El mensaje de Doña Lucilia

Doña Lucilia, aunque vagamente, veía un gran futuro –providencial– para Brasil, envuelto en cierto misterio, pero que se podía medir por la homogeneidad de la Fe, por la inmensidad del territorio, por lo misterioso de los bosques y de los ríos, así como por una forma de bondad que ella sentía en este país, más que en cualquier otro, y que para ella era la gran cualidad religiosa

 

Dios le dio a Nuestra Señora el imperio del Cielo, de la Tierra y de todo el universo; y por una razón análoga quiso que bajo su poder hubiesen sub-imperios y sub-reinos.

El Ángel de la Guarda no sólo defiende contra los peligros, sino también educa, forma, orienta

cap14_039Los Ángeles de la Guarda tienen sobre los países que dirigen, una función semejante a la que ejercen sobre las personas; esto se puede leer en aquella discusión de los Ángeles a los pies de Dios (cf. Dan 10, 13). Ejercen un papel en favor de cada una de esas naciones. Me parece que sería considerar de modo restringido el papel del Ángel de la Guarda, pensando que es solamente un escudo que nos defiende contra los peligros.

Además de proteger contra los peligros, es también un modelo ideal, un arquetipo de una nación; el Ángel de la Guarda la modela de acuerdo con él y tiene, – según imagino – cierta connaturalidad con esa nación, la cual no posee con otra, aunque en tesis pueda amarla.

Por ejemplo, Dios ama más a una nación “X”, digamos la hebrea. Pero el Ángel tiene cierta connaturalidad, por ejemplo, con Luxemburgo y ama a ese país de un determinado modo. Como resultado, conduce las cuestiones de Luxemburgo, no como un Ángel dirigiría las cosas en tesis, sino tomando en consideración su connaturalidad con esa nación que Dios estableció cuando la creó; y que más adelante, con el transcurso de la Historia, se constituyó en Luxemburgo.

Eso forma una especie de parentesco espiritual, de condición de “padrino” de este Ángel en relación a Luxemburgo, que da la idea entera del Ángel de la Guarda como siendo el Ángel que educa, forma, orienta.

Y así deben ser también ciertos Santos con determinadas almas, considerando que son llamados a llenar en el Cielo los lugares que los bandidos demonios dejaron vacíos. Los Santos seguramente llenan el lugar de los ángeles caídos y se encargan de cuidar a las almas y a los pueblos que quedarían abandonados y privados de protección por no tener a estos ángeles, según una destinación y una distribución eventualmente reformada por los designios de Dios. Al ver el pecado de los ángeles, el pecado original, etc., puede ser que el Altísimo haya retocado sucesivamente sus planes, pero en línea general esa es la realidad, y yo imagino que los Ángeles tienen esa realeza sobre los pueblos. Supongo que esa sea la Doctrina Católica.

El Fundador y el Ángel de la Guarda de una Orden religiosa

Lo poco que vi sobre los Ángeles y Santos protectores me parece caminar en esa dirección. Creo que la palabra “padrino” y el patrocinio de los Santos sobre alguien, son muy parecidos con el papel del Ángel, y puede haber Ángeles que dirijan, tengan cierto dominio sobre determinados pueblos, e incluso Santos que los poseen acumulativamente, pero sin que las funciones se borren.

angel de la guarda

Ángel de la Guarda Almenno San Salvatore, Bérgamo, Italia

Por ejemplo, San Miguel Arcángel es conocido como el patrono oficial de la Iglesia Católica, pero San José también lo es; ambos son patronos a títulos diferentes. Y esa misión que toca los pies de Nuestra Señora – tan excelsa es Ella – engloba ampliaciones y disminuciones armónicas, que aumentan la belleza del plan de Dios. No es fácil trazar con nuestro propio puño la línea divisoria, pero se comprenden los criterios con los que eventualmente ésta pudiese ser trazada.

Eso ocurre muy especialmente con las familias de almas de las Órdenes religiosas. El fundador de una Orden religiosa, si practicó la virtud en grado heroico, tiene sobre todos los miembros de esa Orden un patrocinio de esa naturaleza. ¿Quién habría de negar que San Benito es patrono y protector de los benedictinos? Así, sobre los franciscanos, dominicos, jesuitas y demás, se ejercen todos estos patrocinios.

De esta forma, se comprenden incluso los misterios de la vida de ciertas Órdenes religiosas, pensando en la batalla del fundador para mantenerlas fieles contra elementos malos que entraban. Por lo tanto, el fundador, junto al Ángel o los Ángeles de la Guarda de una Orden religiosa, se agrupan según ciertos designios de Dios.

