Bondad diáfana en la convivencia, reflejo de la Santa Iglesia

En la convivencia, la preocupación constante de Doña Lucilia era transmitir el calor del afecto y darse continuamente en una disposición de transponer todo para beneficiar a las almas. Era la representación de la conducta de la Santa Iglesia con relación a los pecadores: no se indigna, no recrimina, no se venga; perdona todo, dota de nuevos dones y de nuevos privilegios.

Presente de un viaje que mi hermana hizo a Europa, el chal lila, cuando apareció en casa, me dio la primera impresión de que era un artículo muy bonito, muy bueno. De hecho, lo que Rosée compraba, lo hacía con mucha perfección, adecuación y buen gusto.

Doña Roseé y Dr. Plinio

De un lado, me gustó mucho el chal; de otro, quedé un poco reticente con él, por la impresión de moderno que me causaba, pues era un poco fofo, espumoso en su contextura. Y si bien el color amatista me encantase, yo me preguntaba cómo quedaría mi madre dentro de un tejido fofo. Oyendo comentarios posteriores de estos y de aquellos, percibí que yo estaba mal informado: siempre muy ajeno a los asuntos de indumentaria y de tejidos, no sabía que se trataba de una lana europea muy auténtica, buena y sin nada de moderno. Cuando vi a mi madre vestir el chal, me pregunté por qué se lo había puesto en la espalda; un chal muy bonito debería ser puesto sobre ella, era una escena natural de la vida de familia. Noté que a ella le pareció muy bonito, le gustó mucho el color, y no extrañó el tejido; sin embargo, en ese momento no hice mayores raciocinios sobre si el tejido era o no moderno, por ahí no se fue mi atención, sino por ver cuál era la mirada que ella le hacía al chal. Ella no mudó en nada la posición y la actitud en la cual estaba. Apenas sonrió luminosa y discretamente, con mucha bondad, ante la manifestación de afecto que le hicieron unas tres o cuatro personas que se encontraban en la sala. Yo percibí que ella se adaptó en algo al chal, ¡pero sobre todo él se adaptó a ella! En el reflejo de su mirada, en su modo de hablar, ella le dio cierta interpretación y proyección, cierto modo de ser al chal. Más o menos como una señora que toma una rosa, la pone junto al pecho y hace un poco la “fisionomía” de la rosa, y esta adquiere un poco la forma de ser de la señora: ¡así también mi madre hizo con el chal, y él quedó “luciliano” por excelencia!
Ella lo utilizó muchas veces. Primero apenas para salir, en ocasiones de mayor solemnidad. Después, con el avance de la edad y con los fríos de São Paulo, ella pasó a usarlo también en casa y con cierta frecuencia. Cada vez que yo la veía con el chal, me regalaba, justamente por la relación que había entre aquel castaño profundo de sus ojos y el tono
amatista del tejido.

Ella murió. Cuando fuimos a hacer una repartición sumaria de sus bienes, mi hermana no quiso llevarse absolutamente nada, pues dijo que yo había mantenido a mamá la vida entera y le había hecho compañía y que, por tanto, me dejaba todo lo que había pertenecido a ella y que era de la casa. Ahora bien, en Brasil, o al menos en São Paulo, la antigua tradición era que las joyas de la señora fallecida se quedasen con la hija. Una u otra cosa iba para las nueras, pero lo principal se quedaba con la hija. En mi caso, le di a mi hermana todas las joyas de mi madre, reservando para mí apenas un anillito de brillantes, muy sin valor y modesto, que está en mi relicario.
Pasados algunos días después de haberle dado las joyas, le dije a mi hermana:
– ¿Sabes una cosa? De lo que te di, te voy a quitar una cosa.
Ella me dijo:
– ¿Cuál es?
– Aquel anillito se va a quedar conmigo.
– ¡Claro que sí!
Y me devolvió el anillo. Algunos días después ella apareció en casa y me dijo:
– Yo, de lo que te di, también voy a sacar una cosa: aquel chal se va a quedar conmigo.
Para mí fue una dilaceración… pero no podía decir nada. Ella era la hija y le había dado el chal. Algún tiempo después, supe que ella se lo había dado de regalo a una tía nuestra.

