El caminar de la esperanza hacia la seriedad y el sacrificio

Desde niña, Doña Lucilia tenía la vaga noción de que un inmenso holocausto la
esperaba, y lo aceptó sin flaquear. Era, en el fondo, la previsión del aislamiento y de la renuncia total sin perder, empero, la noción de su dignidad ante de Dios, porque a eso corresponde una forma de excelencia del alma.

Hace algunos años atrás, al ver una fotografía de mi madre cuando joven, en la edad en que estaba frecuentando la sociedad – se casó un poco tarde, a los treinta años –, yo tenía mucha incomprensión con relación a la moda del sombrero como el que ella usaba. Es curioso, pero viendo otra vez la foto hoy, me parece interesante, muy bien cortado y colocado. A propósito, era mandado a hacer sobre medida, no se compraba en un almacén.

Un peregrinar rumbo al sacrificio

Se ve en la sucesión de las fotos de ella el caminar de la esperanza hacia la seriedad y el sacrificio, hasta llegar al Quadrinho (Cuadro al óleo que le agradó mucho al Dr. Plinio, pintado por uno de sus discípulos con base en las últimas fotografías de Doña Lucilia), donde la inmolación ya está hecha. No es que no haya seriedad en la foto de la juventud, pero la nota preponderante en la foto tomada en París ya es la seriedad.
Más aún en la inauguración del
“Legionário”; y en el Quadrinho la inmolación está concluida.

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En la fotografía antes del matrimonio, a pesar de tener cierta juventud, se nota que animam suam in manibus suis semper tenens ( Siempre tuvo su alma en las manos)

En la fotografía antes del matrimonio, a pesar de tener cierta juventud, se nota que animam suam in manibus suis semper tenens ( Siempre tuvo su alma en las manos). En la tomada
en París, la madurez ya está entrando; ella no pensaba que se le pidiese tanto. En la primera, ella ve de frente un panorama más grande de lo que suponía y está comenzando el análisis. En la de París, el análisis ya se encuentra adelantado y en la del
“Legionário” la inmolación está avanzada.
En el
Quadrinho, ella ya está lista para lo que venga, como diciendo: “¡Estoy lista para la inmolación!” La inmolación está hecha. Es lo que trato de expresar cuando digo, refiriéndome a esta pintura: Ite, vita est (Id, la vida está terminada). Es decir, ya está medio entrando en la gloria. Consummatum est (Está consumado (Jn 19, 30)).

Esa era su fisionomía casi habitual, incluso más acentuada cuando yo salía con alguna “truculencia”: ella se reía, daba unos toquecitos con sus dedos en mi mano, pero con mucha complacencia. Un equilibrio extraordinario. En todas las actitudes mantenía una mirada profunda, una elevación de espíritu enorme. A propósito, ella era eminentemente brasileña. No hay ninguna nota no brasileña ahí. Propiamente, ella tenía mucho la vocación unitiva, comunicativa del pueblo brasileño, de inducir a cierto cariño, a cierto afecto. Eso se explica mejor tomando en consideración que las virtudes que Doña Lucilia veía en su padre – el Dr. Antonio Ribeiro dos Santos, a quien no conocí – de hecho, correspondían a las que ella tenía. A veces se tenía la impresión de que mi madre estaba describiéndose a sí misma sin darse cuenta.

Un mundo relajadamente católico

La religiosidad de Brasil era la de Portugal, por lo cual había una continuidad muy marcada del ambiente religioso portugués en Brasil. No obstante, había una peculiaridad: en el tiempo del Dr. Antonio, Brasil estaba marcado por una religiosidad profunda de pueblos que, a pesar de ser decadentes, vivían engañándose sobre su propia decadencia. Aquellos personajes de los cuadros de Salinas (Juan Pablo Salinas Teruel (*1871 – †1946). Pintor español que se dedicó principalmente a pintar escenas que reflejan costumbres y ambientes, entre los cuales se encuentra la vida de corte en los siglos XVII y XVIII), por ejemplo, son unos decadentes “de cuatro costados”, pero no dan la impresión de estar pensando en la propia decadencia; ellos hacen abstracción, por ejemplo, de la idea de que una Inglaterra poderosa y floreciente estaba tomando cuenta del mundo, y que la España de Don Felipe II ya no es nada. Ellos viven como si estuviesen en la cumbre.

