Muy estables y siempre intachables en el arte de convivir con los demás, los Ribeiro dos Santos ponían un especial empeño en mantener un trato ceremonioso incluso en la intimidad del hogar. Bondad y respeto, cortesía y gravedad, dignidad en cualquier circunstancia eran cualidades admirables que en el alma de la joven Lucilia aparecían coronadas por el oro de la virtud. De ello encontramos eco en una pequeña poesía compuesta por don Antonio, con ocasión del cumpleaños de su querida hija, para que la recitara una de sus hermanas:
¿Qué podré decirte
que exprese gratitud
por la bondad sin cuenta
de tu santo corazón?
Nada puedo, mas mis ojos
no ocultan la alegría
que siento en mi alma inocente
en este tan fastuoso día.
Esta alegría, bien la ves,
es hija de la gratitud,
pues siento cuánto te debe
mi infantil corazón.
Tanto amor, tanta bondad
con que siempre me has tratado
son bellas flores, lozanas,
que en mi pecho has plantado.
Son flores, flores del alma
eternas, como ella lo es,
incienso que arderá siempre
como perfume de Fe.
Siente, pues, lo que te digo
como la fiel expresión
de lo que por ti siento en el alma
de amistad y gratitud.
Hoy, tras haber atravesado la barrera del tiempo, estos versos dan testimonio del carácter afectivo y benévolo de Lucilia, ya en su más tierna juventud. Con el paso de los años, esas virtudes se acrisolarán de tal forma en su alma que, ante la perspectiva de hacer el bien, estaba dispuesta a sacrificar incluso sus conveniencias personales.