Cuando esa tía murió, pensé: “Ese chal ya debe estar dañado –porque ella vivió muchos años– ya deben haberlo donado a gente pobre, seguramente desapareció.”
¡Cuál no fue mi sorpresa ayer cuando llegó a casa, en la mañana, el hijo de esa tía trayéndome el chal!

En el espíritu humano y en el modo por el cual él abarca la realidad, hay un punto en el cual es especialmente llamado a conocer a Dios, y del cual tiene una comprensión de orden natural, nativa, muy simple, clara y originaria. Y cuando el hombre estudia a partir de esta luz primordial y piensa a partir de ella, tiene posibilidades de dar en un hombre bien inteligente, aunque sea medianamente inteligente.
Ahora bien, cuando alguien hace un estudio cartesiano: “Luz primordial, yo te empujo, aquí está el compendio 1, 2, 5, compendio 92…”, ese, aunque sea inteligente, tiene todas las posibilidades de dar en un burro letrado, muy diferente de una persona inteligente.
En el caso de mi madre, ella poseía apenas la cultura común de una dueña de casa, con una nota afrancesada de formación de espíritu muy pronunciada. La luz primordial que trasparece en todas las fotografías que figuraba en su espíritu es, ante todo, una certeza de
que las cosas tienen un significado, un segundo sentido que está más allá de ellas, en virtud del cual ellas deberían ser vistas. Así, además de ese trans-significado, existe un trans-mundo, una trans-realidad que se nos aparece a través de esas realidades diáfanas, que produce en el alma una trans-comprensión, un trans-sentimiento.
Ella nunca lo enunció así, y creo que no sabría hacer esa consideración, pero constituía la posición fundamental de su espíritu con respecto a todo.

Si consideramos sus fotografías, notaremos que ella está prestando atención en lo que está haciendo: dejándose fotografiar. Sin embargo, la mirada, la actitud, expresan a una “trans señora”, que sería como su sombra hacia el lado de la luz. Una luz mayor que ella, pero suya, que queda por detrás suyo. La mirada, el todo parecen preguntar al fotógrafo, y, a su modo, a quien ve la fotografía: “¿Ustedes no ven esto? ¿No perciben que en ustedes también hay esa luz, y que el universo entero es así?”
En ese sentido el Quadrinho1 es más que decible.
Ella está allí representada, consciente de que de ella emana una luz, que es su significado y que ella coloca a disposición de los otros como quien dice: “Dime cómo eres tú y qué tenemos de afín. ¡Por ahí nos querremos enteramente bien!”

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es lucilia_correade_oliveira_013.jpg

La convivencia humana para ella no era de esas mercantiles: si hizo una gentileza, recibe otra. Por ejemplo, el modo de ella escoger un presente. Yo asistí a muchos cálculos de elección de presentes hechos por otras personas: “De aquí a algunos días es el cumpleaños de fulana. Ella me dio con ocasión de mi cumpleaños un presente, que vi que tenía tal valor. Yo debo darle, por lo tanto, un presente que equivalga a eso en dinero. ¿Qué podemos comprar bien presentado por esa cuantía?”

