Una enfermedad grave, a edad temprana

Sin embargo, los largos años de sufrimiento fueron una ocasión de gracia para Thalita, quien, «como el hijo pródigo, regresaba a la casa del Padre». Luisa ya tenía 4 años cuando los médicos le diagnosticaron epilepsia por crisis de ausencia.

 Elizabete Fátima Talarico Astorino

 

Con el corazón lleno de alegría y gratitud, Thalita Marotta Imoto Sato, residente en São Paulo, narra un favor alcanzado por intermedio de Dña. Lucilia: «Mi hija Luisa nació sana el 19 de octubre de 2015. Hasta su primer año de vida, ni siquiera había tenido fiebre. Sin embargo, con un año y diez meses, después de empezar un cuadro febril, tuvo su primera convulsión».

Llevada sin demora a un hospital, la pequeña fue sometida a varias pruebas y se constató que tenía meningitis viral. No obstante, ése sólo fue el comienzo de una larga búsqueda de un diagnóstico definitivo, que tardó cuatro años en llegar, conforme lo narra su madre:

«Al principio, cada cinco semanas Luisa tenía fiebre sin motivo aparente. El intervalo iba acortándose y los síntomas empeoraban. Además de esa fiebre inmotivada, presentaba un cuadro alérgico a medicamentos, colorantes, algunos alimentos y a todos los conservantes y estabilizantes. No podía comer fuera de casa ni siquiera usar utensilios domésticos que no fueran los nuestros.

»El estado de mi hija fue empeorando. Las convulsiones eran constantes y el miedo de no saber si despertaría al día siguiente nos acechaba. Luisa estaba constantemente ingresada en la UCI, pues los médicos no sabían qué tenía. Su corazoncito reflejaba que algo no iba bien. Tenía taquicardia durante la fiebre y, mientras convulsionaba, los latidos de su corazón oscilaban mucho: por ejemplo, de doscientos veinte latidos por minuto a cincuenta».

Luisa y sus padres sufrieron mucho con el progreso de una enfermedad de la que no obtenían un diagnóstico seguro. Poco antes de cumplir los 3 años, la niña estuvo al borde de la muerte debido a una grave reacción alérgica a un medicamento que le administraron.

Ése es mi camino de santidad

Sin embargo, los largos años de sufrimiento fueron una ocasión de gracia para Thalita, quien, «como el hijo pródigo, regresaba a la casa del Padre». Luisa ya tenía 4 años cuando los médicos le diagnosticaron epilepsia por crisis de ausencia.

Luisa sosteniendo en sus manos una réplica del «Quadrinho» de Dña. Lucilia

«Ese día —dice la madre— me vio triste y me preguntó por qué. Le respondí que el resultado de las pruebas no era tan bueno y por eso estaba un poquito triste. Su respuesta fue: “Mami, ¿tú no rezas todos los días hágase tu voluntad? Ésa es la voluntad del Papá del Cielo y es mi camino de santidad”. Yo no sabía qué era camino de santidadno sabía cómo se lo habían enseñado, porque siempre estábamos juntas, siempre, no la dejaba sola, pues podía tener una convulsión en cualquier momento. Afortunadamente, Luisa, aun siendo tan pequeña, nos mostraba cómo su fe y su amor a Dios eran indestructibles».

Con ocasión de otro ingreso en la UCI, el médico le diagnosticó síndrome autoinflamatorio y remitió a la paciente a un especialista. Éste empezó el tratamiento con corticoides. «Cada tres semanas tomaba unos 60 mg del medicamento, lo que la dejaba inmunodeprimida. Su pronóstico no era bueno, el médico que la acompañaba me dijo que no sabíamos cuánto tiempo respondería al tratamiento con corticoides».

Si creyera usted en los milagros…

En esta sombría perspectiva, finalmente brilló un rayo de esperanza: «En noviembre de 2021 conocimos a los Heraldos del Evangelio. Un sacerdote de esa asociación rápidamente se puso a disposición del cuidado espiritual de mi familia, prometió rezar por la curación de Luisa y me habló acerca de la devoción a Dña. Lucilia. Entonces comenzamos a rezarle, pidiéndole que se hiciera cargo de toda la vida de Luisa y obtuviera su curación. Todas las noches, cuando Luisa se dormía, yo iba a su habitación, rezaba un rosario de jaculatorias a Dña. Lucilia y le entregaba mi pequeña a su cuidado. Le pedía que si no era posible lograr su curación fuera ayudada a afrontar todos los pronósticos del síndrome y que su fe y su confianza nunca se debilitaran».

