En ausencia del “filhão”¹

Doña Lucilia conservó hasta su extrema vejez un orden en todas las cosas que hacía. No dejaba nada para el día siguiente, ni adelantaba algo sin necesidad. A pesar de que siempre ocupaba bien su tiempo, sentía un gran aislamiento cuando no tenía la compañía de su hijo.

Cuando me ausentaba de casa con ocasión de algún viaje, yo notaba que el día de Doña Lucilia continuaba siempre el mismo. Aunque en la antigua São Paulo fuese un hábito levantarse muy temprano, en su familia siempre fue costumbre despertarse y acostarse tarde. Además, contribuía a ese hábito el hecho de que ella padecía de una enfermedad del hígado, y le hacía muy bien permanecer en reposo.

Todo muy ordenado, sin ningún capricho

cap12_041Al levantarse, ella pasaba a una toilette hecha sin ninguna lentitud excesiva y sin prisa. En su vida de ama de casa no tenía ninguna razón para apresurarse. Mi madre era del tiempo en que las cosas solo se hacían deprisa cuando había una razón que obligase a eso. La regla era la lentitud, y la prisa era un castigo que las circunstancias imponían. Todo lo que hacía era muy ordenado, no tenía caprichos.

Por ejemplo, ella me contó que todas las partes de su toilette –ella tenía cabello largo–, a la hora de lavar la cabeza, peinar el cabello, vestirse, eran ejecutadas según una misma secuencia. No variaba ni interrumpía nunca. Enseguida, Doña Lucilia rezaba un poco e iba a almorzar. Después del almuerzo se dirigía al comedor. Era una costumbre en su familia –que vigoraba en la antigua São Paulo– hacer la sala de estar en el comedor. Las casas de hoy son diferentes. El comedor es una sala, la sala de estar es otra. En su tiempo, los comedores eran siempre un poco más grandes que lo necesario para la mesa y algunos muebles, y las personas se quedaban allí después de la comida, prosiguiendo cómodamente las conversaciones. Cuando estaba sola, mi madre continuaba sentada allí.

Las tardes de Doña Lucilia

imageMás o menos a la hora en que yo acostumbraba a salir, ella se levantaba e iba a mi sala de trabajo. Todo eso variaba, porque necesitaba entrar en las salas, ver una y otra cosa, etc. La residencia era grande, con empleadas en cantidad suficiente, no daba mucho trabajo, pero a Doña Lucilia le gustaba todo muy bien arreglado. Nunca dejaba para otro día una tarea propia de aquel día, pero también nunca adelantaba

una cosa que pudiese ser dejada para el día siguiente. Todas las tareas eran ejecutadas a su hora, hasta el momento de la merienda en el comedor, entre las cinco y cinco y media de la tarde. Habitualmente, a esa hora entraba allí una luz del sol muy bonita. Mi madre se quedaba tomando aquel sol y contemplando los árboles de la Plaza Buenos Aires, que también tenía una vegetación muy hermosa, frondosa, bien cuidada; hoy está menguando con la polución. Más tarde, hacía nuevas oraciones hasta la hora de la cena, tomada en silencio. Ella se las arreglaba para

tener el tiempo lleno, rezar bastante, conservar todo en orden y no sentir melancolía. Ese era el modo en que ella vivía.

Alegría por el regreso del hijo

plinio_facultad_derechoEn el período en que fui diputado[2], yo pasaba los días de semana en Río de Janeiro. Como no había aviones en ese tiempo, el viernes en la noche tomaba un tren para São Paulo y llegaba el sábado temprano. Comulgaba, después iba a casa y me quedaba con mi madre hasta el domingo en la noche, cuando viajaba de nuevo a Río. Cuando terminó mi mandato, ordené que preparasen cajas con los objetos que yo había llevado a Rio, y todo fue traído de vuelta a São Paulo. Las cajas llegaron antes que yo, porque deseé ver salir todo de Río, a fin de evitar que alguna cosa se quedase

atrás y desapareciesen libros, papeles, ropas, una serie de cosas que no podía perder. Al entrar en casa, mi madre me hizo mucha fiesta, con todas las formas de agrado posibles. Y conversando conmigo, dijo: “Filhão, quedé tan contenta al ver las primeras cajas que llegaron, que yo, ya anciana –ella tenía unos 60 años–, hice una cosa infantil. Cuando la empresa de transporte las dejó en casa, como no tenía fuerza para moverlas, besé cada una de ellas con alegría, porque sentí que eras tú que estabas comenzando a volver.” Percibí, en su alegría, el aislamiento en que ella estaba.

Ese era el sistema de vida de Doña Lucilia hasta su muerte, ocurrida cuando tenía 92 años. En su extrema vejez había el mismo orden en todas las cosas que hacía.

 (Extraído de conferencia del 19/1/1983)

1 En portugués, aumentativo afectuoso de hijo, con el cual Doña Lucilia llamaba al Dr. Plinio.

2 Durante la Asamblea Nacional Constituyente de 1934 en Brasil.