¡Ella no! La primera pregunta era:
– ¿Qué le gustará ahora a Fulana…?
Segunda pregunta:
– ¿Hasta dónde mis recursos me permiten dar?
Tercero: ella daba el presente, no como una especie de intercambio comercial, que a mi modo de ver, contamina el regalo. Era con un deseo de dar algo que estaba en su propia alma, siempre en esa permuta de luces, que era la esencia de la convivencia con ella.
Vivir en torno a eso, para eso, convidando a todos a eso y llenándome de eso –porque, tanto cuanto pude, yo dije “sí” a ese convite–, eso era la luz primordial de ella.
Detesto las comparaciones, y no comparaba el trato que ella tenía conmigo con la relación de otros hijos con sus madres. Evidentemente, a veces me saltaba a los ojos alguna cosa
que, a menos que fuese ciego, no podría dejar de ver; pero no detenía la atención en eso, pasaba por encima.
Ahora bien, hoy me doy cuenta de esto, el tiempo pasa, las comparaciones en cuanto al pasado, al menos en larga medida, son legítimas. Con el presente
no; menos aún con el futuro…
Hoy en día veo bien que esa conformación de su espíritu tuvo un papel muy importante en la elaboración de mi ensayo Revolución y Contra-Revolución, porque la esencia de este es la noción de la Revolución tendencial. Y lo que había en ella era exactamente una vida tendencial ‘contrarrevolucionaria’ así concebida con una riqueza extraordinaria.

Ella era católica, nacida de una familia católica, apostólica y romana por entero, pero menos católica que muchas otras familias, por ejemplo, de las que frecuentan la iglesia, que son amigas del padre, dirigen las obras de la parroquia, etc. Mi familia –la de ella, por tanto– no tenía nada de eso. Eran amigos del padre, pero lo admiraban con cierta distancia, no por anticlericalismo, sino por falta de hábito. Sin embargo, había, en esa como en tantas otras familias brasileras, el hábito de considerar la veracidad de la Iglesia Católica como una evidencia. Había en ella de modo muy vivo algo de aquella bonita invocación: “Sagrado Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones, ten piedad de nosotros”. Tal vez ella no la conociese o, si la conocía, no prestaba mayor atención, pero esa invocación era tal como ella veía la vida afectiva, que era la que llevaba, y consistía en dar ese calor de afecto y de formación, y decía mucho respecto al modo de ella ser católica.
Ella comprendía muy bien que la esencia de la convivencia está en la afinidad de las almas y en la felicidad que hay en darse y en quererse bien, realizando al pie de la letra el principio dado por Nuestro Señor en el Evangelio: es más feliz quien da que quien recibe.
Eso modelaba de algún modo su espíritu, en términos tales, que notaba en ella un deseo de darse, de atraer a sí para esa relación de alma, como no conocí en nadie.
Y dentro de eso, una dignidad y tranquilidad, una serenidad y resignación, por donde si nada saliese bien, ella no se irritaba, no se indignaba, no recriminaba, no se vengaba o se entristecía. Esta es bien la conducta de la Santa Iglesia con relación a los pecadores.

Tomemos, por ejemplo, lo siguiente. Revienta un cisma y surge la Iglesia Ortodoxa, aquellos ritos orientales, muchos se pasan para allá y la mitad del manto de la Iglesia se dilacera… La Iglesia llora. No dejó de excomulgarlos como debería: ¡ellos se equivocaron, ella los excomulga! Pero ella lamenta eso dignamente, mientras conquista América para compensar también a los países nórdicos y eslavos, que en gran parte había perdido. Ella conquista América. Los jesuitas decían que vinieron aquí para reponer lo que la Iglesia había perdido. Pero la Iglesia no desiste, continúa cierta negociación con ramas ortodoxas que pensaban reatar relaciones con ella. ¡Eso lleva siglos! Y de allá para acá, lentamente, de vez en cuando gotea un rito más dentro de ella.
La Iglesia recoge de esos tesoros ese poquito que queda, organiza, perdona, tiene bondad, dota de privilegios, indulgencias, instala bien, cumula de honras la hija que vuelve a la casa paterna. Ella no se olvida a no ser de los ultrajes recibidos. Pidiendo perdón, ella perdona.
Esa bondad, ¡eso era mi madre al cien por ciento, consonante con la Iglesia Católica a más no poder, pero a más no poder! Por ejemplo, las varas de los penitenciarios en Roma. Quien hubiese cometido un pecado venial muy desagradable de contar, no necesitaba declinarlo. Bastaba ir a la Basílica de San Pedro o a las cuatro basílicas menores, arrodillarse delante del padre, que este le golpeaba con una varita y estaba dada la absolución de los pecados, sin confesión. Pecado venial; mortal no. ¡Es una bondad, una flexibilidad única! ¡Eso esa mi madre por entero!

