Un curso de Contra-Revolución

A Doña Lucilia le gustaba contar a los niños la historia de los tres mosqueteros, con todos los pormenores históricos de las costumbres y los ambientes. Plinio quedaba extasiado y hacía el contraste entre aquello y el modo moderno de vivir. Esas narraciones fueron un verdadero curso de Contra-Revolución.

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Las reflexiones de Doña Lucilia eran estrictamente las de una señora ama de casa de su tiempo. A ella le gustaba leer cosas históricas, narraciones literarias en francés, un poquito también en inglés, y después nos contaba, adaptándolas al modo de ser de los niños. Por ejemplo, una obra interesantísima narrada por ella: “Los tres mosqueteros”, de Dumas (1). Este no es uno de los primeros literatos de Francia, pero podría ser considerado grande en cualquier país del mundo.

Un pretexto para describir ambientes y costumbres

Ella contaba la historia de los tres mosqueteros, y de esa forma me inició mucho en la delectación de la douceur de vivre del Ancien Régime (2). Dumas describía mucho los personajes, los trajes, las actitudes, los diálogos, de un modo bastante atrayente, fascinante. A decir verdad, él hacía del hecho novelesco únicamente un pretexto para describir ambientes, costumbres, etc.
Doña Lucilia contaba entonces todos los pormenores históricos, pues en las obras de Dumas la narración de las costumbres es muy fiel. Ella nos deslumbraba con las narraciones. Yo quedaba extasiado y hacía el contraste entre aquello y el modo de vivir moderno. En ese sentido, era un curso de Contra-Revolución.
Imaginen a un niño de once, doce o trece años, yendo a asistir a una película de cine de
cowboys. Tom Mix saltando encima del caballo, disparando, aquello que detesté toda la vida. Yo ni siquiera era capaz de acompañar aquel corre que corre y pensaba: “¡Ese imbécil no para, no se sienta, no piensa un poco! Eso no va conmigo.”

Entonces, comparaba eso con un episodio descrito por Dumas como, por ejemplo, el Rey Luis XIII de Francia viviendo en el esplendor de su corte en el Louvre y en las Tullerías, palacios magníficos de los cuales yo conocía pinturas y fotografías. El Palacio de las Tullerías fue destruido, ¡pero el Louvre es estupendo!

Richelieu era una serpiente humana

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Ana de Austria

Me ponía a imaginar a ese hombre viviendo en aquel palacio. Él era un rey casado con una de las princesas más bellas de Europa, Ana de Austria. Esa Reina tenía antipatía al Cardenal de Richelieu, del cual Philippe de Champaigne (3) dejó cuadros. Richelieu era un hombre de mucha finura, alto y delgado, maleable: una serpiente humana.
Hay serpientes hechas para arrastrarse por el suelo, pero existen otras que desafían al hombre, son ultra-prestigiosas. Él era una serpiente así, revestido de púrpura y solideo. En cierta ocasión, Ana de Austria recibió la visita de otro hombre fabuloso, legendario, el Duque
de Buckingham (
4), favorito del Rey de Inglaterra. Y él – ese episodio es censurable –, al ver a la Reina, se entusiasmó por su belleza.
Luis XIII le había dado a Ana de Austria una joya llamada
aiguillettes: una pequeña barra de oro de la cual pendían zarcillos de brillantes. Y el Duque de Buckingham se las arregló para llevarse una de esas aiguillettes como recuerdo.
Ahora bien, Richelieu, que tenía espías junto a todo el mundo, supo lo sucedido. Entonces buscó al rey y le dijo:

Richelieu,_por_Philippe_de_Champaigne_(detalle)

Cardenal Richelieu


— Majestad, nadie sabe lo que hubo entre la Reina y el Duque de Buckingham. Ella le entregó a él una de las
aiguillettes que Vuestra Majestad le dio. Yo os cuento eso porque posiblemente ella le podrá haber revelado al Duque secretos de Estado. Es bueno que Vuestra Majestad lo sepa.
El Duque de Buckingham era lo contrario de Luis XIII. Este era un hombre apagado, tímido y no brillaba. El Duque era un hombre brillantísimo, extraordinario. El monarca, por todas esas razones, quedó indignadísimo. Richelieu le dijo además algunas palabras para provocar, instigar más al Rey, y resolvió desquitarse de la Reina, creando una ocasión para que él la humillase ante toda Europa.

