Preocupación con la suerte del Dr. Bier

Dr. Bier

                                Dr. Bier

Decía alguien, con acierto, que la gratitud es la más frágil de las virtudes. No era así en doña Lucilia. Guardaba un profundo reconocimiento en relación a quien le proporcionara algún beneficio. Jamás se olvidaba del bien recibido y procuraba retribuirlo con generosidad. El mero interés personal nunca penetró en su noble y grandiosa alma durante toda su larga existencia. Incluso el mal que le hiciesen, ella lo retribuía con una bondad aún mayor.
Por eso se mostró siempre muy grata para con el médico que le salvó la vida, el famoso Dr. Bier, manteniendo con él una amable correspondencia. A pesar de sus ocupaciones como cirujano de renombre universal y médico personal del Káiser, nunca dejaba de responder a las cartas de doña Lucilia. Sin embargo, sobrevino la guerra y las comunicaciones se volvieron difíciles, sobre todo tras la ruptura de relaciones entre Brasil y Alemania. Doña Lucilia, al no tener más noticias suyas, exteriorizaba en algunas conversaciones su preocupación por la suerte de su bienhechor. Aunque la prestigiosa función del Dr. Bier junto al Káiser Guillermo II hiciera poco probable su participación personal en los combates, las vicisitudes de un conflicto armado siempre traen consigo sorpresas, la mayoría de las veces trágicas.
Tan pronto terminó la primera conflagración, doña Lucilia volvió a escribirle, pidiendo noticias suyas y de su familia, y preguntándole si necesitaba algo.
Tal vez por juzgar un poco excesivas tantas muestras de delicadeza alguien amablemente comentó:
— Lucilia, veo que haces eso por bondad, pero el Dr. Bier ni se acuerda más de la operación que te hizo…
Motivada mucho más por el amor a Dios que por un natural y legítimo sentimiento de gratitud, respondió con toda serenidad:
doña_lucilia— Él debe acordarse de mí, porque nos hicimos buenos amigos. Pero aunque no se acuerde, no importa, yo me acuerdo de él. Y por eso le escribo.
Transcurrido algún tiempo, doña Lucilia recibió, con gran contento, una amabilísima carta del Dr. Bier, en francés, en la que le agradecía la atención y le contaba haberse quedado completamente sordo, pues un estampido de cañón le había roto los tímpanos. Y añadía que, si ella quisiera hacerle una gentileza, le enviara un paquetito de café, producto raro en la Alemania de la postguerra.

En su ilimitada bondad, doña Lucilia le envió, no un paquetito, sino un saco entero…
El Dr. Bier, conmovido, escribió una vez más en agradecimiento. Su muerte, en 1949, le causó tristeza a doña Lucilia, quien devotamente rezó en sufragio de
su alma.