Una fiesta en casa de Doña Veridiana

Doña Lucilia recordará con saudades las reuniones familiares a que asistió en su juventud, presentándolas como ejemplo del refinado lujo, del elevado trato y del buen gusto imperantes entre las familias tradicionales. Sin embargo, con extrema delicadeza y modestia, siempre tomará el cuidado de excluir cualquier elogio a los suyos. Entre las suntuosas fiestas con que la sociedad de São Paulo ocupaba su tiempo libre, se destacó especialmente una de las organizadas por la gran matriarca paulista Dª Veridiana Valeria da Silva Prado. Como a doña Gabriela le era totalmente imposible asistir, la anfitriona quiso verla representada por Lucilia, aunque ésta era aún muy jovencita. Doña Gabriela, amante del protocolo, ponderó:

— Lo que va a ocurrir es que, como es tan niña, no podrá bailar y no tendrá nada que hacer.

Pero doña Veridiana, con la intimidad de trato que tenía con su amiga, insistió:

—No importa. Me quedaré a su lado toda la noche si es necesario; pero quiero que venga…

De hecho, la anfitriona permaneció con la joven Lucilia toda la noche, haciéndola pasear por todas las atracciones de la fiesta. En el jardín de la mansión — hoy sede del Club São Paulo— se deslizaban góndolas sobre las aguas de un bello lago artificial, iluminado con faroles de diversos colores colocados a su alrededor. Los gondoleros cantaban, la orquesta tocaba melodías de la época, un riquísimo buffet de delicias europeas y nacionales estaba a disposición de los invitados durante toda la noche. Engalanadas con ropas de seda, las señoras conversaban en los espaciosos salones, mientras los hombres, vestidos con chaqué, comentaban el último discurso político.

Mansión de Doña Veridiana

Maravillada, Lucilia participó de las diversiones hasta que, manifestando inequívocas señales de cansancio, fue rendida por el sueño. La fiesta, sin embargo, aún debía prolongarse hasta el amanecer. Doña Veridiana, con el encanto característico de las damas paulistas, que bien sabían aliar la bondad al protocolo de un encuentro social, en seguida ofreció a la joven su propia cama para que descansara en ella.

Lucilia durmió profundamente. Cuando se despertó, la brillante luz del sol ya penetraba por las rendijas de las ventanas, permitiéndole contemplar las excelentes pinturas al óleo del techo del cuarto. Sólo entonces se dio cuenta de que había pasado la noche en un aposento que no era el suyo.

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