Un designio de la Providencia que doña Lucilia intuía

cap8_017Doña Lucilia parecía notar algún designio de la Providencia para su hijo, aunque no lo comprendiese hasta el fondo. Ciertas actitudes suyas lo expresaban claramente como, por ejemplo, aquellas asiduas oraciones que hacía por él ante el altar dedicado al Niño Jesús en discusión con los Doctores de la Ley, en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús. Intuía que la vida del Dr. Plinio estaría enteramente consagrada a un alto ideal, y que eso tal vez exigiese de él algunos sacrificios como, por ejemplo, quedarse soltero.
Ahora bien, en aquella época él aún no había optado por el celibato. Conoció entonces a una joven que le pareció simpática y de buen carácter, cuya familia pertenecía a la más alta sociedad de São Paulo y tenía muchos bienes. Juzgando que era un buen partido, comenzó a encontrarse con ella en algunas fiestas para conversar. Después de cierto tiempo, resolvió llevar adelante su proyecto. Hablando una vez sobre música, ella afirmó no conocer algunos discos, y él le dijo que se los mandaría, lo que efectivamente hizo en cuanto pudo, anexando al regalo una tarjeta de visita. Ella, a su vez, le envió por correo otra tarjeta agradeciendo.
El Dr. Plinio tenía en su escritorio un pequeño bajorrelieve de metal sobre una placa de mármol, que representaba a Nuestro Señor dando la Sagrada Eucaristía a un niño. A fin de obtener de Dios el buen andamiento de aquel asunto, puso detrás de la placa de mármol la tarjeta que había recibido. El dejarla junto a la imagen simbolizaba un constante pedido en ese sentido. Pero el incipiente compromiso se deshizo, y él mismo se olvidó de que había dejado allí la tarjeta. Tiempo después, al llegar el Dr. Plinio de su despacho, doña Lucilia le abordó maternalmente, con aires de quien había descubierto un secreto celosamente guardado:
— Entonces, ¡¿eh?! tu madre lo ignoraba…
El Dr. Plinio, sin tener idea de qué se trataba, respondió:
— ¿Mi bien, qué es lo que ignoraba?
— Yo estaba rezando por ti, en tu mesa, y vi aparecer por detrás de aquel mármol una puntita de papel. Me entró curiosidad de saber qué era, le di la vuelta a la placa y encontré la amable tarjeta de X, agradeciendo gentilmente un regalo…
Bien veo lo que eso quiere decir…
El Dr. Plinio entonces le respondió jocosamente:
— Pero ¿qué pasa? ¿Usted no ve que todo el mundo se casa? Yo también me voy a casar un día…
Y se rió afectuosamente. Después le dijo:
— ¡Oh mamá, eso ya está roto, no hay nada más!
El Dr. Plinio notó que un eventual noviazgo sería una decepción para ella.
Más adelante, cuando decidió optar por el celibato, no le dijo nada, porque le parecía un asunto muy personal. Pero doña Lucilia notó su resolución y se quedó verdaderamente satisfecha.
Otros parientes también intuyeron que él había renunciado al matrimonio para entregarse al apostolado, y comentaban el hecho en conversaciones de familia.
Un día, alguien dijo que así era mejor, pues por su modo de ser enérgico, él no sería un buen marido. Doña Lucilia respondió inmediatamente que no estaba de acuerdo con esa afirmación, pues siendo él tan buen hijo no podría dejar de ser buen esposo. Los parientes, que conocían ya sus intransigencias, prefirieron batirse en retirada y no tocar más el tema.