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Bautismo, de Juan Pablo Salinas Teruel

Y Portugal, en menor proporción, hacía lo mismo. Naturalmente, sabían que había naciones protestantes, pero estas no hacían parte de su circuito y, en ese sentido, no existían. Para ellos el mundo entero era católico y no les pasaba por la mente que algún día pudiese dejar de serlo.
Pero, por otro lado, era un mundo relajadamente católico, y tampoco se les pasaba por la cabeza dejar, ellos mismos, de ser relajadamente católicos. Luego, la idea de un mundo fervorosamente católico, como nosotros lo soñamos, no entraba en esa religiosidad, pura y simplemente. Eso era así en toda Suramérica.
Por cierto, todavía había trazos ardorosos y hasta magníficos de esa religiosidad en España, así como en Portugal, por donde se ve que la España agredida por José Bonaparte reaccionó como sabemos. Atacada, después, por varios otros factores, inclusive por la revolución de Franco, España reaccionó magníficamente. También, en la misma línea, agredida la Religión en Brasil, por ejemplo, en el tiempo de Don Vital, salió aquella reacción. Atacada en México, dio en los Cristeros; García Moreno, en Ecuador, etc. Es decir, era una hoguera dentro de la cual las reacciones surgían de repente. ¡Cosas magníficas! No obstante, era una hoguera con algunas brasas fresquísimas, algunos pedazos de leña que aún ardían y mucha ceniza sucia, formando un conjunto.
Los tipos ideales de esa gente eran, en general, católicos muy buenos, capaces de admirar, por ejemplo, a un García Moreno y a la Religión como debía ser practicada en la clase alta de la sociedad, donde tener acendradas virtudes morales aún constituía un adorno necesario del hombre.

Cómo Doña Lucilia presentía algo de la vocación de su hijo

Doña Lucilia idealizaba las cosas y consideraba que un gran número de señoras de su tiempo eran así. Ella, cuando joven, veía el ambiente según ese prisma, sin percibir hasta qué punto estaba putrefacto, y formó su alma justamente dentro de esa atmósfera, teniendo a la Iglesia como foco de eso. La ruptura con el ambiente vino más tarde.
Por otro lado, ella contaba con grandes gracias hacia el futuro, que por lo menos realizarían una plenitud deseada por su alma, pero dentro del marco de una señora del tiempo y del ambiente suyos.
Con relación a mí, ella presentía un llamado, una vocación para algo interior unido a Dios, a un pináculo de alma, que ella deseaba realizar, al cual esperaba ascender, que de hecho correspondía a la santidad, pero ella no percibía que se identificaba con la santidad.
Es necesario tener en consideración que desde muy pequeñito sentí fluctuar a mi respecto, en torno de mí, en las personas que vivían en casa – que eran muchas –, una atmósfera de cierta predestinación, no propiamente religiosa, sino en la línea de un legado cultural, literario, político, etc., de mi bisabuelo, el Dr. Gabriel, correspondiente a una especie de herencia yaciente que nadie de mi generación estaba cogiendo, y que se sentía que yo era predestinado a coger; así como también la herencia de mi tío abuelo João Alfredo, él mismo tenido como el retoño más glorioso de una familia de mucha ilustración que brilló tanto en él; en mí podría brillar también, con los talentos, la habilidad y el realce de él. Entonces, cualquier prueba de un poco más de inteligencia que yo daba, sentía las miradas que decían: “¡Ya vio, eso es!” Yo percibía que en la mente de ella eso proporcionaba la idea de un hombre brillantísimo, de futuro, que uniese la virtud de mi abuelo al talento de Gabriel José y con lo cual pasaba por encima de la genialidad de João Alfredo, y que todo eso iba a
confluir en mí. Es posible que eso existiese en su espíritu, porque ella misma me trataba como un niño medio predestinado, discretamente, sin nunca decírmelo. Había, por lo tanto, una especie de observación en torno de mí, y cuando aparecía cualquier cosita un poco más relevante de mi parte, yo percibía una intercomunicación por mi espalda, que tomaba con mi acostumbrada negligencia: “Eso es con ellos. Yo voy a ser lo que debo ser, y ellos que se las arreglen con esos mitos.” Sin embargo, en eso no entraba de parte de ella vanidades ni envidias.
Nunca noté en ella combates para yugular ese tipo de sentimientos. Noté, eso sí, una resolución dolorosa, aceptada y ejecutada sin vacilación, gradualmente desarrollada en la medida en que los hechos lo exigían, pero llevada hasta el fin. Nunca percibí indecisiones ni aflicciones en ese combate.