Luis XIII ofreció un gran baile en la corte

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Luis Xlll

El monarca ofreció un gran baile en la corte y le mandó un recado a la Reina, para que compareciese con todas las aiguillettes que él le había dado. La Reina sabía que le faltaba una. Pero el Duque de Buckingham estaba en Inglaterra… Ella quedó asustada, porque percibió inmediatamente la bellaquería del Cardenal Richelieu; llamó al héroe de la novela de Dumas, D’Artagnan (5), y le narró la situación. Ella tenía la certeza de que el Rey, cuando entrase en el salón, se dirigiría a ella – es natural, pues era la Reina – como primer personaje del baile a quien él saludaría. En ese momento los cortesanos de todo el cuerpo diplomático convidados al baile harían un círculo para ver al Rey y a la Reina saludarse, y el monarca contaría con la mirada el número de las aiguillettes portados por ella y diría:
Madame, le falta una aiguillette, ¿dónde está?
Ella diría: – Señor, no sé.
Y él respondería:
– Lo tengo aquí conmigo…
Lo que equivaldría a decir: “Yo sé todo”. Entiendan la historia.

Destello de otros tiempos

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D’Artagnan con la Reina

Ella, entonces, le pidió a D’Artagnan que fuera a Inglaterra y le rogara al Duque de Buckingham que le devolviese la aiguillette; si el viaje salía fabulosamente, él podría llegar a tiempo para el baile.
D’Artagnan inmediatamente dejó a la Reina, tomó el caballo y comenzó la correría. No preciso decir que yo no le prestaba atención a la correría. “Le tomó tantas horas para ir de tal lugar a tal otro…”, poco me interesa. Lo interesante es la llegada a Inglaterra. Un poco de atraso en ser atendido por el Duque de Buckingham ya le podía hacer perder la ocasión. Pero él consiguió por medio de artificios, ya no me acuerdo cuales, llegar a Londres en el momento exacto. El Duque de Buckingham le entregó la aiguillette, él la guardó con cuidado, se retiró y volvió a Francia a toda prisa.
Poco antes de comenzar el baile – tenía que ser… – él llegó, hizo una gran reverencia, la Reina lo saluda majestuosa y le pregunta afligida en extremo:
Monsieur D’Artagnan, ¿trajo lo que le pedí?
Nuevamente una gran reverencia, y él responde:
Madame, aquí está la aiguillette.
Ella se puso todas las aiguillettes y, como ya era el momento, partió tranquila para el encuentro con el Rey. Cuando llegó, percibió que el monarca tenía en la mano un pequeño objeto. Él la saludó y dijo:
Madame, ¡qué bonitas están las aiguillettes en vuestro cuello!
– Es verdad.
– Yo tengo una más para daros.
Ella se colocó aquello con elegancia y naturalidad, el Rey la invitó a bailar, y Richelieu se quedó sin nada qué decir…
¿No es verdad que una narración así nos da un destello de otros tiempos?

(Extraído de conferencia del 4/9/1986)

1) Alejandro Dumas (*1802 – †1870), escritor francés.
2) Del francés: “dulzura de vivir” y “Antiguo Régimen” (sistema social y político aristocrático en vigor en Francia entre los siglos XVI y XVIII).
3) Pintor francés de origen flamenco (*1602 – †1674).
4) George Villiers, primer Conde de Buckingham y posteriormente Duque de Buckingham. Importante estadista inglés (*1592 – †1628).
5) Charles de Batz-Castelmore, Conde de Artagnan (†1673).