Doña Lucilia ha socorrido a numerosas almas, llenándolas de esperanza en las enfermedades y tragedias y dándoles fuerzas para afrontar difíciles y dolorosas situaciones.
“Algunas cosas, las explica la ciencia; otras, sólo Dios tiene la respuesta». Con estas palabras, Patricia de Fátima Espírito Santo Leite e Silva, de Laje do Muriaé (Brasil), concluye la narración de cómo su hijo venció sin derramar una sola lágrima sesenta y siete internamientos y setecientos cincuenta días de tratamiento hospitalario, en los cuales fue sometido a ciento diez sesiones de quimioterapia y ochenta exámenes de sangre. No solamente sin verter lágrimas, sino con alegría y serenidad.
Maravillada, Patricia saca sus propias conclusiones: «La única explicación es que la Virgen y Dña. Lucilia lo protegieron, como una buena madre protege a su hijo».
Diagnóstico de una enfermedad incurable

Pedro Artur
En gratitud por el constante auxilio recibido durante todo el tiempo de prueba de la familia, esa madre nos envía un relato de sus dolores, oraciones y alegrías, con la esperanza de que otras muchas personas afligidas puedan beneficiarse del maternal amparo de Dña. Lucilia.
Escribe: «En marzo de 2013, cuando tenía tan sólo dos años y ocho meses, a Pedro Artur le diagnosticaron neurofibromatosis, enfermedad incurable para la que ni siquiera había un tratamiento específico, y un tumor en el nervio óptico. Ante este cuadro, los médicos nos informaron que no podían hacer nada por la curación del niño. Por lo tanto, únicamente monitorizarían la enfermedad para seguir su evolución».
Ante la expectativa de encontrar una solución en otro lugar, Patricia y su esposo llevaron a su hijo a varios clínicos, pero siempre obtenían la misma respuesta: «No hay nada que hacer». Así pues, constatada entonces la impotencia de los recursos humanos, decidieron apelar a los medios sobrenaturales.
«Nunca desistimos… El propio mes de marzo de 2013, inmediatamente después del primer diagnóstico, recurrimos al auxilio de Dña. Lucilia. El 22 de abril, día de su aniversario natalicio, mi esposo lo llevó al sitio donde descansan sus restos mortales, en el cementerio de la Consolación, de São Paulo. Allí rezó, pidiendo la gracia de una curación milagrosa».
La fe nuevamente contradicha por el parecer de los médicos
«En 2014 —prosigue el relato— Pedro Artur fue admitido en el Instituto Nacional del Cáncer (INCA), en Río de Janeiro, donde fue monitorizado durante cuatro años, sin recibir ningún tratamiento. Una resonancia magnética hecha a finales de 2017 reveló que el tumor del ojo había crecido y que había aparecido otro en el cerebro, en un área profunda y noble».
A la vista de tal agravamiento, Patricia llevó a su hijo a que lo evaluara un médico especialista, el cual, tras examinar todos los informes y exámenes, se limitó a decir lo siguiente:
—Señora, le recomiendo que Pedro Artur continúe siendo monitorizado en el INCA. No puedo hacer nada por él.
—¿No le puede indicar, al menos, algún tratamiento?
—Infelizmente, no. La quimioterapia le hará daño y no solucionará nada. La radioterapia podría causarle la ceguera en ambos ojos. Y una operación es muy arriesgada: puede acarrearle la pérdida de la visión y el tumor volverse más agresivo.
Una vez más, la fe de esos esposos católicos era contradicha por el protocolo médico, aun así no desistieron; sobre todo, nunca perdieron la confianza en el auxilio de Dña. Lucilia. Siguieron rezando.
«En marzo de 2018 Pedro Artur inició el tratamiento quimioterápico en el Hospital São José do Avaí, en Itaperuna. Actualmente, no sólo ha superado una sesión de quimioterapia, ¡sino ciento diez! Desde marzo de 2013 recurrimos al auxilio de Dña. Lucilia a fin de obtener de Dios la curación milagrosa de nuestro pequeño gran guerrero. ¡Cuántas gracias ya alcanzadas! Fe es creer en lo que no vemos y el premio es ver lo que creemos. Y hoy ocurrió lo que parecía imposible: Pedro Artur está bien, el tumor cerebral ha desaparecido y el del ojo ha disminuido considerablemente».
Confianza, alegría y serenidad en la tragedia
Impresionada por la constante protección de esta generosa señora, Patricia deja traslucir su gratitud no solamente por la curación, sino sobre todo por la gracia de que su hijo haya logrado superarlo todo con serenidad: «Derrochaba alegría y confianza cuando ingresaba cada semana en el hospital para vencer las sesiones de quimioterapia. Los días anteriores los pasaba preparándose para el internamiento; hacía esto con tanta alegría y placer que no parecía siquiera que fuera a un hospital. Durante el largo período de tratamiento nunca manifestó sufrimiento, siempre mostraba una bella sonrisa en su rostro».
Y concluye esta madre ejemplar: «Muchos preguntan si Dios no estaba siendo injusto con nosotros al permitir tamaña prueba para un niño. ¡No! Dios no es injusto; si lo fuera, no sería Dios. Él es misericordia y su amor por nosotros es infinito. Nos compete a nosotros mantenernos perseverantes y confiados, sin que nunca perdamos la fe. Estoy segura de que este testimonio tocará corazones y transformará almas. Dña. Lucilia, ¡ayudadnos!».
FUENTE: REVISTA HERALDOS DEL EVANGLIO, JULIO 2021. PP. 36-38