(Extraído de conferencia del 20/6/1980)

  1. En portugués, diminutivo de cuadro. Cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos, con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia. ↩︎

Amparo de los débiles y esperanza de los enfermos

Doña Lucilia ha socorrido a numerosas almas, llenándolas de esperanza en las enfermedades y tragedias y dándoles fuerzas para afrontar difíciles y dolorosas situaciones.

“Algunas cosas, las explica la ciencia; otras, sólo Dios tiene la respuesta». Con estas palabras, Patricia de Fátima Espírito Santo Leite e Silva, de Laje do Muriaé (Brasil), concluye la narración de cómo su hijo venció sin derramar una sola lágrima sesenta y siete internamientos y setecientos cincuenta días de tratamiento hospitalario, en los cuales fue sometido a ciento diez sesiones de quimioterapia y ochenta exámenes de sangre. No solamente sin verter lágrimas, sino con alegría y serenidad.

Maravillada, Patricia saca sus propias conclusiones: «La única explicación es que la Virgen y Dña. Lucilia lo protegieron, como una buena madre protege a su hijo».

Diagnóstico de una enfermedad incurable

PEDRO ARTUR

Pedro Artur

En gratitud por el constante auxilio recibido durante todo el tiempo de prueba de la familia, esa madre nos envía un relato de sus dolores, oraciones y alegrías, con la esperanza de que otras muchas personas afligidas puedan beneficiarse del maternal amparo de Dña. Lucilia.

Escribe: «En marzo de 2013, cuando tenía tan sólo dos años y ocho meses, a Pedro Artur le diagnosticaron neurofibromatosis, enfermedad incurable para la que ni siquiera había un tratamiento específico, y un tumor en el nervio óptico. Ante este cuadro, los médicos nos informaron que no podían hacer nada por la curación del niño. Por lo tanto, únicamente monitorizarían la enfermedad para seguir su evolución».

Ante la expectativa de encontrar una solución en otro lugar, Patricia y su esposo llevaron a su hijo a varios clínicos, pero siempre obtenían la misma respuesta: «No hay nada que hacer». Así pues, constatada entonces la impotencia de los recursos humanos, decidieron apelar a los medios sobrenaturales.

«Nunca desistimos… El propio mes de marzo de 2013, inmediatamente después del primer diagnóstico, recurrimos al auxilio de Dña. Lucilia. El 22 de abril, día de su aniversario natalicio, mi esposo lo llevó al sitio donde descansan sus restos mortales, en el cementerio de la Consolación, de São Paulo. Allí rezó, pidiendo la gracia de una curación milagrosa».

La fe nuevamente contradicha por el parecer de los médicos

«En 2014 —prosigue el relato— Pedro Artur fue admitido en el Instituto Nacional del Cáncer (INCA), en Río de Janeiro, donde fue monitorizado durante cuatro años, sin recibir ningún tratamiento. Una resonancia magnética hecha a finales de 2017 reveló que el tumor del ojo había crecido y que había aparecido otro en el cerebro, en un área profunda y noble».

A la vista de tal agravamiento, Patricia llevó a su hijo a que lo evaluara un médico especialista, el cual, tras examinar todos los informes y exámenes, se limitó a decir lo siguiente:

—Señora, le recomiendo que Pedro Artur continúe siendo monitorizado en el INCA. No puedo hacer nada por él.

—¿No le puede indicar, al menos, algún tratamiento?

—Infelizmente, no. La quimioterapia le hará daño y no solucionará nada. La radioterapia podría causarle la ceguera en ambos ojos. Y una operación es muy arriesgada: puede acarrearle la pérdida de la visión y el tumor volverse más agresivo.

