Después de los Sagrados Corazones de Jesús y María, dos eran los principales puntos de referencia de doña Lucilia: ante todo, su “hijo querido”; y después, en el mundo de la cultura, París. Así, a pesar del inmenso deseo de tenerlo a su lado, quedaba consolaba con el hecho de saber que él estaba en la “Ciudad Luz”.
Envuelta en consideraciones que, por esta razón, eran una mezcla de tristeza y de alegría, abrió un sobre que en aquel instante había llegado de la capital del charme.
París, 12-6-1952
Manguinha querida de mi corazón.
Con un millón de besos y mil millones de saudades (me parece que esta vez tengo aún más saudades de usted), espero a todo momento un minuto para escribirle y sólo ahora lo encuentro.
Dígame CON URGENCIA cómo se encuentra, si es prudente en materia de oraciones y horarios, si ha procurado distraerse, si ha tomado agua Prata, y… ¡si se ha acordado de mí! Quiero un relato minucioso. Por mi parte, me está yendo muy bien, y me parece que París está con mucho más movimiento y recuperada que la otra vez, en el que estaba mortecina y aún sangrando por la guerra. Y cuanto más tiempo estoy aquí, tanto más siento que este es el pueblo rey, elegido y preferido de Dios (El Dr. Plinio se hace eco de la afirmación de San Pío X, del 29 de noviembre de 1911 (Alocución consistorial Vi ringrazio, Acta Apostolicae Sedis, Typis Polyglottis Vaticanis, Roma, 1911)).
A París sólo le falta una cosa: Lú.
Con muchas saudades, le pide la bendición y le besa con afecto inmenso su hijo respetuoso.
Plinio
Besos, abrazos para las Tías Zilí y Yayá, abrazos a Tatão. Y dígale a Cecilia que le agradezco su postal.
P.
Esa misiva —así como otras que el Dr. Plinio le iba enviando a lo largo de su ausencia— tenían el sabor de un encuentro con su hijo querido. Con sólo leer las palabras iniciales “Manguinha querida de mi corazón”, le parecía verle sentado en el sofá de jacarandá, listo para empezar a conversar con ella. Superfluo es decir que esa relación a distancia no se establecía sólo por medio de cartas. De manera más intensa y profunda, se producía espiritualmente en el Sagrado Corazón de Jesús.
A pesar de que a doña Lucilia le gustase tanto estar junto a su hijo, su desprendimiento le hacía tener aún mayor empeño en que él consiguiese alcanzar los objetivos de su viaje.
S. Paulo, 24-6-1952
¡Hijo querido de mi corazón!
Con cuánta alegría y saudades recibí tu carta… o mejor dicho, ¡recibimos nosotros cuatro tus cartas!, que ¡sólo fueron entregadas el día veintiuno!
Ha llegado hoy la postal que enviaste para Yayá, que se va a quedar muy contenta cuando le sea entregada.
Dora va a pasar un mes en Campos do Jordão y el día siete, más o menos, de agosto, continuará para ahí. Rosée ha venido todos los días e incluso a cenado frecuentemente aquí. Anteayer me llevó a ver el ballet del Marqués de Cuevas, que es, en su género, lo mas bonito que he visto. En las piezas de Inés de Castro, y del prisionero del Cáucaso, me acordé muchísimo de ti. ¡Antonio aún no ha regresado de la finca!… Los pobres propietarios rurales han pasado un mal rato temiendo una helada, pues el frío ha sido intenso, y la temperatura cayó en Santa Catarina a ¡diez bajo cero! Felizmente, gracias a Dios, en Santa Alice (Finca de su yerno, Antonio de Castro Magalhães, en el municipio de Cambará, al norte del Estado de Paraná), todo va bien.
Y tú, querido mío, ¿qué has hecho? Ya lo sabemos… siempre trabajando… y trabajando más… Pero por mi fe, amor, oraciones y comuniones, confío, en los Sagrados Corazones de Jesús y de la Virgen Madre Santísima, y aún en el Divino Espíritu Santo, has de ser muy, muy feliz, podrás recibir la bendición y protección del Santo Papa y volverás feliz para los brazos de la madre que tiene ¡el mejor y más querido hijo del mundo!
Fui hoy, día de San Juan, a comulgar por tus intenciones, a [la iglesia de] Santa Teresita.
¡Cuando pienso en que desde París partirás en avión para Lourdes, Roma, España y yo que sé para dónde más… siempre en avión, me quedo sin respiración!
He interrumpido tantas veces esta carta que incluso ya no tengo mucha noción de lo que he escrito. Una de esas interrupciones fue de Rosée y Maria Alice, que me han llevado a dar una vuelta enorme por Pacaembú, Jardim América, Indianópolis y camino del aeropuerto.
He llegado un poco atontada y cansada.
Te pido hijo querido que escribas con frecuencia. Las que me escribiste desde São Lourenço y desde ahí son leídas todos los días, “para engañar al tiempo”. Me consuela ver que todos los que han venido aquí te echan de menos y hablan con saudades. Acaban de entrar para cenar Yayá y Adolphinho, y Rosée ya estaba, pero faltas tú, hijo mío. Que seas muy feliz, que te diviertas mucho en esa bonita tierra de Lourdes y de Paray-le-Monial. Como se ve, es privilegiada y llena de bendiciones… …y, ¡maravillosa! Aprovecha lo mejor posible y vuelve, Dios lo permita, descansado, fuerte y satisfecho.
Con muchas bendiciones y abrazos, te besa afectuosamente, tu manguinha,
Lucilia
¿Has recibido mi carta?