Fallecimiento de don João Paulo

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D. Joao Paulo

A partir del 27 de enero de 1961, el pacto hecho por doña Lucilia con su esposo, de rezar una Ave María delante de la puesta de sol entró en vigor. Algunos días después de un derrame cerebral, don João Paulo, entonces con 87 años de edad, entregó su alma a Dios.
Aunque doña Lucilia hacía mucho tiempo que estaba con el espíritu preparado para la eventualidad de la muerte de su esposo, la rapidez del desenlace la conmocionó. Pero era tal su paz de espíritu, y tan grande su confianza en la Providencia, que, sin dejar de demostrar natural tristeza y dolor, no perdió la serenidad en ningún momento, conservando un aplomo admirable. Ésta era su constante actitud delante del dolor, siguiendo el excelso ejemplo de Nuestra Señora a los pies de la Cruz.

Los nobles deberes de la viudez

En nuestros días es tal la aversión a la Cruz de Nuestro Señor que, poco a poco, ha sido relegada al olvido la saludable costumbre del luto, por traer éste ligado a sí el recuerdo de la muerte y de la eternidad. Doña Lucilia nunca adhirió a ese estado de espíritu. Y, una vez fallecido su esposo, cambió algunos hábitos de acuerdo con su nueva situación. Guardó luto hasta el fin de sus días, y dejó de usar joyas durante un año, según la costumbre.
Al comienzo, al Dr. Plinio le pareció todo esto natural, pero pasado cierto tiempo le preguntó:
— Mãezinha, ¿usted ha dejado de usar el collar de perlas?
— Sí, hijo mío, ya no lo usaré más. Una señora sólo se adorna para su esposo.
De hecho, nunca más usó el collar, tan de su gusto, donde se ve con qué modestia y desapego había usado sus joyas a lo largo de toda su vida.

Lenta marcha hacia el anochecer

Con la muerte de don João Paulo se acentuó para doña Lucilia el normal aislamiento que la edad avanzada trae consigo. Desde joven ella había previsto la eventualidad de que su modo de ser y de pensar fuese incomprendido por las generaciones siguientes, en vista de las transformaciones que presenciaba. Así, no tenía ninguna ilusión.
Haciendo recordar ciertas flores, que exhalan su mejor perfume cuando son maceradas, doña Lucilia se sometía con dulzura y suavidad a la prueba del aislamiento, más doloroso para ella debido a que era muy comunicativa. Sin embargo, su soledad no fue completa. Desde la juventud de su hijo, poder constatar la afinidad existente entre ambos fue para ella un consuelo, pues veía en la fidelidad de éste a los mismos principios católicos que ella amaba, la promesa de una compañía hasta sus últimos días.

“Hijo, sólo te tengo a ti”

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…al salir de su cuarto, se lo encontró en el corredor, junto a la puerta del vestíbulo… «Filhão, sólo te tengo a ti; pero a ti te tengo por entero»

Considerando que la sensibilidad de una señora es más refinada que la del hombre, el Dr. Plinio hizo el propósito de amenizar el aislamiento de doña Lucilia y de sustentarla en su soledad. Redobló, así, sus manifestaciones de cariño hacia ella, que discernía perfectamente la intención de su hijo en la expresividad de los agrados con que la cubría. Por eso doña Lucilia no perdía ninguna oportunidad de manifestarle su agradecimiento.
Un día, al salir de su cuarto, se lo encontró en el corredor, junto a la puerta del vestíbulo. Paró frente a él, le puso las manos sobre los hombros y, mirándole profundamente, le dijo:
— Filhão, sólo te tengo a ti; pero a ti te tengo por entero.
Al acordarse de esa escena, años más tarde, el Dr. Plinio comentaría: “Esas palabras se grabaron en mi espíritu para siempre. Cuando ella dijo esto, yo no respondí nada, pues no existen palabras capaces de expresar los propios sentimientos en situaciones como ésta. Sólo la besé y abracé, como lo hice siempre. Pero puedo decir tranquilamente que ella me tenía de verdad, ¡y por entero!”.