Una vez más, la fe de esos esposos católicos era contradicha por el protocolo médico, aun así no desistieron; sobre todo, nunca perdieron la confianza en el auxilio de Dña. Lucilia. Siguieron rezando.

«En marzo de 2018 Pedro Artur inició el tratamiento quimioterápico en el Hospital São José do Avaí, en Itaperuna. Actualmente, no sólo ha superado una sesión de quimioterapia, ¡sino ciento diez! Desde marzo de 2013 recurrimos al auxilio de Dña. Lucilia a fin de obtener de Dios la curación milagrosa de nuestro pequeño gran guerrero. ¡Cuántas gracias ya alcanzadas! Fe es creer en lo que no vemos y el premio es ver lo que creemos. Y hoy ocurrió lo que parecía imposible: Pedro Artur está bien, el tumor cerebral ha desaparecido y el del ojo ha disminuido considerablemente».

Confianza, alegría y serenidad en la tragedia

Impresionada por la constante protección de esta generosa señora, Patricia deja traslucir su gratitud no solamente por la curación, sino sobre todo por la gracia de que su hijo haya logrado superarlo todo con serenidad: «Derrochaba alegría y confianza cuando ingresaba cada semana en el hospital para vencer las sesiones de quimioterapia. Los días anteriores los pasaba preparándose para el internamiento; hacía esto con tanta alegría y placer que no parecía siquiera que fuera a un hospital. Durante el largo período de tratamiento nunca manifestó sufrimiento, siempre mostraba una bella sonrisa en su rostro».

Y concluye esta madre ejemplar: «Muchos preguntan si Dios no estaba siendo injusto con nosotros al permitir tamaña prueba para un niño. ¡No! Dios no es injusto; si lo fuera, no sería Dios. Él es misericordia y su amor por nosotros es infinito. Nos compete a nosotros mantenernos perseverantes y confiados, sin que nunca perdamos la fe. Estoy segura de que este testimonio tocará corazones y transformará almas. Dña. Lucilia, ¡ayudadnos!».

Dirigí mis súplicas simples y sinceras a ella, Dña. Lucilia

DANIELA

Daniela Martucci con su esposo

Daniela Martucci —residente en Sant’Andrea del Garigliano, Italia— se enteró de los numerosos beneficios alcanzados por intercesión de Dña. Lucilia, relatados en la revista Heraldos del Evangelio. También estuvo investigando en internet «para comprender algo más sobre la vida de esta dulce señora». Entonces empezó a invocarla, segura de que sus oraciones serían escuchadas. Y nos cuenta su testimonio:

«No hay ni un artículo siquiera que no exprese palabras dulces y delicadas sobre la vida y el comportamiento de esta mujer, ¡tanto como para empujarme a invocarla en los momentos más difíciles de mi vida! «El año pasado vino a fallecer mi querido padre, una persona espléndida, adorable, pilar de mi existencia. Antes de su partida me imaginaba lo difícil que sería mi vida sin él, hasta el punto de que, cuando me venía la idea de que un día nos dejaría, desvié mis pensamientos hacia otra cosa, tan doloroso era para mí pensar que un día…

«Cuando apartaba el pensamiento hacia otros asuntos, dirigí mis súplicas simples y sinceras a ella, Dña. Lucilia, la señora mayor con su chal lila, y parecía que ella me animaba con su sonrisa, a tal punto que decidí tenerla como fondo de pantalla en mi teléfono móvil, al objeto de poder verla en cualquier momento».

La veo, envuelta en su chal, sonriéndome y animándome

3p197bAsí, con su característica manera de actuar, Dña. Lucilia supo preparar a su más reciente devota para la aceptación de los sufrimientos que Dios le pediría:

«Lamentablemente ese día llegó. Mi padre se marchó dejando en mí, mi madre, mis hermanos y mis hijos un vacío infranqueable y cuando traté egoístamente de desviar mi pensamiento para poder sufrir menos visualicé el rostro de Dña. Lucilia… Me infundió valor y confianza. Y si hoy he decidido escribirles es porque me parece importante poder creer que el Señor nos concede la gracia de conocer en esta tierra a personas que de algún modo pueden infundirnos coraje en momentos de profunda dificultad y dolor».

