde comencé a notar que ella tenía una actitud maternal hacia todos mis amigos que se le acercaban. Me vino a la mente esta pregunta: “¿Será que un día ella va a ser madre de todos aquellos que son mis hijos espirituales y que toda la TFP, que debe crecer aún más, vendrá a ser un Movimiento de hijos de ella?” De hecho, el modo en que ella actúa con los que van a rezar junto a su sepultura es el siguiente: toma uno a uno como hijo, estableciendo un vínculo maternal y, más que atender a la gracia que se le pide, ella hace sentir a aquel a cuya petición dice “sí” que, a partir de ese momento, providencialmente cuidará de él; toda la serie de otras peticiones que haga, ella las concederá como lo hace una madre con el que realmente toma como su hijo.
Promover, hacer de cada uno su hijo es, digamos, el objetivo de estas relaciones que establece ella en el Cementerio de la Consolación.
Un papel maternal para recomponer almas huérfanas
Esto tiene una reversión en otra realidad. A menudo, comparándola con otras madres que conocía, tenía un sentimiento curioso y pensaba: “Tengo la impresión de que ella es la última madre en la tierra, porque madre como ella es –con tanta plenitud de maternidad–, no conozco a nadie, excepto, por supuesto, a Nuestra Señora. “Las madres están muriendo sobre la faz de la Tierra. Hay restos de esto en esta, en aquella y en aquella otra, pero con esta totalidad de predicados no veo a nadie. Creo que habrá una época en que la relación entre madre e hijo desaparecerá”. Y tengo la impresión de que doña Lucilia entra en este escenario y cuida especialmente a los que son más huérfanos, a aquellos con los que su madre fue menos madre. A estos los pacifica, apacigua, entretiene, en fin, realiza un trabajo como solo ella podría hacer, y lo hace de una manera espléndida, excelente, con agrados, revelándoles lo que es tener una madre.
De esta manera, la axiología que ella recompone cariñosamente corresponde al sentido de orfandad. Un huérfano que nunca tuvo una madre o que ni siquiera ha conocido a una buena madre, este termina con la axiología rajada. Ahora bien, dar axiología es propio del oficio materno y es lo que Nuestra Señora hace. El universo no tendría sentido y sería una sucesión de iras permanentes de Dios, si no fuera la intervención de Nuestra Señora, uniendo, reparando. Y lo que la Santísima Virgen realiza de manera universal, mi madre parece tener la tarea de hacerlo de una manera más particular, precisa, pequeñita.
A lo largo de mi vida, vi a mi madre con muchos interrogantes y, desde la eternidad, parece responderlos plenamente. Con el hecho del rayo de luz sobre las orquídeas3 y los eventos que tuvieron lugar, se me fijó la idea de una misión de ella post-mortem.
Reparadora de los temperamentos, cuya bondad forma para la lucha
Algo en lo que también entra la acción de Doña Lucilia es el tema de los temperamentos. Ahora bien, el temperamento de las generaciones venideras estaría marcado por una especie de incapacidad para las grandes ascesis, debido a una disminución de la naturaleza. Y ella, la señora del Quadrinho, con su forma de afecto, de accesibilidad, resuelve incluso el problema temperamental, cuyo reflejo se puede ver en la propia forma de comportarme delante a su virtud. Cuando era de esperar que las almas ya no tuvieran acceso a esto, nace una nueva forma de ascesis, de axiología, toda hecha de su bondad, de misericordia, de una suavidad reconstituyente, que tiene esto de curioso: rehecho por ella, sirve para el combate; sin ser rehecho por ella, no vale para ninguna lucha. Y aún más: a los que no son capaces de mayores esfuerzos los presenta a los ojos de Dios con apariencia de ascetismo; no logro expresarlo bien, pero sería algo de esa naturaleza. Ella consigue, por así decirlo, con una sonrisa y una acción en el alma, lo que la grandeza de los siglos pasados –que admiro y trato de representar– en sí misma no causaría. Despierta admiración, pero no se mueve a la imitación. Ella, sin embargo, lo ve, lo llena, lo completa y lo hace funcionar.
Complemento de suavidad y dulzura a la acción del Dr. Plinio
El Dr. Plinio em 1985
Aquí hay una especie de intersección de acciones: en cierto sentido, yo represento el futuro y ella el pasado; en otro sentido, yo represento el pasado que se levanta furioso, sacando las garras frente a la Revolución, y ella representa el futuro. Hay, por ejemplo, casos de personas que se acercan a mí con deseos de seguirme, pero con dificultades temperamentales. Mamá, a su manera, suaviza el temperamento, lo pone en orden. Donde yo no podía llegar, ella, a través de su sonrisa, dirige el alma.