En una de las numerosas consultas, Thalita le preguntó al médico si su hijita al menos podría mejorar con el tiempo, y recibió esta respuesta nada alentadora: «Si creyera usted en los milagros, ella podría mejorar».

Que muchas familias puedan conocer a Dña. Lucilia

Entonces decidió, junto con el sacerdote, establecer «metas» para los intervalos febriles de la pequeña Luisa; es decir, pedían que, por intercesión de Dña. Lucilia, Luisa no presentara ningún síntoma de la enfermedad en un plazo determinado.

Narra Thalita: «El primer plazo era que se mantuviera bien, sin ningún síntomadurante once semanas. Increíblemente, Luisa no tuvo nada en ese período. Luego pasamos a la segunda meta, la de veintidós semanas; pero, después de sólo nueve semanas, Luisa tuvo síntomas del síndrome, el 31 de julio. El sacerdote no me dejó que perdiera la fe ni la confianza. Intensificamos las oraciones y Luisa nunca volvió a presentar ningún síntoma de la temida enfermedad».

Agradecida y profundamente ligada a su bienhechora, Thalita finaliza su relato con este expresivo testimonio: «Doña Lucilia cuidó y sigue cuidando de mi familia con todo el amor materno que tanto necesitamos. La vida de mi Luisa me enseñó no sólo el verdadero amor a los designios de Dios, sino a confiar siempre, nunca desanimar. Y si hoy mi niña está sana es gracias a la intercesión de Dña. Lucilia y a la confianza incansable del sacerdote heraldo que nos orientó. ¡Que la Santísima Virgen permita que muchas familias puedan conocer los cuidados de Dña. Lucilia!».

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, agosto2024)

Aflicción de una madre en busca de su hijo

Finalmente, sobre las diez de la noche, uno de los amigos que habían salido con él atendió la llamada. «¿Dónde está Igor?», preguntó ella. Y recibió la preocupante respuesta de que su hijo no se sentía bien y que por eso se había quedado en el sitio del espectáculo.

 Elizabete Fátima Talarico Astorino

 

María de Lourdes Cunha reside en Mairiporã (Brasil), frecuenta asiduamente una de las capillas que están a cargo de los Heraldos del Evangelio en la región y es una gran devota de Dña. Lucilia. Al oír numerosas narraciones de gracias obtenidas por su intermedio, se sintió animada a enviarnos el relato de un favor alcanzado por intercesión de esta tan solícita madre, aunque el episodio ocurriera unos años atrás.

Cuenta que su hijo Igor, por entonces con 16 años, le pidió permiso para ir con unos amigos a un espectáculo que tendría lugar en el centro de São Paulo. Prometió regresar antes del anochecer. Como su hijo era muy cumplidor de la palabra dada, Lourdes se extrañó profundamente cuando oscureció y no había aparecido. Intentó numerosas veces localizarlo en el móvil, todas en vano.

Finalmente, sobre las diez de la noche, uno de los amigos que habían salido con él atendió la llamada. «¿Dónde está Igor?», preguntó ella. Y recibió la preocupante respuesta de que su hijo no se sentía bien y que por eso se había quedado en el sitio del espectáculo. Llena de angustia, Lourdes quiso saber qué había pasado, pero el supuesto amigo de su hijo, como única respuesta, apagó el móvil. «Llamaba de nuevo y ya no atendía nadie. Me desesperé».

Lourdes con una fotografía de Dña. Lucilia

Entonces decidió pedirle ayuda a una de sus hermanas. Ella se ofreció a ir con su marido en busca del joven a la ciudad de São Paulo. Sin embargo, ya era media noche cuando consiguieron llegar al local del espectáculo y sólo pudieron constatar que había terminado todo, el recinto ya estaba cerradoLo buscaron en el centro de emergencias más cercano; no estaba allí. Con gran pesar, le comunicaron a Lourdes que no habían encontrado a su hijo y que al día siguiente tendría que denunciar su desaparición a la Policía.