Daniela pronto se habituó a recurrir al eficaz amparo de Dña. Lucilia: «Pienso siempre en ella como una intercesora. Su vida inmaculada le habrá asegurado en el Cielo, sin duda, un sitio especial, desde el cual puede dialogar con la Virgen y presentarle nuestras súplicas. Ahora forma parte de mi vida y puedo testimoniar que me escucha cuando la invoco. Pienso en papá, que ya no está, y enseguida la veo, envuelta en su chal, sonriéndome y animándome».

Le pedía a Dña. Lucilia una señal

«Un día en el cual pensaba intensamente en mi hijo Ángelo, que estaba pasando un momento de debilidad psicológica, dirigí la mirada al Cielo y le pedí a Dña. Lucilia una señal a fin de que pudiera saber si me estaba oyendo y comprendiendo mis preocupaciones acerca de él. En ese preciso instante vi una estrella fugaz surcando el azul de la noche con su rastro luminoso y pensé: “Ha sido ella, que me escuchó y me ha dado la señal que le pedía”.

«La noche siguiente a ese episodio, mi hijo, al volver del trabajo, me dijo: “Mamá, me ha pasado una cosa bellísima. Mientras iba en el coche, una estrella fugaz ha atravesado el cielo con su rastro y parecía que casi la podía tocar. ¡Ha sido una sensación maravillosa!”. Tras días de tristeza, pude ver una sonrisa de luz en el rostro de mi hijo…».

Estamos saliendo de una pesadilla, gracias a su protección

Segura de que Dña. Lucilia está dispuesta a atenderla en todos los momentos, Daniela no tuvo recelo en implorar su auxilio también para que su hijo no fuera alcanzado por la pandemia: «Hace algunos días, habiendo estado en contacto con un compañero que dio positivo [en coronavirus], empezó a acusar un dolor en los huesos acompañado de fiebre y pérdida del olfato: el médico de familia concluyó que se trataba de COVID-19 y que tenía que hacerse las pruebas. Le rogué mucho a Dña. Lucilia para que le transmitiera mis preocupaciones a la Santísima Virgen… Ángelo se las hizo y, para sorpresa de todos, ¡el resultado fue negativo!».

Sin embargo, su esposo contrajo la enfermedad… y entonces Daniela no dudó en invocar nuevamente a su intercesora.

«Durante diez días estuvo muy mal, con fiebre altísima y baja saturación de oxígeno; estábamos a punto de decidirnos por su hospitalización… Mis ruegos a Dña. Lucilia no pasaron desapercibidos: mi marido empezó a sentirse mejor y ya el tercer test resultó negativo. En todo ese tiempo tuve que cuidarle muy de cerca e incluso ponerle inyecciones.

«A estas alturas era inevitable mi contagio. Recurrí a ella, le pedí coraje para enfrentar tan difícil situación. No enfermé y pude tratar adecuadamente a mi esposo. Estamos saliendo de una pesadilla gracias a su protección, de eso estoy segura. Confío en su intercesión y en el calor de su chal de color lila».

* * * * *

Así pues, esa bondadosa señora no cesa de conquistar nuevos devotos que, sintiéndose protegidos bajo su chal acogedor, no dudan de su maternal auxilio. Sí, ella ha amparado a numerosas almas, llenándolas de esperanza y dándoles fuerzas para afrontar difíciles y dolorosas situaciones.

FUENTE: REVISTA HERALDOS DEL EVANGLIO, JULIO 2021. PP. 36-38

Ver más

El Chal lila

El chal tiene algo de superfluo que, bien usado, puede dar aires de nobleza, de dignidad. A una señora que tiene la edad del sol cuando se pone, le conviene un chal discreto, distinguido, que orne los ocasos. Y uno de los colores adecuados para Doña Lucilia era el lila, que tiene algo de reflexivo, de triste, de ordenado, de aquello que ya camina hacia el fin.