Es un punto donde siento que me completa magníficamente. Una vez, estaba hablando con un joven; estábamos lado a lado, en sendas sillas de mimbre. Después de haberle señalado ciertos deberes que debía cumplir, me respondió: “Para esto, no tengo ni fuerza ni valor, y es inútil que usted me lo pida, porque no consigo”. A mis labios vino el deseo de la increpación: “¿Cómo puede ser esto?
Usted tiene la gracia de Dios como yo, y tiene la obligación de exigirse lo que yo me exijo. Y lo que no sea esto, por su parte, es flojera y falta de sinceridad…”
Cuando lo miré, me di cuenta de que habría algún propósito en decirle esto; pero sería, al mismo tiempo, una acción tan irrazonable que no debería hacerlo. Me tragué la censura y dejé pasar la situación. Años más tarde, este joven me mencionó una acción de mi madre en su alma –creo que ella ya había muerto– para reparar el temperamento. Me di cuenta que esa actitud mía, de hecho, habría estado fuera de lugar, porque ella arregló lo que yo no habría logrado. Este joven habría admirado mi “rugido”, pero la reprimenda no habría reparado su temperamento.
Hay algo en lo que ella me completa con dulzura y suavidad, logrando lo que yo no podría. Y yo, muy agradecido y enternecido, sin tener palabras siquiera para decir lo agradecido que estoy, registro estos hechos.
¡Eso es así! v
(Conferencia del 30/10/1977)
A finales de 1967, como resultado del agotamiento físico, el Dr. Plinio fue afectado por una grave crisis de diabetes. ↩︎
Debido a la gangrena causada por una infección en su pie derecho, se le amputaron cuatro dedos. ↩︎
En el momento de la Consagración de la Misa del séptimo día del fallecimiento de Doña Lucilia, celebrada en la Iglesia de Santa Teresita, un rayo de luz incidió repentinamente sobre las orquídeas, que constituían el centro de la cruz floral que estaba al lado de la mesa de la Comunión. ↩︎
Como una dama profundamente católica, Doña Lucilia discernió en la doctrina infalible de la Iglesia el mejor instrumento para la educación de sus hijos. Su bondad, unida a sus principios inflexibles, fue motivo constante de admiración para el Dr. Plinio.
La Santa Iglesia es la maestra de todas las verdades religiosas. En este sentido, todo cuanto es católico es bueno y todo lo que no lo es, es malo. Dado que la civilización moderna está dominada por el neopaganismo, es necesario saber vivir en ella, combatiéndola. ¿Cómo procedía Doña Lucilia en nuestra educación desde esta perspectiva?
La suavidad intransigente de Doña Lucilia
Institutriz Matilde
Mi madre era un modelo de suavidad, bondad y lo que hoy por hoy se llamaría comprensión. En lo más profundo de su alma residía este principio: la verdad —en este caso, la Iglesia Católica— debe ser aceptada, atendida y obedecida. Ese principio lo observó en la forma en que nos crio a mi hermana y a mí. Era increíblemente cariñosa, pero cuando alguno de nosotros hacía algo mal, no transigía. Como mi madre estaba muy enferma, contrató a una institutriz alemana que, bajo su dirección, nos educó. Recuerdo que esta institutriz una vez se me acercó y me dijo: “Plinio, doña Lucilia lo llama”.
Por su forma de hablar, yo —cuando sabía que había hecho algo mal— ya percibía que me iba a regañar. Mi madre solía estar recostada en un sofá. Me veía entrar y, cuando se molestaba, sus ojos marrones se oscurecían. Me llamaba y me decía:
—Ven aquí.
Yo me acercaba y ella me agarraba de la cintura con un brazo y, mirándome fijamente a los ojos, me decía:
—Hijo mío, ¿es cierto que hiciste esto?
No me atrevía a mentirle, así que le decía:
—Sí, lo hice.
—¿Pero sabes que hiciste algo mal?
A veces yo no lo sabía. Ella entonces me lo explicaba con mucha dulzura y cariño, sin prisas y siempre cogiéndome de la cintura. Al darse cuenta de que yo, en realidad, no sabía que me había portado mal, el color de sus ojos se le iba tornando más claro y terminaba diciendo:
—Bueno, ahora que mamá te lo ha explicado, no vuelvas a hacer eso.