María de Ágreda (Religiosa concepcionista, escritora mística, abadesa del convento de Ágreda en España (*1602- †1665) dice que Nuestra Señora era acompañada por una escolta de mil Ángeles. Es evidente que entre esos mil Ángeles cada uno tenía una función propia, aunque yo no sabría explicar esa distribución.

Así pues, podemos comprender que una persona haya sido llamada en las condiciones de Doña Lucilia, para el patrocinio de una determinada familia de almas.

Ella tan solo poseía una inteligencia e instrucción comunes a una señora culta, como lo eran en general las señoras de sociedad de su tiempo, nada más. Sin embargo, ella era inteligentísima en el sentido minor (Palabra latina: menor) de la palabra, lo cual envuelve una riqueza de alma muy grande, que es el conocimiento, y, como consecuencia, el amor a las cosas por connaturalidad, por la cual su inteligencia y afecto abarcaban un campo muy vasto.

Admiración por Francia

Yo analicé, sobre todo, el alma de Doña Lucilia y las reacciones de su espíritu, en lo tocante a Francia, y noté que ella sentía que ese país poseía y representaba por excelencia en su horizonte – que ella consideraba un poco como horizonte del mundo, y de hecho lo era – una cosa que, por connaturalidad, para ella tenía el mayor valor: la delicadeza de sentimientos.

Dña. Gabriela y Dr. Antonio, padres de Doña Lucilia

Pero, en esos sentimientos, ¿qué es la delicadeza y cómo los veía en Francia? Para una persona en la que el conocimiento se hacía, sobre todo, por connaturalidad, había una cosa – no sé cómo mamá notaba eso en Francia– que era lo siguiente: discernir en las almas de los otros pueblos y naciones aquello que puede ser visto como sutil, requintado, y por ende despertando una forma de afectividad más penetrante, más delicada y que fácilmente se transforma en cariño, en deseo de sacrificarse, ayudar y favorecer. En resumen, un afecto que lleva a ver lo mejor de la persona en los lados por donde estaría más naturalmente expuesta a sufrir los golpes de la brutalidad, de la maldad, de la dureza y de la crueldad humana en todos sus aspectos.

De allí proviene la idea de que la persona, teniendo más desarrollados estos lados de alma más tiernos – que son los más preciosos, más sobresalientes y más plenamente existentes dentro de ella y que, por eso mismo, Doña Lucilia cultivó en sí misma –, sufre más con los golpes que lleva y es más sujeta a brutalidades inesperadas, pues, debido a su bondad, ella está normalmente desprevenida, por lo cual necesita un auxilio.

En consecuencia, ella sentía mucho que la cultura francesa ponía en evidencia esos lados del alma humana, y mostraba notablemente la dulzura. De esa forma, Francia creaba un tipo de ser humano que alcanzaba, bajo cierto punto de vista, su perfección, y una convivencia humana que también era perfecta, además del criterio de la medida que tanto se elogia en los franceses, y el sentido de la cordialidad, de la suavidad, del charme (Del francés: encanto, atracción, atractivo). Mamá era muy sensible al charme, y un discípulo mío que haya sabido analizarla bien, debe haber notado que, en lo que puede caber respecto a una señora de 92 años, Doña Lucilia poseía mucho charme. El charme tenía para ella un papel enorme en la vida, y para mí, por ejemplo, ella poseía mares de charme, pero mares de charme que yo veía; sin embargo, muchos otros no los percibían.

Tengo certeza de que, si mamá viese los álbumes de Fabergé (Peter Carl Fabergé, conocido también como Karl Gustavovich Fabergé (1846 – San Petersburgo, Rusia -1920, Lausana, Suiza), fue un joyero ruso. Es considerado uno de los orfebres más destacados del mundo, que realizó 69 huevos de Pascua entre los años 1885 a 1917, 61 de ellos se conservan. A ellos se refieren los álbumes de que habla el Dr. Plinio.) – que no era francés, eso es lo más gracioso, pero era remotamente descendiente de inmigrantes que fueron a Francia, y estuvieron anteriormente, si no me equivoco, en Dinamarca, sin embargo quedó en él algo de la sangre francesa, pues Fabergé es Francia en su tinta – ella notaría en ellos una expresión de algo que debería estar en todas las almas, en todos los pueblos, pero que finalmente vino a luz enteramente en Francia, para bien del género humano. Y el género humano debería hacer en relación a Francia, lo que ella hacía en larga medida: mirar, admirar, dejarse llenar y modelar por eso.

