El Sagrado Corazón de Jesús, devoción de toda una vida

Imagen del Sagrado Corazón ofrecida a Doña Lucilia por su padre

Fue también en su cándida juventud cuando Lucilia recibió de su padre aquella piadosa y espléndida imagen del Sagrado Corazón de Jesús que tan enorme papel desempeñará en su vida interior, acompañándola hasta su última señal de la cruz. Siempre la conservará en su propio cuarto, protegida por un sencillo oratorio de madera. Esta imagen, de origen francés, fue comprada por don Antonio en la Casa Garraux, célebre librería de São Paulo que también vendía ciertos artículos importados. La intención de estimular la piedad de Lucilia fue el motivo del gesto de su padre. En efecto, le causaba admiración verla rezar todas las tardes su rosario apoyada en el pretil de una ventana que daba al jardín trasero del palacete. A través de esa imagen, ella reconocía, admiraba y adoraba al propio Sagrado Corazón de Jesús, siempre bondadoso en extremo, misericordioso, dispuesto a perdonar, ¡pero profundamente serio! Desbordante de afecto, pero sin sonreír nunca; manifestando siempre una cierta tristeza, de quien mide hasta el fondo la maldad de los hombres y sufre mucho por esta causa. De ahí que el Corazón Sagrado esté rodeado por la corona de espinas y atravesado por la lanza de Longinos.
Los rasgos de su fisonomía simbolizaban la dolorosa queja contenida en aquella frase famosa, dirigida por Nuestro Señor a los hombres a través de Santa Margarita María Alacoque: Hija mía, he aquí el Corazón que tanto amó a los hombres y fue por ellos tan abandonado.
A través de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, Lucilia desarrolló aún más en su alma el deseo de hacer solamente el bien. En Él estaba la fuente del enorme afecto que desbordaba en su trato con los demás. Afecto compuesto de alegría y de esperanza, que contenía en sí un grado de amistad, de perdón y de bondad tan entrañados y generosos, que sería difícil concebirlos iguales. Así, vuelta hacia el Sagrado Corazón de Jesús y Nuestra Señora de la Peña, su Madrina, toda la juventud de Lucilia transcurrió al abrigo de aquel aristocrático y bendito hogar.

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