En los momentos de angustia, recurso a la oración

¡Imaginémonos la angustia de una madre en tales circunstancias! ¿Qué hizo Lourdes? Nos lo cuenta ella: «Cogí mi rosario, fui a la habitación de Igor, me arrodillé ante su cama y empecé a pedirle ayuda a Dña. Lucilia. Rezaba el rosario y le rogaba que no le pasara nada, que ella lo guardara donde él estuviera. A medida que iba pidiendo, me fui calmando. Cuando mi hermana llegó a su casa, alrededor de las dos y media de la madrugada, me llamó y me dijo: “¡Igor está aquí en mi casa!”».

¡Cómo debió condolerse el corazón de Dña. Lucilia al ver el tormento de Lourdes! Su auxilio, como buenísima madre, no podía hacerse esperar. Pero ¿qué había ocurrido realmente?

«No tengas miedo, estoy aquí contigo»

Al día siguiente, Lourdes interrogó a su hijo sobre los pormenores del incidente. Él tampoco sabía lo que había pasado. Probablemente sus compañeros le dieron alguna bebida que le hizo daño y se sentó en algún rincón para recuperarse del malestar que tenía, y sus «amigos» lo abandonaron allí.

Antes de perder el conocimiento, Igor vio que se le acercaba una mujer con la intención de ayudarlo y que le dijo con dulzura: «Igor, no tienes por qué asustarte, estoy aquí contigo». Y cogiéndole de las manos afirmó: «¡No tengas miedo, te pondrás bien!».

¿Quién era esa benemérita mujer? Igor no lo sabía. Pero Lourdes no tuvo la menor duda: como ella misma no podía ir en socorro de su hijo, Dña. Lucilia se encargó de ampararlo en aquella difícil situación.

Lourdes cuenta que a partir de ese momento «su hijo no vio nada más»; al parecer, alguien pasó por allí y lo llevó a urgencias, donde le dieron la medicación adecuada y se recuperó.

Agradecida, recuerda el episodio con emoción, porque Dña. Lucilia, que en la eternidad sigue siendo una eximia madre, atendió con presteza sus oraciones, tomando para sí el cuidado de su hijo.

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, agosto2024)

Reversibilidades deleitables

Las franjas de luz coloridas del arcoíris pueden ser comparadas al alma que practica, con autenticidad y hasta de modo insigne, virtudes a veces diametralmente opuestas. El Dr. Plinio pudo contemplar muchas veces reversibilidades así en Doña Lucilia.

Para atender a un pedido de tratar respecto a la reversibilidad de las virtudes en el alma de Doña Lucilia, comienzo por explicar en qué sentido empleo ese término. El ejemplo más cómodo para expresar eso son los colores del arcoíris.

Reversibilidades de alma, como la luz blanca y los colores del arcoíris

Comedor del departamento de Doña Lucilia

Nadie puede describir el fenómeno que se da en el arcoíris diciendo lo siguiente: “Las pobres gotas de agua, que fluctuaban en el aire, fueron traspasadas por una luz; esa luz sufrió un castigo, se reventó, se deshizo en colores diversos; ¡de ahí surgió el arcoíris!” Sería una tontería.

Es propio de la luz, que es una, abrirse en varias luces. No hay una ruptura, una dilaceración, y sí una abertura noble.

Imaginen que hubiese una persona dotada de una lupa de gran potencia. No estoy pensando en ningún telescopio del tipo de Cabo Cañaveral1 ni nada de gran porte, sino una lupa pequeña, pero potentísima. Supongamos que la lupa, por reglas científicas aún no explicadas, tuviese el don de atraer, de hacer converger las luces del arcoíris, de manera que entrasen en ella y salieran, de un lado a otro, blancas como es la luz del sol.

Entre la luz antes y después de constituido el arcoíris, hubo una reversibilidad. Es en este sentido que empleo la palabra cuando hablo de las reversibilidades de las virtudes en el alma de mi madre. ¿Cómo se puede notar esa reversibilidad en un alma? Cuando ella practica una virtud o mucho después, de modo auténtico, real, a veces insigne, practica una virtud opuesta a aquella, pero simétrica –las virtudes nunca son enemigas unas de las otras; ellas pueden decirse adiós de lejos, pero son aliadas y amigas–, entonces, en ese caso se dice que hay una reversibilidad.

Y nuestro espíritu, ávido de unum, exclama: “¡Oh, unum! ¡Cómo es bello que la misma alma tenga virtudes opuestas, no contradictorias, como las franjas de luz del arcoíris!