Dificultades con relación a Alemania; aprecio por España y Portugal

En este sentido, Doña Lucilia no supo ver bien Alemania: interpretaba la ofensiva alemana contra Francia como el ataque de la brutalidad militarista contra el charme francés. No conseguí que lo viese de otra manera, intenté explicarle, pero eso permaneció radicado en su espíritu. Mamá conoció Alemania poco antes de la I Guerra Mundial, y ya estaba prevenida de la ofensiva de los cascos de acero contra la dulce Francia, lo cual no podía ser, y corría el riesgo de destruir Francia; ¡era un crimen de matar a la humanidad!

Además, algunos alemanes – médicos, enfermeros, etc. – habían sido violentos con ella de un modo inimaginable.

Su cirujano, que era el médico del Kaiser, hizo la brutalidad de contarle, cuando estaba recién operada, que había visto al Kaiser trabajando. Que estaba organizando una ofensiva alemana contra Santa Catarina, Brasil, y que ya estaba todo preparado…

Es algo incomprensible: un cirujano de fama mundial decirle eso a una enferma tres o cuatro días después de una operación con gran riesgo de vida… No debería haberle contado eso nunca, no había necesidad. Entra una punta de fanfarronada, que mamá notó, así como los otros circunstantes. Yo nunca conseguí quitarle eso de la cabeza.

Así, ella acompañó la Guerra Mundial en este prisma; un prisma casi de cruzada a favor de la delicadeza humana contra la brutalidad.

¿Era una manía? No, era una connaturalidad de altas cualidades de Doña Lucilia y de un elevado modo de ver las cosas. Y creo que fue la Providencia quien la modeló para ser así; se nota que en esto entró mucha influencia de su padre, al menos como ella lo contemplaba, y también de su madre, como ella la veía.

Pero, por ejemplo, delante de la fuerza de España, del salero español, de la gracia española, etc., en los que mamá podría ver algo de contundente, ella no tenía nada de eso, sabía contemplar lo heroico, lo batallador, lo garboso, etc. Aunque no fuese su luz primordial, a ella todo eso le gustaba mucho, lo comentaba varias veces, lo consideraba interesante; ella apreciaba mucho las costumbres regionales españolas, sin insistencia, sin obsesión, francamente receptiva.

Ella tenía, además, una gran propensión hacia Portugal, pero una propensión afrancesada, es decir, destilando de Portugal el hombre lúgubre, pesado, tosco, etc., – para con el cual ella sonreía, como lo haría viendo en un gran oso el fondo bueno – y apreciaba enormemente la cultura portuguesa, la Torre de Belén, las saudades portuguesas, los aspectos dulces del alma portuguesa, donde veía tanta afinidad con el alma francesa. Aunque según su apreciación, el portugués era inferior al francés, como lo era el mundo entero, ella veía que en el portugués había una riqueza de afectividad que, de esa manera, yo nunca la vi elogiar en Francia. No sé si ella se percataba, pero eso brotaba especialmente de su modo de ser brasileño.

Amor a la Iglesia Católica

La moda francesa es muy exigente, hasta en los últimos pormenores, y en materia de trajes, mamá era muy detallista, muy exigente, en nada semejante a mi relajamiento en ese sentido. Pero se trataba de una exigencia sin “jansenismo” y sin maldad, una exigencia llena de bondad, porque ella veía en aquel amor al primor y a la perfección un deseo de volverse agradable. Es como una ama de casa que exige que la cocinera haga cierta receta con todo cuidado, para que ella pueda recibir de la mejor forma a los huéspedes; entra una douceur de vivre (Del francés: dulzura de vivir.) en eso.

plinio_pequeñoPor ejemplo, cuando mi hermana y yo éramos pequeños, en su desvelo hacia nosotros, mamá de vez en cuando nos hacía juguetes; ella a veces trabajaba hasta dos o tres horas de la mañana pintando figuritas de papel y cosas así, con esmeros y cuidados únicos. Mandó a hacer en una carpintería una casa de muñecas para Rosée, con mueblecitos comprados en una tienda de juguetes, con estilos enteramente afines, con cortinitas, etc., todo imaginado por ella.

Pero de esa exigencia emanaba afecto y era hecha por dulzura y para producir dulzura; en eso ella sabía ser muy exigente.

Antes de tratar de Brasil, consideremos cómo Doña Lucilia veía la relación Francia-Iglesia. Yo tengo la impresión de que ese problema nunca se le presentó claramente.