Ella me besaba con mucho cariño y yo salía…
Reprimendas con toques de bondad
A veces yo tenía la culpa, y ella me advertía:
—Actuaste mal porque ya sabes que no se puede hacer eso. No tienes derecho a hacerlo porque esta acción tuya ofende a Dios, al Sagrado Corazón de Jesús, a Nuestra Señora; tu acción es mala, es errada, fue hecha así, así, así.
Todo era tan razonable, explicado con tanta claridad y paciencia, que tenía la impresión de irme fundiendo dentro de ella. Al final, añadía:
—¿Le pides perdón a mamá?
—Sí.
—¿Ya no ofendes más a Dios?»
—Si Dios quiere, no.
El episodio terminaba, una vez más, con una gran reconciliación.
Su habitación estaba al final de un largo pasillo, y recorrerlo me llevaba algún tiempo. Mientras caminaba, no dejaba de pensar en lo que me había dicho. Su bondad me causaba un tal efecto que yo, a veces, quería volverme y decir: “¿Quieres repetirme tu reprimenda?”.
Ayuda mutua en los naufragios de la infancia y la vejez
También recuerdo el cariño de mi madre en mi más tierna infancia, cuando me despertaba por la noche con insomnio. Podía ver que ella dormía profundamente. Yo me sentaba en su pecho y le abría los ojos con las manos; entonces mi brutalidad ya se anunciaba… Ella abría los ojos, me miraba con cariño y me decía: “¡Hijo mío!”.
Ella se sentaba en la cama, me acercaba, tomaba la almohada, me sentaba en ella —yo tenía dos o tres años— y se ponía a jugar conmigo. En ese momento, yo pensaba: “¡Esto es amar a alguien, con ella yo me arreglo!”. No era un pensamiento utilitario; la idea era: “Necesito amarla así, y ya lo hago”.
Ella me había salvado de ese naufragio, que consistía en estar despierto solo, en una habitación oscura, con apenas un poco de luz entrando por una rendija en la puerta.
Ella me había salvado de la desesperación, ¡y con qué abundancia, con qué bondad!
Al llegar a su vejez, yo la ayudé, porque esa soledad sería un naufragio del cual mi soledad, en el dormitorio por la noche, era solo una imagen. Y creo que haberle hecho a ella lo que ella me hizo a mí.
En un episodio doméstico, una lección de intransigencia
Cuando era joven, a los veinte años, hubo una gran agitación política en Brasil. Uno de los hermanos de doña Lucilia fue a visitarla. Él era secretario en uno de los ministerios del estado de São Paulo, un cargo equivalente al de un ministro hoy en día. Charlaron cordialmente —yo estaba presente—, una típica conversación familiar. Después, él se levantó para irse y ella lo acompañó hasta la puerta. Parando, me di cuenta de que una idea le había cruzado por la cabeza.
Ella era un poco baja y él alto. Mirándome desde una posición donde ella no podía verlo, me guiñó un ojo, lo que en la costumbre brasileña equivale a decir: “Voy a molestarla afectuosamente solo por diversión”. Es la libertad que hay entre hermanos. Cambió de expresión y declaró:
—Lucilia, ahora tenemos que hablar de algo. El gobierno de São Paulo está convocando a todos los jóvenes a tomar las armas para sofocar esta revolución —ella desconocía el motivo de esa revolución— y debo advertirte que Plinio va a combatir. Ella se puso de pie, casi creciendo, y respondió:
—Mi hijo no perderá la vida por estas revoluciones sin sentido que ustedes hacen. Así que no cuente
con ello, ¡porque él no va!
Él puso cara de disgusto y respondió:
—Pero si fuera para defender la religión, Usted lo enviaría, ¿no?
Ella cambió de postura y dijo:
—¡Obviamente, para defender la religión es el primero que va!
Al verla tan enfadada, él se echó a reír a carcajadas; ella se dio cuenta de que era una broma y la cosa acabó en besos y abrazos.
Para el bien, ¡todo!
¿Qué había por detrás? Siempre era el principio: para el bien, todo, incluso dar la vida; por nimiedades sin sentido, ¡nada! Era el sistema por el cual se forjó mi intransigencia.
Y, al verla amarme así, aprendí de ella y en ella a amarla de la misma manera. Esto es la verdadera unión. Cuando se ve una cualidad en alguien y se ama de tal manera que se moldea el propio espíritu en consecuencia, se produce la unión. Porque es verse, admirarse, inhalar, recibir, acoger y moldearse. Esto es unión.
(Extracto de conferencias del 6/10/1984 y el 20/4/1995)