Una especie de fondo común de todos los actos de virtud

Durante toda la vida yo vi en el alma de mi madre dos aspectos. Uno era la virtud lanzando un dardo hacia lo alto, pero al llegar arriba, se piensa en otra línea que podría haber ido del punto de partida hacia otro lado. El alma realiza aquello y vuelve al punto inicial.

Con la profundización del análisis psicológico de mi parte, tal vez con el progreso de su alma también –ella no se quedó viviendo el tiempo entero parada, ella profundizó– o con el propio curso del tiempo, yo pasé a notar en ella otra cosa: cuando ella practicaba ciertos actos de virtud, no iba a practicar después otro acto para poder hacer la reversibilidad. Sino que el acto de virtud opuesto estaba como durmiendo en la raíz de aquel que fue practicado. Y había una especie de fondo común de todos los actos de virtud en una reversibilidad interna, continua y suave, que formaba el unum de ella; algo propio al espíritu humano, aunque no hay palabras para expresarlo.

En esta perspectiva, podemos decir que yo pasé a considerarla apreciando eso, incluso en las acciones más triviales de la vida. Yo observaba ese modo de ser en ella, por ejemplo, hasta en las preocupaciones o cuando ella pasaba de los grandes pensamientos a las pequeñas cosas.

Nada es niñería para quien sabe admirar

Detalle del cuarto de Doña Lucilia

En la calle donde yo vivo hay árboles que forman una ojiva frondosa, pero dejan ver el sol. A mi madre le gustaba mucho ver los rayos del sol entrando por la ventana del comedor.

Ella comentaba una serie de cosas con respecto a ellos, utilizando sin pretensiones palabras caseras, comunes, pero por donde yo percibía que ella veía aquello con una elevación de alma muy grande.

Mientras ella estaba contemplando eso, supongamos que entrase el té, llevado por una empleada. Como grandeza eso no puede ser más menudo: el sol y una bandeja de té constituyen los dos extremos de un arco.

Si entrara en ese momento también una pariente a visitarla, ella diría: “Fulana, ¿cómo te va? ¿Y este y aquél?” Se interesaría por la vida de la visitante. Da la impresión de que algo del sol contemplado iluminaba la niñería, y nada era niñería, porque era visto por quien sabía admirar el sol de esa forma.

Ella tenía una gaveta en su mesa de toilette, que quedaba en su habitación. Allí guardaba un mundo de pequeños objetos que las señoras acostumbran a tener. No eran de toilette, sino libros de oración, medallas, fotografías, cartas, recuerdos de toda especie. Y a ella le gustaba tener todo bien dispuesto, aunque no una disposición dura, cepillada con cepillo de acero, sino hecha con cepillo de tortuga…

Había en ella una peculiaridad minúscula: ella era rápida al andar, sin embargo, generalmente lenta en el actuar. Y de vez en cuando hacía algo con un poco de prisa y dejaba las cosas desordenadas –eso cuando aún caminaba y ejercía los quehaceres de una ama de casa–. Tenía razón, porque tendría tiempo para arreglarlas después.

Habiendo ella ido a la despensa, a la cocina, dado cualquier orden, atendido una llamada, yo la veía volver al cuarto y, digamos que yo estuviera en mi sala de trabajo, no la llamaba, sino que iba atrás para hablar con ella.

La encontraba sentada en una silla de paja que le gustaba mucho – son, de hecho, muy bonitas–, tocando los objetos. Conversaba con ella, que me prestaba atención, pero con cierto esfuerzo, principalmente en sus últimos diez o quince años de vida, cuando su audición fue bajando y la facilidad de hablar, de concatenar las ideas fueron también disminuyendo. Y yo, naturalmente apresurado al hablar… En fin, ajustábamos las velocidades.

Ella iba al mismo tiempo organizando la gaveta y yo analizando sus gestos. A veces ella dudaba un poco y me preguntaba: “¿Queda mejor así o así?” Cuando acababa, me miraba contenta y cerraba la gaveta.

Eran reversibilidades deleitables de apreciar en el alma de ella. 

(Extraído de conferencia del 21/4/1981)

  1. El Dr. Plinio hace referencia a los potentes telescopios del Centro Espacial Kennedy, localizado en Cabo Cañaveral, región costera de los Estados Unidos conocida como Space Cost (Costa Espacial), desde donde se lanzan al espacio la mayoría de las naves espaciales norteamericanas.  ↩︎