Debido a su devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a lo que había en ella de entrañablemente católico, mamá sentía en Él, por connaturalidad, el océano superlativo y trascendente de todo lo que ella amaba en Francia; ella lo sentía en el Sagrado Corazón de Jesús y en la Iglesia Católica. De allí provenía un afecto enorme a la Iglesia Católica, pero era un afecto semejante al de una persona al cielo material. Un individuo educado en aquellas minas subterráneas de carbón tiene, con relación al cielo, una admiración que en cierto modo proviene de la privación; una persona que nació naturalmente, como nosotros, mirando hacia el cielo, posee una admiración muy grande, pero que no es el resultado de la privación, por lo cual tiene un matiz diferente.

Doña Lucilia no imaginaba cómo podía ser una vida o un alma fuera de la Iglesia Católica; era algo inconcebible. Así como poseía cuerpo y alma, ella tenía Fe; era un elemento incorporado a ella, no cabe duda.

Indagar si ella tenía alguna tendencia al materialismo es una pregunta que no se plantea, no vale la pena perder tiempo en hacerla.

En Brasil, Doña Lucilia sentía la bondad más que en otros países

Esas almas que tienen un conocimiento sobre todo por connaturalidad, no son muy expresivas, ellas comunican mucho por connaturalidad, pero no por explicitación.

Por ejemplo, el modo de hablar de Doña Lucilia, las inflexiones de su voz, contenían definiciones – parece una exageración, pero no lo es – que ella no sabría explicitar, pero estaban en su naturaleza, iluminada por la gracia, y mamá transmitía todo muy ordenadamente. Y ella mostraba que era brasileña de la siguiente manera: Para mamá, el modelo del brasileño – ella tenía cierta razón en lo que decía – era su padre. Pero también era el modelo del hombre justo, conforme a Nuestro Señor Jesucristo, virtuoso y bueno, con quien ella poseía una confianza, una admiración y un encanto completos.

En ese hombre, aunque mencionase sus aspectos más varoniles, únicamente como marco, ella resaltaba la bondad de alma, contando hechos realmente insignes. Se notaba que ella creía que toda la nación brasileña era así; su padre era, por tanto, un caso más característico, más notorio de gente que había a montones en Brasil; y esa gente era desinteresada, de visión amplia, amena, generosa, y tenía un mecanismo de interrelaciones psicológicas colosal, abierto a todos los países del mundo, más aún que Francia.

En ese punto, mamá tenía cierta restricción con Francia, considerando su actitud en relación a los otros países un poco mezquina, ácida, lo cual después se acentuó mucho en ese país.

Doña Lucilia veía vagamente un futuro enorme para Brasil, envuelto en cierto misterio, providencial, pero que se podía medir por la homogeneidad de la Fe, por la inmensidad del territorio, por lo misterioso de las florestas, selvas y ríos, así como por una forma de bondad que ella sentía en este país más que en cualquier otro, y que para ella era la gran cualidad humana e incluso la gran cualidad religiosa.

Eso sería la explicación de la psicología de Doña Lucilia. También tengo la impresión de que esa explicación es enteramente conforme a la Moral y a la Doctrina Católica, vistas ampliamente.

Ella notaba mucho que en el cariño que yo tenía hacia ella había una inmensidad de consonancia en ese sentido,  y desde pequeño fui muy afín con ella. Yo nací muy débil, muy frágil, y ella naturalmente hizo esfuerzos no sé de qué tamaño para volverme saludable. ¡Lo que ella realizó fue simplemente colosal! Pero ella sentía la plenitud con la que yo le respondía, y consentía completamente en ese punto.

Yo pensaba que completaba su alma haciéndola admirar eso y me inclinaba hacia una tesis mía que nunca le desarrollé: que las dos partes del alma humana eran Alemania y Francia. Pero no llegué a decírselo porque las brutalidades que mamá sufrió fueron tales que no entendería.

Efecto de Doña Lucilia sobre las almas

De Luis XVI y María Antonieta, por ejemplo, ella tenía mucha pena y solidaridad, pero veía mucho en las monarquías y en las aristocracias el aspecto raffiné (Del francés: delicado, distinguido, elegante), amable, bondadoso y cortés. Y en lo personal de la época del Terror (durante la Revolución francesa de 1789) ella observaba el lado brutal, sanguinario, inhumano; una vez más era la ferocidad humana mostrándose en otro aspecto, más execrable todavía: el lado igualitario y ordinario. Para ella, provenía de allí un horror hacia los que quebraron aquel antiguo régimen en el cual ella no veía un régimen de opresión, sino, por el contrario, de douceur de vivre, de refinamiento. Y tenía toda la razón, estaba muy bien formulado, se comprende bien.

Un ejemplo de eso está en su alegría al ver que yo había apreciado Versailles y en cuánto le gustaba contar nuestra visita allá. Pero no era por mundanismo,  para decir que ella tenía un hijo de buen gusto, no; era porque apreciaba Versailles. No hay duda de que esas características se encuentran en nuestra familia de almas. Si no se encuentran más es por culpa nuestra, y esta familia de almas sería mucho más si fuese notoriamente así.