Aunque un espíritu no tiene color, pues no es de naturaleza material, se pueden relacionar estados de alma con determinados colores, procurando ver el espíritu que en ellos se refleja. Así, podríamos preguntarnos si existe un espíritu color amaretto, nacarado o dorado. El color es apenas un símbolo material de un estado de alma espiritual, inmaterial.

Color, aroma, sonido, sabor, y trazado de una línea

En un primer abordaje, la respuesta a la pregunta resulta una banalidad, porque es claro que a estados de espíritu corresponden colores. Por ejemplo, al negro le corresponde el luto. Y no es por una analogía, por una relación convencional, sino por una correspondencia natural. Un hombre muerto no ve, no siente. Él está para la vida como un ciego para lo deslumbrante de las luces, es decir, no ve. Se encuentra en una noche, en una oscuridad “eterna”, en la cual no ve nada.
Por otro lado, hay colores festivos que indican estados de alma jubilosos, triunfales, así como existen colores y tonalidades que indican el reposo. La experiencia muestra que los artistas utilizan en sus obras este o aquel color para expresar un deter
minado estado de espíritu. Luego esa reversibilidad existe. Sin embargo, podríamos ir más lejos y preguntarnos si sería posible, tratando con personas, percibir qué color corresponde a este o a aquel individuo como mentalidad, y si, por lo tanto, las personas tienen colores, en ese sentido. Evidentemente no entra en consideración aquí la etnia. Si establecemos con una persona un contacto en el cual ella no se siente forzada a representar un papel, no se empeñe en falsificarse para hacerse agradable; por lo tanto, tomada la persona en su autenticidad, y supuesta una convivencia en la que, por la continuidad, los diferentes aspectos de ella van apareciendo y completándose – lo cual no implica una convivencia necesariamente muy larga, basta que sea proporcionada al discernimiento del observador –, podríamos decir que cada persona causa una impresión dominante. A mi modo de ver, esa impresión dominante se podría reducir, simbolizar en un color.
Más aún, creo que si, como vimos, a cada persona podría corresponder un color o una tonalidad dentro de un color, de donde resultarían matices más o menos indefinidos, a cada familia también podría corresponder un color, así como un aroma, un sonido, un sabor.
Eso ocurre también con las formas, pues el modo habitual de andar en la vida, la conducta de la persona o de la familia, sería pasible de reducirse al trazado de una línea. Así, hay personas cuya conducta es simbolizada por una línea tambaleante, otras por una línea recta, y otras por una espiral.

Lo práctico y lo estético

La única persona que yo reduje a un color, muchos años después de haber cesado mi convivencia con ella, fue mi madre. Realmente el brillo de la amatista era exactamente el lumen de ella. Pude notar que mi gusto por la amatista, cuando Doña Lucilia estaba viva, correspondía a un modo de quererla bien. Mientras ella estaba viva, yo nunca hice esta reversión. A posteriori, cuando llegué a realizarla, me di cuenta de cómo todo lo que rodeaba a mi madre estaba inmerso en la luminosidad de la amatista, de un color tirando un poco a oscuro. No es, por tanto, de esas amatistas un poco blancuzcas. Es una amatista de valor, de un color fuerte, casi de cuaresma. El chal que ella usaba continuamente estaba en consonancia con eso.
En general, cuando se trata del asunto de un traje, en las épocas más o menos bien constituidas, como era
todavía el tiempo en el cual ella vivió, al menos en algunos aspectos, se ve que hay una especie de composición entre el lado práctico y el estético. Las personas se hacen una cierta idea del lado práctico y con eso vienen luego algunas ideas del lado estético. Y hacen así un total en el cual no se sabe qué predomina más: lo práctico o lo estético.
El chal es característico a ese respecto. La idea es la siguiente: en aquella época había mucho miedo a los resfriados. Y se comprende bien, porque no existían antibióticos como hoy. Y para curar un resfriado era necesario mucho cuidado, porque de lo contrario degeneraba con cierta facilidad en gripe. Y la gripe podía degenerar en neumonía, y ésta en tuberculosis. Y la tuberculosis, que es una enfermedad infecciosa, mataba un número muy grande de gente en el tiempo en que Doña Lucilia era joven. Basta decir que en las piezas de teatro, la mayor parte de los héroes y heroínas que eran presentados muriendo fallecen de tuberculosis. Tanto que esa enfermedad se volvió frecuente en aquel tiempo. Y el resfriado era el comienzo de un camino descendente que llegaba hasta la tuberculosis. Entonces las personas tomaban un cuidado enorme contra el resfriado, que hoy ya no se justifica, dada la facilidad que se
tiene para combatir las enfermedades infecciosas. La idea práctica para evitar los resfriados, y sobre todo las enfermedades del pulmón, era que las señoras protegiesen los pulmones por medio de un chal. Se ve entonces que el chal envuelve y protege esa
parte más sensible del cuerpo contra el peligro de las neumonías.

