Una serie de infortunios

 Se conocen infinidad de casos de personas que, en momentos de aflicción, pidieron la intercesión de Dña. Lucilia ante Dios y fueron atendidos. Carla María Barbosa de Oliveira Gonçalves, sin embargo, optó por el camino inverso: clamó a Dios, ¡y Él le envió a Dña. Lucilia para que la ayudara! Con atrayente sencillez nos narra su historia, que comenzó hace casi veinticinco años…

Carla junto a la imagen del Inmaculado Corazón de María

Su familia era propietaria de un negocio en la ciudad de Teresina. En 1998, tras el fallecimiento de su suegro, se constató que éste les había dejado una pésima herencia: cuantiosas deudas, cuyo pago derivó en la confiscación de todos los bienes de la empresa por parte del poder judicial. En consecuencia, en poco tiempo Carla y su esposo no tenían siquiera los recursos necesarios para mantener a sus tres hijos, de 5, 3 y 2 años. Así pues, se vieron obligados a dejar a los niños en Teresina, al cuidado de la abuela materna, y mudarse a la casa de su suegra, en Fortaleza, con la esperanza de conseguir allí un buen empleo.

Su marido enseguida encontró trabajo, pero en una ciudad del interior del estado de Ceará. ¡Otra dolorosa separación!, porque no había ninguna posibilidad de que Carla lo acompañara. Entonces se quedó con su suegra. No obstante, su vida era muy dura: se pasaba todo el día fuera en busca de un empleo, recorría grandes distancias a pie y sin dinero ni para un ligero almuerzo.

Los que sembraban con lágrimas…

Tras cuatro meses de infructuosos intentos, un día se sienta, extremadamente deprimida y hambrienta, en un banco de una plazoleta y empieza a «conversar con Dios» sobre su triste situación, pidiéndole que le ayudara a conseguir al menos lo suficiente para alimentarse.

«Estaba yo allí —nos cuenta ella— mirando al cielo, cuando aparece una señora muy distinguida, vestida de negro, con su bastón, y me pregunta: “Hija, ¿dónde podemos comer por aquí?”. Pensé: “¡Dios mío! Estoy con hambre, hablando contigo y ¿me mandas a una mujer que me dice esto?”. Nuevamente me lo pregunta y le respondo que había un restaurante cerca. Entonces me pide que le acompañe. Le ofrecí mi brazo para que se apoyara y anduvimos una manzana conversando; sonrió y después seguimos calladas hasta el final del trayecto».

En el restaurante, la distinguida señora pidió su plato y le preguntó a Carla:

—Y usted, ¿qué va a querer?

—No, no, señora… No quiero nada. ¡No tengo ni un centavo para comer! Estoy en la miseria.

—Hija, no te he preguntado cuánto tienes en el bolsillo; te estoy invitando a comer conmigo.

…cosechan entre cantares

Muy emocionada, Carla aceptó la invitación. Una vez que llegaron los platos que habían pedido, la distinguida dama hizo la señal de la cruz y rezó un largo rato antes de empezar la comida. Luego se entabló una agradable conversación entre ellas; Carla se sentía muy a gusto y le expuso todas las tribulaciones por las que estaba pasando su familia. La bondadosa dama lo oía todo atentamente y le dio un valioso consejo: «Hija, recurre a la Santísima Virgen y tenle mucha devoción al Sagrado Corazón de Jesús. ¡Nunca decepcionan! ¡Confianza! En esos momentos es cuando más debemos acercarnos a ellos».

Al acabar de almorzar, ambas salieron juntas en dirección a una amplia avenida. Al llegar allí, Carla le preguntó hacia donde se dirigía y ella le señaló el edificio de la Facultad de Derecho; Carla se giró instintivamente y cuando se volvió, la señora había desaparecido. Perpleja, la estuvo buscando por las proximidades, pero no la encontró. Entonces regresó al restaurante, se lo comentó al camarero y los dos fueron en su busca. No hubo suerte, sin embargo, Carla, de vuelta a casa de su suegra, se sentía muy contenta y amparada.

Poco después de este auspicioso episodio, su esposo regresó a Fortaleza y le comunicó que ya se encontraban en condiciones de mantener una casa en la ciudad donde trabajaba. Carla no tardó más de tres días en conseguir, también ella, un buen empleo. En poco tiempo toda la familia estaba reunida y bien instalada.

Durante muchos años Carla le repetía a sus hijos muy agradecida: «Un día tuve hambre y la Santísima Virgen vino a darme de comer». Decía esto porque imaginaba que aquella caritativa dama era Nuestra Señora, incluso sin comprender el motivo por el cual se le había aparecido como una persona mayor, cuando siempre se presenta joven en sus manifestaciones sobrenaturales.

Inesperado encuentro

Doña Lucilia en torno a 1960

Años después, la familia comenzó a frecuentar la casa de los Heraldos del Evangelio, de Fortaleza. En 2018, su hija mayor recibió un álbum con muchas fotografías de Dña. Lucilia. Al llegar a casa, llamó a su madre para verlas juntas. ¡Cuál no fue la sorpresa de Carla al toparse con una foto de Dña. Lucilia con un vestido de color negro, muy distinguida y usando un bastón! «Inmediatamente me arrodillé, empecé a llorar y dije: “¡Quien me dio de comer aquel día fue esta señora!”», contó.

De esta forma identificó a la discreta y bondadosa señora que la había amparado y aconsejado en un momento de extrema aflicción. Salió en ese mismo instante hacia la casa de los Heraldos, donde le narró toda su historia al sacerdote que allí residía. Éste le aseguró que el modo de actuar y el cariño tan maternal de aquella señora no dejaban lugar a dudas de que era, de hecho, Dña. Lucilia.

Carla concluye su relato con este expresivo testimonio: «Pude comprender, entonces, cómo desde hacía muchos años Dña. Lucilia ya protegía a nuestra familia, porque tuvimos muchas oportunidades de perdernos, de flaquear en la fe, pero ella nos acompañaba. El consejo que me dio en aquella ocasión resuena hasta hoy en mi corazón y me sustenta en muchas adversidades».