Acentúo esta forma de bondad, como mamá la veía, porque si prestamos atención, toda la acción que ella ejerce sobre las almas se basa en tratarlas con esa bondad, con la intención de que se vuelvan así, buenas entre sí. Por lo tanto, analizando el efecto de ella sobre las almas, las gracias que obtiene y el efecto de su presencia espiritual sobre nosotros, notamos que va continuamente en esta dirección; no hay un minuto en el que ella no transmita esto, que es, por así decir, el mensaje de mamá.

 

(Extraído de conferencia de 18/1/1986)

 

Ejerciendo una influencia católica

Doña Lucilia influyó vigorosamente en la formación del espíritu del Dr. Plinio y, a través de él, en los espíritus de aquellos que fueron destinados por la Providencia a seguirlo.

La Iglesia atribuye a los fundadores la condición de patriarcas. Sin embargo, no se refiere a las personas que de algún modo acompañaron a los fundadores en sus orígenes. Por ejemplo, llamar matriarca de los salesianos a la madre de San Juan Bosco, por mayor que sea nuestra devoción a ella, sería forzar un poco la realidad histórica, porque de hecho la fundación fue de él, aunque ella haya influido mucho en la formación de su alma.

Rezar el día entero en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús

Yo, por ejemplo, tomé esta decisión: cuando vaya a Italia, si puedo, voy a visitar la tumba de Mamma Margarita, pues tengo hacia ella una simpatía y una reverencia muy especiales. Estoy seguro de que nosotros constituimos una familia espiritual cuya fundación corresponde a una relación patriarcal; de eso no cabe duda. Sin embargo, que esta relación patriarcal tenga con Doña Lucilia una vinculación diferente con la que hubo entre San Juan Bosco y Mamma Margarita, y después, entre Mamma Margarita y los salesianos, es un paso que yo tendría mucho cuidado en transponer.

No obstante, podemos considerar la influencia que Doña Lucilia ejerció en la formación de mi espíritu y, a través de mi espíritu, en la formación de aquellos que son llamados a seguir a esta familia. Cabe considerar en segundo lugar, post mortem, los ejemplos de ella, las gracias que ella obtiene, etc., y cómo actúan en ese sentido. Son cosas de diversa índole, pero que desde cierto aspecto se pueden ver en la misma perspectiva.

Doña Lucilia tuvo en la formación de mi mentalidad una impresión viva, humana y, de algún modo, muy presente. Por otro lado, de manera más reducida, tuvo un efecto análogo al que sufrí en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Todo lo que he comentado a respecto de esa iglesia y su impresión en mí y, más que eso, mi devoción al Sagrado Corazón de Jesús, tiene una cierta relación con Doña Lucilia, porque ella era devotísima del Sagrado Corazón de Jesús y se deleitaba yendo a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.

Me acuerdo que mi padre, en cierta ocasión, le hizo una broma. Intentamos buscar una casa cercana a esa iglesia. Él dijo: “Eso no resultará, porque Lucilia, con esa iglesia cerca, dejará todo y pasará allá todo el día; no hará otra cosa, se quedará rezando allá todo el tiempo.”

Ella no dejaría de cumplir sus deberes, pero ¡qué fracciones enormes de tiempo ella dedicaría a la iglesia! Si su marido reclamase, ella atendería, pero sería necesario que él lo hiciese, porque de lo contrario ella iría… indiscutiblemente…

Afecto de Nuestro Señor, estados de espíritu y confianza

“Si confío en ella de ojos cerrados y sin límites, en Nuestra Señora, que está inmensamente por encima de ella, ¡confío mucho más todavía!”

Pero había tanta influencia de esa devoción sobre ella, y tanta correlación entre ella y la atmósfera de la iglesia, que cuando yo era pequeño miraba de reojo a Doña Lucilia rezando y decía: “¿Qué relación hay entre ella y esto? Parecen una misma cosa…”

Y en el fondo, por lo que Doña Lucilia ayudó a enseñarme – no fue la única; la que principalmente me enseñó fue la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana –, puedo decir que yo desde la infancia fui católico por causa de su influencia. Ella me condujo a las fuentes del Bautismo, me enseñó el Catecismo, lo que hace toda madre. Pero yo, por la gracia, en la medida en que iba conociendo a la Iglesia Católica, me adhería a ella sin ninguna discusión. No con arrebatamientos de entusiasmo, sino con una adhesión tranquila, profunda: “¡Es esto! ¡Esta es la Iglesia de Dios! ¡No se discute!”

