Hacía mucho que doña Lucilia había cesado la acción estrictamente formativa
de sus hijos. Doña Rosée, de veintiséis años, ya tiene familia constituida y desde
hace algún tiempo no vive más con su madre. El Dr. Plinio, de casi veinticuatro
años, abogado, es líder incontestable del Movimiento Católico en São Paulo. A pesar de todo, por sus virtudes, por su bondad, por su determinación en
buscar siempre la perfección, por su abnegación para con sus hijos y por desearles
todo el bien, la suave y afectuosa solicitud de doña Lucilia continuaría fluyendo
sobre ellos como las aguas límpidas de un caudaloso río.
Las profundas transformaciones de los años 30
Doña Lucilia tendría ocasión de presenciar, en el transcurso de la década de los 30, muchas transformaciones sociales que llevarían a Brasil a abandonar las hermosas tradiciones admiradas por ella en su infancia y juventud. Si el propio Georges Clemenceau, izquierdista declarado, hubiese vuelto a nuestro país durante aquellos años, tal vez no se sentiría tan en casa como en 1910.
El esplendor, el refinamiento y los modos de ser reinantes en el tiempo de la República Vieja, iban siendo sustituidos por el American way of life y por la socialización igualitaria y populista que caracterizó a la dictadura de GetulioVargas.
La Revolución de 1930 y, posteriormente, el advenimiento de lo que se llamó de Estado Novo (El período de la historia de Brasil marcado por la presencia del dictador Getulio Vargas irá de 1930 hasta la caída de éste en 1945. El Estado Novo propiamente dicho se
iniciaría en 1937, tras un nuevo golpe dado por Vargas) no constituyeron un simple cambio de gobierno, sino que marcaron una línea divisoria en la historia del país, pues las clases dirigentes tradicionales perdieron buena parte de su influencia y de su poder, tanto político como económico. Ellas fueron rápidamente relegadas a un segundo plano, y el tonus general de la sociedad empezó a ser dado por otro elemento —el nuevo rico— cuyo enriquecimiento de la noche a la mañana, debido a la industrialización inducida, lo elevó a la cúspide de la notoriedad.
Oro y prestigio se hicieron sinónimos. Arriesgar grandes sumas, hacer grandes negocios, obtener grandes lucros —no para tener una vida cómoda y tranquila, sino para poder hacer más negocios y ganar más dinero— fueron, a partir de entonces, los objetivos del hombre de ese triste siglo XX, tanto del magnate como del más ínfimo negociante.
El deseo desmedido de gozar el instante presente, como quien degusta hasta el último y más pequeño pedazo de una deliciosa fruta, para, en seguida, tomar otra y otra más, hizo que las personas volviesen su mirada exclusivamente hacia los bienes materiales y pasajeros, disminuyendo en sí la capacidad de amar y de cultivar los bienes sobrenaturales y eternos, en los cuales reside la verdadera felicidad del alma.
¡Hasta el ritmo de vida se alteró!
El espíritu familiar, que impregnaba a fondo el vínculo entre patrones y obreros, de modo más acentuado en los medios rurales, feneció. Y la lucha de clases, insuflada por una legislación laborista socializante, fue tomando su lugar paulatinamente.
¡Qué diferencia con aquellos añorados tiempos de otrora, en que el afecto y la bondad eran la nota dominante en el trato entre los hombres y entre las clases sociales!
El Brasil de la tranquilidad, imbuido de la atmósfera de la vida de familia y del suave aroma de la Civilización Cristiana, desapareció rápidamente.
La virtud de la caridad que, al regir la convivencia social, había hecho de la bondad la característica sobresaliente del temperamento brasileño, se fue apagando en los corazones.
Pero doña Lucilia, a pesar de todos esos cambios, añadió a la tenaz y serena resistencia que ya oponía al espíritu de Hollywood una fidelidad inquebrantable al estilo de vida tradicional, así como una religiosidad y una elevación de espíritu crecientes. La clase social a la que pertenecía fue la más lesionada por las transformaciones de la época. Poco antes, la agricultura había sido golpeada por la irrupción del stephanoderes coffeae (Plaga de los cafetales africanos que, de modo extraño e inesperado, contaminó las plantaciones brasileñas). Luego, una superproducción de café y la trágica quema de los excedentes del producto (cuya claridad iluminó los cielos paulistanos durante algún tiempo) a partir del otoño de 1929 (“crisis del café”), hicieron que todo conspirara para que la agricultura fuese pasando a un segundo plano, mientras la industria ocupaba el primero.
La convocatoria de la Constituyente y la fundación de la LEC
Era previsible que hubiese espasmos de insatisfacción en toda la sociedad, como de hecho ocurrió y llevó al Gobierno a convocar una Asamblea Nacional Constituyente.
En este contexto, la ejemplar formación que doña Lucilia había dado al Dr. Plinio comenzaría a surtir sus efectos beneficiosos en la vida pública paulista; y no mucho después en el ámbito nacional. Como líder católico, le llegaba el momento de entrar en la lid, a fin de servir a su país en toda la medida de lo posible.
