El día que esté sanada…

Maia aún no conocía la protección maternal de Dña. Lucilia, pero a partir de ese día encomendó su salud y tratamiento al cuidado de esta bondadosa señora; y todas las noches rezaba la oración impresa al dorso de la fotografía.

 Elizabete Fátima Talarico Astorino

Desde Paraguay nos escribe María del Carmen Fretes Espínola, conocida cariñosamente como Maia, narrando cómo fue auxiliada por Dña. Lucilia: «En octubre de 2022, repentinamente comencé a tener fiebre muy alta. Necesité acudir al sanatorio en vista de que la fiebre no cedía. Ya en los primeros análisis los médicos decidieron que debían internarme, porque los resultados no eran nada alentadores. Siguieron más estudios durante cinco días, en los cuales me dijeron que en mi cuerpo habían entrado unas bacterias muy raras y, por si fuera poco, detectaron una mancha en el pulmón derecho».

Maia junto a la tumba de Dña. Lucilia, en el cementerio de la Consolación, de São Paulo

Tras siete días de hospitalización, Maia recibió el alta, pero debía tomar gran cantidad de medicación y someterse a un seguimiento médico de la mencionada mancha. A los pocos días, la aparición de otro tipo de bacteria la obligó a ingresar de nuevo.

En diciembre, una tomografía reveló que la mancha, lejos de desaparecer, había aumentado. El médico que la trataba le indicó entonces que era necesario hacerle una punción en el pulmón. Como no había medios para realizar tal procedimiento en su país, Maia consultó a un especialista de la ciudad de São Paulo, a quien le envió los resultados de todos los análisis. Continúa ella: «El doctor me dijo que debía viajar a São Paulo urgentemente, pues me hablaba de una neoplasia pulmonar, y tenía que someterme a una lobectomía lo más rápido posible».

La víspera del viaje, Maia visitó la casa de los Heraldos del Evangelio de Asunción, donde recibió asistencia sacramental de un sacerdote de la institución para superar la difícil etapa que iniciaba. Éste la confortó diciéndole que Dios siempre tiene la última palabra, y le dio una fotografía de Dña. Lucilia con una oración al dorso. Narra Maia: «Antes de despedirnos, me entregó una estampa de una señora a quien —me dijo—, el día en que el médico certifique que esté sanada, le hiciera una visita en el cementerio de São Paulo».

Maia aún no conocía la protección maternal de Dña. Lucilia, pero a partir de ese día encomendó su salud y tratamiento al cuidado de esta bondadosa señora; y todas las noches rezaba la oración impresa al dorso de la fotografía.

Un diagnóstico que revierte

El 23 de enero comenzó una serie de pruebas preparatorias para la punción pulmonar en el Hospital Albert Einstein, de São Paulo«Desde el principio sentí una fuerza muy especial que me daba mucha calma y tranquilidad durante los análisis; y esto se lo comenté a mi esposo, ya que en circunstancias normales no me hubiera sido fácil superarlos», nos dice ella.

Estando en la sala de procedimientos para hacer la punción, el día 26, Maia rezaba sin cesar. En ese momento entró el cirujano y le dijo que el equipo médico había decidido hacer otra tomografía, para aclarar una duda sobre la mancha en el pulmón, pues les parecía que había disminuido. Escribe Maia: «Al principio me asusté y no quería ilusionarme. Solo rezaba sin parar y recordaba lo conversado con el sacerdote. Hicieron entrar a mi esposo en la sala y luego de unos minutos el doctor regresó para darme la noticia de que el procedimiento quedaba suspendido porque la mancha se había reducido a más de la mitad y los nódulos periféricos se disolvieron».

Llena de alegría, Maia concluye su relato con palabras de gratitud: «Ese mismo día me comuniqué con el sacerdote heraldo para contarle todo lo que me había sucedido y decirle que quería visitar, al día siguiente, la tumba de la señora Lucilia. Otra sorpresa: el padre estaba en São Paulo y también tenía previsto ir al cementerio. Fue así como el viernes 24 de enero pude visitar la tumba de esta señora y darle las gracias por este milagro».

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, junio 2023)

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