Recuerdo de la primera vez que yo supe – era muy niño – que había gente que discutía si Jesucristo había existido o no, si Él fue Dios… Pregunté: “¿Pero son unos locos?” ¡Bastaría mirar hacia una imagen de Él para comprender que un hombre, basándose en una mentira, no puede inventar lo que está aquí! O Él es una realidad o una mentira. Sin embargo, yo lo veo y percibo que es una realidad, no una mentira.

Ella contribuyó de un modo enorme para dos cosas: primero, ayudarme a poner mi atención y mi afecto en esa línea. Y en segundo lugar porque había mucha semejanza de temperamento entre ella y yo y por esa razón notaba que se vertía sobre mí, partiendo de ella, una serie de estados de espíritu que me influenciaron mucho, y tal vez no hubiese sido así si ella hubiese muerto prematuramente, o hubiese sucedido algo análogo.

Y una influencia muy grande en una cosa: la confianza en la Providencia. ¿Por qué se daba eso? Porque teniendo confianza en ella, yo comprendía mejor cómo debe ser la confianza en Nuestra Señora, incomparablemente más santa y superior a ella. Y yo me decía a mí mismo: “Si confío en ella de ojos cerrados y sin límites, en Nuestra Señora, que está inmensamente por encima de ella, ¡confío mucho más todavía!”

De estas reflexiones me venía mucha tranquilidad, estabilidad, y varias otras cosas que considero preciosas para la vida y que aprendí con mi madre.

Habría muchas otras cosas qué decir, pero esas son las principales.

(Extraído de conferencia de 6/2/1986)

Rezando en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús

Doña Lucilia era una persona muy respetable, digna y, al mismo tiempo, de una afabilidad y dulzura indecibles. Tales cualidades eran análogas a las existentes
en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en San Pablo. Esa iglesia parecía hecha para que ella fuese a rezar allí.

Para mi sensibilidad de hijo, al ver a Doña Lucilia rezando en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, me daba la impresión de que ella estaba allí como una católica en su lugar propio, en el ambiente, en la actitud, en la posición que conviene a un alma católica, al pie de un altar en donde recibe gracias muy grandes.

Iglesia digna, casi majestuosa

Quien visitaba esa iglesia notaba, desde la primera vez, una armonía de cualidades que no se encuentran frecuentemente reunidas. Es una iglesia muy digna, casi llega a ser majestuosa, pero al mismo tiempo muy afable, de manera que la persona se siente enteramente a gusto dentro de ella, completamente acogida como quien está en la casa paterna. Era la atmósfera que el propio Nuestro Señor Jesucristo creaba alrededor suyo, como se ve en el Evangelio. Es decir, las personas tenían por Nuestro Señor un respeto sin fin, sin límites, pero al mismo tiempo poseían facilidad de acceso junto a Él, hablaban, preguntaban, etc., y sentían su majestad juntamente con el cariño, la bondad, la amabilidad. En aquella iglesia, cuando el órgano toca alguna melodía polifónica o de canto gregoriano, encuentra allí sus resonancias adecuadas.
No es un templo riquísimo, sino una bonita iglesia parroquial, nada más que eso; por lo que no es comparable con la belleza de cualquier iglesia de Italia, en donde resaltan los mármoles suntuosos, los bronces, las grandes obras de arte, los grandes pintores, escultores y artistas de todo género, de modo que se ven cosas extraordinarias en cualquier iglesia. En el Corazón de Jesús, de San Pablo, no; todo es digno, pero es lo que América del Sur puede dar; nosotros tenemos aquello. Y Nuestro Señor recibe de buena gana la ofrenda de quien tiene poco. Hay una gracia en ese sentido. Ahora, transponiendo todo eso para el nivel tan inferior de una pura criatura humana, yo notaba en Doña Lucilia cualidades que me parecían análogas a aquellas que habían sido percibidas por mí en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Es decir, la personalidad de ella era muy respetable y muy digna, y al mismo tiempo de una afabilidad y dulzura indecibles. Una personalidad muy marcada por los sufrimientos de la vida, pero con una especie de alegría de quien sufre de buena gana, da con buen gusto aquello que tiene que entregar a Dios, y carga su cruz considerando natural cargarla, con el coraje sin pretensiones de quien cumple integralmente el deber de todos los días.

“Espere un poquito…”

…ella se levantaba y pasaba al altar del Corazón de Jesús.

