«Brille su luz ante los hombres»

Fui a varios especialistas —dermatólogo, reumatólogo, angiólogo, médico generalista…—, pero ninguno tuvo éxito.

 Elizabete Fátima Talarico Astorino

¡Para Dios nada es imposible!

3p186Ante una enfermedad misteriosa y aparentemente incurable, ocasionada por una herida, Dejair Eiterer, de Juiz de Fora (Brasil), fue aconsejado a pedir el auxilio de Dña. Lucilia, para lograr el restablecimiento de su salud:

«Fui a varios especialistas —dermatólogo, reumatólogo, angiólogo, médico generalista…—, pero ninguno tuvo éxito. Fue un período muy difícil para mí. Tomaba morfina de cuatro en cuatro horas y, aun así, no sentía alivio alguno.

«El médico encargado de mi caso me dijo que era imposible que tomando morfina cada cuatro horas sintiera dolor. Por eso, tras hablar con su equipo, todos estuvieron de acuerdo de que lo mejor sería amputarme las piernas, ya que el tratamiento no estaba dando resultado.

«Al día siguiente de la terrible noticia, mi compadre, Expedito Alfonso, llevó a un sacerdote heraldo para que me hiciera una visita. Durante la conversación, este sacerdote afirmó: “El médico dijo que tendría que amputar, pero ¿quién es el verdadero médico? ¡Es Dios! ¡Y para Dios nada es imposible!”.

«Tras haber dicho eso, el sacerdote me bendijo y rezó conmigo tres avemarías. En seguida, sacó del bolsillo una foto de Dña. Lucilia, de quien nunca había oído hablar, y me sugirió que rezara con fe una avemaría recurriendo a su intercesión todos los días.

«Estaba rezando mucho desde hacía casi un año y, en aquel momento, surgió en todos los presentes una certeza interior de que sería curado por intercesión de Dña. Lucilia».

¡Todo empezó a cambiar!

Dejair pronto confirmó la certeza que llevaba en su corazón:

«¡A partir de esa visita todo empezó a cambiar! Un día después me llega el resultado de una analítica en la que se identificaba cuál era la bacteria causante del problema y se descubrió que desde hacía un mes estaba tomando la medicación equivocada. Comencé el tratamiento correcto y en una semana sentí alivio. Me tenían que hacer otro raspado, pero el coágulo que tenía en la pierna salió en el momento de la cura y no fue necesario efectuarlo. Además, tampoco fue preciso realizar un injerto en el sitio de las heridas, pues habían cicatrizado con el uso de la pomada.

«Después de cincuenta y cinco días internado, recibí el alta. Como aún no podía andar, salí en silla de ruedas y el médico que me había dicho que tendría que amputarme las piernas se quedó impresionado con mi mejoría.

«El 21 de julio fui conduciendo hasta la sede de los Heraldos del Evangelio para agradecerles la gracia alcanzada. Yo, que estaba con vistas a perder las dos piernas y sufría tremendos dolores, ahora ya no siento ninguna molestia. Desde el día que conocí a Dña. Lucilia no dejé de rezarle, un día siquiera, una avemaría en agradecimiento y para pedirle que continúe protegiéndome».

(Extraído de Revista Heraldos del Evangelio, mayo 2020)

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