En cierta ocasión, doña Lucilia le hizo a su hijo una tentadora propuesta: pedía un cambio de horarios que, en el fondo, era un pequeño “robo” de tiempo a favor de ella y en perjuicio de los muchachos del sexto piso…
— Hijo mío —le dijo afablemente— tú que tienes tan buen apetito, siempre cenas y comes en casa, para hacerme compañía. ¿Por qué no inviertes tu programa? Cena fuera con tus amigos y… por la noche ven a conversar conmigo.
Era la dulce propuesta de un plan, ideado ciertamente en las incontables horas de soledad, en que el afecto por el hijo batallador desbordaba en deseos de estar juntos.
La sugestión traía implícita una perplejidad, pues no entendía claramente por qué motivo su hijo le dedicaba tanto tiempo a los amigos. Ya que ella gustaba tanto de conversar con él, bien podía ser favorecida con algunos minutitos más…
Pero la causa católica exigía de él una actitud inflexible. El Dr. Plinio dio una respuesta, la más amable y afectuosa posible, pero dejando el asunto en el aire. Y, aunque apenado, no hizo el cambio que ella deseaba. Doña Lucilia, tranquila y en paz, continuó todas las noches su paciente vigilia mientras esperaba su vuelta.
Don João Paulo, que siempre tuvo el hábito de acostarse temprano, le preguntaba a veces a su esposa por qué no se recogía también. Ella respondía con alguna amable evasiva y continuaba esperando la “conversación” con su hijo. En una nota enviada desde Santos por el Dr. Plinio, éste pintorescamente se refiere a la actitud que su padre tomaba a respecto de aquellas conversaciones en horas tardías:
30-VI
A la querida Mãezinha, con un largo y saudoso beso, le mando muchos recuerdos.
Dígale a papá que ahora, en el momento en que escribo, son las doce y media de la noche, hora de nuestra conversación y de sus refunfuños. Mándele un abrazo,
Plinio
Nota
Agradézcale a la tía Yayá su excelente pan. Le mandé hoy un telegrama
a tía Zilí.
El Vaticano apoya al Dr. Plinio
Hacía ya cierto tiempo que la Santa Sede venía dando señales inequívocas de que aprobaba el libro-bomba del Dr. Plinio, En Defensa de la Acción Católica.
Entre otros hechos de indudable significado, se destacaban dos que valían por un testimonio de confianza del Papa: en breve espacio de tiempo fueron elevados al episcopado dos sacerdotes que públicamente lo apoyaban. A este respecto, afirmaría más tarde el Dr. Plinio: “Nuestra alegría subió al cielo como un himno. Una estrella se encendía, brillando en la noche de nuestro exilio, sobre los destrozos de nuestro naufragio.”
Esas dos sorpresas no fueron las mayores. Un día, tuvo la alegría de recibir una carta enviada por la Santa Sede, en nombre de Pío XII:
Palacio del Vaticano, 26 de febrero de 1949.
Preclaro Señor,
Movido por tu dedicación y piedad filial, ofreciste al Santo Padre el libro “En Defensa de la Acción Católica”, en cuyo trabajo revelaste un primoroso cuidado y una persistente diligencia.
Su Santidad se regocija contigo porque explicaste y defendiste con penetración y claridad la Acción Católica, de la cual posees un conocimiento completo, y a la cual tienes un gran aprecio, de modo que se hizo claro para todos cuán importante es estudiar y promover esta forma auxiliar del apostolado jerárquico.
El Augusto Pontífice hace votos de todo corazón para que de este trabajo tuyo resulten ricos y maduros frutos, y recojas no pequeños ni pocos consuelos; y como prenda de ello, te concede la Bendición Apostólica.
Entre tanto, con la debida consideración, me declaro muy tuyo afectísimo.
J.B. Montini, Sustituto.
En esta carta, firmada por el Substituto de la Secretaria de Estado de la Santa
Sede futuro Pablo VI ¡el libro del kamikaze era alabado y recomendado por el
propio Papa! Esta vez todo quedaba claro.
“¡De tanto pensar en Itaicy, tengo la impresión de conocerlo!”