Siempre fui muy observador, incluso en relación a mi propia madre; y muchas veces, por un movimiento instintivo, yo la miraba de reojo durante sus oraciones en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Viéndola rezar, yo pensaba: hay algo entre ella y esta iglesia por donde ella parece hecha para rezar aquí, y la iglesia parece hecha para que aquí ella rece. Hasta que cumplí once o doce años – no me acuerdo bien –, yo asistía a Misa en el Corazón de Jesús frecuentemente al lado de mamá. Después, cuando crecí, la costumbre era que los jóvenes asistiesen a Misa en las naves laterales, porque la iglesia se llenaba y convenía ceder los lugares a las señoras. Los hombres permanecían de pie. Un anciano podría permanecer arrodillado en medio de las señoras, pero para un joven, parecía una actitud orgullosa e inadecuada arrodillarse cuando había señoras a quienes debía ceder su lugar. Entonces, yo asistía a Misa en la nave lateral buscando, como siempre, poder mirar hacia la imagen de Nuestra Señora Auxiliadora. Esa era mi primera intención, indiscutiblemente: entrar e ir para allá. Nunca tuve la menor duda a ese respecto. Al terminar el Santo Sacrificio, cuando todos comenzaban a retirarse, Doña Lucilia no era de las primeras en salir. Cuando la mayor parte de la gente se había retirado, ella se levantaba y pasaba al altar del Corazón de Jesús. Mi padre se quedaba esperándola, pero como no tenía la piedad de
ella, se quedaba afuera, en la puerta de la iglesia, conversando con el P. Falconi. Eran largas prosas, mientras mamá rezaba. Doña Lucilia rezaba notoriamente delante de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, pero naturalmente también delante de la imagen de Nuestra Señora, y, después, frente a aquel conjunto de esculturas del Niño Jesús en el Templo entre los doctores. Ella no oraba con los labios cerrados, sino que los movía ligeramente, acompañando lo que ella decía, de un modo tan rápido que no emitía el más mínimo sonido, y tampoco se llegaba a percibir lo que decía, porque era un movimiento minúsculo de los labios. Era su modo de ser. Cada uno tiene el suyo, ella era así. A veces mi padre entraba y le decía, siempre en tono muy cortés:
“Señora, ¿vamos?” Ella hacía una seña, como diciendo: “Espere un poquito…”
A lo largo de toda mi vida nunca vi a ninguno de los dos impacientarse con el otro o hacer alguna manifestación de impaciencia. Pero ella daba a entender lo siguiente: “Mira, tú puedes venir algunas veces aquí y aún me encontrarás…” Al final, los dos
íbamos a pie para la casa.

(Extraído de conferencia del Dr. Plino de 4/2/1986)

La reprensiones de Doña Lucilia

Las virtudes de Doña Lucilia, modelo de dulzura y suavidad, así como de firmeza y de intransigencia, se manifestaban también en el modo como ella reprendía a su hijo Plinio.

Cuando yo tenía más o menos once años, pasé por un período de la vida en el que infelizmente me comporté mal, practicando acciones que no debería haber practicado.
Y sucedió que, por un conjunto de circunstancias en las cuales veo el dedo de la Providencia, esas acciones me causaron resultados muy funestos.(Dr. Plinio se refiere a un episodio con el boletín de calificaciones del Colegio San Luis. Un profesor había equivocado una calificación, y el niño Plinio quiso enmendarla sin consultar a sus superiores. Doña Lucilia creyó en un principio que Plinio había falseado la nota. ver más)

Lógica y afecto

Mi madre, que era al mismo tiempo un modelo de dulzura y de suavidad, pero también de firmeza y de intransigencia, tomó conocimiento de esas actitudes mías y se disgustó mucho. Doña Lucilia tenía una manera de reprender que era única. Ella estaba habitualmente enferma – sufría mucho del hígado, aunque haya muerto muy anciana – y permanecía, con frecuencia, recostada en una especie de sofá, y desde allí me llamaba, con una voz fuerte, muy sonora: “¡Plinio!” Cuando oía “Plinio” – pronunciado con una “i” un poco arrastrada, con un timbre aterciopelado, donde había un cariño y un afecto difíciles de describir –, yo iba prontamente y me quedaba muy cerca de ella.
Ella pasaba su mano alrededor de mi cintura, me miraba de frente y me decía:
– Hijo mío, ¿será verdad que hiciste tal cosa así?
– ¡Sí, señora, yo lo hice!
Ella tenía una mirada que, como su voz, cambiaba de intensidad extraordinariamente.
Y mirándome, agregaba:
– Pero, ¿cómo pudiste hacer tal cosa? Esa actitud tiene esto y aquello de malo…
Siempre con lógica y con afecto al mismo tiempo.
Yo iba prestando atención en aquello, encantado con todo: su voz, sus ojos, su cariño, su sabiduría y su intransigencia, ¡la cual me encantaba! Al final de la reprensión, ella me decía:
– Bien, hijo mío, ¿tú le prometes a tu madre que no harás eso nunca más?
– Sí, señora, lo prometo.
Pero yo estaba extasiado de admiración, de arrepentimiento y de afecto.
Entonces ella decía:
– Está bien, entonces dale un beso a tu madre.
Yo le daba un beso en la frente, ella me cubría, literalmente, de cariños,
y yo salía “en las nubes” porque había recibido una reprimenda. Esas eran las reprensiones de mamá.