Un inmenso holocausto la esperaba

doña LuciliaAnalizando diversas fotografías de mi madre, pude constatar también otra cosa: desde el comienzo, el holocausto llevado hasta el último punto, previsto y aceptado. Era, en el fondo, la previsión del aislamiento y de la renuncia total. En su mirada se nota una tristeza de quien ya previó lo peor. Cabe aquí la comparación con la agonía de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto, porque Él, que en ningún momento vaciló, ni tuvo aflicciones de quien se sentía empujado hacia el lado opuesto, se entregó enteramente desde el primer instante, pero a medida que Él veía el futuro que iba llegando, comenzaba a sudar sangre. Sin embargo, nunca titubeando. No quiero afirmar si mi madre titubeó o no. Apenas deseo decir que ella vio desde el primer instante su crucifixión. Eso se verifica en su fotografía aún de niña: es la noción vaga de que un inmenso holocausto la esperaba, y ella lo aceptó sin flaquear en ningún momento.
No sé qué habrá pasado en su intimidad durante las pruebas que le sobrevinieron, pero la actitud interna de su alma, en esas ocasiones, fue la de quien no había sufrido la menor disminución en esa elevación superior de la cual hablé.
Quien analiza las fotografías de ella en su tiempo de soltera, no puede hacer la acusación de una mujer tibia que no hizo ningún esfuerzo para frecuentar los Sacramentos; es por excelencia lo que no había. No obstante, ella vino a aprender conmigo todo el aspecto combativo de la Iglesia.
A mi modo de ver, en Doña Lucilia había una tendencia metafísica a partir de la idea de elevación, de perfección moral. De acuerdo con el concepto existente en su tiempo, los santos eran muy raros. Mi madre no sabía que era contemporánea de una gran santa, y la idea de que ella misma se hiciese santa no le pasaba por la cabeza. Ella quería llegar hasta ese punto elevado que vislumbraba, pero creía que ser santo era algo todavía mucho más alto. Su atención estaba mucho más vuelta hacia el lado de la santidad de Nuestro Señor Jesucristo y del alma como debe ser con relación a Él, que, hacia el lado socioeconómico, por donde la plenitud intuida por ella correspondía a su misión de madre de familia.

Una excelencia del alma

3p200No obstante, a Doña Lucilia le gustaba mucho la dignidad temporal que ella tenía, no por vanidad, sino por la nobleza intrínseca de la cosa, dentro del siguiente ámbito: toda familia existe necesariamente en un medio social y debe apreciar su situación sin menospreciar a quien está abajo, ni envidiar a quien se encuentra arriba.
Me acuerdo de la divisa de una familia francesa, a propósito, muy noble, los Rohan: “Roi ne puis, prince ne daigne, Rohan je suis – Rey no puedo ser, príncipe no soy digno, soy un Rohan.” Ella no tenía en Brasil una posición correspondiente a los Rohan en Francia, pero era más o menos como quien dijese: “No soy de esos páramos de una familia propiamente noble de Europa; tampoco soy una cualquiera. Yo soy Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira, y esto lo aprecio altamente.”
Era el valor metafísico de la familia, entendida como estirpe y con todo su patriarcalismo y, en cuanto tal, teniendo importancia delante de Dios, porque a eso corresponde una forma de excelencia del alma. Es decir, propiamente, a la persona de cierto medio social le conviene que haya santidad correspondiente a su clase. Es, por tanto, un valor de alma. Doña Lucilia no despreciaba a quien no lo tuviese, en absoluto; pero quien lo tiene debe valorizar eso e in
cluir como uno de los elementos de su santidad. Me parece que eso está correcto.
En ese sentido, mi madre era fuertemente lo contrario de la Revolución, aunque no fuese polémicamente contrarrevolucionaria, pues toda la idea de la Revolución en cuanto procurando conquistar el mundo no estaba nítidamente presente en su espíritu.

(Extraído de una conferencia de 25/1/1986)

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