Con la convocatoria de la Constituyente, el Dr. Plinio vio abrirse una buena oportunidad para desarrollar su acción en favor de los derechos de la Iglesia, a la cual el laicismo caduco y anticlerical del siglo XIX había lesionado gravemente, perjudicando con ello a la propia nación brasileña. El joven congregado mariano fue entonces uno de los más activos propugnadores, junto con el Episcopado nacional, de la fundación de la Liga Electoral Católica (LEC), inspirada en una institución semejante existente en Francia (La Fédération Nationale Catholique, que fue planeada y propuesta por el General Marqués de Castelnau, uno de los principales jefes militares de Francia durante la Primera Guerra Mundial). Su modo de actuación consistía en interrogar a los candidatos de los diversos partidos políticos sobre lo que pretendían hacer durante el ejercicio de su mandato, a respecto de las principales materias de interés para la Iglesia Católica. Conforme a las respuestas, ellos eran recomendados o no al voto católico. Como se ve, la indicación de dichos candidatos obedecía al más alto idealismo, y se abstenía de tomar cualquier posición político-partidaria. La Junta Nacional de la Liga Electoral Católica, previa aprobación del Episcopado brasileño, publicó la lista de las “Reivindicaciones Mínimas”
de la opinión católica (El objetivo de la LEC era conseguir la inserción, en la futura Constitución Federal, del reconocimiento de algunos derechos esenciales de la Iglesia y de los católicos que el positivismo laico y republicano había abolido en 1889. Esos derechos eran: enseñanza religiosa en las escuelas públicas; capellanías católicas en las Fuerzas Armadas, en las prisiones, en los hospitales públicos y en todos los otros establecimientos del Estado; prohibición del divorcio; atribución de efectos civiles al matrimonio religioso. Gracias al esfuerzo desarrollado por el Dr. Plinio, dichas “Reivindicaciones Mínimas” fueron luego aprobadas por la Asamblea Nacional Constituyente).
Era entonces Arzobispo de São Paulo Mons. Duarte Leopoldo e Silva, prelado imponente, decidido y altamente consciente de sus responsabilidades morales para el cumplimiento del cargo sagrado que le había conferido la Iglesia. Para la fundación y organización de la LEC del Estado de São Paulo tomó como brazo derecho al Dr. Plinio. Así, en noviembre de 1932 se estableció su Junta Estatal.
Como secretario general fue escogido el propio Dr. Plinio. Este cargo era una especie de palanca rectrix de la Junta Estatal.
Trámites en Río de Janeiro
Para tratar con Mons. Leme (Mons. Sebastião Leme da Silveira Cintra, Cardenal Arzobispo de Río de Janeiro) sobre la formación de la LEC a nivel nacional, el Dr. Plinio tuvo que ausentarse algún tiempo de casa.
La elección del Dr. Plinio
El año de 1933 se abrió con la expectativa de la Constituyente, que fijaría los rumbos del nuevo Brasil. El 3 de mayo se realizaron las elecciones para escoger a los futuros parlamentarios. En numerosos estados muchos de los nombres indicados por la LEC ascendieron a la Magna Asamblea.
Un triunfo inesperado llenó de alegría al electorado católico: Plinio Corrêa de Oliveira, de 24 años, el más joven de los candidatos, sorprendió a sus partidarios más optimistas al ser el más votado en todo el país, obteniendo el doble de sufragios que el segundo, a pesar de ser éste un hombre célebre y experimentado en las lides políticas.
La espectacular elección del Dr. Plinio representaba un triunfo del Movimiento Católico, dado que él había hecho propaganda apenas en las parroquias o entre las asociaciones religiosas, y había presentado como programa la defensa de los principios de la Iglesia.
A doña Lucilia le había causado una especial aprensión el hecho de ver a su hijo proponerse como candidato aún muy joven y sin electorado fijo, al contrario de los políticos más experimentados. Bajo este aspecto, él estaba en franca desventaja frente a sus opositores. Recelosa de que el Movimiento Católico no consiguiese votos suficientes para elegirlo, llamó por teléfono a todas sus amigas, pidiendo que no dejasen de votar por él. Hasta llegó a llamar al director del Hotel Parque Balneario de Santos, donde acostumbraba hospedarse la familia, a fin de obtener que él garantizase los votos de los funcionarios del establecimiento a favor del Dr. Plinio.
Pero el sorprendente resultado de la elección reveló que la fuerza de la opinión pública católica era mucho mayor de lo que mostraban las apariencias, dándole a doña Lucilia una redoblada alegría, sobre todo por tratarse de una victoria de la Iglesia.
No obstante, el éxito del Dr. Plinio le costó no pequeñas preocupaciones y sacrificios. El mayor de ellos fue la prolongada ausencia de su filhão querido, durante la cual ella pasó innumerables horas rezando delante de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús por el buen éxito de sus pugnas. Preocupaciones y alegrías, oraciones ardorosas y lágrimas maternales, doña Lucilia depositaba todo con confianza a los pies del Divino Redentor, segura de que Él habría de oír aquella insistente súplica. Y sus fervorosas oraciones fueron ampliamente atendidas.
La convivencia fundamentada en la Caridad hace que, en relación a los riesgos y peligros, aquellos que se aman se vuelvan aún más perspicaces.