Adorno para expresar la mentalidad

De esa idea práctica se apoderó el arte. Y el chal usado por las señoras de ese tiempo fue adoptado como una especie de ornato, como expresión de su mentalidad. Entonces, el chal – que queda por encima del cuerpo y tiene más relación con el vestido, forma el busto de la persona – era muy indicativo de la mentalidad de la señora. Y en una señora con chal aparece sobre todo el busto, formado por el rostro, el cuello y el área del chal; y después viene la falda. Las faldas eran largas y llegaban en general hasta los pies; tenían, por tanto, más importancia indumentaria, en comparación con esos faldones groseros de hoy.
Por otra parte, el chal tenía algo particularmente noble, porque lo verdadero y lo bonito del chal es tener algo de superfluo. Eran paños largos que la persona no solo se ponía para cerrar como un suéter, sino que se doblaba el chal hacia un lado y después hacia el otro. Y lo superfluo bien utilizado puede dar un aire de nobleza, de dignidad. De manera que el chal fácilmente ennoblecía a la señora que supiese usarlo. Los modos de poner, doblar y arreglar el chal eran actitudes casi rituales.
Y la señora mostraba la educación, la elegancia y la inteligencia que tenía, a propósito del chal.
El chal de Doña Lucilia era semejante a los que tenían incontables señoras de aquel tiempo. Ella lo usaba de esa forma y se cuidaba con el chal con mucha compostura, suavemente. Los chales de ella tenían una mezcla de distinción y suavidad en el modo de presentarse, que realmente me encantaba.

Una señora que tiene la edad del sol cuando se pone

El color y los diseños del chal tenían relación con la situación y la edad de la señora que lo usaba. De manera que a una señora anciana no le quedaba bien, por ejemplo, un chal rojo o brillante, con lentejuelas doradas o plateadas; sería una cosa horrible. A una señora que tiene la edad del sol cuando se pone le conviene un chal discreto, distinguido, que adorne los ocasos. Y en esas condiciones, uno de los colores adecuados para mi madre era el lila, que tiene al mismo tiempo algo de azul, sin duda, pero también algo de reflexivo, de triste, de ordenado, de lo que ya camina hacia el fin. El lila le quedaba muy bien a ella. Ese chal fue traído por mi hermana de un viaje a Europa. Tengo casi certeza de que ella lo compró en París. Mi hermana tiene mucho espíritu práctico y al mismo tiempo sabe vestirse muy bien. Y era un chal que tenía tres finalidades: calienta mucho, pesa poco – es importante que pese poco sobre los hombros de una señora anciana – y adorna bien. Aunque sea normal que una persona, vistiendo ese chal, lo use sobre todo en las ocasiones en que está delante de personas extrañas, porque es un bonito ornato, a ella de tal manera le gustó que comenzó a usarlo todos los días.

(Extraído de conferencias de 6/7/1980 y 25/8/1983)