Amenaza de ser mandado al “Caraça”

Sin embargo, cuando sucedió el episodio del boletín, no fue así. Ella me recibió fría, sentada en una mecedora, me puso de pie delante de ella y me dijo:
– ¿Esto fue así?
Yo respondí:
– Fue así.
– Pero, ¡explíqueme esto!
Y me amenazó con mandarme a un internado que había en aquel tiempo en Minas Gerais, el Caraça, que era un Colegio muy bueno, paradigma de aquel Estado de Brasil, pero en San Pablo, no sé por qué, tenía la fama de ser una cárcel para niños.
Lo peor que le podía suceder a alguien era ser mandado al Caraça. Yo recuerdo a mi madre diciéndome:
– Yo voy a averiguar, y, si fuese el caso, ¡tú tendrás que ir al Caraça! Y no cuentes con mi bondad ni con mi perdón, a no ser después de que hayas pasado un año en el Caraça y yo verifique que mejoraste. Antes de eso, no.
¡Quedé aterrado! No sólo por ser mandado al Caraça, sino por haber merecido de mi madre aquella censura.
Yo me sentí expulsado de aquel paraíso de sabiduría y cariño que era ella, y sentí temor por mi unión con ella. Esto me atemorizó verdaderamente. Pensé: “¡Dios mío!, ¿cómo va a ser eso?” Yo tenía cierta piedad en aquel tiempo, pero ninguna devoción a
Nuestra Señora.

Meditando cada palabra de la Salve

Cierto día, fuimos a la Iglesia del Corazón de Jesús y yo me puse, casualmente, delante de la imagen de Nuestra Señora Auxiliadora que se encuentra allá. Entonces le pedí a Ella que resolviese mi problema, rezando una Salve. No tuve ninguna aparición, ni visión, pero experimenté la impresión inefable de que María
Santísima daba valor y sentido a cada una de las palabras de la Salve. Fui, así, meditando y comprendiendo cada término: “Dios te salve Reina…” Pensé: “Ella es Reina y si quiere resuelve mi asunto.” “Madre de misericordia…” “¡Dios mío! – exclamé – ¡Incluso más que mi mamá!” “Vida, dulzura…” “Sí, estoy viviendo con esto, ¡y qué suave es!” “¡Esperanza nuestra, salve!” “¡Ya estoy esperanzado!” “A ti clamamos los desterrados hijos de Eva…” Concluí: “Es justamente lo que estoy haciendo; estoy aquí, desterrado y clamando.” “A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.” “¡Es mi caso enteramente!” “Ea, pues, Señora, abogada nuestra…” “¿Vieron? – pensé. Ella es abogada. Lo que yo necesito es a alguien que abogue por mi causa junto a Nuestro Señor Jesucristo. Ya que Él es puro y perfecto, no me atrevo
a acercarme a Él después de lo que hice. Pero Ella es mi abogada, Ella arreglará el caso.” “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.” Como dije, sin ninguna visión o revelación, tuve toda la impresión de que la Santísima Virgen miraba hacia mí y me decía sonriendo: “Hijo mío, yo te libro de esta cueva, y arreglo tu caso.” En el relámpago de aquella crisis, entendí cuál era la gravedad del pecado, y en el perdón de Nuestra Señora comprendí bien lo que es la misericordia hacia los que recurren a Ella.
Gracias a Dios, hasta hoy, y espero que hasta el final de mi vida eso no se borre de mis ojos: la armonía entre la severidad y la justicia llevadas hasta su último rigor, y la misericordia llevada hasta su última ternura y al extremo de su esplendor.
No sé decir otra cosa para mostrar como la misericordia y la justicia se complementan, que contar como eso se verificó a lo largo de mi vida. Con mis 63 años, tengo tanta certeza de lo que es la justicia de Dios que, si no fuese por Nuestra Señora, yo me desanimaría. Estoy tan seguro de lo que es la misericordia que el Altísimo concede por medio de María Santísima que, por causa de Ella, espero todo, y espero morir con confianza.
(Extraído de conferencia de 6/4/1972)