Entre las crecientes actividades del grupo, al cual se habían sumado nuevos elementos, estaba un retiro anual, que el Dr. Plinio nunca se perdía, ni siquiera en medio de las más absorbentes ocupaciones. De uno de estos, realizado en el Seminario de los Jesuitas en Itaicy, en el año de 1949, escribe él a su madre, en una carta desbordante de cariño:
Luzinha, mi flor,
Aquí van los tan anhelados garabatos, para decirle que estoy bien, y
pasando una temporada excelente.
En efecto, el lugar es admirable, el clima bueno y la comida óptima.
El pobre sacerdote es el que por cierto, prematuramente ya está con el
cerebro medio licuefacto. Es francés de la zona de Lourdes, y quizás es
por esto que tiene un aspecto de españolazo corpulento y jovial, cabellos
de plata, muy amable. Pero durante la prédica abre paréntesis para
“des radotages” (Expresión en francés para designar afirmaciones desprovistas de sentido) que muestran que está con el espíritu medio “ramolli” (Esclerosado).
¿Y usted, mi flor, cómo está? ¿Y Papá? Si hay telegramas, mándemelos con Adolphinho.
El resto de la correspondencia que se quede ahí. No quiero molestias.
Un abrazo para Papá.
Para usted, mi Marquesita, mil y mil besos del hijo que le pide la bendición.
Plinio
En respuesta, doña Lucilia le cuenta la visita que había hecho a la fräulein Matilde, en aquel entonces hospitalizada. Manifiesta así, una vez más, a la antigua institutriz de sus hijos, la gratitud por la formación que les dio. Casi al final de la carta revela cuánto estaba presente su hijo en sus pensamientos, de tal manera que le parecía conocer los lugares a donde él iba, sin haberlos visto nunca.
São Paulo, 14-4-949
¡Mi filhão querido!
Tu cartita tan tierna y tan buena, fue recibida con el máximo cariño, alegría y… ¡mil gracias!
Espero en Dios que, con tus buenos amigos, sigas gozando de este buen reposo para ti y para el teléfono.
Fui ayer con Rosée a visitar a la Fräulein Matilde en el hospital Sta. Catalina y a llevarle unas flores de tu parte. Se quedó muy satisfecha y me pidió que te dijera muchas cosas buenas en su nombre, que te repito con tu habitual ¡tá-tá-tá, y tá-tá-tá!
En cuanto a las obras del pintor, todo está paralizado. Estuve ahí ayer con Rosée, a quien le pareció buena la pintura, y él estaba dándole en ese momento la segunda mano al baño. Pintó las piezas de arriba de las ventanas, sobre las cortinas. Con unos ladrillos sueltos, que encontró, cubrió la pared del baño. No pintó las puertas y ventanas porque no entró en tu presupuesto, y también porque no va a trabajar más esta semana. ¡El pobre!… ¡Está sin recursos y ayer pidió dinero para comer! ¡Siento mucho que encuentren todo tan atrasado! Te mando el presupuesto hecho para las baldosas de la cocina, que me pareció muy alto. En fin, creí más prudente esperarte, para que le des la respuesta. Es mejor que no te preocupes más con esto, por ahí. Hoy fui con tu padre a Misa, y comulgué en la iglesia de Sta. Cecilia. Fuimos después a la de la Buena Muerte, donde hicimos la guardia del Santísimo. “Caímos” allá en una suscripción para el ropaje de Mons. Aguinaldo, que antes de terminado el sufragio, ya “todo de rojo”, se paseaba de un lado para otro tan satisfecho que daba gusto verle.
Acabaste, por fin, pidiéndome la correspondencia que te envío. Dios permita que no traiga motivos para dolores de cabeza.
Las saudades son tantas que, de tanto pensar en Itaicy, ¡tengo la impresión de conocerlo!
Doy gracias a Dios por las buenas noticias traídas por Adolphinho, pero… ¡deseo que vengas pronto! Me haces de veras ser una gran egoísta… mea culpa.
Saludos a todo el buen grupo, y recibe con mis bendiciones, saudosos abrazos, y muchos besos de tu madre extremosa,
Lucilia.